martes, 25 de mayo de 2010

Amor Extralargo


Hoy iban, para allá, los trenes hasta la manija. Lo que se consolidó  en ocho años fue una pulsión para un nacionalismo demócratico moderno de después de la dictadura. El 19 y 20 de 2001 fue también ponerle los clavos al féretro de las promesas no cumplidas por la jeunesse democrática. El pueblo otorgó una sabia tregua mientras se lamía las heridas y bajaba la fiebre del “que se vayan todos”. Otro 25, y Kirchner se tiraba de cabeza a una multitud que pedía a gritos romper con el protocolo. Hay un momento en el que hay una necesidad de creer.

En ese proceso de búsqueda y expresión de lo nacional, la trama kirchnerista no fue inocua: alivió el tráfico para que esa autonomía societal explorara mejor cómo carajo expresar una identidad nacional de la democracia para adelante, y a la vez darle sepultura a los estereotipos discursivos y simbólicos de lo nacional que se fraguaron sobre un pasado que ya no existe. Es un tránsito lento, pero visible, y más lo fue en estos festejos del Bicentenario. Este deseo de una hospitalidad nacional es una sociedad que tiene una necesidad de amor. Una sociedad que pide políticamente que el Estado la ame. Que sus dirigentes políticos la amen. Un amor que todavía no es correspondido.

De lo que yo me abstendría, es de hacerle unos rayos X políticos partidarios a los diversos festejos y movilizaciones masivas del Bicentenario. Veo que hay mucha ansiedad, en la tribuna política, por establecer los resultados político-futboleros de este fotograma. Una ansiedad por matematizar ya electoralmente el comportamiento de este flujo bicentenarista. Una ansiedad por imaginarnos que boleta llevarán dentro de un año al cuarto oscuro cada uno de esos miles que compran comidas regionales en la 9 de julio. Tranqui, muchachos, dejemos vivir.

Cuando se hace una comparación política tan binaria y desprovista entre el recital de la 9 de Julio y la reinauguración del Teatro Colón, cuando se hace una mensura tan escuálida del arte (el ficticio clivaje popular-elitista), yo me acuerdo de lo que solía decir Miguel Ángel Estrella cuando llevaba Mozart a los públicos no habituales: ahí pasa algo difícil de explicar, pero pasa. Y la gran transgresión es ésa, llevar lo declamado elitista al lugar prohibido, y no reproducir una sobreactuación distorsionada de lo que la cultura popular debe ser y lo que no debe ser. Por eso es que pienso que Cristina debió ir al Teatro Colón, para no fomentar una representación política del acto (Macri, Cobos, Binner) que los artistas y laburantes del Teatro Colón no merecen, y que tampoco merecen los argentinos interesados en ese acontecimiento. ¿Los que fueron a ver al Chaqueño eran el pueblo peronista y los que estuvieron en la calle frente al Colón eran pichones de oligarca? No busquemos un tesoro político donde no lo hay. Y sí, Macri hizo una apropiación política de la reinauguración del Colón bastante grosera en tándem con canal 13. Una crónica mediática más. ¿Y? Nada, sólo confirmar que Macri no entiende por dónde pasa la política real, y que Néstor y Cristina sí lo saben, aún cuando hagan terribles esfuerzos por no demostrarlo. Y sí, Cristina debió ir al Colón para romper el monocromo de la foto. Era un tiro fácil para ella. Y de paso se atenuaba esa lógica binarista de la narración política que ya no es necesaria, ni social ni políticamente. Yo sé que es más cómodo y reconfortante pensar un ellos y un nosotros que nos deje dormir de noche: pero es notoriamente conservador pensar al público de la Sole como bastión popular y al del Colón como casta oligárquica. Es más interesante la subversión de estos órdenes, es más popular la transgresión del límite: ¿o que fue lo que condenó a la tacha de infamia a Perón y Eva luego del  ´55?

Al final lo más sensato lo dijo Chiche Gelblung en medio del caretaje: todo muy lindo, pero el Colón debe renunciar a la gestualidad elitista; esto hay que democratizarlo. Esa es la discusión, y no otra. A mí me gusta Soledad, el Chaqueño me aburre. El ballet me entretiene, la ópera me aburre. Pero más que de uno u otro, gusto en dosis muy extremas del blues, del hard-rock, del pop para divertirse y de la música electrónica (y además de todo eso, juego al tenis): ¿me tengo que quedar en mi casa porque no encarno ningún estereotipo del ser nacional? ¿Soy oligarca o popu?

