lunes, 29 de junio de 2009

Campanadas en la Noche

Farrah, del pueblo para el pueblo, no hubo taller mecánico de los ´70 que no te tuviera

No hubo, al final, brisa. La noche envió sonidos escarchados para que sean palpados, y allí decodificar las texturas de un pulso popular. Lo que hay que acatar, sin diatribas épicas de la derrota (no perdimos contra la derecha y las corporaciones), es la decisión popular que declaró el fin de una hegemonía kirchnerista. No soy eufórico en la victoria, como no soy dramático en la derrota porque entiendo que el acontecimiento electoral es un mojón circunstancial en la compleja senda del actuar político, ese evento continuo tan fascinante como ingrato porque, como sabemos, nunca cesa.

Hay algunas cosas que suelen irritarme agudamente, y que tienen que ver con la miopía analítica que deriva de una comodidad ideológica que examina los hechos desde muy exclusivas racionalizaciones que se pretenden hacer pasar como generales y lógicas. Desde esa perspectiva se dice entonces que “el que votó a De Narváez no piensa, o piensa mal” o “vota a la derecha”: una indignación sobreactuada a cargo de los que consideran “tenerla clara”, y desde esa astenia conceptual, evitan desandar un camino reflexivo que seguramente llevará a abandonar el bagaje de las certezas inconmovibles. Quizás habría que comprender que hay muchos argentinos que no quieren a los Kirchner. Que los han votado en otras ocasiones (2003,2005, 2007) y que ahora no. Una merma que se verifica con claridad en todo el país y de manera muy elocuente en el notorio corte de boleta De Narváez - Intendente del FJPV en todo el conurbano (con brechas de entre el 5% y el 25% entre NK y (a favor) de las listas municipales del peronismo), certificando además la categoría de verso retórico bienpensante que asumen en la boca del establishment político las difamaciones del “clientelismo” y “el fraude”.

¿Es un voto de derecha el que hoy votó a De Narváez y ayer lo hizo por el kirchnerismo? No, es un voto eminentemente antikirchnerista, un voto que documenta que se cometieron errores de conducción política, y que, documenta que en el último año de gestión, se orientó “la profundización del modelo” apelando a variables teórico-políticas que remitirían a antiguos flash-backs del antagonismo nacional y que al expresarse como discusión política (duelo de relatos) y no como respuestas concretas a los requerimientos actuales de la sociedad argentina, perdió imprescindibles anclajes con la realidad.

El conflicto agrario, la confrontación con la corporación mediática y la redistribución del ingreso terminaron siendo cuestiones que el kirchnerismo prefirió instalar como exclusivo debate político de relatos en pugna dando definiciones ideológicas allí donde se necesitaban (además y fundamentalmente) acciones concretas direccionadas a responder con énfasis a demandas relacionadas con el empleo, la asistencia social, la inseguridad y el poder adquisitivo. Frente a ello, el kirchnerismo se ató exageradamente a bastiones argumentales como “clima destituyente”, “los medios mienten” y “nosotros o el caos” y se situó en un espacio de confrontación teórica muy seductor para las militancias y audiencias politizadas pro-kirchneristas (una porción significativa pero minoritaria de la población) pero que no sintoniza con la escala de prioridades y preocupaciones que albergan la amplia mayoría de los argentinos. Si Kirchner va a una barriada conurbana y habla de la ley de medios frente a gente que está cagada de hambre, o si ante la inseguridad se dice que “los medios inventan la sensación de inseguridad”, es posible que se avance en una distorsión de la apreciación de ciertas realidades sociales que termine causando sino malestar, indiferencia y apatía. Y esto no implica negar lo ya hecho por el kichnerismo. El voto pretérito así lo ha demostrado.

Kirchner pagará los costos de una conducción partidaria con numerosos errores evitables, y ello constatará algo que siempre se ha dicho por acá: que el kirchnerismo no es algo distinto del peronismo, como soñaron el albertismo y los transversales. En todo caso será una parte del peronismo que aportó una nueva masa crítica militante de la que antes se carecía, pero sujeta a las hegemonías circunstanciales de todo liderazgo peronista.

La vocación re-politizadora del kirchnerismo convive con el riesgo de que la lógica confrontativa no cuaje con una coyuntura popular que reclama socializar el acceso al consumo y a los bienes para todos los sectores asalariados mediante el uso de toda la capacidad instalada de los dispositivos institucionales vigentes. Esta es una tensión que el kirchnerismo no ha sabido graduar de acuerdo con las circunstancias, ya que no todos los conflictos deben ser manejados de la misma manera, y muchas veces se pueden lograr conquistas efectivas sin disparar un solo tiro.

