viernes, 27 de febrero de 2009

Cría Cuervos


La estigmatización de la asistencia social es a los ´90 lo que la demonización de la burocracia sindical fue a los ´60 y ´70.

En las últimas dos décadas no ha habido más que una gradual agudización de aquel estigma que, y ésta es la paradoja, nacía al calor de las cajas PAN alfonsinistas.

La formulación del estigma se efectuó sin consideración alguna del pauperizado escenario social prohijado por el tiempo dictatorial, y durante la primavera democrático-institucional, la retirada estatal no hizo más que ahondar la “autosalvación” de los olvidados de la tierra.

Los abandonados establecieron sus propias autodefensas: imperfectas, precarias, “no ideales”, pero así también las posibles bajo circunstancias de severo apremio.

Sin embargo, los propiciadores del desfonde, y los tácitos cómplices de la buena conciencia, desplegaron el habitual catalogo pontificador con el cual construyeron el relato cultural de los noventa “por izquierda”.

Como siempre, la izquierda cultural puso sus intelectuales orgánicos al servicio de sus pares “de derecha”, ambos de filiación pequebú.

Bajo el taquillero manto del denuncismo, el progresismo cultural evolucionó de la nota periodistica al partido político, con el peronismo menemista como cómodo puching-ball que garantizaba la homogeneidad ideológica del espacio progresista. Esto hizo posible que durante los noventa muchos se entusiasmasen con el “cambio ideológico” de Mariano Grondona, y que su audiencia se elevara considerablemente bajo los postulados de la “resistencia progresista” al menemismo.

El discurso anti-corrupción se transformó en el santo y seña de las fuerzas progresistas mediático-políticas, y no fueron pocos los que se solazaron con un libelo profundamente gorila como Pizza con Champán de Silvina Walger.

Eran los buenos viejos tiempos en los que la condena al peronismo estaba facilitada por su viraje “a la derecha” a manos de Carlos Menem. Un tiempo que permitió la lenta germinación de un discurso centroizquierdista que amontonó conceptos y hechos diferentes como equivalentes: así se homologó corrupción a asistencialismo, a sindicalismo, a negrada suburbana a erradicar en cuanto prácticas sociales y políticas “reprochables”, porque no son las propias de una república cualificada institucionalmente, y finalmente, todo ello se homologó a peronismo.

La oposición al peronismo menemista “por izquierda” vino a reafirmar su antiperonismo en la raíz esencial y subterránea del antagonismo histórico nacional: lo que Rodolfo Kusch visualizó en el odio que se subsume en lo racial, lo negro, la masa, la otredad latinoamericana como objeto de obsesión del pensamiento ilustrado, civil, blanco.

Con los matices que puede ofrecer la historia, el hilo conductor del conflicto sigue siendo el mismo, y los conceptos instalados por el relato progresista noventista remiten estructuralmente a lo indecible que habita en el “otro”, llamado para la ocasión peronismo mafioso y corrupto.

Ese discurso que estableció que todo intendente del Conurbano encubría a un potencial traficante de drogas.

El menemismo vino a facilitar la tarea de libre asociación entre peronismo e impresentabilidad a la que se dedicó este antipolítico centroizquierdismo periodístico-político (el tándem Página/12-Frepaso).

El denuncismo se transformó en el bien pensante mascarón de proa que invalidaba las causas políticas que motivaron prácticas como el clientelismo, causas fraguadas y aplicadas desde el laboratorio republicano que ahora hace de la política un inmenso erial moralizante.

Con la tarjeta alimentaria y la abstracta asignación universal se pretenden vulnerar estructuras sociales militantes insustituibles, en nombre de una aparente cruzada “anti-asistencialista” que dejaría de “humillar” al pobre. No es desde esas estructuras militantes desde donde precisamente se humilla al pobre. Lo humilla quién lo juzga “cliente” de un subsistema anómalo, a erradicar, pero que omite abordar el origen real del problema.

El inmenso logro de Página/12 y el Frepaso fue el de instalar un discurso aséptico, anti-corrupto y anti-político como alternativa al peronismo menemista, que terminó gestando formas de estigmatización profunda del peronismo a secas (entonces, del pobre).

Esos mismos estigmas que hoy son blandidos por TODO el establishment político y que encuentran su exacerbación paradigmática en el discurso de Carrió, y que aqueja al peronismo (hoy kirchnerista). Desaforada y tardíamente, Página/12 intenta combatir el monstruo que brotó de sus entrañas (ese monstruo llamado Crítica).

En algún rincón del  callejón sin salida, el progresismo expía sus culpas.


PD: Solidaridad con Jorge Rulli.

sábado, 21 de febrero de 2009

Cooke y la Cuestión Sindical


La cuestión del sindicalismo peronista ha sido históricamente un problema para la teoría política. La singularidad de su nacimiento en el marco de un movimiento nacional-popular nunca fue captada en la dimensión correspondiente, y ese déficit sedimentó interpretaciones erradas que persisten en la actualidad.

Los problemas se remiten a 1955, cuando la alianza de clases dentro del movimiento nacional se resquebraja y muta hacia un contexto en el cual la organización sindical se constituye en factor de gravitación primordial en la confrontación con el régimen. La Resistencia, como realidad política de aquella coyuntura, es la causa que hace posible comenzar a pensar en un potencial revolucionario del movimiento nacional justicialista.

