La estigmatización de la asistencia social es a los ´90 lo que la demonización de la burocracia sindical fue a los ´60 y ´70.
En las últimas dos décadas no ha habido más que una gradual agudización de aquel estigma que, y ésta es la paradoja, nacía al calor de las cajas PAN alfonsinistas.
La formulación del estigma se efectuó sin consideración alguna del pauperizado escenario social prohijado por el tiempo dictatorial, y durante la primavera democrático-institucional, la retirada estatal no hizo más que ahondar la “autosalvación” de los olvidados de la tierra.
Los abandonados establecieron sus propias autodefensas: imperfectas, precarias, “no ideales”, pero así también las posibles bajo circunstancias de severo apremio.
Sin embargo, los propiciadores del desfonde, y los tácitos cómplices de la buena conciencia, desplegaron el habitual catalogo pontificador con el cual construyeron el relato cultural de los noventa “por izquierda”.
Como siempre, la izquierda cultural puso sus intelectuales orgánicos al servicio de sus pares “de derecha”, ambos de filiación pequebú.
Bajo el taquillero manto del denuncismo, el progresismo cultural evolucionó de la nota periodistica al partido político, con el peronismo menemista como cómodo puching-ball que garantizaba la homogeneidad ideológica del espacio progresista. Esto hizo posible que durante los noventa muchos se entusiasmasen con el “cambio ideológico” de Mariano Grondona, y que su audiencia se elevara considerablemente bajo los postulados de la “resistencia progresista” al menemismo.
El discurso anti-corrupción se transformó en el santo y seña de las fuerzas progresistas mediático-políticas, y no fueron pocos los que se solazaron con un libelo profundamente gorila como Pizza con Champán de Silvina Walger.
Eran los buenos viejos tiempos en los que la condena al peronismo estaba facilitada por su viraje “a la derecha” a manos de Carlos Menem. Un tiempo que permitió la lenta germinación de un discurso centroizquierdista que amontonó conceptos y hechos diferentes como equivalentes: así se homologó corrupción a asistencialismo, a sindicalismo, a negrada suburbana a erradicar en cuanto prácticas sociales y políticas “reprochables”, porque no son las propias de una república cualificada institucionalmente, y finalmente, todo ello se homologó a peronismo.
La oposición al peronismo menemista “por izquierda” vino a reafirmar su antiperonismo en la raíz esencial y subterránea del antagonismo histórico nacional: lo que Rodolfo Kusch visualizó en el odio que se subsume en lo racial, lo negro, la masa, la otredad latinoamericana como objeto de obsesión del pensamiento ilustrado, civil, blanco.
Con los matices que puede ofrecer la historia, el hilo conductor del conflicto sigue siendo el mismo, y los conceptos instalados por el relato progresista noventista remiten estructuralmente a lo indecible que habita en el “otro”, llamado para la ocasión peronismo mafioso y corrupto.
Ese discurso que estableció que todo intendente del Conurbano encubría a un potencial traficante de drogas.
El menemismo vino a facilitar la tarea de libre asociación entre peronismo e impresentabilidad a la que se dedicó este antipolítico centroizquierdismo periodístico-político (el tándem Página/12-Frepaso).
El denuncismo se transformó en el bien pensante mascarón de proa que invalidaba las causas políticas que motivaron prácticas como el clientelismo, causas fraguadas y aplicadas desde el laboratorio republicano que ahora hace de la política un inmenso erial moralizante.
Con la tarjeta alimentaria y la abstracta asignación universal se pretenden vulnerar estructuras sociales militantes insustituibles, en nombre de una aparente cruzada “anti-asistencialista” que dejaría de “humillar” al pobre. No es desde esas estructuras militantes desde donde precisamente se humilla al pobre. Lo humilla quién lo juzga “cliente” de un subsistema anómalo, a erradicar, pero que omite abordar el origen real del problema.
El inmenso logro de Página/12 y el Frepaso fue el de instalar un discurso aséptico, anti-corrupto y anti-político como alternativa al peronismo menemista, que terminó gestando formas de estigmatización profunda del peronismo a secas (entonces, del pobre).
Esos mismos estigmas que hoy son blandidos por TODO el establishment político y que encuentran su exacerbación paradigmática en el discurso de Carrió, y que aqueja al peronismo (hoy kirchnerista). Desaforada y tardíamente, Página/12 intenta combatir el monstruo que brotó de sus entrañas (ese monstruo llamado Crítica).
En algún rincón del callejón sin salida, el progresismo expía sus culpas.
PD: Solidaridad con Jorge Rulli.