Parecería que durante la campaña, Kirchner terminó pidiendo fe ideológica en base a la reiterada invocación de los logros kirchneristas del pasado, sin percibir que el pueblo ya “había pagado” por ello en las elecciones de 2003, 2005 y 2007 con mayorías incuestionables, en vez de dar certezas hacia el futuro. No dijo, por ejemplo, desde cuándo y de qué forma se va a reinstrumentar el Plan Jefes y Jefas de Hogar.

Se trataría de entender que el pueblo teje a través de complejas tramas las razones y pulsiones que conforman el voto, y no sólo bajo premisas ideológicas abstractas, sin consideración de expectativas e intereses materiales y existenciales. Cuando esto no se comprende acabadamente, se dice entonces que los que votaron a De Narváez son infradotados o, como dijo Binner, que los que votaron a Reutemann padecen el síndrome de Estocolmo, demostrando un desprecio por el pueblo que alarma, como si ellos fueran clarividentes y el resto una manga de pelotudos.

Lo cierto es que no es tanto la composición parlamentaria como la cuota-poder del kirchnerismo hacia el interior del peronismo lo que se ve dañado después de esta elección, y nadie mejor que Kirchner para comprender esta situación. Y situación que obliga a comprender, también, que este gobierno es el único que garantiza la gestión y la gobernabilidad, y el que estableció condiciones de intervención estatal y laborabilidad que no podrán ser trastocadas sin que se estimulen graves formas de conflictividad social real que nadie desea. El congreso puede ser el lugar donde los distintos bloques estén obligados a cristalizar lo que quieren para el país que viene, y canalizar allí toda la gama de conflictividades políticas inevitables y necesarias. Que la lluvia los lave a todos, y se sepa que hay detrás del discurseo barato que pulula por canales de cable.

Para el peronismo, se abren discusiones imperativas, entre ellas terminar con el festival de las colectoras y los lemas de hecho y empezar a utilizar quizás el más importante legado de la Renovación: ir a elecciones internas y dejarse de joder. En Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe la dispersión generó debilidad, y menos mal que Reutemann aguantó la salvaje embestida del socialismo (hizo una elección infernal en condiciones disvaliosas, y fue nuevamente el candidato más votado en la provincia, y eso no lo explica la gorilada de Binner); el Lole se quejó porque Cristina lo enmarcó dentro del peronismo disidente. A ver si afinamos el lápiz, Cristina.

Sprint final: verdaderamente penoso el rol de los encuestadores que llevaron las operaciones políticas a limites insospechados. Hay varios pichones de Otaegui que se metieron en la hoguera de manera kafkiana, y otros hicieron del escapismo un arte que envidiaría Houdini. Háganse cargo muchachos. ¿Lo vieron a Bacman ofrendándose para el sacrificio?

martes, 23 de junio de 2009

M

Los hijos que remueven los escombros y les tiran piedrazos a los cazadores de utopías.

Reconstruir los retazos de una biografía es un acto de egoísmo positivo que necesita vulnerar las representaciones de una memoria blindada por los padres. Acceder a los padres es matar la representación fulgurosa que de ellos se hizo para poder soportar una derrota política.

Hijos que no se limitan a aceptar la versión que de sus padres asigna y fija una monolítica y herrumbrosa historia militante inmune a la interpelación “posmoderna”: los padres siguen considerándose autoridad histórica de la verdad setentista ante el perturbador cuestionamiento de los hijos, y con amabilidad trémula siguen insinuando que poseen el patrimonio interpretativo porque “nosotros lo vivimos y ustedes no” y mentan “diarios del lunes” para inaceptar acercamientos a 1970-76 que no se correspondan con el Relato de la memoria que los ha salvaguardado de la crítica, de la inspección del cuarto propio.

Hijos que no buscan restañar sus heridas yendo a las clases de catecismo que sugieren ponerle ornamento al fotograma heroico, sino que, como en El Pasajero de Antonioni, dan vuelta la cámara hacia los dueños del relato y los desnudan en la repetición de la misma gramática: bonassismo tornasolado. La cámara es el espejo en que se mira el sobreviviente de la lucha revolucionaria, y se transforma en la interpelación de un tiempo político que quedó sepultado bajo el manto de horror y muerte dictatorial y de las semánticas que se sedimentaron como anticuerpo.

Hijos que en el arduo camino de reconstrucción de una biografía personal buscan al padre y no al héroe.

Las películas de Nicolás Prividera y Albertina Carri inician un itinerario huérfano de teorías premoldeadas y avanzan taladrando el discurso standarizado por los organismos, ciertos sobrevivientes y ciertas izquierdas políticas. Piden explicaciones a los amigos militantes de sus padres muertos, desde el último eslabón de una tragedia. A Prividera y Carri no se los conformará con decirles que sus padres “dieron la vida por un mundo mejor”. Hay una lejanía no sólo temporal, sino también refractaria a los euforismos épicos, los hijos blanden el picahielo de la crítica, dislocando anquilosadas formas políticas de la memoria. Se trataría de perforar la gramática del Nunca Más que ocultaba la militancia política de la víctima. Pasar a otra etapa imperiosa del análisis de los ´70, ahora con veinticinco años en el lomo democrático.