Pensar en un peronismo revolucionario era válido, ya que la nueva estadía en el llano, el líder en el exilio, la deserción del poder militar y la burguesía nacional, eran factores que permitían inaugurar nuevas estrategias y acciones políticas, acordes al momento histórico.

Es allí donde Cooke, como delegado de Perón y conductor de la resistencia, comienza a formular un análisis de la organización sindical peronista, buscando en ella el potencial revolucionario que, según Cooke, esa etapa del movimiento requería.

En la Correspondencia, Cooke coloca en examen la dialéctica político-gremial: esa misma que tensionó la formación del Partido Peronista entre 1945 y 1948.

Partido y Sindicato expresando un antangonismo de las formas y los pensamientos políticos. De otro modo, es ese mismo antagonismo el que transita la sociedad argentina del decenio peronista.

Cooke opta por la necesidad de la hegemonía de lo sindical en el período resistente, y postula un tránsito de las formas estrictamente laboristas institucionales hacia formas político-revolucionarias insurreccionales a cargo de las masas obreras y dirigencias sindicales por sobre las político-partidarias.

Pero los problemas para Cooke empiezan cuando intenta establecer las formas prácticas de ese pasaje del reformismo al revolucionarismo: ese pasaje no puede hacerse sin debilitar la fuerza de la organización sindical, fuerza que reside precisamente en su rol reformista-laborista.

Cooke advierte este problema casi insoluble que conspira contra su intención revolucionaria, y no puede resolverlo. Que un político de la lucidez de Cooke exhiba dificultades para abordar la cuestión habla a las claras de la complejidad de la función del movimiento sindical, función que no puede ser binarizada, como lo fue en los ´70, provocando errores políticos y estratégicos gravísimos que explican en buena medida los sucesos del período 73-76.

En ningún caso Cooke pone en duda la naturaleza movimientista del peronismo, por eso rechaza de plano la idea de un partido de clase proletario como forma resolutiva del reformismo sindical. Pero a la vez que pregona la necesidad de una ruptura hacia lo revolucionario por vía sindical, Cooke no puede dejar de reconocer la importancia institucional de la organización sindical como factor de poder real y concreto en la puja capital-trabajo, la fuerza del sindicato como actor negociador y de presión sobre el poder dominante: “La CGT tiene una estructura que, sin ser extraordinariamente revolucionaria fue lo más sólido del movimiento (…) es la única fuerza real, temida por el gobierno y capaz de presionarlo”. “Los dirigentes sindicales tienen muchas fallas, pero también los méritos principales: son representativos” (Correspondencia Perón-Cooke).

Acertadamente, Cooke advierte que el problema no radica en la dirigencia sindical: no es la burocracia sindical la que obstruye el camino hacia una faz revolucionaria del Movimiento, porque es precisamente a partir de ese único poder real del movimiento (estructurado y organizado sobre la dialéctica burocracia-bases) que se produce el avance popular de masas en la lucha resistente.

El movimiento nacional peronista profundiza su interpelación al régimen en base a la reivindicación gremial (lo que Gramsci llamó los intereses económico-corporativos inmediatos) y no como producto de una supuesta “conciencia política revolucionaria”. 

Esta "conciencia revolucionaria" era la que solicitaban algunos sectores radicalizados del peronismo revolucionario en la Resistencia (MRP) que exhiben una mirada ideologista y simplificada de la cuestión sindical, mirada que prevaleció en la izquierda peronista de los setenta a la hora del flagrante error de asignar a la burocracia sindical el rol de enemigo en la lucha revolucionaria, error crucial que enterró las posibilidades del proyecto peronista de liberación del ´73.

El asesinato de Rucci es el corolario funesto de la exacerbación de este pensamiento demonizador de la dirigencia sindical peronista.

Cooke entiende que no es estigmatizando a la burocracia como se resuelve el “problema sindical”: en dos planos simultáneos, Cooke postula que la potencialidad revolucionaria radica en la acción sindical tal y como funciona en su organización institucional dada (laborista, burocrática), captando la dialéctica: en el gremialismo clásico está la expectativa de la ruptura revolucionaria, si es que esta puede darse. Cooke, en la coyuntura de la Resistencia, ve esa posibilidad, pero también su límite operativo.

Como último recurso, Cooke apela a la figura del líder de masas: es él quién debería, como conductor, bajar la “nueva línea revolucionaria” para el Movimiento.

Sin embargo, esta resolución muestra la debilidad del argumento, porque a pesar de la lógica piramidal en la organización del Movimiento, Cooke parece prescindir de la dialéctica líder-masas en la cual esta última mantiene cierta autonomía respecto de la conducción. La Resistencia es la muestra cabal de esa dinámica.

Por lo tanto, Cooke no puede resolver en términos prácticos el trayecto revolucionario que vislumbra como potencialidad concreta del movimiento en esa nueva etapa más allá de una apelación casi mística a  la voluntad del líder que no se condice con la realidad.

No obstante ello, lo destacable del pensamiento de Cooke es que no cae en el simplismo de pegarle a la burocracia sindical como “enemigo estratégico” de la vía revolucionaria, y que logra captar en su completa dimensión el funcionamiento de la organización sindical.

