martes, 10 de febrero de 2015

Internas




Me despertó la realidad
                                                                          y fue mi muerte

Alberto Aguilera Valadez, poeta y compositor mexicano.



El estío político ofreció menos una vinculación efectiva de los políticos con la sociedad que con la intangibilidad de los escarceos y sonidos internos de sus propias estructuras partidarias. Todavía no convocada la puesta en situación electoral, para el ciudadano común es el tiempo de la calma chicha y el relojeo prudencial, para los climas militantes corresponde el trip íntimo de ansiedad e incertidumbre.

Los tres espacios más competitivos (FR, FPV y PRO) evidenciaron diferentes tipos de inconvenientes en su trama de acumulación política. En el caso del FR los corcoveos provienen, previsiblemente, de las precandidaturas a gobernador en la PBA, territorio donde el renovadorismo ostenta el centro de gravedad electoral frente a las otras dos fuerzas, y donde el paraguas presidencial de Massa bonustrackea sobre cualquier candidatura provincial.

Además, la lógica de no-gobierno que le imprimió Scioli a la institución ejecutiva provincial durante ocho años, en concurrencia con la aparición de un grupo de intendentes que trascendieron la filosofía “alumbrado-barrido-limpieza” y la lógica defensivista de la política municipal, terminaron por evanescer el peso político propio (tanto gestivo como partidario) de la figura del gobernador en la trama del poder provincial.

Este cambio tiene efectos concretos sobre la perspectiva electoral provincial: el pueblo bonaerense vota presidente-intendente como tramos relevantes de la boleta por encima de la categoría gobernador. Esta dinámica, y la naturaleza nueva y heterogénea del FR explican gran parte de la interna renovadora, e indirectamente, explican por qué hay pocos intendentes y muchos funcionarios nacionales dentro de la precandidatura efepeveísta a la gobernación.

El problema intestino del PRO surgió impensadamente en su territorio más potente y también con el margen que da el paraguas presidencial de Macri. Sin embargo, sorprende la poca paciencia de Macri para ir al barro del conflicto: concedió forzadamente la PASO a Michetti, y enseguida cargó las tintas a favor (Larreta) y en contra (Gabriela) de sus respectivos candidatos, introduciendo una lógica facciosa allí donde la conducción política indica que hay que matizar hacia adelante, y dejó la puerta abierta para que otras fuerzas políticas incidan y saquen provecho. A este gesto político restrictivo se suma el acuerdo con Carrió, que va en contra de la estrategia del radicalismo territorial que Macri también pretende incorporar.

Es probable que este arreglo sume residualmente  “voto opositor” en el área del partido porteño y acaso en Córdoba, pero que termine de debilitar al PRO en la provincia de Buenos Aires, lugar donde este tipo de clivajes “intransigentes” no construyen representación entre un electorado con tendencia a desplazar su voto a campo panperonista.

Es evidente que con la incorporación de De Narváez al FR, Massa le quitó opciones a Macri en la PBA y prácticamente lo excluyó de la disputa de voto “opositor” en ese amplio terreno panperonista. Por lo tanto, el cierre con Carrió se parece más a lo “posible” que a lo “deseable”, casi convalidando con esa movida la “renuncia bonaerense” a la que lo invita Massa.

Habrá que ver si estas decisiones intransigentes de Macri se profundizan, y en qué medida la índole de su conducción afectan la vocación de mayorías de su proyecto presidencial.

En el FPV el problema interno luce más integral y estamentado, como corresponde a una sigla que hace base sobre una estructura institucionalizada nacionalmente como el partido justicialista. Es claro que hasta ahora el kirchnerismo tiene dos candidatos competitivos en el marco de sus propias PASO, pero que en ninguno de los dos se vislumbra la encarnación de un liderazgo que pueda a la vez contener y construir representación, cuestión que suele ser el motor anímico del peronismo. Que la disputa retórica del verano entre los candidatos kirchneristas haya girado en torno al tema Clarín (cuestión totalmente amortizada y ajena para la amplia mayoría del electorado) y no sobre cuestiones económicas y políticas relevantes, refleja de qué magnitud son las dificultades del oficialismo para encontrar un liderazgo que asegure supervivencia política para gobernar a partir de 2015.

En el efepeveísmo también se manifiesta otro problema interno de índole estamentaria, que acá anticipamos: la agenda política “nacional” de los gobernadores es muy diferente a la de los intendentes.  La decisión de los intendentes del PJ mendocino de desdoblar las distritales para no quedar pegados a la elección provincial y la presión de los intendentes en algunas provincias del NOA para ir en el mismo sentido, evidencian un problema de densidad institucional partidaria que ningún precandidato presidencial efepeveísta parece estar en condiciones de encauzar. En síntesis: sobran candidatos, faltan líderes.

Pero más allá del dialecto de las internas que atraviesen a las tres fuerzas, habrá que empezar a descular el lenguaje que pretende usar el electorado cuando se ingrese a la situación electoral; en principio, habría que empezar a desactivar esa lectura minoritaria y postrera que sigue explicando los hechos y los nombres propios de una sucesión presidencial bajo el estricto clivaje “oficialismo-oposición”, entendiendo que las taras de esa lectura (el antiperonismo y el populismo sobreactuado como las caras funcionales de una misma moneda que no remiten a ninguna mayoría y  por lo tanto a ningún proyecto político viable) no expresan más que el complejo de inferioridad política de quienes no quieren, no pueden o no saben cómo afrontar de manera virtuosa el hecho sagrado de gobernar la nación.

Como dice el politólogo argentino Alejandro Sehtman, no existe una “oposición” como bloque ideológico-práctico que incida en la política real como tal cosa, lo que hay son nombres propios que buscan la sucesión presidencial y que expresan distintos grados de “oposición” y “oficialismo” al ritmo de su propia impronta, y con su propio lenguaje positivo. El barroco literario “oposición-oficialismo” solo está en las columnas de opinión y en los programas políticos que nadie lee ni ve, en los que se van del poder y en quienes no saben como llegar a él.


El tipo que va a caminar al cuarto oscuro en seis meses y lo va hacer una o dos veces más en el año solo busca ser representado, quiere un sucesor y que toda su relación con la política se condense ahí. Cuando nos centremos en analizar las diferencias y similitudes políticas entre Massa, Macri o Scioli en función de lo que quieren y pueden representar por sí mismos y no a través de lo que el ciclo kirchnerista reflejó en ellos durante doce años, recién ahí podremos empezar a pensar la política y dejar de pensar la historia.