Prividera narra a la cámara la indignación que le produce la falta de autocrítica del ex – militante de JP que había conocido a su madre muerta: la excusa para no escarbar en los errores es la de siempre, “no hacerle el juego a la derecha”. Lo que se dice sotto voce en el ambiente de los organismos cuando se intenta profundizar en algunas discusiones. A veces se habla como si todavía se estuviese en el campo de batalla defendiendo la Causa, sin asumir que quién interpela es el hijo del compañero muerto. El hijo pregunta desde su propia historia, desde una ausencia y no desde una tribuna política, y entonces no merece ni admite la reafirmación excusatoria del mito de la juventud maravillosa como salvoconducto para la exoneración de culpas y responsabilidades. Cuando indagan por sus padres, Carri y Prividera no quieren escuchar el relato público del panegírico.

Políticamente, se trata del retorno de los espectros no conjurados por la izquierda peronista. Lo que todavía no abordó la frondosa literatura sobre los ´70. Mal que mal, el tiempo del testimonio dictatorial ya fue visitado, investigado y legitimado como parte de un sentido común asumido socialmente. Se sabe que pasó y hay un consenso sobre la verdad del genocidio. Se hicieron thrillers testimoniales como La Noche de los Lápices, Ojos Azules o Los Dueños del Silencio, y más recientemente fue Montecristo, y Florencia Raggi se hizo fan de Las Abuelas y Dalma Maradona hizo Teatro por la Identidad: hay un consenso más ampliado, que en la primavera democrática no podía ser.

Y los hijos vienen, ahora, a descentrar el foco: los relatos que construyeron la representación del horror y la muerte no permitirían avanzar en un abordaje más hondo; 1973-76 leído quirúrgicamente, ya sin los condicionamientos interpretativos del informe de la Conadep. Sumergirse en la compleja índole de una militancia política atravesada conceptualmente por la lucha armada y antecedida por dieciocho años de luchas populares que no pueden dejar de ser interpretadas bajo la luz peronista y sus claroscuros.

Es la parte de los ´70 que falta discutir (la más perturbadora, la que más se resiste) y que entre otras cosas, necesita de una verdadera, franca y honda (auto) crítica de concepciones y actuaciones de la izquierda peronista. Eso es lo que indirectamente, y sin el propósito deliberado de hacerlo (la búsqueda personal va llevando a ello), inauguran películas como Los Rubios y M. Voces minoritarias, incipientes que apenas pueden encontrarse en un pensamiento más directo en algunos grandes ensayos que dejó Nicolás Casullo y (desde otra óptica) en algún libro de Pilar Calveiro.

En un tramo de su película, Prividera aparece leyendo Perón o Muerte de Sigal-Verón: no es la mejor perspectiva para definir argumentaciones políticas sobre el pasado setentista ni sobre Perón, porque se necesita ir al fondo de la historia, para después volver. Hundir las manos en la aridez de los Apuntes de Historia Militar, y después, volver.

miércoles, 17 de junio de 2009

El País de Binner

–Parece que en el conurbano bonaerense tienen éxito los estilos confrontativos y mediáticos de hacer política. Es un perfil que no es el suyo. ¿Cómo se imagina peleando en un futuro en ese terreno?

–Manejarse en las contradicciones es una forma muy cruda pero eficaz de hacer política. Personalmente, no la comparto. Creo que hay que salir de un sistema prebendario para entrar en un sistema de derechos.

Lo preocupante de Binner es su imposibilidad de dar respuesta a una pregunta medular a la que, y sin que se lo pidieran Reutemann ya se refirió.

Estado cuerpo a cuerpo con(tra) los sectores populares. La piedra angular de toda subsistencia presidencial desde hace ocho años. Una cuestión frente a la cual un tipo que tiene veinte años en la función pública como Binner podría aproximarse sin incurrir en flagrantes ambigüedades y lugares comunes.

Porque si Binnner no define que compromiso asume con el complejo dispositivo que tramita diariamente con el pobrerío estructural de la nación, no puede ser presidente. Más bien parecería que la cosa se limita a reproducir el cancionero constitucionalista (“imperio de la ley” “sujetos de derechos”) al que es tan afecto Hermes, nacido y criado bajo custodia comiteril y capaz de ampararse en la sacralización de la legalidad democrático-institucional para justificar la no atención real de los postergados por “fallas en la ecuación fiscal y responder con el uso desmedido de todas las facultades represivas estatales tan sólo por no haber tendido puentes de negociación e inclusión política en una instancia previa. Y no pienso ya en los hechos del 19 y 20 de 2001, sino en el Freddy Storani mandando a reprimir en Corrientes.