En esa misma línea se pronuncia años después Roberto Carri: “El reformismo de los líderes sindicales es sólo un aspecto de la formulación. Si no hubiesen actuado de esa manera fácilmente  podrían haber sido desplazados por Perón, y el movimiento sindical no hubiera tenido la envergadura y el arraigo popular que realmente tuvo y que pese a las sucesivas derrotas todavía tiene. Mientras no exista un organismo que reemplace a los sindicatos, éstos mantendrán su papel como vanguardia del movimiento popular” (Sindicatos y Poder en la Argentina).

En definitiva, tanto Cooke como Carri advierten sobre la importancia de la dialéctica sindical: Reformismo y Revolución no son términos que se excluyan mutuamente, sino que se complementan en el marco de la organización. Es esto lo que no advierten la izquierda peronista y las organizaciones armadas, ni la izquierda no peronista, que van a construir un falso antagonismo: burocracia entreguista vs. basismo revolucionario.

Lamentablemente, lo esencial de esa falsa oposición persiste en las evaluaciones actuales de la cuestión sindical en la Argentina.

 

jueves, 19 de febrero de 2009

Otro Ladrillo en la Pared


Let it bleed. A veces, sin razón aparente, todos los temores se agolpan hasta el aturdimiento, cuando hace horas, parecía, el mar era toda calma. Una diferencia letal entre los años prístinos del actual democratismo postdictatorial y 2002 en adelante, fue la de un pasaje de lo declamativo a lo real, un ladrillo más en la pared de lo que podemos pensar como la construcción de un capitalismo menos prebendario y más normal. Fueron llegando a la agenda política sintagmas no mentados con asiduidad: reparación social, distribucionismo, estado equilibrando capital-trabajo. Temas en agenda, que no necesariamente debían transformarse en realidades, pero que iban disponiendo de otra manera a la clase política.

Quién leyó bien estos requerimientos decembristas tácitos fue Kirchner. Si los tiempos de Alfonsín y Menem fueron los de una falaz promesa que declamaba bienestar social sin base empírica que lo sustentase seriamente, los tiempos duhalde-kirchneristas son los de la realidad de esa promesa fallida: ahora sí hay una teoría del derrame en serio, que cuenta con la voluntad del Estado para materializarse, y que discursivamente se tramita como redistribución del ingreso. Antes, el derrame vulneraba la ley de la gravedad, porque a los sectores postergados no les caía nada. Es decir,  no había derrame más que en la teoría.

De Kirchner en adelante, el derrame existe, e hizo posible la disminución del desempleo, y la sindicalización de amplias aunque insuficientes franjas populares. La modificación del patrón acumulativo sumado a la intervención estatal permitieron la efectiva canalización del derrame hacia donde debía ir. Es por esa razón que la presidenta Cristina Fernández dice con acierto que en la Argentina en estos cinco años nadie perdió, todos mejoraron (más allá de los márgenes de esa mejora).

A la situación actual pudo llegarse sin que fuera necesario introducir reformas sustanciosas en la estructura tributaria y sin que los sectores productivos se privaran de obtener pingues rentabilidades. Los datos están a la vista. La situación es ostensiblemente superior a 2001, y desdeñarlo es un insulto al pueblo. Hasta cierto punto, el derrame sirvió para esbozar una tenue reparación social, que hoy la clase política esta obligada a garantizar. Los candidateables de 2011 lo saben.

Pero el derrame tiene límites. Los que visualizamos en la coyuntura. El derrame hecho realidad no está  a salvo de dilemas: la subordinación de cualquier política aventurada al margen de maniobra que permita el superávit fiscal.

Lo cuestionable del kirchnerismo es que a pesar del escenario de crisis internacional que condiciona el manejo de la caja, todavía existe un trecho susceptible de ser recorrido sin poner en riesgo ni las cuentas públicas ni las utilidades de los sectores empresarios, es decir, se puede acentuar el derrame sin que ello represente una real afectación de intereses económicos, y sin entrar en conflictos reales por la distribución del ingreso.

De ahí que los límites al derrame en la coyuntura no provengan de situaciones objetivas y externas a la gestión, sino más bien de una voluntad política que extrema al máximo su ingeniería decisionista, haciendo uso de un (a mí entender) excesivo rigorismo de la racionalidad posibilista que rige toda acción político-gubernamental.

No es que los Kirchner no puedan avanzar hacia la Justicia Social; más bien juzgan que el modelo no puede ser arriesgado en otras facetas, y esto clausura todo mayor involucramiento con el problema de la pobreza.

El derrame puede hacerse cargo de una política de asistencia social mínima, real y de alcance cualitativo para el núcleo duro pobre nacional, pero se opta por persistir en el error.

 

December´s Children (And Evereybody´s). Cierta bruma espectral parece haber acarreado temores, frustraciones y decepciones, y también llantos por “el paraíso perdido” de un kirchnerismo que se volvería “sucio pejotismo”, “de derecha”. Ese mismo Kirchner ungido en 2003 gracias al voto del rosismo bonaerense.