La cultura popular no es un ghetto: la política estatal tiene que actuar para la democratización del Teatro Colón. No subestimemos el gusto popular, no hagamos una prisionización conceptual allí donde se necesita liberar. No privemos a un pibe del Conurbano de poder ver bailar a Natalia Osipova e Iván Vasiliev si es que el Colón trae alguna vez al Bolshoi: permitamos que esto se incorpore a su dísco rígido, y conviva con Daddy Yankee.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Aeropuerto 1976


El frío del invierno del ´76 calaba los huesos, los hacía escarcha, y yo nacía. Existe todavía en la generación de mis padres (de los que tiene más de cuarenta y cinco y menos de setenta, más o menos y por tirar algo) un imaginario evocable de los primeros ´70 más pedestre, menos taquillero, más anónimo, más político: con cuatro o seis sueldos (según fueras empleado administrativo u obrero, respectivamente) te comprabas un 0 Km. O sea, cambiabas el auto todos los años. Y el dato sería una anécdota si no fuera la punta del iceberg de un ánimo social realmente existente y constatable en aquellos años previos a Julio de 1975.

Ese imaginario (que no era –es- sólo de la clase media) volvió siempre como bronca: con la dictadura, con la hiperinflación, con la convertibilidad, con el corralito, con la pesificación asimétrica, y con el actual modelo inflacionario de tipo de cambio alto con inclusión social. Y cuando algún tipo de esa generación (de mis padres) se calienta por la falta de Justicia Social que hay en el país (es decir, Kirchner reparó, pero en la Argentina no hay Justicia Social ni en pedo), llega la memoria indignada de aquel imaginario aparentemente materialista y frívolo pero que no lo es.

Como ando muy ocupado escuchando música electrónica, leí hoy el Clarín de ayer que me regalaron. Y veo que cuando quiere, Clarín puede. Ahora que el debate sobre los medios se adaptó al formato de un programa de chimentos, ahora que el nivel de las discusiones promovidas por una banda que responde al tag “izquierda cultural rancia” se muestra tan chato, mecánico, iluminista y obsoleto, ahora que es perfectamente sensato suscribir la consigna “yo banco a Jazmín De Grazia” (y yo la banco), ahora podemos  encontrar alguna pepita de oro entre el bronce fundido de las balas.

La nota de Clarín toca una cuestión importante. Hace unos meses, en alguna reunión política (toda reunión es política) tiré el tema: la fragmentación salarial como problema progresivo del mercado laboral reconstituido parcialmente por el kirchnerismo desde 2003. El artículo hace un diagnóstico descriptivo bastante preciso de la situación del mercado laboral actual: existe cada vez más distancia adquisitiva entre el desempleado, el subsidiado, el changador, el trabajador en negro, el blanqueado sin convenio, el blanqueado con convenio débil y el blanqueado con convenio fuerte (poder de fuego para renegociar pauta salarial). 

Para no hablar de los que están fuera de la vida laboral, me centro en los que tienen laburo y digo: el trabajador en negro (60% de los laburantes que cobran los salarios más bajos del país: es mucho, Kirchner, es mucho después de haber crecido a tasa china, es mucho, hermanito, te tenés que hacer cargo) cobra sueldos que orbitan (por encima y por debajo) del salario mínimo, vital y móvil; montos que van desde los $1000 a los $2000 y pico. Lo que ganan la mayoría de los argentinos que tienen empleos convencionales. Si tenés familia y sos único sostén del hogar, esos sueldos son una miseria, conforme la actualización inflacionaria. Esta es la realidad que viven la mayoría de los argentinos a los que Kirchner les va a tener que ir a pedir el voto si quiere ser presidente en el 2011. Y el otro sector asalariado es lo que Manolo llama la aristocracia obrera: sueldos de $5000 para arriba fuertemente sindicalizado, pero que sólo representa el 20% del mercado laboral y se lleva más de la mitad del ingreso salarial nacional. Es decir que desde el 2003 se vino incorporando más gente al mercado laboral, pero al mismo tiempo se construyó una estructura salarial regresiva, antipopular al mango. Ahora que la Argentina no es la de 2003, la sociedad está absolutamente autorizada a cuestionar el salario pobrerista que cobra: Néstor y Cristina ya no gobiernan para los cuatro millones de puestos de empleo y los dos millones de jubilados incorporados al sistema (esa cantinela rotativa que Néstor y Cristina repiten casi con una nostalgia primaveral). Tienen que gobernar para el pobre que no se enteró de que hubo “una revolución kirchnerista que combatió la antipolítica” y para el asalariado que siente que su sueldo es una mierda, para el cuentapropista pyme que vende menos por la inflación pero a fin de mes tiene más gastos fijos que pagar. Evidentemente no se trata de la maravillosa épica de la Ley de Medios bloqueada por la reacción, el imperialismo yanqui y la corporación agro-facho-industrial-tecno-mediática. Es la épica monótona del blanqueo laboral, del acceso al crédito y del plan de desarrollo bajo pacto social-empresario mínimo. Una cuestión que no comparto con el artículo de Clarín es la de atribuir la regresividad salarial al accionar sindical: no se puede pedir a los sindicatos más de lo que pueden hacer, y si el mercado laboral crece en su fragmentación salarial no es por las reivindicaciones sindicales, ni da derecho a cuestionar una modalidad sindical que es un dolor de bolas para el establishment, y así colar el verso de “la libertad sindical”. Si el Estado no tiene interés en fomentar un mercado laboral más justo, la cosa no es culpa estricta de los sindicatos.

