lunes, 30 de septiembre de 2013

La letra chica




Paulatinamente, la lógica dinamizadora de la interna peronista bonaerense pos-PASO va dejando atrás clivajes extraños al elector de nuestra tierra que la exportación porteña quiso traficar sin éxito por la vía politológica. Parte de la dialéctica cupular del efepeveísmo gubernamental irradió ese lenguaje electoral rígido que tensionó y debilitó las candidaturas provinciales del oficialismo, partida por la agenda que instaló el FR con una dosificación táctica (a una respuesta, un nuevo tema, y así) que ante cada aceptación fáctica del gobierno, confirmó a Massa como el cauce natural de una mayoría silenciosa que vino a poner en una escena más franca lo que sistemáticamente la administración presidencial escondió detrás del árbol del 54%.

En la región latinoamericana ya se toma nota: hay que armar una gobernanza distributiva compatible con el crecimiento a la baja que se viene. Para los gobiernos esto significa repensar alianzas económicas, manejos estatales de la macro, reformas educativas, cierta clase de concertación sindical que comprenda mejor la tramitación de la contenciosidad, nuevas llegadas a la práctica territorial de la asistencia social que estén un poquito por encima de poner guita en el bolsillo del pobre, es decir, amplios márgenes programáticos que están en la cabeza del nuevo proyecto de poder peronista del 2015, pero que empiezan ya a discutirse después de octubre como parte de la interna política sobre el dominio del Estado, la gestión y los recursos en todos los niveles jurisdiccionales. Coparticipar mejor el impuesto al cheque es un humanismo weberiano.

Si Cristina siempre habló de un modelo con metas de crecimiento, se aproxima una discusión política que sin negar el axioma buscará precisar cuales serán esas metas y cómo funcionarán hacia 2015 muy por encima de lo que significa la idea, en cualquier coyuntura, de fogonear unilateralmente el consumo. El sostén y la expansión de la política mercadointernista argentina se nutre de políticas más variadas que el gobierno nacional no ha puesto en práctica, y ligado a esos temas está un incipiente consenso que la elección provincial parece arrojar: una planificación estatal para controlar la inflación. En contra de esa sensación consensual van las declaraciones de algunos candidatos oficialistas que plantean a la inflación (hoy) como parte del crecimiento, hecho que atestigua la urgencia política de redefinir qué se entiende hoy por metas de crecimiento más allá de un keynesianismo for dummies.

Porque la pregunta íntima que se hacen todos en el peronismo es ¿existe margen para construir una hegemonía política con 15 mil palos de reservas? Un eventual terreno inhóspito para quienes construyan el peso de su representación sobre muchas continuidades y pocas rupturas, el riesgo del neopoder licuado en la víspera. En este dilema se inserta la disputa intraperonista, y entra a pesar fuerte el esquema de alianzas políticas que elija el peronismo para presentar su oferta electoral ejecutiva: visto el fotograma actual de esa película, el FR luce más activo que el FPV en esa construcción.

Pero además hay que mirar bien la letra chica del contrato electoral que va armándose en la PBA como expansión de un sentido común mínimo, y que nosotros señalamos con el lápiz rojo por ahí arriba. Con un excesivo defensivismo coyunturalista, el oficialismo prefirió leer el resultado de las PASO como un estricto y estático voto castigo antikirchnerista. Sin embargo ya en las PASO se verificaba que la germinación electoral del FR era de un alto componente kirchnerista (Massa cazando en el monte del 57% provincial del 2011) y las características propias del candidato hacían pensar en un catch all dinamizado con rumbo a octubre que si se termina expresando en una diferencia porcentual de 10% o más, será menos la expresión de un voto antiK que la de una opción proyectada que suture y supere esa dicotomía política que no está sustentada por ninguna agenda política de masas. La encuesta naranja, en términos de referencia y aún en contra de sus intereses, también parece confirmarlo.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Sucesión intestada


Que Massa cante la balada del primer cordón habla menos de una estratificación estática del voto del que se nutre la interna peronista bonaerense que del mecanismo de inserción electoral en esa disputa. Luego, el hecho electoral consumado abre la puerta a los más misteriosos comportamientos de los votantes. Ahí comienza una dinamización del voto que abarca también (cómo que no) al 30% de núcleo duro que acompañó a todos los oficialismos (y oposiciones) peronistas que gobernaron el país desde 1989.

