jueves, 3 de diciembre de 2015

La oposición cultural a Macri




Mientras asistimos a un gobierno saliente que no puede garantizar el funcionamiento administrativo del acotado sistema de precios cuidados hasta el 10 de diciembre, la llegada de Macri al manejo de la caja obliga a las distintas fuerzas políticas que no gobiernan a reinventar su posición político-operativa frente al nuevo gobierno.

En el mediano plazo, Macri va a manejar los ritmos políticos, o por lo menos, va a ser quien esté en mejores condiciones para hacerlo. En esta instancia y desde el punto de vista instrumental, se abren dos vertientes de la forma opositora: una oposición cultural, más abstracta y conceptual, un antimacrismo de clase media bastante lineal y atemporal, que suele reaccionar de la misma manera frente a coyunturas políticas diferentes.

Por otro lado, una oposición socioeconómica de agenda, más pragmática y puntual, y por lo tanto con un origen y un impacto más policlasista (y por lo tanto) de una naturaleza más intersticial y ambigua.

Es probable que si a Macri le va “muy mal” ambas oposiciones tiendan a fundirse, pero también en ese caso la eficacia dependerá de cómo matice los ingredientes el opositor de turno. Si a Macri no le va mal, la elección de uno u otro instrumental definirá de manera bastante central la consistencia representativa de los que compitan en 2017-2019.

Lo que se ve en la víspera es que el efepeveísmo tiene una inoculación cristinista potente que trabaja por afuera del estricto “microclima mediático” y fluye a la instancia político-territorial. Quizás la “cristinización” declamativa de Scioli como único recurso electoral sea la evidencia más nítida de este callejón sin salida.

El problema no es nuevo: hace tres años y medio, en un documento de “circulación interna” donde se analizaba con detalle y todavía “desde adentro” el rumbo de la política territorial bonaerense (y que termina de confirmar que la escisión massista no fue un capricho sino el producto de un largo proceso de lecturas desapasionadas que fueron detectando sucesivas fallas en la operatividad peronista), surgía la división entre “progres” y “pragmáticos” y se mencionaba la posibilidad de que una parte considerable de los territoriales comprara “el juego nacional” de Cristina por encima de sus propios intereses y dinamitara representación. Lo que no sabíamos en ese entonces era que Scioli y gran parte del entramado institucional del PJ realmente existente también iba a comprar el yeite cristinista y que Fernández-Sabbatella sería la formula bonaerense del partido justicialista. 

Kirchner constituyó intelectualmente al efepeveismo en el cruce entre un imaginario setentista a saldar y el peronismo clasico de los cincuenta. En esa operación hay dos salteos deliberados: el de la hegemonía peronista de los ’90 y otro más central e imperdonable: el de la transfiguración operativa del peronismo en los ’80, que fija un nuevo perfil de liderazgo (que termina “explicando” a Macri, Scioli y Massa) y determina un hecho político sustancial: es ahí cuando operativamente el peronismo firma al pie de la democracia liberal y entrega los fastos intelectuales del pasado para construir una representación que le otorgue supervivencia y competitividad política.

La derrota de Scioli y la permanencia resiliente de Massa (que la maquinaria peronista oficial no pudo deglutir) explican parte del fenómeno que no saldó el kirchnerismo: en un PJ sin conducción, la tendencia de una amplia dirigencia es “mantenerse en lo conocido” que dejó el kirchnerismo en ese cruce de antiliberalismo cincuentista, jauretchismo de salón y progresismo cultural, ese “kitsch histórico” que, como dice el enorme Javier Cercas en El Impostor, no te permite leer las verdades ambiguas que ocurren en la realidad social. De ahí la naturalidad con la cual el efepeveismo, empezando por Cristina y Scioli, ya salió a ensayar la oposición cultural a Macri.

Ese flanco significativo de representación que deja afuera la opción cultural del PJ, en parte ya fue captado por Massa y constituye el centro de gravedad de sus pretensiones expansivas. La idea de una oposición más socioeconómica de “tema por tema” (ganancias, 82% móvil, primera infancia) permite construir representación de manera más genuina, más tangible frente a las apetencias electorales.

Cuando Juan Carlos Mazzón acuñó el salmo “peor que la traición es el llano” daba pista a una actualización doctrinaria que se refería al empaste estatalizado de la operatividad peronista que sembraba dudas sobre una eventual supervivencia “resistente” y certificaba el reflujo movimientista del peronismo hegemónico entre 1989 y 2015.

Ese riesgo explica por qué ahora, con Macri en el poder, las elites más lúcidas de las distintas dirigencias panperonistas pretenden afianzarse en el lugar de la “gran Cafiero” frente al nuevo presidente, descartando otras opciones más llaneras.

En esa interfase parece primerear Massa frente a otras instancias opositoras: el acuerdo con María Eugenia Vidal que le permite ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados de la PBA representa una zona institucional de puja parlamentaria, pero también una zona política que permea hacia los municipios, en la medida de que Massa comienza a disponer de incentivos para acompañar a sostener la viabilidad de territorios que pueden quedar fuera de la oxigenación plena del presupuesto nacional.

Es un juego que recién empieza, pero que marca cuales van ser las reglas del vandorismo lúcido que se juega fuera del desierto resistente al que hoy aspira el efepevesimo, juego del cual ya participan algunos gobernadores que captaron “a tiempo” cuál era la verdadera personalidad política de Scioli  (Beder/Casas, Verna, Urtubey)  y fueron al juego directo con Macri.

Sin embargo, sería una presunción verosímil pensar que Macri también tenga reservado otro juego (y preguntarse si ahí no hay una diferencia operativa con Vidal): la carta de fogonear a Cristina como la opositora elegida, tanto si las brevas se pudren antes de tiempo, como si la llegada al medio término de 2017 es mucho mejor a lo que el gobierno espera.

martes, 24 de noviembre de 2015

El mapa y el territorio



A esta hora, en la calle inerme, en la conjunción cotidiana de “los sectores populares” y la clase media baja abandonada por el Estado, hay una sensación: se vive una desconfianza positiva hacia Macri, un aire expectante del estilo “hay que dejarlo laburar que por ahí las cosas le salen bien” bastante alejado de las pinceladas de tragedia que se insinúan en editoriales, noticieros, blogs, y de la propia mirada de aquellos sectores sociales calificados que desarrollan su idiosincrasia laboral en sincronía con alguna fase burocrática del Estado, siempre tendientes a ver las cosas desde la paternalización del voto.

Sin estridencias, sin entusiasmos, sin fatalismos y con expectativa serena, la frase que se repite en la tierra laboral negra y desprotegida es: "tenemos un nuevo presidente", un plural inclusivo que naturaliza la propia resiliencia histórica (1989, 2001) de los que ayer no votaron a Macri y comprenden que las decisiones electorales mayoritarias siempre son hacia adelante.

Macri vive su sincero plazo de gracia, ese tiempo breve que otorga la elección para evitar amortizaciones violentas. En la política moderna, los caudales electorales son cada vez más volátiles y menos determinantes a la hora de soldar capital político. La gestión define la fortaleza de un gobierno por encima de los “números”, los plazos de amortización se aceleran con independencia de los votos originarios. 

De ahí que la diferencia obtenida por Macri en el balotaje no sea tan influyente políticamente como sí lo van a ser sus primeras tres o cuatro medidas sobre la macroeconomía en estos seis meses.