Ya son muchas las viudas de la transversalidad que claman por una nostálgica vuelta a aquel “Frepaso sin errores” que creyeron ver en ese kirchnerismo progresista que en realidad nunca fue otra cosa que peronismo, aún con las singularidades del caso. Hoy lagrimean ante el microclima “post-kirchnerismo” del que participan con desarmante ingenuidad, prestándose a una discusión prefabricada por la oposición, pero cuya realidad no está escrita en ninguna crónica de la vida cotidiana, porque son pocos los que están pensando en los acalorados vaivenes del flirteo político, y muchos más los que se devanan los sesos tratando de que el sueldo les llegue a fin de mes, o de conseguir un laburo, o tener una mínima cobertura médica.

Entonces la discusión no es si murió o no el kirchnerismo. Antes que eso está la necesidad de que el peronismo haga una buena elección este año, para que en el 2011 siga gobernando el peronismo. Sólo después de garantizar ese objetivo podemos empezar a pensar en kirchnerismo sí o no, o quién debe ser candidato.

Se trata, en el fondo, de quién va a estar en condiciones de gobernar el país sin hacerlo colapsar y de que el derrame continúe y se profundice. Es un tiempo de conservaciones mínimas, de no virar el camino menos nocivo que se transita desde 2002. Un camino que llevó adelante el peronismo en el gobierno, y que sólo él puede garantizar como piso y expectativa.

Que el post-kirchnerismo se termine convirtiendo en una realidad es algo que compete casi con exclusividad a lo que el propio kirchnerismo haga o no: por lo pronto no está  entre la espada y la pared, ni mucho menos. Si queda atrapado en esa encrucijada, es difícil pensar que el mérito le quepa a la oposición.

 

Out of Our Heads. ¿Cuáles son las razones que llevan a pensar a priori que no habría otro político más que Kirchner en condiciones de sostener este modelo? Atentos con este tema, porque la imprescindibilidad de Kirchner no es la conversación central en las barriadas populacheras de la Argentina. No estamos en Venezuela, ni el contexto político es equivalente.

Establecer la imprescindibilidad de Kirchner como el leit motiv de la campaña electoral es un error mayúsculo, que pierde de vista con total irresponsabilidad las realidades y deseos de los sectores populares aquí y ahora.

Del mismo modo que en 2003 los hoy acérrimos kirchneristas ni se imaginaban qué haría el compañero Néstor una vez presidente, ya que muchos ni lo conocían, ni lo votaron, en la actualidad no existen razones de peso para negar a otro peronista que no sea Kirchner  la posibilidad de heredar y continuar lo que Néstor y Cristina hicieron.

¿Con qué elementos concretos se puede decir que Carlos Reutemann no avalaría el modelo kirchnerista de ser presidente de 2011?

Yo no aventuraría decir que el Lole es lo contrario de Kirchner. ¿Quién, antes de ser Néstor presidente, podía establecer diferencias entre ellos?

Y en el caso de no ser Kirchner el candidato peronista  en 2011, no me costaría juzgar como un acto de inteligencia política que quién herede (Reutemann, Solá, Scioli, Das Neves, etc) vislumbre los beneficios de continuar afianzando este modelo productivo desarrollista-distribucionista. 

 

Dirty Work. Ante la contienda electoral, lo que se necesita es la medicina de los hechos. La gestión es el antídoto contra toda pirueta retórica, toda invocación divina, toda consigna combativa.

No es todo el pueblo el que participa del pajeo mediático y de los falsos debates que desde allí se instalan. Para merecer el voto hay que hacer algo más que hablar bien  y desgranar propuestas en un estudio televisivo. No digo con esto que no existe una influencia cultural que instalan los medios, y que merece ser rebatida como parte de una batalla cultural que no sólo acontece en la Argentina.

Pero los votos se siguen ganando en el territorio, gestionando, y no solicitando buenamente “coincidencias ideológicas” que poco hacen por mitigar los requerimientos del estómago y de la mente. Se gana con votos, no con homogeneidad ideológica.

Por eso es totalmente comprensible el alejamiento de Reutemann del bloque FPV. Hasta necesario, diría, de cara a una elección provincial que el peronismo debe ganar sí o sí. El Lole quiere ganar, y Kirchner necesita que Lole gane. Después del conflicto agrario, en Santa Fé el kirchnerismo es mala palabra y el FPV un lastre que cualquier candidato debería sacarse de encima. Si el peronismo santafesino quiere ganar, despegarse del kirchnerismo es de libro. El que tracciona votos es Reutemann, y en esta coyuntura, Rossi los resta a montones. Doloroso para un buen cuadro como Rossi, pero realidad palmaria. Yo no quiero que Binner gobierne el país.

Antes de pensar egoísta y apresuradamente en el kirchnerismo, corrámonos para ver el bosque.

 

miércoles, 11 de febrero de 2009

Redistribución del Ingreso








Toma de tierras y construcción del Asentamiento "17 de Noviembre" en Ing. Budge, Lomas de Zamora.

Más fotos en Tu Parte Salada

martes, 10 de febrero de 2009

Duhalde, Kirchner y el Juego de Espejos


Se dedicaban a escribir sobre la gesta asambleística, el fin del régimen, una sinfonía macabra que tocaba sus acordes finales para dar paso a la multitud tonynegrista como sucedáneo de la revolución, según la receta del chanterío intelectual europeísta.