La pregunta sería por qué Kirchner no prioriza en su agenda progresista la cuestión del blanqueo laboral y del acceso real al crédito. Es un error creer que con tener a la CGT atada y evitando así la conflictividad social (un sano terror genético de los Kirchner, enhorabuena) se puede gobernar sin necesidad de abocarse a los nuevos temas que pueblan las expectativas populares de cara al 2011. El 36% del empleo es en negro, Kirchner. Es mucho, hermanito. Es mucho. No creo que peronización sea un significante muerto.

jueves, 13 de mayo de 2010

Programón el de Mirtha Legrand que acabo de ver hoy, casi sin quitar la vista de la pantalla. El tema era el matrimonio gay, la ley que sería una pena que el Senado no sancione. Fue emocionante presenciar un nivel de debate tan lúcido, refinado y respetuoso entre quiénes estaban a favor y en contra de la ley. Debate que se coronó con Mirtha diciendo “Yo no entiendo por qué los homosexuales no deberían poder adoptar. ¿Qué tiene de malo? No entiendo.”  Y que terminó de fijar una posición que la conductora ya había insinuado tácitamente: de seis invitados, cuatro a favor de la ley.

Se nota que salió mucha agua de la canilla, y que las nociones de familia y heterosexualidad ya no son las que solían ser, y que el patrimonio de las aberraciones afectivas no lo define una orientación sexual, ni el mayor o menor apego a ciertas instituciones. Me quedo con el entrañable Pepito Cibrián Campoy preguntando por qué el Estado le prohibía adoptar un chico, pero permitía que ese pibe muriera abandonado a la soledad, al hambre y a la falta de afecto. Me quedo con la mesura del diputado Cuccovillo (y pienso cuanto bien le haría al gobierno que sean tipos de este perfil los que se elijan para defender ciertas medidas, y no los omnipresentes Aníbal, Diana o María José); pero también, y aunque uno no coincida con sus posturas, me quedo con la honestidad con la que Cynthia Hotton y Liliana Negre de Alonso defendieron su pensamiento sobre el tema: algo que se encargaron de remarcar todos los invitados.

Y sí, amigos, es tiempo de diálogo y consenso en serio: para resolver problemas concretos de la sociedad, no para cerrar negocios de elite. Te digo una cosa, si yo fuera diputado oficialista estaría cerrando acuerdos por todos lados para sacar las cositas que hoy interesan. En algún lugar de la Nación empezaron a velar los cadáveres de La Confrontación, El Conflicto y La Crispación, y lo peor es no darse cuenta, encarnar la farsa de una patrulla perdida que se desgasta en discusiones cada vez más chiquitas. La Argentina ya no es la de 2003, las discusiones del futuro no son las de 2003, el “relato” ya no es el de 2003. En algún rincón de la Nación, se empezaron a colocar tibias mortajas. Qué gran momento para los acuerdos.

martes, 11 de mayo de 2010


Hasta el momento, la asignación universal por hijo es la transferencia del plan Familias más los registros existentes de Anses. Para los que cobraban planes sociales, la asignación es un refuerzo del paliativo: por eso le llaman el plan, indiferenciándola de otras prestaciones recibidas anteriormente (Plan Trabajar, PJJH), y eso más allá de las consideraciones que desde las oficinas ministeriales se hacen en cuanto a la universalidad y el derecho adquirido que situaría a esta prestación por encima de otros modelos de asistencia. Con esto digo que la implementación práctica de la asignación no previó en ningún caso una fuerte tarea de despliegue humano-territorial de relevamiento social en villas, asentamientos y barrios refractarios a cualquier índice de registración estatal. Así las cosas, la asignación no llega a quienes más la necesitan, porque la logística de implementación nunca pretendió perforar el núcleo duro de pobreza e indigencia estructural.