Vista la trazabilidad de los votos desde las PASO al balotaje se visualiza un patrón de acumulación electoral en el cual Scioli obtenía cada vez menos votos relativos sobre la masa en disputa y Macri obtenía cada vez más. En ese sentido, la tendencia regional del balotaje es bastante previsible en el reparto de las proporciones entre región centro y provincias chicas, dejando al descubierto el problema central: la provincia de Buenos Aires.

Sobre un electorado con un 75% de tendencia panperonista, Scioli atrapó solo el 51% y Macri sumó más votos relativos sobre la masa total, a priori más inhóspita para su cartografía electoral. Ahí y no en Córdoba pierde la elección el efepeveísmo, más por razones estructurales de gestión y fallas graves de representación en el partido de gobierno que por “los momentos” de la campaña electoral.

El “empate técnico” de la PBA permite avistar un problema más interesante: el bajo catch all del PJ sobre su tierra más fértil y los votos “prestados” de Macri en una amplia zona panperonista, insinúan que en la provincia más grande del país hay un problema de representación que estos dos partidos no resuelven, y que entra en disputa de cara al 2017.

Es comprensible que con el cadáver caliente del 48% bajo la distorsión de un escenario laxo como el balotaje (sin la estrechez de la competencia real de una elección normal) se vea en Scioli un bastión defensivo frente a las tensiones internas del efepeveísmo. 

Pero esta foto impide una lectura más tangible en la cual tanto Cristina como Scioli contribuyeron a licuar la representación peronista. 

En la medida en que Ítalo Argentino Scioli se iba convirtiendo artificialmente en el “único heredero posible” (sin validación interna), éste comprendió que para sostener ese juego hasta el final y poder ser el candidato en las precarias condiciones orgánicas que ofrecía Balcarce 50, debía fogonear al kirchnerismo y acompañar a tirar por la ventana al resto de los nombres propios del PJ que querían competir para enriquecer el espacio de representación.

Con el afán de “ser” a costa de cualquier código orgánico, Scioli ayudó a dinamitar la representación peronista a lo largo de un proceso de seis o siete años bastante premeditado, que se cierra con el esquema herminista de inserción electoral que fracasa en la víspera. 

Con la derrota de Scioli, lo que fracasa es también una cierta mirada de la dinámica partidaria muy afín a la que reclamaba el cristinismo tardío  para el peronismo, en cuanto privilegian formas de representación muy estrechas y estáticas, que en esta elección no acertaron a leer que pasaba en campos civiles precarios y necesitados, aunque no fueran estrictamente “pobres estatalizados”. 

Scioli es parte del problema y no de las soluciones.

En este sentido, es evidente que la resiliencia electoral que mantuvo Massa pese a la inestabilidad orgánica del FR, se debió a un ajuste de representación que alcanzó a meter una sintonía fina con esa calle inerme (que aun cuando ayer no fue el protagonista, sorprendentemente lo menciona). 

Ese activo es su ventaja relativa frente al PJ, pero en un terreno de reflujo territorial bonaerense a costa de la expansión nacional que deberá ser parte central del trabajo reparatorio de Massa para reposicionarse.

Cualitativamente, lo que muestran la llegada de Macri a la presidencia y de la “compañera” María Eugenia Vidal a la provincia es el comienzo de una nueva dinámica entre oficialismo y oposición que allana la salida de la cancha del business del país dividido. Justamente, otra frase que escucho mucho en estas horas poselectorales de la periferia, en la boca de los que no lo votaron a Macri: los que no ganaron tienen que ayudar.

En la representación futura también parece estar ese mandato, bastante diferente del que prevaleció dentro de la oposición al kirchnerismo. Habrá que ver entonces, que prevalece en esa puja de la llanura: el pejotismo post-estatalizado o la renovación dinámica. El partido o la representación.

martes, 13 de octubre de 2015

Voto útil y sprint final



Con tendencias electorales que siguen sin admitir el proceso polarizador, nos queda entonces la confirmación de algunos hechos políticos que ya se apreciaban en la gestualidad electoral de las PASO.

1. La baja (casi nula) expansividad de Macri en la instancia del catch all, que otorga la referencia previa para llenar el formulario de competitividad en un hipotético balotaje.

A pesar de ser 2º en las PASO y tener la chance de explotar la centralidad política de esa posición, Macri experimentó una tendencia inversa: no pudo fidelizar a fondo el voto radical de su propia coalición que le permitiera “dar el salto” para cazar fuera del zoológico, y  directamente no tuvo una estrategia hospitalaria sobre el voto flotante de Stolbizer o Massa para crear una sensación de dominancia ganadora de cara al balotaje. El electorado reaccionó a esa indisponibilidad virando (tendencialmente) hacia Massa.

2. Hay un voto de clase media del conurbano que en las PASO canalizó su bronca “antikirchnerista” de manera poco matizada hacia Macri pero que ahora refluye hacia Massa. Lo anticipamos a días del cadáver caliente de las PASO: la cartografía del voto bonaerense mostraba esta “anomalía” de índole demasiado volátil, que ahora se corrige frente a la elección real de acuerdo a la histórica dinámica “panperonista” del electorado provincial, donde el 75% del padrón no vota de acuerdo a un criterio centralmente “antiperonista”.

En ese aspecto y casi obviamente, Massa muestra mayor comprensión de la idiosincrasia bonaerense; propuestas que pueden parecer “irritantes” como la incorporación de las FFAA en el combate contra el narcotráfico se explican a partir de una lógica defensiva (porque Massa presiona “desde atrás”) que es muy eficaz para sumar votos en la provincia.

El discurso “punitivo” estatal siempre estuvo en el instrumental defensivo del peronismo bonaerense a la hora de afrontar una coyuntura electoral desventajosa (Rucucu gobernador, Insaurralde en 2013, los intendentes del conurbano en todas las elecciones) y está claro que como mínimo, es una ecuación “atávica” de la genética bonaerense que permite conservar votos cuando las condiciones de dominancia electoral no son del todo favorables.

3. La tendencia ascendente de Massa mantiene a Scioli “pisado” por abajo del 40% y permite la instancia de ballotage. La inocuidad de Macri en la zona del catch all hace que la expectativa del balotaje recaiga sobre Massa, tanto para forzarlo como para ser competitivo dentro de él.

Es evidente que Massa fidelizó la cota de los votos de UNA con mayor facilidad que Scioli y Macri sus “votos afines” desde un muy inhóspito 3º puesto en PASO, quebrando la tendencia histórica que mostró este instrumental electoral desde su debut en 2011; esa tendencia inercial trabaja “uno a uno” sobre los válidamente emitidos de Macri, pero en ciertas regiones electorales también capta voto “peronista flotante” (Córdoba, Santa Fe, NOA, PBA) que Scioli pretende para si.

Si estas tendencias se mantienen más o menos estables en la víspera electoral, la situación del “segundo” en una hipótesis de “voto útil” (que se produce o no de acuerdo a lo que “transmitan” los candidatos  a la heterogeneidad mayoritaria del electorado no oficialista) se define entre una acumulación cuantitativa de Macri o una acumulación cualitativa de Massa en relación al poder de fuego dentro del balotaje. 

Los seis grados de separación que hay entre la transitoriedad líquida de ser segunda minoría o ganar la elección.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Fragmentos de un discurso electoral y la quimera duranbarbista





Entre los reflujos y las volatilidades de la zona post- PASO, florece el subsistema: se alzan las expectativas de Massa y decaen las de Macri. 

Finalmente, el efecto político “Tucumán” + las corruptelas seriadas (Niembro, Amadeo, Tagliaferro-Vidal) como problema endógeno del PRO acentuaron la modificación de algunas tendencias electorales preexistentes: Massa reacciona mejor a su 3º puesto en las PASO que Macri a su 2º, lo cual refleja un dato político más profundo que lo meramente electoral.