El período 1983-1988 dejó como huella política para el peronismo la necesidad de contar con una ecuación de electorabilidad + territorialidad para tallar en la interna. Con una de las dos no alcanza. La interna general de 2005 confirmó el combo: el frepasismo residual del FPV + algunas estructuras justicialistas cruzadas a mitad del río le arrebataban la representación al PJPBA. Como bien comprende el invalorable Carlos Pagni, la representación política no puede avanzar y consolidarse para ningún grupo político por fuera de esa doble condición.

Es lógico que ante una situación de debilidad poselectoral ese sector del peronismo solicite internas para intentar una reducción de daños ante el efecto frejudepa. El pedido de Scioli es personal: trata de evitar que quede descabezada su electorabilidad, pero poco parece interesarle el otro aspecto del combo. A Massa no le interesa esa “interna” que propone el oficialismo por dos razones: porque todavía no comenzó aquel proceso de dinamización del voto peronista, y porque considera que la única interna válida en esta etapa acaba de suceder: fueron las PASO.

Paradójicamente, la instalación de la electorabilidad en la disputa de poder peronista debilitó la importancia relativa de la otra creación (esta sí expresa) de la renovación ochentista: la interna con formato cerrado de afiliados. Hoy vas a visitar a un puntero y lo que menos tiene son fichas de afiliación. Lo que no comprendió cabalmente la Renovación fue que la electorabilidad no era producida ni definida por la interna, sino que se trataba de un fenómeno político que la excedía y se construía desde otro lugar. Tampoco tenía una relación lineal con lo que producían los aparatos territoriales: los triunfos de Menem en la interna cerrada del ´88 y Cristina en la interna general de 2005 lo confirman.

El avance lento y contradictorio de este proceso en la política territorial peronista produjo esa nueva camada de intendentes elegidos mayormente con el ocasional sello del FPV en 2007, y que pasan a tener autonomía y proyección política propia bajo la herramienta electoral Frente Renovador. Munido de un caudal consolidado de electorabilidad-territorialidad, Massa puede presentar una agenda de temas que disloca “las prioridades” de los PEN nacional y provincial, pero que al mismo tiempo pone en evidencia y discusión las limitaciones defensivistas que se autoimponen los intendentes del FPV. La zanja bonaerense que separa a los que prefieren protegerse en el tradicional “derecho de veto” y los que pretenden extender la acción política hacia una nueva geopolítica del peronismo bonaerense sintetizada en el “derecho de imposición”. Tras la disputa electoral FR-FPV emerge esa división conceptual (largamente taponada por el desfinanciamiento intelectual que sufrieron los PJ nacional y provincial en esta década), y esto explica en parte por qué el candidato efepeveísta debe correr detrás de la agenda de Massa, aunque más no sea para reproducirla con delay. Quién mejor afina es quién mejor representa.

En el peronismo, la pretensión de instalar “la hora partidaria” es el reflejo de momentos de debilidad y defensivismo profundo. Más todavía cuando todos los actores de la política territorial perciben que este pedido se hace a destiempo. Esto explica por qué Scioli pide interna, y porque a Massa no le interesa la situación del PJ. Massa sabe que la construcción de territorialidad se hace autónomamente, con tiempos políticos distintos a los que quieren imponer las conducciones ocasionalmente institucionales y que esa (re)construcción se hace al calor de la tensión sorda entre la liga de intendentes y la liga de gobernadores.

Scioli ha apelado a la consigna “unidad para la gobernabilidad” para transitar estos dos años. Se trata de una visión demasiado estática de la situación política, y bastante desautorizada por los números de las PASO: la ampliación de la representación peronista en la PBA se nutre de una transferencia de votos que degrada las posibilidades de un espacio no peronista. Por lo tanto, la gobernabilidad no está en riesgo.

A tal punto despreocupa a la militancia el fantasma del “peronismo dividido” que hasta el propio Movimiento Evita transita con mansedumbre y tranquilidad la exploración de sus afinidades electivas: el productor de la película lo prefiere a Scioli; al que viene de bautizar a su niño en Santa Marta le tira Massa; y algunos sectores juveniles esperan con calma el salto a la cancha del candidato del kirchnerismo (es lógico que así lo piensen: hay un 10-15% de padrón kirchnerista que nunca votaría a Scioli.)