Lo inquietante de Binner es que no despeje dudas y entonces las incremente: ¿cuántas personas de las que votaron al honesto De la Rúa pensaron que iba a hacer un uso indiscriminado de las facultades constitucionales de represividad estatal durante todo su mandato?

Los “imperios de la ley” suelen jugarles malas pasadas a los republicanos, y los lesionados de siempre son los que dejan de percibir el plato de comida. Yo no quiero que nos gobierne Binner.

Si el dilema de algunos compañeros radica en promover un corte de boleta Binner-Rossi es porque entonces no se termina de comprender que el adversario es Binner y no Reutemann. Guste o no, Lole es peronista y sabe de las contenciones que le esperan. Cuando Moyano mensajea a Reutemann, no lo hace desde “inconciliables antinomias ideológicas”, tan sólo le dice qué línea no hay que cruzar: no podrá hacer neomenemismo. Moyano pauta las condiciones de una eventual convivencia: el Hugo no le da señales a quién no es capaz de recibirlas.

El voto útil anti-Lole y pro-Binner es un error magno: Binner es el único exponente opositor que llena el formulario: tiene gestión, es honesto, es progresista y ama a los niños. La gran esperanza blanca que puede juntar a derecha e izquierda sin esfuerzo, aglutinar al no peronismo y forzar una polarización fuerte de cara a un ballotage, para buscar así la tan ansiada domesticación final de la “impresentabilidad peronista”. Cuando Pagni le cante loas a “Hermes presidente” no se angustien, porque va a ser demasiado tarde para lamentos.

Yo no quiero que nos gobierne Binner.

Homologar a Lole y Binner como “lo mismo” es pertinente para el cálculo político del Chivo Rossi, pero obstaculiza cualquier análisis político que busque sobrepasar la coyuntura. Al cabo, tanto Hermes como Carlos tiene credenciales de gestión, y habrá que ver si el Chivo (un gran armador legislativo y muy buen cuadro) decide alguna vez desvirgarse y dejar de postularse a cargos legislativos: cuatro años de ejecutivo templan cualquier discurso barricadista y refuerzan la autoridad política. El Relato de “buenos y malos” tiene carretel corto.

El pedido de coherencia de Binner es otra de las baratijas argumentales del niño progresista que oculta su delarruismo pretérito.

Tampoco podemos sumarnos festivamente a la demonización noventista de Reutemann, porque no somos puristas y llegado el caso, Kirchner “está implicado”; Lole y Lupo son fervientes cultores del primer mandamiento menemista: superávit fiscal a morir.

Lole y Lupo privatizaron sus bancos provinciales (Duhalde no) y Lole y Lupo, también, y hasta ahora, ganaron todas las elecciones a las que se presentaron. Y alguien me debería explicar (sin baratijas argumentales, por favor) cómo es que en 2003 Reutemann fue el candidato más votado después de la catástrofe de las inundaciones con el apoyo mayoritario de los sectores populares más perjudicados por el episodio, traccionando los votos necesarios a Obeid para la gobernación.

El civismo binnerista es el trapo en la boca de la Justicia Social.

martes, 16 de junio de 2009

Calles de Domínico

Kirchnerismo a tres bandas: asumir las muertes peronistas negadas, realizar la promesa menemista del derrame y recodificar la noción abrillantada de progresismo ahora pasada por el tamiz del poder.

Si el cartaabiertismo se apresta a hincarle el diente a las carencias de la construcción política del kirchnerismo, debería hacerlo sabiendo que las clases de cookismo las dicta la Manzanera y no ya las jotapés o las usinas de algún organicismo intelectual.

Después de los estrepitosos fracasos de la transversalidad y la Concertación Plural, hablar de construcción política y hacerlo con absoluta prescindencia de la necesaria producción de poder, significa persistir en el error y eludir arteramente la pregunta profunda: bajo qué pautas el Estado y la política tramitan su relación cotidiana, compleja, concreta y real con los sectores populares de la nación aquí y ahora. Pregunta para la que sólo sigue teniendo una respuesta el peronismo, aún después de sus tan anunciadas muertes durante la larga marcha democrática. ¿Qué cimientos siguen firmes luego del terremoto?

Discutir la forma de una construcción política es TODO, y no debiera adquirir los modos de una tesis académica. Las posiciones políticas se defienden con los pies en el barro, y sí, te manchás, se trata menos de proclamar que de justificar. Carl Schmitt fue funcionario de Estado durante Weimar y después escribió sobre teoría política.