En el mundo real sucedía algo “menos romántico”: el país lo gobernaba el peronismo, después de dos años de radical-progresismo que terminó llamando a Cavallo para sostener el modelo que habían fustigado durante diez años.

Las asambleas porteñas eran terapias psicoanalíticas colectivas bastoneadas por fogosos militantes del PO y MST que creían elucubrar el germen de una Comuna de París a medida que las plazas se vaciaban: a todo Marx le llega su Flaubert.

Escribieron que la puja entre devaluacionistas y dolarizadores lo era entre fracciones del gran capital, y que la sociedad miraba de afuera una contienda  que le era indiferente porque de todos modos saldría perjudicada. Error. Y grueso.

En esa puja se jugaba algo más que una disputa de hegemonía hacia el interior del establishment económico: estaba en litigio una clase de modelo de acumulación, situación que afectaría sustancialmente la vida económica popular de modos muy disímiles según el caso. Fueron pocos los actores políticos y sociales, en aquel momento y ahora, que le dieron la trascendencia correspondiente al antagonismo dolarización-devaluación.

Casi nadie evaluó la situación bajo el riguroso margen de maniobra realmente posible, contemplando con estricta verosimilitud la cadena de males menores. Muchos hablan de que el costo de la devaluación pudo ser distribuido de forma menos gravosa para el pueblo. Posiblemente. Pero nadie explicó ni propuso cual sería esa decisión menos costosa, si es que existía.

Dolarizar era peor que devaluar, y que hoy pueda existir algo llamado kirchnerismo certifica que la elección de 2002 no era nada menor, ni un exclusivo diferendo de elites. Es sobre la siembra duhaldista (terminar con un modelo de acumulación anti-productivo) que hoy se puede elogiar la cosecha kirchnerista: valorar como opuestos ambos procesos políticos (cuando de hecho hay una continuidad estructural) es equivocado, o deshonesto. Solo la pluma literaria de Horacio V. y sus folletines dominicales podía construir el relato de una “binaria oposición”. Mientras Duhalde se dedicaba a fraguar el hierro candente que nadie osó tomar en su mano, el progresismo virginal cronometraba las transferencias originadas en la pesificación asimétrica al grito de “¡qué barbaridad!”. ¿Se sentó la CTA en la mesa de concertación y diálogo convocada por Duhalde para ver qué corno se hacía con el país? Silencio piadoso. No conozco una propuesta verosímil (es decir, que incluyera la presión de los lobbies  como escenario de maniobra) que se haya hecho desde la Cenicienta sindical.

El kirchnerismo lo debemos a Duhalde, Alfonsín, Moyano, Bergoglio y la UIA en su cruzada anti-dolarizadora, que era en realidad la de instalar una nueva matriz de acumulación. Nada revolucionario, podrán objetar los guardianes estoicos de la clase obrera, pero que determinaría un impacto no menor en la estructura social. Los que hoy tienen un empleo en blanco  y en 2001 eran desocupados estructurales están para documentarlo. Ese mismo modelo que hoy usufructúan, sostienen y consolidan los Kirchner. Producción, consumo, empleo, mercado interno. La criatura duhaldista.

¿Por qué a muchos amigos simpatizantes del kirchnerismo les molesta admitir esta continuidad entre Kirchner y Duhalde, y entonces hacen un borramiento de la filiación duhaldista del actual modelo económico, cuando hay más semejanzas que diferencias?

Anatemizar a Duhalde es un cliché vencido. Un discurso reiterado, menos realista que ideológico, un discurso que no puede tolerar  aseverar que, bajo las terribles circunstancias en las que operó, Duhalde fue un muy buen presidente que en menos de dos años le dejó a Kirchner un impensado piso de gobernabilidad, que le permitió al compañero Néstor hacer apuestas más arriesgadas, porque ya había plafond para confrontar y ensayar una relativa autonomía del Estado frente al sector privado.

Los escribas del progresismo popular omiten y hasta deploran cualquier parentesco entre Duhalde y Kirchner, relatan una ruptura (2003) donde no la hubo, y así trazan una celestial historia de ángeles y demonios, un pueril binarismo que satisface las buenas conciencias, pero que poco tiene que ver con un análisis maduro de los hechos políticos recientes.

Retenciones, ley de genéricos, planes Jefes y Jefas de Hogar: Duhalde. Recuerdo el furioso lobby de las empresas petroleras contra las retenciones en 2002. Faltó llenar la Plaza de Mayo. Recuerdo la cantidad de familias de clase media derrumbadas en zonas residenciales que íntimamente bendecían ser beneficiarias de un PJJH para poder comer, pero que, lo ocultaban de modo vergonzante para no sucumbir a la humillación “de clase”.

Con Duhalde y sus PJJH, la asistencia social llegó con una celeridad y un alcance al núcleo duro de pobreza que debemos remarcar, casi sin trabas burocráticas de relieve. Y eso fue posible gracias a los canales instalados cinco años antes, cuando en la PBA, Duhalde avizoró que la convertibilidad languidecía y el desastre social tocaba a la puerta, y comenzó a tender redes: manzaneras. Los PJJH no eran retaceados, llegaban a todos, y fue lo más parecido a una política social universal realmente posible.

