viernes, 12 de marzo de 2010

Los Pacientes Meandros de una Biografía Política Menor


A Martín C.

Como todos saben, yo fui a un colegio privado progresista del sur del conurbano. Mis profesores eran afiliados al Partido Socialista que llevaban una estampita de San Alfredo Bravo en las agendas. Unos pocos eran afiliados al Partido Comunista, y describían con pasión la experiencia política del FRAL. Eran buenos tipos que nos daban una educación abierta, casi nos dejaban entrar con un porro al aula, si queríamos. Eran  los años iniciáticos del noventismo. Ya existía páginadoce.

Yo era un púber político que había aprendido que había que tratar con indiferencia al peronismo: no te gastes, nene, es bonapartismo. Y yo no quise saber más, porque era un niño político con una biblioteca heredada. Una biblioteca completa de Scalabrini Ortiz que viraba, antes de que la cosa se pusiera problemática, hacia los textos duros del marxismo, esos reglamentos políticos que entregan la receta de la buena conciencia y tranquilizan a las almas alarmadas diciéndoles que la ideología es todo.

Yo me crié en un colegio privado y progresista, como otros niños se criaban en colegios privados y religiosos.

Eran los mejores días de la Convertibilidad, cuando los sueldos congelados rendían mucho, cuando el poder adquisitivo era algo (un bien social) después de las hiperinflaciones. Los profesores de mi colegio podían comprarse muchos libros, eran los ganadores del modelo, pero en la terapia lo negaban, hablaban de neoliberalismo.

Yo también tenía muchos libros, y ya me aburría. Quise pasar a ser un púber militante, quería saber de que se trataba realmente. Quise saber si en la calle había algo parecido a eso que leía como progresismo, y también, si los peronistas eran tan malos como decían, si eran todos negros con carencias de pronunciación y sintácticas embaucados por la sarasa de un líder.

Eran los ´90. Era jodido para un niño político empezar a militar en esos años. Ahora es más fácil.

Axioma: uno milita desde donde puede, pero más temprano que tarde uno se encuentra, en algún tramo del sendero, con algún modo de la sustancialidad política del peronismo. No es una cuestión partidaria, ni de afiliaciones, ni de sellos, banderas o escudos; es un cruce que ocurre. Un cruce con personas, con hechos, con costumbres, con desmesuras, con incomodidades, con errores, con actitudes, con ciertas fraternidades horizontales, microfísicas, invalorables.

Yo empecé a militar en el bordonismo, circa 1994. Menos por estricta elección que por azar y ciertas casualidades. Uno milita desde donde puede, y elige recién cuando recorrió un camino que le permite desprenderse de los padres. La madurez en la militancia se adquiere cuando uno puede luchar contra la ideología sin sentir la culpa. Militar es destruir una ideología, cualquiera sea ella. Destruir aquello que no nos deja caminar, aquello que nos deja caer en la mentira.

Axioma: La militancia te hace saber que la política es ingrata. Que es difícil. Que es mucho más fácil criticar desde afuera. Que uno se relaciona con personas, y no con ideologías. Que en la militancia territorial de base del conurbano no se habla de ideología ni del significante vacío. Que los que te salvan no son los que blanden el pendón de la nitidez ideológica.

Del tiempo bordonista viene el cruce inicial con la desprolijidad peronista, de un peronismo mucho más “civilizado” en tanto pata peronista del Frepaso, pero que no podía esconder sus raíces sindicales, punteriles, sus historias préteritas de izquierda y derecha peronista, su negritud e impronta desmesurada, la crítica velada al anticorrupcionismo de Chacho, la postura fagocitante del “vamos por todo y les sacamos el partidito a estos progres”, la vocación de copar internas y la gestualidad desafiante y patoteril para abrirse paso a los pechazos, si era necesario. Detrás de la inmaculada figura renovadora y blanca del Pilo Bordón aparecía esa horda indisciplinada, venían otra vez los perucas a ensuciar la genuina experiencia progresista del Chacho. Detrás del occidental Pilo surgía la imagen preocupante de un tal Moyano que le brindaba estructura y le movilizaba, cuidado. Y detrás de todo eso, el Keyser Soze de la política del conurbano: Duhalde. Y a pesar de todo, yo era un niño al que le molestó que Chacho perdiera esa interna del 95; a pesar de mi bordonismo lo había votado, y yo también pensé en aquel momento que a Chacho lo habían cagado con el aparato. Con el tiempo me di cuenta que a Chacho no lo había cagado nadie, que él se cagó sólo porque no laburaba, porque se la pasaba desratizando de peronistas a su partido, porque bajaba listas a lo loco para que no perder internas, porque terminó pensando que tener militancia era un gasto al pedo, porque Mariano Grondona lo empezó a invitar todos los jueves a Hora Clave, porque se aferró a la excusa del clientelismo para explicar sus fracasos en la construcción territorial que él mismo desalentaba, porque le fue echando la culpa al PJ de todo lo malo que le sucedía al país.