Quiénes leen este blog desde su inicio, sabrán que la crítica profunda a la concepción y modo de desarrollo de la política social que tienen los Kirchner estuvo desde un principio. Como peronista, considero que la asistencia social desplegada desde el Estado debe ser, junto con la promoción laboral, una política central.

Siempre tuve claro que desde que en 2003 Kirchner dijo que “la mejor política social es el trabajo”, las reales políticas sociales quedarían relegadas al costado menos iluminado del escenario. Siempre pensé, también, que el aserto kirchnerista era teóricamente compartible, pero se tronchaba contra la realidad social que te tiran en la cara veinte años de retiro progresivo del Estado de la vida cotidiana. Y que por más desdén y aprensión que se tenga por el asistencialismo, la realidad político-social termina subvirtiendo al prejuicio, cuando de tomar decisiones se trata. Debo decir, también, que como peronista, me es difícil digerir que otro compañero (en este caso, Néstor y Cristina) se refiera al clientelismo en tono demonizador y estigmatizante casi del mismo modo en que lo hacen otros políticos con los que no comparto una tradición y una pertenencia política. Pero como la política es, entre otras cosas, la obligación racional de deglutirse ciertos sapos, uno se la banca.

Fue ese anticlientelismo, (y en la práctica, la desactivación parcial del esquema de manzaneras, esquema basado en las experiencias de los Comités de Defensa de la Revolución de la Cuba castrista y el Plan Nacional de Acción Comunitaria del Chile de Allende) uno de los elementos que influyó en la derrota electoral del peronismo en la PBA en junio pasado. Como parte del proceso de debilitación territorial llevado adelante por el tándem Alicia Kirchner- Daniel Arroyo se introdujo el criterio de la bancarización del beneficio vía tarjeta “para cortar con los intermediarios, los punteros y el clientelismo”,  como si una cosa tuviera que ver con la otra. Hubo otros intentos de desactivación más absurdos, como tratar de cambiar el nombre “manzaneras” por “margaritas” (segundo nombre de la todavía ministra de Acción Social).

En la práctica, estas decisiones minaron la capacidad estadística, de acción política y social, e investigativa del Estado para leer las nuevas realidades a las que una política social debe hacer frente del modo más eficaz y rápido posible. Una política social no es de derecha ni de izquierda, es eficaz o no lo es.

No es objeto de este texto explicar cual es la índole del clientelismo, y de qué modo se representa esa realidad para el aparente rehén clientelizado; el que a esta altura no lo sabe es porque no entiende mucho de política y de humanismo, o porque se es muy hipócrita para analizar los hechos sociales.

Eva Perón decía que la dignidad la daba el trabajo, pero que mientras tanto no se puede esperar, y “hay que ir dando”. Sólo los que no conocen cuál fue la magnitud de aquel “ir dando” (a nivel movilización de recursos materiales y humanos, de organización, y de despliegue y alcance territorial) pueden decir que la actual asignación universal por hijo es un “gran avance” y produce “modificaciones profundas” en la vida popular más castigada.

Se ve, también, que los que diseñan la política social no se encuentran entre los que “no pueden esperar” según Eva: el profesional flacsista ministerial que planifica desconoce por completo las nuevas realidades y comportamientos de la negrada más abismada. Desconoce que la subjetividad de un pibe villero de 12 años es radicalmente diferente a la de uno de 14 de la misma villa, y más diferente es la de uno de 16 y uno de 18. Uno nace pibe chorro, el otro se hace. Uno viene de un entorno deslaboralizado por dos o tres generaciones, otro de una sola generación. No entienden que el pibe que cobra el plan y va a la escuela no deja automáticamente de robar. Porque robar es el laburo.

El concepto de laburo de un pibe de 12 años (con familiares chorros en la mayoría de los casos), el único que conoce, es el afano. Esa realidad no la tuerce una asignación por hijo. Nadie se puede alegrar por cobrar los 180. Es más, en una casilla con cinco familias hacinadas, no saben que existe la asignación por hijo. Y ahí el Estado no llega, y con mucha suerte llega el puntero, si todavía queda alguno en la villa, porque cuando no esté el puntero, ese lugar lo va a ocupar el narco. Es así. Con suerte, también, llega la Iglesia, si hay una parroquia cerca. Y no hay mucho más.