Tanto fue así, que hoy vemos con dolor que el kirchnerismo no haya podido ofrecer una superación de la política social duhaldista para ese persistente núcleo duro postergado, ese que reclama del gobierno la misma lealtad que ellos le profesan en el cuarto oscuro.

lunes, 9 de febrero de 2009

Elogio de Chacho


Rara vez encontramos un político que se detenga a pensar la política bajo  un marco de ideas que exceda el estricto perímetro de lo coyuntural. El político-intelectual, por variadas razones, no suele habitar la arena de la lucha como actor protagónico. Y los hechos nos muestran que no son los buenos narradores los hacedores de la política. Quizás porque la dinámica reflexiva fomenta conatos de duda, y la acción requiere la celeridad del descarte, la asunción de un riesgo. Como decía Derrida, la decisión es también todas aquellas decisiones no tomadas.

Chacho fue un político diferente, que intentó conciliar acción y pensamiento, y extraerle a la política las mayores posibilidades de reflexión sobre sí misma. Seguramente la revista Unidos fue uno de los últimos ensayos de pensamiento político generado desde la propia dirigencia y militancia política, y no ya desde el claustro universitario.

Como sea,  cuando Chacho se fue del justicialismo por el fracaso de la renovación, lo hizo con dos premisas de la fábrica peronista:1) construir una fuerza política con real vocación de poder, y 2) formular una propuesta que reflejara la confluencia de intereses entre los sectores medios y los populares.

En esta genuina pretensión que Chacho dispuso tornar algo más que prolija programática radica la diferencia entre su proyecto y el de otros progresismos de la historia nacional. 

La cosmovisión chachista se planteaba seriamente la ruptura del bipartidismo tradicional para redistribuir el escenario político con polos de centroderecha y centroizquierda a la europea. Y aunque murió en el intento, la experiencia frepasista es por lejos la más importante incursión del progresismo en la consideración popular y en el diálogo con el poder real. No en vano arrastró consigo al Partido Socialista, la Democracia Cristiana, el PI, sectores del peronismo, comunismo y radicalismo. La confianza que estas facciones disímiles tenían en la figura de Chacho hacía posible una acumulación que el campo izquierdo-progresista nunca tuvo, por su inveterado apego al sectarismo ideológico y al análisis de sangre.

Chacho recogía un plexo de cualidades que incluían un particular carisma.  Con Chacho pasó algo inusual: la clase media le tenía genuino aprecio, le creía, lo tenía por un tipo que podía ser de la familia. De ahí la bronca desmesurada que provocó su renuncia vicepresidencial; sucede que, como pocas veces, gran parte de la sociedad votó, antes que un candidato a presidente, un candidato a vice.

Y pese a todo, siempre le tuve (y le tengo), un aprecio especial a Chacho. Un aprecio que excede su actuación política concreta, a pesar del juicio societal destemplado que lo condenó. A pesar de los graduales deslizamientos hacia el naufragio. 

En 1991, 92, caminaba más. Barrios, clubes, sociedades de fomento. Gramática: pobreza, igualdad social, anticapitalismo, deuda externa. Engorde electoral. Primeros errores. 1995, 96: de la calle al estudio de TV. Gramática: Corrupción, calidad institucional, distribución del ingreso, estabilidad monetaria, corrupción, anti-menemismo, denuncia penal, corrupción. Chacho se va descentrando, se amolda a un discurso que deja de interpelar lo popular, su proyecto pierde grosura política, se vuelve insípido.

El frepasismo pierde también su discreta pero existente base militante (mucho mayor que la que hoy puede ostentar la suma centroizquierdista), a favor del fogoneo mediático de su figuras candidateables. Pastilla de cianuro: unión con el radicalismo.

El problema insoluble del Chacho fue “la pata peronista”, pensar viable lo que no era. Cansado, formaliza el sepulcral acuerdo con la UCR. Chacho se hartó de subir por la escalera (PT) y tomó el ascensor (Concertación chilena).

La política, y no digo novedad alguna, es un arte complejo y sencillo a la vez, que no se aprende en ninguna academia, ni se ejerce con un título de politólogo. A gestionar la cosa pública tampoco enseña nadie, y Chacho era incompatible con la rispidez de la decisión gubernamental: la política, una vez superado el folklore militante, obliga a parámetros perturbadores que no todos están en condiciones de tolerar, y todo vestigio moral se transforma en un obstáculo. Chacho sabía que lidiar con eso le costaría.

Por eso, respeto a Chacho, y achacarle los errores no debería implicar endosarle la descalificación personal. Muchos tipos la merecen antes que él. Pero también comprendo que las expectativas de quienes lo votaron fueron de una singularidad notable.

Silencios y bajos perfiles como el de Chacho deben ser respetados. Ahí reside (en la decisión de optar por el silencio) un modo de la expiación, y no es común este abandono de escena en la clase política. ¿Qué debía explicarle Chacho a la sociedad? No lo jodan, loco. Nadie más que el tipo para sentir en el cuerpo el fracaso político. Errores y fracasos, el menú diario de la ingrata tarea de hacer política, y sobrevivir.