La campaña de Macri entró en una fase defensivista de la cual parece muy difícil que pueda salir, que se expresa tanto en el frente interno (la extrema dificultad de Macri para ejercer una conducción hospitalaria sobre la UCR, que habilita “el fuego amigo” y le obtura la fidelización) como en el externo (el desconcierto estratégico frente al catch all, al cual se renuncia).

Esta semana se confirma como Scioli hace seguidismo operativo de Massa en el plano “propositivo”; en un punto determinado de la campaña, las propuestas no son una entelequia, sino un requisito “administrativo” que el electorado examina no por entusiasmo teórico, sino para medir la solidez de los candidatos en el plano de la labor política. En ese ítem crucial para “trabajar” en la zona del catch all también parece claudicar Macri.

Esta lógica defensivista continuó con la acusación de un pacto “peronista” entre Massa y el kirchnerismo como “causa” de la impericia de Macri para usufructuar su lugar de privilegio obtenido en las PASO.

Hasta el propio Pagni advirtió la inconducencia de un argumento que solo está destinado a los “fieles”, al partido sobrepolitizado del 20%, mientras hay una porción mayoritaria del electorado no oficialista que no define sus prioridades bajo lógica “antikirchnerista” (“Massa es k”) ni antiperonista (“el pacto de iguales”).

En ese sentido, el reflejo duranbarbista de Macri retorna eternamente como mecanismo constitutivo del espíritu político del PRO, con una percepción distorsiva de la realidad del escenario electoral. Macri caza en el zoológico (pura lógica “kirchnerista”), mientras Massa captura los animales sueltos.

La tendencia ascendente de Massa parece convalidar una intuición política básica percibida con los resultados de las PASO todavía calientes: que efectivamente hubo un voto “destemplado” en PBA y conurbano(s) que Macri captó en agosto y que ahora refluye a una zona volátil en disputa que Massa parece recapturar con la “memoria del 2013” y la firmeza adquirida luego de aguantar la presión cruzada del FPV y el PRO en el terreno microclimático pero incidente de la instalación de los candidatos en los meses previos a la PASO.

En el plano “partidario”, Massa fue eficaz para involucrar a De la Sota en la nueva etapa electoral y meter presión en los válidamente emitidos del eje Córdoba-Santa Fe, dejando stand-by la “pesca” de Scioli sobre los votos “peronistas” de la región centro, y con el objetivo final de bloquear las performances relativas de Scioli y Macri en esa zona.

El otro objetivo de Massa es polarizar con Scioli en el NOA, y galvanizar su 2º lugar en la región. Es evidente que la dinámica post-PASO ya “juega” en el norte del país, donde los radicalismos territoriales son más afines a Massa que a Macri, en un fiel reflejo idiosincrático de las preferencias electorales.

Si para principios de octubre esta tendencia en las expectativas hacia Massa y Macri se confirman, los tiempos políticos exigirán una pregunta: ¿qué pasaría si el electorado vislumbra la paridad?

Massa y Macri no comparten la misma naturaleza política originaria (por lo tanto hay identidades diferentes) y esto desemboca en un hecho cierto: Massa tiene muchos más lugares hacia donde crecer que Macri.

Esa mayor productividad electoral de Massa es vista por el electorado como un signo de “autoridad”, que contrasta con una gestualidad defensiva de Macri que lo hace aparecer poco preparado tanto para afrontar competitivamente un balotaje como una primera vuelta.

Si esta percepción se acentúa, el desmembramiento del voto opositor histórico hacia una mayoría “no-oficialista” que busque votar a un candidato ganador por encima de “la virtud ideologista” puede ser el cauce que defina el rumbo final de los votos. Nada personal, solo política.

martes, 15 de septiembre de 2015

No le digan populismo





Los países emergentes abaratan su producción y cierran su horizonte distributivo. Los grandes de la región (Brasil y México) devaluaron y van a un retoque de las estructuras de sus órdenes macroeconómicos para ver cómo relanzan la combinación porcentual de consumo, inversión y exportaciones. 

En la Argentina se agrega un ítem endógeno: la desdolarización de las finanzas públicas, que confirma nuestra “pendularidad” de un Estado muy prociclico cuando la economía privada galopa a tasas chinas y un Estado con poco resto en el ciclo recesivo.

La crisis política de Brasil es la expresión de una tensión clásica de su orden (macro) económico. No hay un problema de restricción externa (la rebaja de la nota de S&P se centra en la cuestión fiscal y no en la cuenta corriente), sino de inversión, que no colmó las expectativas para relanzar el crecimiento. 

Hoy, cuando en la campaña argentina hay presidenciables que hacen un auto de fe de la inversión como la solución de todos los problemas de la economía real, conviene resaltar la coyuntura brasileña.

La relación que instauró el Brasil moderno entre la democracia y el mercado es diferente a la que desarrolló Argentina desde 1983. A la par de un orden político, Brasil fundó un orden económico, con un consenso muy interdependiente dentro del sistema político.

Esta fundacionalidad brasileña tiene un nombre y apellido habitualmente muy subvaluado por el análisis: Itamar Franco.

Franco asume sobre una grieta conjunta de la política y la economía. Brasil tenía una Constitución pero no podía frenar la hiperinflación. Los viejos partidos políticos que cohabitaron con la larga hegemonía del partido militar, “blanqueados” en 1980, perdieron capacidad de representación. 

Itamar Franco es un presidente “sin partido” que conduce a todos los partidos, aprovechando la crisis de legitimidad de los viejos (PMDB) y la excesiva juventud de los nuevos (PT y PSDB).

En un terreno donde nadie pisa firme, Franco juega a tres bandas: convoca a un plebiscito para fijar la forma de gobierno federal (el pueblo opta por confirmar el presidencialismo), promueve el Plan Real de estabilización y “estataliza-coopta” la agenda social de los sindicatos y organizaciones populares que habían jugado a favor del impeachment de Collor de Melo.

Sobre este trípode político, económico y social se funda el orden democrático que rige al Brasil de nuestros días. En el plano político, Itamar Franco fogonea el duelo PT-PSDB como ideal de la modernización bipartidista, y en ese bienio (93-94) comienza la transfiguración del PT desde el laborismo combativo al partido institucional de “izquierda”. Lula deja la calle y se sienta en la mesa elitista de la partidocracia.

En el plano económico, el plan Real inaugura un diseño del manejo político de la economía con pautas que, una vez vista la caída de la inflación, se mantienen en el tiempo como “política de Estado”: metas de inflación, de gasto y flotación cambiaria administrada que no varían estructuralmente de un gobierno a otro, y que a su vez, funcionan como legitimante dentro del sistema político. En el orden económico cardosista descansa, hasta hoy, el sistema de partidos.

En el plano social, la presidencia de Franco incorpora reclamos populares originados en la resistencia al gobierno militar a fines de los ´70. Subsidios al desempleo, a la escolaridad, renta alimentaria. 

Ante el vacío representativo de los partidos, Itamar Franco suma al gobierno a organizaciones sociales y financia parte de la campaña contra el hambre de Betinho. Este plan permitió censar la población pobre que luego sería beneficiaria de la asistencia focalizada de Cardoso (bolsa escuela, subsidio al gas y subsidio de desempleo) y la renta unificada de Lula (bolsa familia).

Durante la hegemonía del PT, Lula se ata a la moncloa cardosista con metas leoninas de inflación y gasto en su primera presidencia que no le impiden abrir el grifo distributivo (arranca Bolsa familia). En los siguientes ocho de Lula-Rousseff se amplían las metas, se airea el consumo, pero se mantiene una política monetaria dura.