Yo creo que hay una concepción errada del Gobierno Peronista cuando visualiza la aplicación de esta asignación por hijo desde la ventanilla de Anses. Como si fuera tan simple: vas, hacés el trámite, y la cobrás. No es así. Es un síntoma de desconocimiento tremendo. La política social debe ir al encuentro del necesitado, no al revés. Se debe facilitar el acceso al beneficio. Por eso hoy la asignación no la llegan a cobrar los pibes del núcleo duro más pobre. Esto es imperdonable. Para llegar hay que poner gente en la calle, ir a relevar aquello que no figura en ninguna estadística preexistente, confiar en la organización popular y política para algo mucho más sagrado que ir a escrachar periodistas. Confiar en los punteros, las manzaneras, los curitas, galvanizarlos organizativamente para que el beneficio llegue. La Iglesia se moría por participar en el relevamiento ¿por qué no se le permitió juego? ¿Porque Bergoglio es “de derecha”? Me parece muy mezquino pensar así, porque los únicos que se joden son los pibes que hoy no cobran la asignación. ¿Por qué no se puso a los movimientos sociales a hacer ese laburo estadístico que hoy falta? ¿Por qué no se le da juego al Partido Justicialista en su base punteril para fortalecer el territorio? ¿Por qué no se sumó a mucha militancia radical boinablanquista que podría haber colaborado?

Se ha perdido una gran oportunidad, y en política social, el tren no suele pasar dos veces.

domingo, 9 de mayo de 2010

Banco de Semen y Sangre (Los 180)


Llegó el otoño, ya podemos hablar de la asignación universal por hijo. Allá le dicen de otra forma, se la nombra esquivamente, los 180. Ahora que el debate sobre los medios se ha desbarrancado hacia envilecidas pujas de miseria intelectual, ahora que la banalización de ese ficticio debate exhibe la desnudez tras los bastidores argumentales de la progresía filokirchnerista, ahora que ese debate precario (demodé) nos pone cada vez más lejos de él, ahora podemos decir algo de los 180 pesos argentinos que cada pendejo nacional cobra para subsistir.

Ahora podemos, quizás, interesarnos en captar de qué modo se representan esos 180 en la subjetividad de sus beneficiarios. Podemos, quizás, si queremos, adentrarnos en una valoración más compleja que exceda la que precariamente hacen el gobierno nacional y sus simpatizantes más duros cuando dicen que los 180 son una masa de guita que impacta positivamente en el consumo y en la economía nacional. Una mirada macro, lejana y autocomplaciente: la asignación por pendejo nacional vista como la solución del 80% del problema de la pobreza nacional y popular. Lo que piensa íntimamente el gobierno. Lo que subyace a los discursos de Cristina que dicen que lo que se hizo es más de lo que falta hacer (Cristina lo dice cuando le habla a Clarín desde distintos actos del Conurbano, y hay que agradecer que a la negrada concurrente ya no le interese escuchar lo que nuestra presidenta dice, porque la cosa sería todavía más problemática: ¿vos me vas a decir cómo me va a mí?). Lo mismo que irradia esa pandemia cultural que es el seisieteochismo cuando interpreta por el otro el grado de eficacia social de los 180.

Prefiero pensar la asignación como un simple escalón dentro de la compleja trama de y hacia una ciudadanía social. Trama que no se teje con la sola dación en pago de una guita estatal sin intermediaciones: la gestualidad anti-clientelista de la que son devotos los Kirchner (Néstor, Cristina y Alicia) se consume realistamente en una antipolítica territorial bastante repudiable por el voto popular.

La asignación no puede ser mensurada como abstracta variación y disminución de índices y coeficientes. La asignación es un sentimiento. Una política social se mide en rostros y no en encuestas, y entonces vemos ahí que el otoño trae un viento frío.

De la asignación universal por hijo hablamos y producimos bibliografía quienes no la cobramos, y decimos que es una solución a la pobreza e indigencia. Decimos que ahora falta poco. Decimos todo esto porque no estamos mirando los rostros.