Pepe Nun fue secretario de cultura, y después le contestó al seminarista Gargarella: flaco, no hablés de clientelismo, ni de intendentes del conurbano, que vos no sabés un carajo, en tu puta vida conociste un puntero o una manzanera, desconocés terrenos y modismos, nunca te preocupaste por aprender. Ese velado desdén (“no hablés de lo que desconocés”) que Cristina desgrana cuando le piden que defina a Carrió y dice “alguien que es candidata a diputada”. El famoso “tu no has gobernado nada” y si lo has hecho, fue entre los fatídicos años de 1999 y 2001.

Discutir una construcción política es hacerlo munido de un pensamiento estructurado desde matices y mediatizaciones entre ideología, poder y empiria: el conurbano se recorre mejor con “los libros” de Evita y Mugica. Aunque se encuentre muy lejos de la frontera, algo de esto parece intuir Nun cuando le responde al sacro Gargarella, ese bienintencionado simpatizante de (casualmente) Carrió hasta que, y miren ustedes, se decepcionó. Se viven decepcionando, no encuentran el zapato de la cenicienta.

Si el cartaabiertismo quiere discutir las alternativas de una construcción política para el kirchnerismo hasta sus últimas consecuencias deberá saber que en el fondo del callejón, los espera el problema del pejotismo: cualquier análisis debe evitar el atajo argumental de la demonización, deslindar filas con la caduca retórica albertista y pensar desde un realismo árido que nos muestra que el kirchnerismo sostiene su poder apoyado en la CGT, los intendentes del conurbano y los feudos provinciales (Salta, San Juan, Chubut, Santa Cruz). Todas ellas variadas formas del pejotismo, aquello que las usinas letradas a diestra y siniestra denuncian como lo perimido, pero que, como verifica el apesadumbrado Marcos Novaro, sigue atravesando la matriz del proceso político nacional contemporáneo. Novaro era el tipo que esperaba que entre el menemismo y la irrupción del Frepaso se llevara a cabo la obra de destrucción del peronismo y que disimula haber errado el pronóstico. Novaro, el ex - asesor de Graciela Fernández Meijide que eligió definir políticamente al mejor intendente de la historia de Avellaneda por su sola “impresentabilidad”: caminando las calles de Domínico, los vecinos añosos me dirán que no recuerdan a Herminio a partir de aquel epíteto. Novaro, el tipo que escribió un libro sobre la historia del Frepaso y fundó un club político (sic) para desmontar la mentira kirchnerista, y que en realidad, para él, es la peronista.

El cartaabiertismo se centrará, saludablemente, en la reflexión de las ausencias en la construcción política de la ontología kirchnerista y acaso lo haga demasiado tarde, pero con la inapreciable ventaja de saber que los movimientos sociales, el hellerismo, los vestigios del Frente Grande y el “apoyo crítico” de la CTA y el sabbatellismo no incidieron sobre ninguna correlación de fuerzas hacia el interior del dispositivo kirchnerista porque antepusieron exigencias ideológicas abstractas justo allí donde lo que se necesitaba era una experiencia territorial intrínsecamente ligada a la producción de poder político. Algo de lo que este espacio filo-kirchnerista carece irremediablemente por su proverbial indisposición con la sinuosidad del poder: aquello sobre lo cual el dirigente popular debe estar perfectamente esclarecido, como le advertía Rucci a Tosco. La cuestión central que Ricardo Forster desarrollará con lucidez, seguramente, en las próximas cartas del colectivo intelectual.

Dime como haces política y te diré que resultado electoral obtienes. Discutir la construcción política es todo.

domingo, 7 de junio de 2009

El Discreto Encanto de Hacer Kirchnerismo

Cuando el 2002 empezaba a caerse del almanaque y se vivía una confusa primavera negra, y los que habían rodado por el terraplén hacia la zanja fangosa de mierda y sangre apenas tenían fuerzas para voltear la cabeza y sacarla del lodo, Nicolás Casullo escribía un gran ensayo que en un determinado momento de su desarrollo se ralentiza hasta dejar una pregunta pendiendo del silencio: ¿Quién puede imaginarse (a sí mismo) abriendo bolsas de basura en la esquina de una avenida?

Argentina consumaba el descenso al último subsuelo de la miseria, y hurgar la riqueza en la bolsa del desecho del Otro devenía en práctica masificada, culturalmente naturalizada: si la escena perturbaba mucho, un tranquilizante para dormir y a afrontar el nuevo día de la pos-comunidad.

Casullo hace la pregunta genuina que para la pelota y raspa el fondo de la olla para buscar si quedó algo de humanidad; hace la pregunta que el academicismo de las ciencias sociales no se hace porque está muy ocupado en lucrar con el bagaje teórico “que el neoliberalismo nos dejó”: publicar libros sobre la exclusión social, la fragmentación del tejido social, la privatización del espacio público, el drama de la vida en los countries: el disquito gastado que los cráneos del conicet pasean por estudios televisivos y publicaciones culturales, al que ahora agregaron la minería como el kiosco progre de moda, y que en lo político se pajean con Bolivia y Venezuela mientras se lamentan por “la mentira kirchnerista”.