De ahí que la efervescencia política que hoy parece jaquear a Dilma tenga poco que ver con políticas de fondo (Levy está haciendo el ajuste para “proteger” un consenso macroeconómico del cual el propio PT participa como partido de poder) y sí con un desgaste político: la pregunta es si los mismos gobiernos que distribuyeron el derrame tienen la capacidad política de adaptarse electoralmente a una etapa donde los incentivos sociales hay que producirlos.

Lo que vemos en Brasil es que se están moviendo las fichas políticas de una manera muy interesante: el pedido de impeachment a Dilma me parece exagerado, pero está dentro del juego institucional de la elitista y profesionalizada política brasileña, y se trata de un juego previsto que el propio PT conoce muy bien desde que Lula resolvió con perspicacia el tsunami del mensalao.

Más importante que la cuestión institucional será lo que pase en la reorganización del tablero político: Cardoso reconoció que en estos años el PSDB se derechizó demasiado, forzado por la posición dominante del PT, y salió a pedir una alianza formal del partido con Marina Silva para recuperar el eje “socialdemócrata” y desbancar al PT con una estrategia más “populista”. 

Al mismo tiempo, el PT busca que Cardoso y Silva se sienten a la mesa para evitar el impeachment a Roussef, en defensa del viejo consenso itamarfranquista de 1993-94. 

Las cartas recién se están repartiendo. El orden económico parece estar a salvo, hasta que la calle diga lo contrario.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Pasaporte a octubre





No está para cualquiera esto de conducir políticamente el país con la caja pública del Estado en franca desdolarización. Ausencia de hegemonías, ausencia de mayorías. Del “viento de cola” al viento de frente. El panorama “trabado” en las tendencias que dejó a la intemperie la PASO parece lejos de empezar a ser metabolizado por Macri y Scioli.

Es posible que ese estado de situación y el “dinamismo” poselectoral de Massa hayan obligado a Scioli a escenificar con Bein (dado que el rubro “economía del partido del orden” luce bastante huérfano para Daniel) algún tenor propositivo que le permita pescar “por afuera” del instrumental electoral “duhaldista” del FPV.


Además de eso, Scioli convocó a “profundizar el espíritu frentista” (sic) del dispositivo oficialista, gestualizando al menos el problema de representación de su candidatura, aun cuando no haya decisiones políticas disponibles para mitigarlo. 

La omisión decisoria es lógica: Scioli no construyó una política autónoma de autolegitimación que le permita “patrimonializar” su momento electoral, y necesita la inercia postrera del kirchnerismo para “llegar”.

Ahí está la trampa de toda “deconstrucción” de Scioli (no lo “condena” su pasado, sino su futuro): su condición de “posibilidad” era la automática denegación a los Urtubey, los Insaurralde, los Randazzo, y no tanto a ese hombre de paja llamado “progresismo kirchnerista” que a esta altura de la velada ya no expresa ni potencia transversal, ni la representación adicional que le supo otorgar a Kirchner.

Aunque no sea reconocido, esta mecánica (guiada por la provindencialidad excluyente de Scioli) se riñe bastante con la trazabilidad partidaria “histórica” que gran parte de la teoría peronista ha elegido para autonarrarse. Son daños colaterales de la electorabilidad.

Macri parece anclado en la telaraña política de su 30% nacional. Saca lo mismo que el Frepaso en 1995, pero con menos atenuantes que Bordón-Alvarez. Macri tuvo “a su favor” dos candidaturas “peronistas” enfrente y a la UCR adentro, pero no pudo quebrar, por ahora, la correlación de fuerzas que el sistema político anuncia desde 2001.

Y la desilusión que se va haciendo carne en diversos sectores narrativos y materiales del establishment coloca el eje en un tema central: la poca permeabilidad de Macri hacia el votante no oficialista-panperonista, que siembra de dudas tanto el tránsito hacia octubre como la performance en un hipotético balotaje.

En ese marco aparece el Niembro-affair para aflojar la baldosa del voto opositor tradicional que Macri aglutinó en agosto y lo coloca en una inesperada situación defensiva frente a la fidelización de los votos de la coalición Cambiemos.

El problema, mirada la cuestión más integralmente, es otro: Macri convenció a su “vanguardia electoral” de que con una estrategia presidencial y partidaria restrictiva podía ganar la elección.

Ahora, con los resultados PASO puestos, se tiene que hacer cargo de esa responsabilidad política y no hacer crisis en un punto álgido: ese en que tu electorado te pide que dialogues con el poder.

Massa hace la de Menem 88-89: patear, patear y patear, para compensar déficits de partido y de caja. Juega a regionalizar el voto nacional para obtener “ventajas comparativas” contra Macri y juntar los puntitos que lo acerquen a la paridad.

Hay un activo político de Massa frente al “tropiezo” de Macri en lo del realpolitiker Fantino: el tigrense no teme hablar de la economía, en una etapa donde el electorado es más proclive a "parar la oreja".

Pero hay un elemento “sociológico” que explica la “permanencia” de Massa: el FR mantuvo un voto troncal de clase media baja urbana de 2013 a 2015; se trata de sectores sociales heterogéneos que hoy están en un punto ciego de la agenda política. 

Están tan lejos del blanqueo laboral como de los planes sociales. Están lejos de las prioridades de Macri, y el kirchnerismo hace rato que no tiene nada para ofrecerles. El desafío para Massa es cómo crecer sin contradicciones con ese núcleo duro, sin “minimizarlo” temáticamente frente a las exigencias del catch all.

Lo que vamos a terminar comprobando en octubre y en un eventual ballotage ( y más allá, como ya parece temer el propio Pagni) es hasta qué punto se mantiene la subsistematización del sistema político que "evita" el bipartidismo.

Hasta el momento las performances relativas de Macri y Massa parecen decir una cosa: que hay subsistema, y una parte mayoritaria del electorado lo juzga como la vía más fértil y eficaz para resolver las confrontaciones políticas.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Los tiempos políticos





Para ellos, el cantar era como la vista para los ojos.

John Ford, 1941.



El pulso muerto de la campaña: una vez ida la zona nítida de la polarización, Scioli y Macri se resisten a ir a la política. Quizás en ese “¿qué hacer?” de ambos candidatos se puedan encontrar otros mensajes además de los electorales, que reflejen sus limitaciones para acercar lo electoral a lo político.

Lo que Scioli siempre presentó como un activo de su electorabilidad – su “previsibilidad”- quizás le esté jugando en contra en el terreno estricto de la política, que en una etapa de catch all como la que transcurre requiere de manejos de “representación” un poco más sofisticados que los que puede asignar el esquema partidista (como oposición operativa al frentismo) elegido por el oficialismo para afrontar la etapa sucesoria.

Hay otro factor que limita a Scioli: su candidatura surge de un acuerdo artificial con Balcarce 50 que oblitera todas las tramitaciones políticas que el peronismo oficialista necesitaba folclorizar con mayor naturalidad operativa para reinaugurarse hegemónicamente de cara a la sucesión presidencial.

La manifestación de ese coito interrumpido no es solo (ni siquiera) el malestar de un peronista blanco como Randazzo, sino aquello que afecta la propia sustentabilidad política que otorga los elementos iniciales para que quien ejerce como partido del orden pueda sintonizar con la coyuntura que le toca administrar.