Vamos con una historia de vida, de esas que en 678 brillan por su ausencia. Chuy era un pendejo nacional que andaba descarriado porque salía de caño y no iba a la escuela. Cuando llegó la asignación universal por hijo, la empezó a cobrar, y después volvió a la escuela. ¿Dejó de ser pobre o indigente por tener 180 mangos para comprarse la mochilita de Casi Ángeles y adquirir 25 productos alimenticios en Día %? Lo cierto es que Chuy es ahora un Belle de Jour lumpenproletario, un JekyllHyde conurbanero: de día va a la escuela, estudia, aprueba materias y cobra la asignación por hijo en el banco con una tarjetita magnética que es un primor; de noche (a la tardecita nomás cuando sale del ámbito escolar) sale de caño, afana, inclusive mata si es necesario. Labura de pibe chorro: roba motos, viviendas; ahora tiene un LCD con high definition para ver el Mundial, porque con los 180 no lo iba a poder comprar. Y si en el entrevero la cosa se pone jodida, Chuy cuenta con la suficiente sangre fría como para enterrarte un balazo a quemarropa. En Lengua progresó mucho, Matemática le cuesta. La maestra nos dice que es un buen alumno. ¿Pobreza? ¿Indigencia? La cosa parece bastante más dura, salvo, claro está, para los baluartes del filokirchnerismo progresista que ven en la asignación universal por pendejo el paraíso terrenal de las políticas sociales, una medida revolucionaria a la que le faltarían un par de boludeces más para borrar la pobreza del mapa nacional. En su fuero íntimo piensan así, como comisarios políticos, por eso piden agradecimiento eterno de la negrada a Néstor y Cristina. Yo pienso en el ejército de Chuys que hay en todo el país y sonrío por no llorar.

La masa amorfa de bienpensantes que creció al calor del kirchnerismo ideológico 2009-2010 (¿2011? ufff…) fracasa sistemáticamente cuando tiene que salir a analizar hechos que no se relacionen con la ley de medios, hacen gala de un frepasismo inusitado (a nivel conceptual, claro está) que asusta; cuando Kirchner sale a decir que el enemigo número uno es Clarín y el señor Magnetto, parece hundirse cada vez más en el laberinto que creó, y respecto del cual la mayoría de la sociedad está cada vez más lejos; cuando Kirchner dice que hay que profundizar el modelo e infiere que eso significaría cumplirle toda la programática al progresismo y recrear el veranito consumista de la clase media (2004-2007), lo hace para evitar meterse con temas clave como la estabilización prolongada del poder adquisitivo, el blanqueo laboral, el acceso real al crédito, la incorporación real del pobrerío a la bancarización ( y no tan sólo como dato estadístico), la discusión de la renta laboral, no abordar a la inseguridad como política central de Estado, no abordar a la política social real (en su contexto territorial, con sus actores políticos y sociales naturales y con alcances cualitativos) como política de Estado, no abordar una reforma educativa (es decir pedagógica, lo que implicaría tocarle el culo a los docentes en beneficio de la calidad del aprendizaje) que sobrepase la cuestión del financiamiento, no abordar una estrategia desde el Estado para generar una ampliación de las condiciones de producción nacional para expandir el mercado laboral (hoy amesetado y sin matices) no abordar un plan democratizador hipotecario para un acceso real a la vivienda urbana (a viviendas de verdad, porque nadie elegiría vivir en las casas de los planes sociales de vivienda). Profundizar el modelo es modificarlo en todo aquello que sabemos que no va más (en el terreno económico se está imitando operativamente al Menem 95-99, y Kirchner lo sabe, aunque se haga el anti-neoliberal) en resolver problemas que la sociedad vive y enuncia como concretos, y que no tienen ninguna relación con “la guerra de las galaxias contra las corporaciones mediáticas”.

Por eso, yo defendería con mesura a la asignación universal por pendejo, sin ardores revolucionarios o transformadores, tan sólo porque la medida no tiene esos rasgos ni esos efectos concretos, al menos por ahora. Pediría una humilde ley que reemplace al triste decretito que Cristina presentó casi con desdén, con doctoral frío, con la ajenidad del que no cree. De estos detalles, la gente se da cuenta, por eso los Kirchner no tienen ninguna posibilidad de explotar políticamente la asignación universal por hijo, aunque Cristina vaya tres mil veces al Conurbano a inaugurar cuatro cuadras de pavimento que en condiciones normales ni el propio intendente iría a inaugurar. La política social del gobierno es fría, se hace con frío, con omisiones deliberadas que hacen que toda mención abstracta a la profundización del modelo suene como una cómica necrológica. A los 180 hay que darles movilidad, pero por favor, seisieteochismo, no salgás a hacer una marcha para festejarlo, porque la sociedad tiene frío. Las tenues reparaciones se hacen en silencio.