Nada nuevo tratándose de esa izquierda cultural que huye permanentemente de toda incomodidad, y que en el caso particular del svampismo de Maristella le permite situarse como consultora bienpensante de María Laura Santillán, Osvaldo Quiroga o Jorge Lanata a la hora de hablar de “la cuestión social” o del remanido noventismo: Menem le sigue dando de comer a varios, y (como diría Rocamora) nadie le agradece.

Aquella interpelación de Casullo proyecta una densidad del drama humano que sobrepasa largamente las anodinas categorías sociológicas del témpano svampista, y que se entronca con las raíces políticas, culturales y existenciales de una singularidad nacional que se desmenuza a través de los amagues housemanianos del ensayo, que prescinde de la vocación al cuadro sinóptico.

En ese 2002, el cartonero atravesó el dilema “del pensar”: abrir o no la bolsa en la esquina de Callao y Santa Fe frente a la mirada ajena. Algo que nosotros (la clase media) pensaríamos largamente, porque “no nos imaginamos” haciéndolo. Pero que en esos años de intemperie masiva se transformó en la única opción para muchas personas que sin dejar de estar en el margen, habían vivido días de empleo y sindicalización, y además guardaban en la memoria familiar la época de un tiempo de la felicidad realizado (lo que no entienden los que se hacen la paja con Chávez y Evo). Por eso, el dilema fue fugaz para el cartonero: no había tiempo para pensar, la humillación dejaba paso a la inconsciente experiencia de un estado de supervivencia. Lo que dirán muchos cartoneros es que cuando te decidís a abrir la bolsa, ya no pensás en nada, no interesa nada, no sentís ninguna mirada. Pero en ese paso dado hay un crecimiento con violencia envasada, que en el futuro no daría derecho a condenar la desmesura de “estos negros que te invaden la ciudad

Pero si el cartoneo es la marca indeleble de la inflexión del 2001, también hay que decir que no se puede persistir en condenar la caída “a eso”. Sería como la cantata de la academia feminista que pide indignada que las prostitutas dejen de serlo sin hacer las consultas en el lugar de los hechos. Es decir, el cartonero llegó para quedarse porque 2001 sigue estando a la vuelta de la esquina (como la revolución en 1973, pero al revés y con palpable realismo) y porque nunca se retorna a lo vivido más que en un difuso recuerdo. Y esto no significa que los cartoneros no deban dejar de serlo, sino que más realista sería interpelar de qué modo afecta y modifica la vida popular ese nuevo acontecimiento. Y sobre todo, hacer consultas, que no muerden.

El kirchnerismo ocupó el hangar decisionista menemista y comenzó a carretear por la pista que el duhaldismo construyó con los escombros que quedaban; después voló por sus propios medios e hizo su propio camino.

El kirchnerismo marcó tiempos: hoy el empleador se preocupa un poco más por blanquear a sus trabajadores antes de que haya quejas. El mejor programa televisivo que marca el pulso kirchnerista es el del Sindicato de Empleados de Comercio de Lanús y Avellaneda en el canal 20 de Multicanal. Y el que no blanquea se cuida mucho de no pagar un sueldo inferior al mínimo vital y móvil, o paga el equivalente al del convenio que debiera corresponder. No es mucho, pero no es poco. Es tan sólo una tendencia que los gobernantes se ven compulsivamente a imitar para no quedar a contramano de sus propias expectativas de supervivencia política.

¿Y los cartoneros? Bueno, las paradojas de la CABA tienen ese no sé qué: cuando la ciudad era gobernada por el progresismo puro y duro de Aníbal Ibarra, y la UCEP funcionaba clandestinamente y reprimía sin asco a los que “usurpaban” la calle, los reclamos de blanqueo de la actividad cartonera eran deliberadamente eludidos. Lo dicen ellos: “con Ibarra cobrábamos lindo”.

Cuando Macri asumió, acentuó el discurso represivo (“abrir bolsas es robar”), pero en los hechos, hizo kirchnerismo: la grisácea gramática del Estado que vuelve; registración, blanqueo, obra social y jubilación para los cartoneros, y para los trabajadores de la UCEP. Con Ibarra, todos en negro: quizás aquí resida la huella que explica por qué el progresismo no gobernará la Ciudad por un largo tiempo, aunque la gestión macrista sea precaria y altamente cuestionable. Los cartoneros blanqueados sólo dirán que Macri, aunque parcialmente, atiende sus reclamos: ellos lo llaman conquistas. Ahora son “recuperadores urbanos”, y siguen lejos de las puertas del edén, pero no es lo mismo. Y otra paradoja: los cartoneros dirán, solamente, que el problema para ellos, a corto plazo, no es Macri sino ese histórico bastión del progresismo fashion (como Poder Ciudadano) llamado Greenpeace: ese grupo económico dedicado al negocio ecológico que pide que el proceso de diferenciación y reciclado de residuos quede en manos privadas y que los cartoneros se jodan.