Hasta el momento, no se vio a Scioli “sudar la camiseta” para corregir este problema, que hoy es meramente electoral, pero que si es político podría dar cuenta de un problema más estructural que explicaría por qué Scioli no es dinámico aun cuando representa a un partido que debe gran parte de su subsistencia a esa elasticidad.

El otro que aparece “descampañizado” es Macri. Eligió una estrategia restrictiva que en las PASO fue eficaz para salir segundo: aglutinó al voto opositor “histórico” (es decir aquel que existía antes de que Massa irrumpiera al escenario nacional) pero se quedó sin herramientas políticas para atravesar la larga y difusa marcha del catch all.

Es decir: en la medida en que los votos de las PASO cantaron la despolarización, Macri se despolarizó, y todo el consignismo opositorista histórico en el cual basó su idea de “cambio” y su acumulación partidaria empezaron a lucir insuficientes para afrontar la travesía hacia el triunfo.

Creo que el problema de Macri fue apostar a una opción tan unívoca como dudosa: pensó en una dinámica demasiado lineal de las PASO contra la general en la cual el 2º polarizaría rápido con el 1º  a base de una licuación (también rápida) del 3º. Pero esto debería haberse insinuado en los votos de las PASO y luego acentuarse rumbo a octubre, y ninguna de las dos cosas parece haber sucedido. Es decir, imaginó en todo el electorado un “espíritu polarizador” que facilitaría su tránsito político, pero en el camino apareció la política.

Massa aprovechó estas limitaciones ajenas para subirse al ring y consolidar un primer objetivo que ya parece tener al alcance de la mano: fidelizar al máximo los votos de UNA. La foto en Tucumán le permitió seguir “despolarizando” a Macri y a la vez afianzar su posición estratégica en el NOA, donde puede crecer tanto a expensas de Macri como de Scioli. La PBA todavía queda como la zona de trabajos intensivos para Massa, porque es allí donde debe crecer sobre los válidamente emitidos de Macri para colocarse en una correlación de fuerzas que le permita instalar la disputa de balotaje ante el electorado.

El escenario inicial post-PASO muestra que la posición privilegiada de Scioli y Macri no les reporta un traslado de votos, en principio generando bajas expectativas en el electorado que no los votó. 

Massa, pese a su posición “costosa” como 3º en discordia, parece no ser afectado por la corrosión del voto útil, fideliza con facilidad y evita reflujos hacia Scioli y Macri, todo ello con bastante rapidez. Quizás la “imagen positiva” que cosechó luego de las PASO exprese cierta tendencia en las expectativas que aunque todavía no se pueda analizar en votos, es bastante llamativa para un 3º en PASO.

O quizás se trate (también) de algo más simple: que la dinámica de la PASO de candidatos efectivamente se esté expresando, y que las condiciones políticas de la electorabilidad de Scioli y Macri, de acuerdo a su dominancia originaria, no se reflejen como autosuficientes a los ojos de amplias franjas del electorado en esta etapa de catch all y política profunda.

jueves, 27 de agosto de 2015

Las reglas del juego





Desde que se inició la campaña electoral, Macri y Massa ocuparon lugares diferentes dentro del tablero político que implicaron también estrategias disimiles de acumulación partidaria y captación de votos. Macri se construye centralmente como un “opositor”, mientras Massa lo hace como un “no oficialista”.

La congregación en Tucumán está impulsada por un par de hechos ciertos: la imposibilidad del gobierno provincial para garantizar la normalidad operativa del comicio en todo el territorio tucumano y la represión policial a manifestantes pacíficos.

Se trata de dos fallas graves del partido del orden provincial (en este caso, a cargo del efepeveísmo) que, más allá del resultado electoral, es imposible que no tengan consecuencias políticas. Son errores no forzados (que de algún modo reflejan un desgaste hegemónico) que evidentemente la oposición legítimamente intentará pasar por el tamiz del costo político. The game.

En esta etapa de la campaña, Massa y Macri están disputándose electorado entre sí. Después de las PASO, quedó claro que Massa tiene que recuperar voto “urbano” en el conurbano que se fue a Macri.

Es probable que gran parte de ese electorado sea más impugnatorio a cierta clase de irregularidades institucionales a la hora de configurar su voto, aunque sin abusar de la centralidad del tema; esto coincide con un estancamiento marcado de Macri de cara a octubre, bastante lógico si pensamos en la integración discursiva y partidaria de Cambiemos, que facilita la disputa.

Si Massa quiere galvanizarse en la PBA y Córdoba, la disputa central en esta instancia se produce dentro del voto “opositor”, tratando de desplazar ese voto a zona “no –oficialista”. 

Es evidente también que en la PBA el juego es a varias bandas sobre un voto panperonista que se muestra reactivo a la gestión de Scioli.

Pero la confluencia puntual de Macri y Massa se explica por un hecho aun más central: la existencia de irregularidades electorales es un tema que políticamente limita las posibilidades del catch all de Scioli, aspecto en el cual el candidato oficialista también (como dice Zanini) parece estar estancado.

martes, 25 de agosto de 2015

La larga marcha de la hegemonía y los “retardatarios”





Entre 2011 y 2013, y al ritmo del desgaste de la agenda local de los gobernadores, en algunas provincias “peronistas” el radicalismo territorial inició una acumulación pluripartidista con vistas a la disputa del poder, reconociendo la importancia central de incorporar representación peronista que permitiera no ya unificar la oferta “opositora” para lograr una “polarización débil”, sino dar un salto cualitativo hacia el poder político provincial. Esa experiencia mostró un primer nivel de éxito en la polarización débil de 2013 en Tucumán, La Rioja, Santa Cruz, Formosa.

Ese éxito doble (en la amplitud de las coaliciones y en los resultados electorales) encontraba su causa en el comportamiento político de los referentes provinciales del radicalismo territorial, que optaron por “desengancharse” de la agenda mediática nacional de la UCRRA (que lucía bastante abstracta para el quehacer diario del ciudadano tucumano o formoseño) y concentrarse en temas locales más grises y pedestres, pero más influyentes electoralmente.

La provincialización de la agenda política y la dilución de la identidad partidaria fueron el santo y seña del radicalismo territorial para acercarse a la siempre compleja instancia de poder en provincias donde la incidencia histórica de las oligarquías políticas no se puede desconocer si se quiere incidir políticamente para ganar. 

Lo que comprendían claramente los radicales territoriales era una enseñanza histórica bastante simple: que la disolución nacional del radicalismo como partido de poder tuvo su origen en la tensión irresuelta entre partido y gobierno durante el gobierno de Alfonsín.

Hoy, esa vieja tensión se actualiza en la incompatibilidad de objetivos entre el Comité Nacional (Sanz) y los candidatos provinciales que construyeron su propia competitividad (Cano, Aída Ayala, Morales, Naidenoff, Costa, Martínez, Cornejo) lejos de los programas políticos del Amba, de agendas exógenas y cerca del silencio de su paisajes locales. 

Es evidente que las urgencias nacionales del cierre Sanz-Macri (engrose legislativo, “frenar el populismo”, una participación residual al estilo frepaso dentro del “gabinete macrista”, etc) poco tienen que ver con la sintonía fina de ciertas ambigüedades políticas que hay que atravesar para ganar una elección ejecutiva en una provincia idiosincráticamente feudalizada.

En este sentido, la Convención de Gualeguaychú tuvo algo pírrico: la propuesta ideológica de Sanz fue pan para hoy (galvanizar un poco la ecuación nacional muy subordinada a la coyunturalidad de Macri), y un retroceso para el radicalismo territorial, que de pronto vio como se le venía encima el yeite de la “polarización nacional”, alterando la lógica menos binaria de las coaliciones territoriales y produciendo un impacto en las elecciones.

