jueves, 22 de agosto de 2013

Tradición y modernidad


Ni aun dando recitales gratuitos del Chaqueño y Los del Fuego fueron a votarlos, la política es ingrata. Docencia y democracia son antónimos. La historización de la realidad no es la víscera más sensible.

Todavía la lectura política de la PASO está anclada en lo que “le pasó” al kirchnerismo. Casi nadie analiza desde lo que “le pasó” a la gente. Hace algún tiempo dijimos desde acá que Cristina había ingresado en una espiral acelerada de subrepresentación que se relacionaba con dificultades decisionistas frente a la neoagenda parida en años no atribuibles a hegemonías anteriores al kirchnerismo. Se fue el sindicalismo, se fue la clase media despolitizada, se fueron los intendentes. La única verdad es la representación, aun esa “menos liberal” que desarrolla el peronismo en las mediaciones múltiples del segundo cordón.

Argentina tiene un sistema político sólido, con un subsistema peronista que magnetiza todas las representaciones. No existe una crisis económica terminal. En estos diez años, el FPV no se vio amenazado por ninguna correlación de fuerzas estrechada en el sistema de partidos. Por eso, lo que se ve cada vez con mayor claridad en estos dos años es que el gobierno no se está honrando a sí mismo como Partido del Orden. No está haciendo todos los deberes que esa tarea requiere. Viendo los datos electorales de los conurbanos del país (y si no hay cambios sustanciales en la elección de octubre), surge que la AUH se amortizó en un 70% con los votos del 2011. Y la pregunta lógica: si este desequilibrio del garpe no está relacionado ya con un problema irreversible de representación.

El gran pecado en el peronismo: ir a contramano de esa idiosincrasia y pedir a otros que armen un partido y ganen elecciones. Porque esa detección provendrá del propio peronismo, como hizo Massa. Y ahí radica también el dilema de Scioli: no saber con qué grado de velocidad se está gestando esa representación en la cabeza de la sociedad. Porque como sabemos, el Partido del Orden tiene un pacto tácito con la sociedad: la voluntad irrenunciable de representar a todos, aun cuando los dos sepan que ni todo ni todos pueden ser representables.