De todos modos, el gran problema del cartonero es el mercado: la caída fenomenal del precio del cartón amenaza la fuente de trabajo. Nadie ostenta certificados de felicidad, sólo se trata de morigerar el dolor y restañar las heridas más graves: el kirchnerismo es la mejor sala de guardia posible. Macri sigue dando palo con la UCEP blanqueada (son laburantes, ¿o no?), pero también, y como tiene que gobernar, hace kirchnerismo.

martes, 2 de junio de 2009

Viene una Brisa

Viene una brisa desde aquellos territorios donde hace unos meses prendían fuego.

Al ritmo de la campaña electoral, volvemos a la normalidad. Néstor, como pedíamos, bajó los decibeles y la cosa se fue acomodando. Los que van a votar admiten tácitamente lo que algunos espectáculos mediáticos se empeñan en negar (la tribuna de doctrina lo hace con tanta desprolijidad y desespero): argentinos que van a votar en junio preguntan por cuánto va a ganar Kirchner. Probablemente no lo voten (o sí), pero lo preguntan con calma (hace unos meses prendían fuego en cada palabra que se refiriera a ellos, esos que gobiernan) y alguno hasta lo admite como lógico, y si los apurás, como necesario.

Lo que ya se puede decir (salga como salga la elección) es que en la tozudez de los Kirchner está gran parte de su solidez, tanto para avanzar como para defender. Ahora que escampa, el kirchnerismo sigue teniendo una oferta política concreta, la de siempre, la que incluso el votante enojado durante la tormenta, admite con gesto disconforme, pero admite. Y mientras tanto la oposición no pudo hilvanar nada: un spot televisivo de De Narváez se centra  temáticamente en “evitá el fraude”. Una novela que empezó a escribirse en octubre de 2007, y que ocupó, para la oposición, una centralidad política progresiva para cubrir otros vacíos, porque, si el “modelo kirchnerista” no gusta ¿por qué los candidatos opositores eluden deliberadamente colocar alternativas en la mesa? Frente al discurso constitucional-juridicista del pan-radicalismo y la cáscara marketinera de De Narváez, el kirchnerismo es alta política. Es lo lógicamente votable.

El kirchnerismo provocó algo más que la crispación de ciertos sectores medios. En la clase media progresista colocó un diván y dividió las aguas: mucha gente comprendió que el único progresismo es el peronismo (kirchnerista) y anudó su pensamiento y ciertas sensaciones a una mirada cercana y benigna hacia lo popular.

Se trata de personas que ya no se conformarán con un voto incontaminado, autoexculpatorio e inocuo: votos que ya no irán a Pino Solanas o al resto del centroizquierda, sino que optarán por la responsabilidad de emitir un voto por las ofertas realmente existentes para gestionar y tallar en política. Personas que votarán el hacer y no el decir, que votarán mayorías parlamentarias y no monobloques. Personas que consideran que los porotos, por estos seis años de reparación social, se los debe llevar el kirchnerismo y no  progresismos que se venden como una ficticia  continuidad superadora”: como dice la izquierda dura, el progresismo partidario ya gobernó hace ocho años. A la izquierda del kirchnerismo, efectivamente, no hay nada.

Este es un avance cultural importante e irreversible, debido a este peronismo “por izquierda” que encarna el kirchnerismo. Algo de lo que el progresismo partidario deberá tomar nota, y también el peronismo, por qué no. Kirchner lo hizo.

Viene una brisa.

lunes, 1 de junio de 2009

El Cordobazo, Tosco y la Insoportable Levedad de los Estereotipos

En Córdoba había un bosque, al que Tosco no quería entrar porque en la llanura era libre. Él y sus animales vivían en libertad, pero querían un mundo de bienestar. Pero para concretar ese bienestar debían ingresar al bosque, cruzarlo, someterse a sus laberintos, su peligro, y debía entenderse con todos los animales del bosque, adaptarse a sus desmesuras, arrebatos, ataques y afectos, tratando de avanzar juntos, y sin rumbo oracular, a puro machetazo entre el follaje hacia el deseado objetivo. Tosco pensó, entonces, que se trataba de un camino arriesgado, incierto, en el bosque no se ve todo tan claro como en el panorama de la llanura. Decidió quedarse, al fin, en el llano, contemplando la multiplicidad del bosque desde cierta distancia, admirando alguno de sus habitantes. Y Tosco pasó sus días predicando a sus propios animales de la llanura, esos que lo comprendían y lo seguían porque en la libertad el relato de un mundo de bienestar se oía cada vez más maravilloso, contado una y otra vez. Libres, Tosco y sus animales soñaban cada noche, cómo sería ese mundo de bienestar. Ese que nunca alcanzarían, porque estaba del otro lado del bosque.