Los datos son concretos: las coaliciones pluripartidistas más consolidadas perdieron claramente en los enclaves peronistas (La Rioja, Chaco y Tucumán) con gobernadores bastante desgastados, donde la “polarización” importada del Comité Nacional ahuyentó al elemento “peronista” que es necesario capitalizar para ganar la elección. 

Es decir: el radicalismo territorial consolidó y mantuvo los votos de la “polarización débil” de 2013, pero le faltó mucho para ganar las gobernaciones que aportan el poder político crucial que la UCR necesita para volver a ser un partido de poder que reconstituya la instancia bipartidista.

Es evidente que la alianza oficial de la UCR con Macri (un candidato demasiado centrado en la cuestión del “antiperonismo”) desperfiló el potencial del radicalismo territorial en las provincias “peronistas” del norte, y puso en stand-by el futuro de las acumulaciones provinciales logradas: de un escenario donde el radicalismo esperaba alzarse con cuatro o cinco gobernadores, solo se va a llevar uno.

La elección de Tucumán reflejó estos problemas: Macri sacó en las PASO la mitad de los votos que sacó Cano ayer, lo que demuestra que Macri no tiene ascendiente sobre los votos tucumanos opositores (los divide por mitades con Massa), por lo cual traerlo como parte de la polarización importada a la contienda local no aporta votos cualitativos sobre la zona de disputa con el efepeveísmo tucumano, y es contradictorio con la sangría de dirigentes efepeveistas que Cano había logrado (¿alguien vio alguna foto de Macri con Amaya y Alfaro?) como parte de su correcta ingeniería provincial.

Pese a la notoria exogeneidad de Macri en la campaña tucumana, lo cierto es que Cano había logrado incorporar una sólida representación peronista con Amaya-Alfaro que lo ponía en un rango de disputa muy abierta con Manzur, ¿entonces, por qué no ganó?

En principio, y como la política no es aritmética, habría que decir que Amaya-Alfaro son expansivos allí donde el propio Cano es “pro-cíclico” y que entonces todos los males se concentraron fuera de ese territorio a los fines de captar votos cualitativos sobre Manzur.

La otra razón es una intuición personal: que pese al desgaste de gestión (una pérdida del 15% de los votos contra 2011), hay todavía un voto inercial al oficialismo provincial que en un punto está definido por las condiciones bajo las cuales Alperovich llegó al gobierno en 2003 y al manejo formal del PJ en 2007. 

Un empresario de origen radical que desde “fuera de la política” llega al gobierno de la provincia con el respaldo de facto pero sin la “cantata” del peronismo a cuestas y que en ese mismo tono ordena y hegemoniza al PJ con una idea de renovación bastante practica y aceptable para los tucumanos frente al “herminismo conceptual” de Miranda-Juri.

La dinámica Alperovich-Juri durante 2003-2007 es la misma que la de Kirchner-Duhalde entre 2003-2005, al uso propio de la idiosincrasia política tucumana. 

Por lo tanto, José Jorge logra una impronta más expansiva para la representación peronista, con una dosis de votos “no peronistas” incorporados de modo bastante permanente al dispositivo PJ. Pienso que parte de esa inercia electoral, aunque amortizada, sigue vigente, y que la candidatura de Cano (su figura “personal”) no ocupó esa zona “predatoria” del catch all, perjudicado además por las urgencias externas de Sanz-Macri.

El radicalismo territorial se encuentra en una encrucijada: o toma el control nacional del partido, desplazando la óptica “ideologista” de Sanz para paradójicamente pasteurizar al partido y “liberarlo” a las estrategias provinciales “de gobierno”, o permanece tercerizado-frepasizado eternamente, atrapado en la intransigencia restrictiva de un Macri.

Solo se trata de entender que para llegar a la tierra prometida del bipartidismo, primero van a tener que cruzar el desierto detrás de un “peronista” que pueda reordenar la correlación de fuerzas dentro del sistema político argentino.

jueves, 20 de agosto de 2015

De La Matanza a Navarro





“… y con la sangre seca en Lobos.”




Las PASO en la provincia de Buenos Aires arrojaron algunos comportamientos políticos que pueden ser analizados en una perspectiva más honda que los meramente electorales. 

La confección de las listas distritales y la alquimia de las tendencias electorales dentro del peronismo documentan un corrimiento cada vez  más consolidado hacia la predominancia estatal (es decir, de lo institucional realmente existente como contrario a lo simplemente político-partidario) dentro de la configuración de la acción política territorial “global”, en detrimento de los funcionamientos autónomos que las agrupaciones políticas supieron constituir como expertise territorial diferencial en la etapa de la política bonaerense anterior al kirchnerismo.

Es evidente que la prosperidad presupuestaria que trajo el tipo de cambio real alto que trajo la política de Duhalde-Lavagna reconstituyó la primacía de la política estatal, y ésta impuso las nuevas condiciones de la acción política en el territorio.

La camada de intendentes del segmento 2005-2007 son el emergente de una zona intermedia entre Estado y territorio que se indispone (por su propia capacidad política para expandir con eficacia la trama de funciones estatales) con algunas prácticas autónomas de las agrupaciones políticas que por su extensión muchas veces colisionaban con la tarea positiva de la nueva enjundia estatal.

La filosofía política del intendente blanco es la de acotar el punterismo clientelar autónomo por ineficaz y porque lo “desautoriza” políticamente, y reconvertir su posición política física (un hombre de la calle, un caminador del territorio, un rastreador político) a la de un gestor estatal (un hombre fijo, de mostrador) que se “ordena” en la línea burocrática del programa o plan gestado en una oficina del ministerio de desarrollo social de alicia por un sociólogo de flacso nacido y criado en la capital federal de la nación.

Pero el intendente blanco, formado políticamente antes de la llegada del kirchnerismo, conocedor de la dinámica “baronil” y con afinidades electivas desde lo operativo político con la Renovación Peronista (Cafiero como mito patriarcal herbívoro), todavía comprende que la acción estatal puede ser pendular y haya instancias defensivas que no puedan ser compensadas institucionalmente; por lo tanto acota pero no ahorca la permanencia de lo autónomo, intuyendo que ese dispositivo no sirve para la gestión pero es útil como auscultador político ocasional. 

El intendente blanco es la expresión político-electorable de una tensión entre la nueva fe estatal y una intuición política más atávica que todavía capta los códigos de la intermediación social por fuera del lenguaje institucional.

Desde que Cristina quedó como exclusiva expresión del proceso kirchnerista, se afianzó la conformación verticalista del proceso de selección política hacia el interior del peronismo bonaerense basado en un eje de primacía estatal por encima de otras variables políticas y territoriales. 

No hablamos ya del “problema” de la creciente disminución de la representación de los sectores periféricos en la conformación de las listas de concejales del PJ (un proceso que data de fines de los ´90 y que torna bastante relativa la fluidez  del “voto clasista” y toda lectura derivada) sino de la alteración definitiva de la educación sentimental del dirigente político, que antes se iniciaba en una interfase social (territorio-partido-Estado) y ahora arranca en la superestructura estatal (Estado-partido-territorio).

Antes, la iniciación del militante rentado empezaba en la UB; en la generación endorsada por el kirchnerismo arranca con el manejo de una UDAI, un programa regional de Desarrollo Social o un cargo en el directorio de un banco público. Este trayecto presupone la naturalidad artificiosa de un “estado con fierros” que define las percepciones políticas del dirigente, en la cual la política solo se entiende dentro del canal institucional dado, sin la posibilidad de reaccionar políticamente por fuera de él.