El retiro silencioso de Chacho me conmovió porque lo comprendo. Algo similar puede decirse del silencio de Isabel. Hay que comprender la magnitud de ese silencio. No voy a ser yo quién haga leña del árbol caído.

jueves, 5 de febrero de 2009

La Comisión Interna del Subte lo hizo de Nuevo


Ahora se trata de una nueva interna sindical. Causa suficiente, parece, para cortar el servicio y  garcar por enésima vez a los usuarios. Muchachos, no se equivoquen más, hacen ridiculeces, se tiran en las vías y cantan la Internacional, no piensan en la responsabilidad que significa prestar un servicio público, sólo les interesa hacer guerrilla urbana subterránea y consolidar la revolución bajo tierra. Piensan en profundizar la lucha de clases, pero la toma de poder (del sindicato) se ve lejana.

¿Quieren hacer un sindicato nuevo? Fenómeno, pero acaten la organización y las normas que rigen la actividad sindical. Resulta que hubo agresiones, y la mejor idea que se les ocurrió fue: hacer un paro.

Que pague la sociedad lo que en realidad es parte de la manifiesta incapacidad que la CI del Subte tiene para manejar el conflicto interno. La historia se repite como farsa, decía el barbeta de Tréveris: alguno de ustedes, muchachos de la CI, tendrá las obras completas, la guía revolucionaria para socializar los molinetes. Hasta la expropiación no paran ¿no muchachos?

Termino con un viejo comentario que hice hace unos meses:

Dicen que el paro es la única medida cuando el gremio juega a favor de la patronal. Esto es altamente subjetivo y en cambio se lo quiere hacer aparecer como la verdad revelada ¿Por qué es la única opción? Si hay una vulneración del estatuto de la UTA, primero voy a la justicia o me movilizo al Ministerio de Trabajo, o me siento a negociar con la CGT. Lo que pasa es que previo a todo ello hay una cosmovisión que aborta cualquier paso intermedio: el enemigo es la burocracia sindical, ayer, hoy y siempre. Esto reduce la perspectiva política y el margen estrátegico de la CI.

El indiviso trípode gobierno-UTA-Roggio es también un producto de la subjetividad con la que se ve un conflicto; que haya coincidencias ocasionales no significa que todo signifique lo mismo: pero acá "la patronal" sería un amplio campo que incluye a Jaime, Roggio, Moyano y el imperialismo yanqui, una gran bolsa en la cual entran todos contra la CI, que parecería la Cenicienta de las bases sindicales.

Esa perspectiva es reduccionista y menos objetiva que otras que se pueden hacer.

 Más allá de cualquier valoración de los hechos, lo que se cuestiona acá es que el paro no se origina en un menoscabo o en la afectación de la situación de los trabajadores del subte, ni surge como producto de un reclamo por las condiciones laborales, lo cual amerita el paro.

El paro surge de un conflicto en torno a la vida sindical y política de las representaciones gremiales del sector, y por más grave que sea la situación, no puede deducirse nunca que la consecuencia lógica y necesaria de un conflicto de esa índole sea el paro. Salvo que tengamos en cuenta la muy particular mirada ideológica que tiene la CI del subte del modo de desarrollo y resolución de la disputa sindical.

Es decir los muchachos de la UOCRA van y se cagan a cadenazos para dirimir los problemas sindicales, pero no dejan de laburar en las obras. No sé si se entiende; se trata de modos de concebir la acción sindical, y yo con el de la CI del subte difiero, y mucho.

Y la verdad es que el pueblo critica esta modalidad del paro, no le gusta el desprecio que se hace de ellos que son los únicos que usan y usamos el subte, porque la patronal viaja en coche, capo, y los que pierden son siempre los mismos. Pero quizás la CI este demasiado enfrascada en su guerrita subterránea para entender estas percepciones que se huelen en la calle.

Tendrán que acostumbrarse, los muchachos de la CI del subte, a que las criticas no vienen siempre desde la patronal o el Imperio, también pueden venir de humildes trabajadores como son ellos.

 

miércoles, 4 de febrero de 2009

Clima y Deseo


“Entre marzo y mayo los Kirchner van a atravesar una situación que determinará si las elecciones de octubre son solamente legislativas. Estos muchachos nunca perdieron una elección, nunca gobernaron en la adversidad y no los veo corriendo el riesgo de una derrota. Si creen que pueden gobernar la Argentina con las bases tradicionales del peronismo bonaerense, rapiñando puntitos en algunas provincias y sin tomar en cuenta que la relación con el campo y las clases medias urbanas está irremediablemente quebrada, no ha entendido un pito. Lo que han generado estos muchachos en materia de rencor es inédito. La gente me para para preguntarme cuándo se van. No hay un clima destituyente, hay un deseo destituyente de un gran sector de la sociedad. Y no es gorilismo: La Elegida no es Evita, no despierta amor; ellos no son tipos que despierten afecto. Y el peronismo ante todo es afecto. El peronismo tiene una densidad afectiva sin la cual no se entiende. Cobos es el “plan B” de todos. Dicen: “Si estos muchachos se desmoronan, Cobos ya”. La gran discusión es si Cobos por cuatro meses o Cobos hasta el fin del mandato. Los medios no la blanquean, pero esta discusión se escucha en todos lados.”

