Rara vez encontramos un político que se detenga a pensar la política bajo un marco de ideas que exceda el estricto perímetro de lo coyuntural. El político-intelectual, por variadas razones, no suele habitar la arena de la lucha como actor protagónico. Y los hechos nos muestran que no son los buenos narradores los hacedores de la política. Quizás porque la dinámica reflexiva fomenta conatos de duda, y la acción requiere la celeridad del descarte, la asunción de un riesgo. Como decía Derrida, la decisión es también todas aquellas decisiones no tomadas.
Chacho fue un político diferente, que intentó conciliar acción y pensamiento, y extraerle a la política las mayores posibilidades de reflexión sobre sí misma. Seguramente la revista Unidos fue uno de los últimos ensayos de pensamiento político generado desde la propia dirigencia y militancia política, y no ya desde el claustro universitario.
Como sea, cuando Chacho se fue del justicialismo por el fracaso de la renovación, lo hizo con dos premisas de la fábrica peronista:1) construir una fuerza política con real vocación de poder, y 2) formular una propuesta que reflejara la confluencia de intereses entre los sectores medios y los populares.
En esta genuina pretensión que Chacho dispuso tornar algo más que prolija programática radica la diferencia entre su proyecto y el de otros progresismos de la historia nacional.
La cosmovisión chachista se planteaba seriamente la ruptura del bipartidismo tradicional para redistribuir el escenario político con polos de centroderecha y centroizquierda a la europea. Y aunque murió en el intento, la experiencia frepasista es por lejos la más importante incursión del progresismo en la consideración popular y en el diálogo con el poder real. No en vano arrastró consigo al Partido Socialista, la Democracia Cristiana, el PI, sectores del peronismo, comunismo y radicalismo. La confianza que estas facciones disímiles tenían en la figura de Chacho hacía posible una acumulación que el campo izquierdo-progresista nunca tuvo, por su inveterado apego al sectarismo ideológico y al análisis de sangre.
Chacho recogía un plexo de cualidades que incluían un particular carisma. Con Chacho pasó algo inusual: la clase media le tenía genuino aprecio, le creía, lo tenía por un tipo que podía ser de la familia. De ahí la bronca desmesurada que provocó su renuncia vicepresidencial; sucede que, como pocas veces, gran parte de la sociedad votó, antes que un candidato a presidente, un candidato a vice.
Y pese a todo, siempre le tuve (y le tengo), un aprecio especial a Chacho. Un aprecio que excede su actuación política concreta, a pesar del juicio societal destemplado que lo condenó. A pesar de los graduales deslizamientos hacia el naufragio.
En 1991, 92, caminaba más. Barrios, clubes, sociedades de fomento. Gramática: pobreza, igualdad social, anticapitalismo, deuda externa. Engorde electoral. Primeros errores. 1995, 96: de la calle al estudio de TV. Gramática: Corrupción, calidad institucional, distribución del ingreso, estabilidad monetaria, corrupción, anti-menemismo, denuncia penal, corrupción. Chacho se va descentrando, se amolda a un discurso que deja de interpelar lo popular, su proyecto pierde grosura política, se vuelve insípido.
El frepasismo pierde también su discreta pero existente base militante (mucho mayor que la que hoy puede ostentar la suma centroizquierdista), a favor del fogoneo mediático de su figuras candidateables. Pastilla de cianuro: unión con el radicalismo.
El problema insoluble del Chacho fue “la pata peronista”, pensar viable lo que no era. Cansado, formaliza el sepulcral acuerdo con la UCR. Chacho se hartó de subir por la escalera (PT) y tomó el ascensor (Concertación chilena).
La política, y no digo novedad alguna, es un arte complejo y sencillo a la vez, que no se aprende en ninguna academia, ni se ejerce con un título de politólogo. A gestionar la cosa pública tampoco enseña nadie, y Chacho era incompatible con la rispidez de la decisión gubernamental: la política, una vez superado el folklore militante, obliga a parámetros perturbadores que no todos están en condiciones de tolerar, y todo vestigio moral se transforma en un obstáculo. Chacho sabía que lidiar con eso le costaría.
Por eso, respeto a Chacho, y achacarle los errores no debería implicar endosarle la descalificación personal. Muchos tipos la merecen antes que él. Pero también comprendo que las expectativas de quienes lo votaron fueron de una singularidad notable.
Silencios y bajos perfiles como el de Chacho deben ser respetados. Ahí reside (en la decisión de optar por el silencio) un modo de la expiación, y no es común este abandono de escena en la clase política. ¿Qué debía explicarle Chacho a la sociedad? No lo jodan, loco. Nadie más que el tipo para sentir en el cuerpo el fracaso político. Errores y fracasos, el menú diario de la ingrata tarea de hacer política, y sobrevivir.
El retiro silencioso de Chacho me conmovió porque lo comprendo. Algo similar puede decirse del silencio de Isabel. Hay que comprender la magnitud de ese silencio. No voy a ser yo quién haga leña del árbol caído.