Si miramos las listas municipales del peronismo bonaerense oficialista, vemos que esta tendencia dirigencial de eminente extracción estatal ha ganado espacio de un modo poco oneroso en la trama político-partidaria. Estamos en una etapa donde lo autónomo-territorial es cooptado políticamente por la primacía estatal. La pregunta es si, evaporado este último rasgo “movimientista”, existe una singularidad política en este peronismo que lo haga sobrevivir competitivamente fuera del Estado en el futuro.

La tendencia de la política argentina (posmoderna al fin) define su estricto campo de productividad en el manejo del Estado por encima de otras capacidades políticas; es evidente que esto también trae un problema en el campo de la representación si solo es el funcionariado el que puede representar, con un acotamiento progresivo de la percepción política.

En la PASO provincial a gobernador quedó reflejada la magnitud de este proceso: una fórmula palaciega de baja electorabilidad (Fernández-Sabbatella) se impuso al neoherminismo territorial (Domínguez-Espinoza) y fuera de ese esquema, la representación peronista renovadora (Solá-Arroyo) se llevó un tercio de los votos panperonistas.

El encolumnamiento forzado de los intendentes blancos oficialistas (sin representación formal dentro del PJPBA y sin lista propia en la interna) detrás de su colega más defensivo para “defender” un espacio dentro de la ecuación provincial que no pudo ser garantizado, dan cuenta de los muchos problemas que el acuerdo Scioli-CFK no permitió canalizar por la vía política, y que hacen posible que tanto en la provincia como en la nación se pueda consolidar una opción "peronista" no oficialista con votos originados en una elección ejecutiva.

martes, 18 de agosto de 2015

Notas al pie de la democracia





En política solo se tiene razón al día siguiente.
 Carlos Pellegrini, político argentino entre 1872 y 1906.



Pero más que a la perogrullada de la “política de resultados”, a lo que se refería era a la circularidad de la práctica política y a la transitoriedad de los hechos previos: la política nunca cesa, la política no se baña dos veces en el mismo río.

Para los protagonistas es entonces la PASO ya un hecho previo: no hubo polarización a la que Scioli y Macri puedan tributar sus discursos previos, por la propia naturaleza de los candidatos y su circunstancia (Scioli y el FPV en una interdependencia defensiva, Macri y una construcción intransigente de baja expansividad) y porque el sistema político argentino, subsistemizado en 2001 hacia una dominancia electoral panperonista, no acepta ya esquemas de polarización occidentales y bipartidistas (es decir, arriba del 80% de los válidamente emitidos), sino un 40-20-20 que sincronizaba con el balotaje sui generis que armaron conscientemente Menem y Alfonsín algunos años antes.

Sin embargo, la inercia de esa dominancia electoral “peronista” ya no es política, por lo tanto lo electoral se descapitaliza políticamente. Scioli ingresaba al escenario con ese problema: a diferencia de Menem y Kirchner (y también de Duhalde ´99 que a pesar de la derrota se diferenció con su pretensión “productivista”), Scioli no buscó fundar su propia hegemonía para ir al barro electoral. En esto también coincide con Luder, el otro candidato peronista de la democracia.

En ese sentido, la elección de Scioli en las PASO refleja la situación “partidista” realmente existente del efepeveísmo: no hay una hegemonía disponible (misión del candidato-conductor) que ofrecer a mayores franjas del electorado que no sean las que el propio partidismo pueda contener inercialmente, sin el concurso de la acción política concreta del candidato-presidente-conductor. Esto se refleja en el discurso oficial que remite a una especie de fukuyamización kirchnerista donde “todo está bien”, donde las cosas no parecen poder ser hechas mejor, donde casi todo parece haber sido hecho, donde no hay políticas que se hayan hecho mal. Es decir, un “fin de la historia” donde la política parece haber cesado para dejar paso al consignismo y la historización.

Macri reafirmó en las PASO que su esquema de intransigencia partidaria no le permitió ser expansivo electoralmente: en Santa Fe no sacó más votos que Del Sel; en Mendoza sacó bastante menos que la coalición provincial que ganó la gobernación (aún sumando el aporte radical a Cambiemos) lo que documenta que hay un 10% que se va a Massa y Stolbizer; en Córdoba no llegó al 40% de los votos y quedó atrás de UNA; y en CABA se clavó en 48% cuando todos coincidían en asignarle una expansividad claramente superior al 50%.

El promedio de 35% en la Región Centro no le alcanza a Macri para ser competitivo en octubre, más aun cuando no tiene mucho para recolectar en el norte del país y la Patagonia, y teniendo en cuenta que va a perder votos radicales en la PBA.  

Massa estuvo atravesado por una paradoja: hizo una muy buena elección en el interior nacional, donde se decía que no tenía anclaje por la “falta de un partido nacional” que el PRO supuestamente tenía aunque sea nominalmente (doce años de existencia del PRO contra dos del FR) y no hizo una elección buena en la provincia de Buenos Aires, donde debía (y debe) quebrar la “tendencia nacional” que lo separó 9 puntos de Macri.

Mi percepción de la elección presidencial en PBA es que hubo un voto bronca de la clase media consolidada de las zonas céntricas del conurbano que se fue en forma bastante homogénea e indiscriminada a Macri pero que en esa movida expone su carácter volátil: son votos que una vez pasada la calentura de las PASO pueden ser recuperados por Massa, más aún si se comprende que la competitividad “opositora” de Macri no era finalmente la que vendía la cantata de la polarización.

Lo cierto es que, sin abusar de la chantada del  “voto clasista”, si Massa corrige ese drenaje de votos en las zonas céntricas, la perspectiva es positiva porque en las escuelas y mesas pertenecientes a zonas más intermedias de los distritos del conurbano (clase media baja, cuentapropismo informal, asalariados jóvenes) la fidelidad al voto “histórico” de Massa fue alta.

Si Massa consolida su segundo lugar en el NOA, la gran elección en Santa Fe, y visita un poco más la Patagonia para galvanizar porcentajes que sin su presencia fueron aceptables (Neuquén, Río Negro), lo que le queda por hacer es salir a comerle votos a Macri en la PBA para instalar la paridad de cara al balotaje.

El escenario post-PASO se abre hacia el campo de las elasticidades, donde la destreza política de los candidatos toma más importancia para detectar y reconducir volatilidades disponibles de cara a una instancia intermedia de catch all que la propia dinámica PASO-General impone como necesaria tanto para fidelizar la PASO de partidos (en este rubro, la pactación abrupta Scioli-CFK para la candidatura única reconoce la peligrosidad de las PASO, que se omiten en defensa propia y condicionan al resto de las fuerzas) como para sobrevivir en octubre y más allá, a la hora de reordenar los bloques de poder dentro del sistema político.

En ese marco, la naturaleza “peronista” de Scioli y Massa los coloca en una posición relativa de ventaja frente a Macri, más dispuestos y con más gimnasia política para explorar las flexibilidades de la oferta. La ausencia de hegemonía en Scioli, más que un obstáculo electoral (que lo es) es un obstáculo político, y por lo tanto, sobreviviente a la escena electoral.

Macri no puede permitir que un 1,5% de Sanz se vaya por la canaleta de los que no están tan urgidos por comprar el business de la polarización y además salir a cazar por afuera del zoológico del antikichnerismo hormonal, ese que construyó los cimientos de la política de la intransigencia: la ambigüedad barrosa del catch all (es decir, de la política) es para él un desafío sobre algo más silvestre como la efectiva relación de Macri con el poder, y su estatura política va a estar definida por el éxito de esta tarea (es decir, ganar.)

