La cuestión del sindicalismo peronista ha sido históricamente un problema para la teoría política. La singularidad de su nacimiento en el marco de un movimiento nacional-popular nunca fue captada en la dimensión correspondiente, y ese déficit sedimentó interpretaciones erradas que persisten en la actualidad.
Los problemas se remiten a 1955, cuando la alianza de clases dentro del movimiento nacional se resquebraja y muta hacia un contexto en el cual la organización sindical se constituye en factor de gravitación primordial en la confrontación con el régimen. La Resistencia, como realidad política de aquella coyuntura, es la causa que hace posible comenzar a pensar en un potencial revolucionario del movimiento nacional justicialista.
Pensar en un peronismo revolucionario era válido, ya que la nueva estadía en el llano, el líder en el exilio, la deserción del poder militar y la burguesía nacional, eran factores que permitían inaugurar nuevas estrategias y acciones políticas, acordes al momento histórico.
Es allí donde Cooke, como delegado de Perón y conductor de la resistencia, comienza a formular un análisis de la organización sindical peronista, buscando en ella el potencial revolucionario que, según Cooke, esa etapa del movimiento requería.
En la Correspondencia, Cooke coloca en examen la dialéctica político-gremial: esa misma que tensionó la formación del Partido Peronista entre 1945 y 1948.
Partido y Sindicato expresando un antangonismo de las formas y los pensamientos políticos. De otro modo, es ese mismo antagonismo el que transita la sociedad argentina del decenio peronista.
Cooke opta por la necesidad de la hegemonía de lo sindical en el período resistente, y postula un tránsito de las formas estrictamente laboristas institucionales hacia formas político-revolucionarias insurreccionales a cargo de las masas obreras y dirigencias sindicales por sobre las político-partidarias.
Pero los problemas para Cooke empiezan cuando intenta establecer las formas prácticas de ese pasaje del reformismo al revolucionarismo: ese pasaje no puede hacerse sin debilitar la fuerza de la organización sindical, fuerza que reside precisamente en su rol reformista-laborista.
Cooke advierte este problema casi insoluble que conspira contra su intención revolucionaria, y no puede resolverlo. Que un político de la lucidez de Cooke exhiba dificultades para abordar la cuestión habla a las claras de la complejidad de la función del movimiento sindical, función que no puede ser binarizada, como lo fue en los ´70, provocando errores políticos y estratégicos gravísimos que explican en buena medida los sucesos del período 73-76.
En ningún caso Cooke pone en duda la naturaleza movimientista del peronismo, por eso rechaza de plano la idea de un partido de clase proletario como forma resolutiva del reformismo sindical. Pero a la vez que pregona la necesidad de una ruptura hacia lo revolucionario por vía sindical, Cooke no puede dejar de reconocer la importancia institucional de la organización sindical como factor de poder real y concreto en la puja capital-trabajo, la fuerza del sindicato como actor negociador y de presión sobre el poder dominante: “La CGT tiene una estructura que, sin ser extraordinariamente revolucionaria fue lo más sólido del movimiento (…) es la única fuerza real, temida por el gobierno y capaz de presionarlo”. “Los dirigentes sindicales tienen muchas fallas, pero también los méritos principales: son representativos” (Correspondencia Perón-Cooke).
Acertadamente, Cooke advierte que el problema no radica en la dirigencia sindical: no es la burocracia sindical la que obstruye el camino hacia una faz revolucionaria del Movimiento, porque es precisamente a partir de ese único poder real del movimiento (estructurado y organizado sobre la dialéctica burocracia-bases) que se produce el avance popular de masas en la lucha resistente.
El movimiento nacional peronista profundiza su interpelación al régimen en base a la reivindicación gremial (lo que Gramsci llamó los intereses económico-corporativos inmediatos) y no como producto de una supuesta “conciencia política revolucionaria”.
Esta "conciencia revolucionaria" era la que solicitaban algunos sectores radicalizados del peronismo revolucionario en la Resistencia (MRP) que exhiben una mirada ideologista y simplificada de la cuestión sindical, mirada que prevaleció en la izquierda peronista de los setenta a la hora del flagrante error de asignar a la burocracia sindical el rol de enemigo en la lucha revolucionaria, error crucial que enterró las posibilidades del proyecto peronista de liberación del ´73.
El asesinato de Rucci es el corolario funesto de la exacerbación de este pensamiento demonizador de la dirigencia sindical peronista.
Cooke entiende que no es estigmatizando a la burocracia como se resuelve el “problema sindical”: en dos planos simultáneos, Cooke postula que la potencialidad revolucionaria radica en la acción sindical tal y como funciona en su organización institucional dada (laborista, burocrática), captando la dialéctica: en el gremialismo clásico está la expectativa de la ruptura revolucionaria, si es que esta puede darse. Cooke, en la coyuntura de la Resistencia, ve esa posibilidad, pero también su límite operativo.
Como último recurso, Cooke apela a la figura del líder de masas: es él quién debería, como conductor, bajar la “nueva línea revolucionaria” para el Movimiento.
Sin embargo, esta resolución muestra la debilidad del argumento, porque a pesar de la lógica piramidal en la organización del Movimiento, Cooke parece prescindir de la dialéctica líder-masas en la cual esta última mantiene cierta autonomía respecto de la conducción. La Resistencia es la muestra cabal de esa dinámica.
Por lo tanto, Cooke no puede resolver en términos prácticos el trayecto revolucionario que vislumbra como potencialidad concreta del movimiento en esa nueva etapa más allá de una apelación casi mística a la voluntad del líder que no se condice con la realidad.
No obstante ello, lo destacable del pensamiento de Cooke es que no cae en el simplismo de pegarle a la burocracia sindical como “enemigo estratégico” de la vía revolucionaria, y que logra captar en su completa dimensión el funcionamiento de la organización sindical.
En esa misma línea se pronuncia años después Roberto Carri: “El reformismo de los líderes sindicales es sólo un aspecto de la formulación. Si no hubiesen actuado de esa manera fácilmente podrían haber sido desplazados por Perón, y el movimiento sindical no hubiera tenido la envergadura y el arraigo popular que realmente tuvo y que pese a las sucesivas derrotas todavía tiene. Mientras no exista un organismo que reemplace a los sindicatos, éstos mantendrán su papel como vanguardia del movimiento popular” (Sindicatos y Poder en la Argentina).
En definitiva, tanto Cooke como Carri advierten sobre la importancia de la dialéctica sindical: Reformismo y Revolución no son términos que se excluyan mutuamente, sino que se complementan en el marco de la organización. Es esto lo que no advierten la izquierda peronista y las organizaciones armadas, ni la izquierda no peronista, que van a construir un falso antagonismo: burocracia entreguista vs. basismo revolucionario.
Lamentablemente, lo esencial de esa falsa oposición persiste en las evaluaciones actuales de la cuestión sindical en la Argentina.