 

Habría que preguntarse las razones por las cuales se tiene en tan bajo precio el grosor de la democracia. Acaso la misma clase política haya contribuido a que todo sea reducido a pautas mínimas, donde inclusive se ponga en discusión la legitimidad, o se relativice, la decisión electoral. 

La secuela más disvaliosa del 2001 es este espasmo gutural del “use y tire”que se ha naturalizado en amplias franjas sociales. Una perversa espera a que se de “el mal paso”, para descargar el arsenal guardado, sin que se expresen fundamentos políticos de relieve que respalden la decisión. 

Como si lo verdaderamente importante de la política esté en cuánto antes de finalizar el mandato se tienen que ir los elencos gobernantes. Pero realmente, confieso que me parece muy pobre que se naturalice el “¿cuándo se van?”. Para este gobierno y cualquier otro que venga. 

Ya sabemos que el actual período democrático de veinticinco años nació con fallas congénitas que incluían la valoración de esa propia democracia como un concierto aséptico donde lo político aparecía reducido a gerencia. Por lo menos esa era la visión de quiénes “no querían saber más nada”. 

Pero la enseñanza básica que dejó la dictadura, es decir dentro de la democracia todo, fuera de ella nada, se deslizó hacia las aguas fangosas de la destitución como concepto único a ser blandido a la hora de interpelar a la realidad política. 

Digo: la idea de destitución es en sí misma una idea distorsiva de la realidad, porque se naturalizó como parte de cualquier análisis político, más allá de las implicancias concretas a las que remite ese análisis.

En todo caso admitiría que la idea de destitución consiste en un estado de excepción, un último recurso que sólo estaría a cargo de las mayorías populares, CUANDO ELLAS LO DECIDAN, y no como la comidilla política diaria de formadores de opinión y corrillos políticos representativos de absolutamente nada más que sus propios intereses.

¿En que quedamos, Turco? Decías hace unos meses que lo destituyente era una absoluta construcción de intelectuales nostálgicos, y ahora nos hablás de un “deseo destituyente” comprobado en tus caminatas urbanas, que sería distinto de un “clima”. Y al parecer, ese deseo debiera ser satisfecho sin más, porque te lo dicen “por la calle”. Ya sé, Turco, estás operando, te divertís, la cosa no es para tanto, pero…

El peronismo es afecto, decís, y ella no despierta ese sentimiento las masas; esta sola condición merecería, parece, la salida de la escena. Una ganga. Con este criterio, también Menem y Duhalde deberían haberse ido, porque ¿Quién despierta esos sentimientos en el pueblo peronista mas allá de Perón y Evita?

Acá es donde se nota la enorme trivialidad con que se mensura el concepto de destitución, más vinculado a la opereta y al factor micro-climático que a la realidad política concreta.

La crítica política concreta ha dejado paso a una superficial invocación integral que anula la discusión democrática, y desvirtúa los roles de oficialismo y oposición en el sistema.

Esa invocación integral se enmarcaría en un “hacen todo mal y se tienen que ir”.

¿A esto se reduce la complejidad de la política?

 

lunes, 2 de febrero de 2009

Nadal: “Dedico este triunfo a los parados de mi patria”


Estas fueron las palabras del numero uno del tenis mundial luego de consagrarse en el Abierto de Australia después de vencer al suizo Roger Federer, y lograr así el sexto major de su carrera.

A pesar de la alegría, el mallorquín no se olvidó de la dura situación que viven sus compatriotas a raíz de la crisis mundial: “Estoy feliz por el título, pero triste por los tres millones de parados en mi país”, comentó.

Es muy feo ver las enormes multitudes que se congregan en las oficinas de empleo y en Cáritas solicitando ayuda. ¡Qué injusto es este tardocapitalismo!”, exclamó el tenista al borde de las lágrimas.

Nadal también se refirió a la situación internacional: “El mundo es un lugar cada vez menos seguro. Los gobernantes invocan la racionalidad pero vivimos en el más completo absurdo. Impera la violencia y la desigualdad, ¿de que progreso de la humanidad me hablan?”, se preguntó un filosófico Rafa.

España es un país desarrollado, pero ante cualquier crisis de mierda, el paro sube astronómicamente. Y no sólo se perjudican los extranjeros, sino también los españoles. Vi muchos de ellos mendigando por las calles. Estamos peor que en Latinoamérica.”, remató el eximio tenista, visiblemente ofuscado.

Hablo mucho con los tenistas argentinos, son mis amigos. Todos ellos coinciden en ponderar los extraordinarios resultados del modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social impulsado por el gobierno argentino. Tienen suerte los argentinos que vuelven desde España a su patria. Allí hay empleo, justicia social, y un pueblo esperanzado. Aunque muchos emigrados se sienten humillados porque se creyeron lo del primer mundo y vinieron a España pensando que esto era el paraíso. Ya veis que no, cabrones, ahora sois parados, y el gobierno español les paga para que os vayáis y no volváis  por tres años, y si es posible, nunca más.”

Finalmente el Rafa Nadal pidió sensatez a los gobiernos y responsabilidad a las corporaciones: “Que no sean los pueblos los que paguen algo que no generaron. Como decía Perón, la economía nunca ha sido libre: o la controla el estado en beneficio del Pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste”, y se retiró, con el trofeo en sus brazos y la sonrisa serena del ganador.