Pero yo todavía era un niño político que quería salvar al progresismo partidario que había leído, y cuando Bordón se fue del Frepaso, me acerqué al Frente Grande, en vez de irme directamente al PJ, cosa que hice algunos años después, circa 2000.

Pero aquel tiempo sirvió para ver desde adentro la fábrica chachista, la colección de dirigentes que parió el antimenemismo, que culturalmente también era un antiperonismo. El Frepaso fue la crónica finiquitada del apogeo y caída de un modo de concebir la organización política y la valoración del militante: un modo elitista, excluyente, sectario, servil, hipócrita, es decir, con una lógica bastante hija de puta. Era la primera vez que yo veía en política que a los que laburaban los expulsaban y a los parásitos los premiaban: ahí también empecé a verificar que la cosa iba a terminar mal. Y todo eso lo producía un partido progresista.

Por eso para mí no es admisible ya discutir las sucesivas y posibles redenciones del progresismo nacional: yo di por cerrada esa cuestión hace once años, cuando la Alianza asumía el poder político de la nación. De allí hasta el 2001 y el 2003 lo que hice fue confirmar qué tipo de relaciones eran las que establecían los distintos partidos políticos entre política y gestión: el PJ ganaba por afano. Fin del debate.

La discusión sobre el progresismo real es obsoleta, aun cuando el kirchnerismo la haya relanzado. Algo que confirma que para ello siempre se necesita de algún tipo de peronismo en el medio, que coloque las agendas que cada época va pidiendo.

Y la lógica hija de puta de la estructura profunda del progresismo no ha variado: Solanas, Sabbatella y cía. le siguen buscando la cuadratura al círculo. En el mejor de los casos se puede tratar de buenos tipos, con buenas ideas, pero que están estructuralmente incapacitados para hacer política en el seno del pueblo. Los muchachos actuales son una copia insípida de Chacho Alvarez, y a mí, dejáme con el original, con el más político, con el que todavía sigo apreciando. No son malos tipos, sólo se trata de política.

Guste o no, la catástrofe de 2001 la tuvo que asumir el aparato peronista nacional y bonaerense en ejercicio del poder ejecutivo nacional. Los que piensan que “gobernó el senador Duhalde” según narraba la opereta de HV en esos días, están muy equivocados. Lo que la mayoría de la gente politizada no entiende es que los punteros y las manzaneras no eran “duhaldistas”: eran del barrio en el que vivían. En esos días no encontré ninguna manzanera que preguntara filiaciones políticas. Y hubo que ver escenas muy jodidas que me recuerdan lo que hoy pasa en Santiago de Chile, y es terrible: cuando se estaba haciendo el relevamiento para entregar la primera tanda del Plan Jefes y Jefas de Hogar, muchas personas de barrios céntricos y lindas casitas pero que no tenían para comer, sentían la humillación de la desprotección, y aceptaban la bolsa de comida que le entregaba “el puntero” con bronca, pero inermes. Personas de clase media que se sentían devaluadas porque una negrita de la villa que laburaba en la muni le venía a tomar los datos para acceder al PJJH. Personas que cobraban los 150 mangos pero lo ocultaban en su barrio residencial, otras que iban llorando a cobrar el plancito y otras que desataban sus miserias una vez que se cerraba la puerta del chalet, porque literalmente, no tenían para morfar. Cuando estás hundido en la mierda, es ese peronismo el que te salva. Uno ve eso, y ves que el PJ, aun con todas las críticas que puedan hacerse, es el resguardo mínimo que existe ante el abismo. Y te vas al PJ. Como decía Eva, estás obligado a ir. No es lo ideal, no será lo mejor, es lo que hay donde no hay casi nada. Y yo aprendí hace mucho que en política se labura con lo que hay, se organiza desde lo que existe, porque las necesidades son para ayer. Bienaventurados sean los que pueden esperar, porque de ellos no será el reino de la política.