Massa, por sus dificultades objetivas en la instalación y por ser el tercero de la PASO, ya viene obligado hace rato al muñequeo: ahora esa gimnasia tiene que trabajar sobre las debilidades geopolíticas de Macri, teniendo en cuenta además que en esta coyuntura, cada voto que pierda la coalición Cambiemos en la PBA es un voto que va directamente a Massa.

Porque aunque los candidatos no lo digan, la sucesión al kirchnerismo además de definir a un presidente, define otras cosas: la modificación cualitativa de los ejes que ordenan la relación oficialismo-oposición, que van a estar habitados por una idiosincrasia y una dinámica política totalmente distinta a la que rigió durante el kirchnerismo atendido por sus propios dueños.

miércoles, 24 de junio de 2015

La balada de la restricción externa




He said: I´m a minister, a big shot in the state.
Bjorn Kristian Ulvaeus



No existen los “modelos”, pero que los hay…: hasta el 2009, el manejo “político” del tipo de cambio estuvo contenido dentro de los limites genuinos que fijó la onda expansiva del tipo de cambio alto y competitivo de 2002-03, y los atrasos deliberados se compensaban automáticamente por los márgenes de competitividad productiva que la economía todavía tenía “naturalmente”, es decir, sin intervenciones cualitativas del Estado para ampliar producción ya sea por vía de inversión o creación de capacidad instalada adicional (teniendo en cuenta que vía consumo solo se llega a llenar capacidad instalada total a un 80%, por lo tanto para completar ese 20% “ocioso” hay que sofisticar la macro estatal para construir más mercado).

En 2010 se afianza la decisión política de usar a fondo el tipo de cambio como ancla inflacionaria, negociar paritarias al alza por encima de una inflación que ya era alta y generar un aumento del salario real para lograr que el impulso del consumo tenga efectos más potentes sobre el poder de compra que los que hubiera tenido si se hacían aumentos de acuerdo a los límites genuinos que la economía concedía en ese momento.

Con una inflación “buena” del 25%, tipo de cambio clavado y salario real 10% arriba en dólares se ingresa en un proceso de bienestar de consumo que ya es artificial (es decir, real pero artificial) porque el manejo político del tipo de cambio salta por fuera de los limites macroeconómicos genuinos que había estructurado el modelo inicial: como ya no hay márgenes naturales para la corrección competitiva-productiva automática del atraso gestado, el shock de consumo produce efectos reales durante un año y medio (el 54% de Cristina) y se genera la restricción externa (cepo) que produce inmediatamente la caída de ese salario real “mejorado”, enviando al asalariado las primeras señales claras de inestabilización económica.

Al cepo siguieron la brecha cambiaria con el paralelo y la caída de reservas en un círculo vicioso hacia la devaluación sin exportaciones (es decir, no competitiva) del verano de 2014, que no resolvió la restricción externa autogenerada.

En este tiempo, el gobierno no tuvo políticas para afrontar el problema de la restricción externa. La cuestión no es menor, ya que se indispone con la agenda desarrollista que los presidenciables dicen impulsar, y porque afecta progresivamente el empleo y el poder adquisitivo.

Es evidente que así como se repliega sobre la candidatura única como gesto de defensivismo electoral, el gobierno se apalanca sobre el 65% de consumo del que hoy está dotado el PBI contra inversión y exportaciones, entendiendo que hay un costo político insalvable en la reformulación productiva de esos porcentajes de la torta del crecimiento, aun cuando la ecuación consumista revele una cuenta regresiva contra el empleo … y el consumo.

Las elecciones provinciales empiezan a traducir políticamente el problema de la restricción externa. La derrota del Fpv en Mendoza es menos importante en la categoría gobernador que intendentes: el PJ perdió en dos bastiones históricos como Las Heras y Guaymallén ante candidatos radicales que no pertenecen al aparato radical (Orozco e Iglesias, dos cobistas que no responden al cornejismo) y los gansos arrasaron a López Puelles en Luján de Cuyo, lo cual representa un golpe durísimo para la liga de intendentes de Carlos Ciurca.

En ese sentido, no fue casual el especial agradecimiento de Cornejo a su compañera de fórmula Laura Montero a la hora de mencionar las claves de la victoria: el discurso de Montero martilló sobre los problemas de la caída de la economía provincial y sus efectos sociales sobre el empleo y el consumo (más que sobre las ganancias dejadas de percibir por los productores) y sintonizó con la realidad de los mendocinos asalariados directamente impactados por el efecto de la producción regional sobre la cadena de servicios, transportes y comercios que viven de ella (el Gran Mendoza).

La elección de Río Negro también expresó que la restricción externa ya no deja margen de compensación productiva  “autónomo” para las provincias. La ruptura con el kirchnerismo le permitió a Weretilneck construir un adversario al cual le asignó la responsabilidad por la falta de políticas que preserven la producción regional y junto con ella, la actividad económica aledaña (incluso las changas y otros laburos en negro derivados) que no depende de los anabólicos de la administración pública.

Este esquema de impacto de la restricción externa en las economías regionales no es novedoso en la historia electoral del país. Mendoza y Río Negro son economías poco alcanzadas por los regímenes de producción industrial, y el Estado nacional no implementa para estas provincias correcciones macro que le permitan asimilar productivamente los atrasos “nacionales” con los que se “cuida” el 65% de  consumo del PBI; por lo tanto, son las que primero expresan políticamente esta falla en la macroeconomía del gobierno nacional. Luego siguen las provincias del NOA en orden ascendente (San Juan, La Rioja), de acuerdo a la idiosincrasia productiva y la incidencia económica de la administración pública.

Hay que considerar que, más allá de sus arrestos pragmáticos para tomar deuda china e intra-publica y pisar impos para frizar el tipo de cambio, el kicillofismo piensa que el atraso cambiario es un presupuesto distributivo (ay) y que la restricción externa es inexorable y hasta necesaria para “disciplinar” al lobby industrialista (aaayyy), lo cual explica gran parte de las medidas económicas equivocadas de Cristina en los últimos años.

En ese sentido, aparece como lógico que Cristina repita para estos meses electorales el combo atraso-convergencia de salarios e inflación, aunque ya de más modestos alcances adquisitivos y sustentado solo en el consumo público ante la caída constante del privado, lo que significa una definitiva postergación del problema de la restricción externa para el próximo presidente.

Ninguno de los presidenciables se ha referido al tema de la restricción externa, aun cuando luego de asumir no tengan más de seis meses para resolver el tema.

Macri considera que va a tener capital político para hacer cirugía mayor sobre la demanda por la vía monetaria, cuando en realidad el eje del problema no es ese, ni el instrumental el correcto; Scioli le pone fichas al endeudamiento táctico para ir “llevando” la restricción externa, sin que aparezcan dólares genuinos por la persistencia del atraso; Massa, vía Lavagna, parece el más interesado en generar una inyección de exportaciones que “dolarice” el comercio externo y trabaje más directamente sobre la restricción, lo cual requiere una macro muy aceitada (BCRA-Mecon) y un “sacrificio” impositivo del Estado en favor de la masa salarial intermedia (clase media-baja, pymes, cuentapropismo) que hoy no recibe “nada” del gobierno.

Ni la inversión ni el endeudamiento, por si mismos, arrglan este tema externo que daña al mercado interno, y la cuenta regresiva tiene fecha cierta para el próximo presidente: se trata de una decisión política que pondrá a prueba el liderazgo y el esquema de gobernabilidad diseñado por quien asuma en diciembre.