 Las narraciones estandarizadas de las luchas populares suelen esquivar con prolijidad aquel “dato amargo” que les otorga cualitatividad (a las luchas): la etapa de la canalización institucional del conflicto popular, ese momento gélido donde se impone la disciplina de la organización para, a través del poder, cosificar las demandas originadas en la cálida etapa de la movilización popular. Ese frío tiempo en el cual las burocracias exhiben su imprescindibilidad y el trabajador las reconoce como el resguardo propio en la soledad de la noche. Digo: nadie se dedicará a escribir una épica del Navarrazo.

Pero del Cordobazo y de Tosco, sí: se escriben épicas y se alimentan estereotipos. Se habla, en esos relatos,  de la única revuelta popular no hegemonizada por el peronismo, y cuando se habla de Tosco, se habla de su bonhomía, su calidad de cuadro, su honestidad y su no anti-peronismo, todas ellas verdades irrefutables, sin duda. También se suele hablar, más imprecisamente y al boleo, de la necesidad de tipos como Tosco “en la actual dirigencia sindical”, y de que “Tosco era un grosso” (sic).

De lo que se habla poco (nada) es del tosquismo: es decir, de la cosmovisión político-sindical de Tosco, y de los límites y carencias de una práctica sindical eminentemente basista, indispuesta con las lógicas de poder y por lo tanto divorciada con toda posibilidad de aquello verbalizado como objetivo (la liberación nacional y el socialismo a la chilena).

En ese incontaminado independientismo de Tosco (la lectura de Marx no siempre enaltece) germinan las semillas de una experiencia efímera y limitada por la falta de un encuadramiento riguroso “hacia arriba”. Tosco postula una escalera al cielo desde las bases obreras cordobesas hacia la liberación y el socialismo, minimizando concretos matices e intermediaciones (dirigencia sindical, negociación, peronismo, el problemático pasaje de lo sindical a lo político) que jugarán un papel determinante en el proceso histórico. Tosco no participa en el comité central confederal ni en otro dispositivo cegetista que no sea el estrictamente local, porque los juzga ilegítimos por no expresar “la verdadera voluntad de las bases” (algo discutible), para refugiarse en el corralito basista.

¿Por qué el modelo sindical de Tosco, si era superador del peronista, no se extendió territorialmente ni perduró en el tiempo? Atribuir el fracaso a la represividad estatal suena a excusa, porque ésta alcanzó a todos. Más genuinas parecen las palabras del legendario Lorenzo Pepe cuando atribuye el fracaso de la CGTA a las fallas y falta de un criterio de conducción sindical: “la burocracia” como enigma sin solución. Lo que había desvelado las noches del primer Cooke (1955-59) cuando verificó que aún en pleno despliegue movimientista de las bases, la burocracia sindical era una referencia insustituible como contención, representación y avance de una lucha popular integral. El modelo sindical de Tosco omite adentrarse en esta compleja dialéctica.

Distinta postura asumirían Elpidio Torres y Atilio López  (los peronistas del Cordobazo, situados a la sombra del Gringo en el relato épico) que a pesar de manejarse con entera autonomía respecto de la CGT nacional (y con diferencias políticas no menores), se reconocían en la conducción vandorista. A pesar de articular un eje común de resistencia a la dictadura, López y Torres difieren de Tosco en cuanto a una concepción del poder y de la organización institucional: cuando el Lobito asume la conducción de la CGT regional unificada, el sector tosquista no participa; y el Negro fue vicegobernador de la provincia. Tosco seguía prefiriendo la libertad del llano.

El otro día hojeaba aquel ejemplar de la revista Así de febrero de 1973, y releyendo el debate Tosco-Rucci, pensaba en la profunda resignificación que hoy tienen esas gramáticas tan opuestas. El sindicalismo político de Tosco, el lenguaje estatutario y ríspido de Rucci. En aquel tiempo de agradable temperatura revolucionaria, se decía que Tosco “lo había noqueado” a Rucci, “el Gringo lo mató”, porque el clima epocal impugnaba cualquier encuadramiento disciplinador de la movilización obrera. La “libertad tosquista” sintonizaba con la irresponsabilidad que deriva de no ser a la vez interpelador del capital y garante de las conquistas conseguidas: en el discurso de Tosco se dice paro, movilización, bases, democratización, expropiación de los medios de producción. Rucci habla de poder, de lograr el objetivo, de respetar los canales orgánicos, de evitar la anarquía que en el futuro impida gobernar.

Rucci piensa desde la perspectiva de quién sabe que va a gobernar y entonces debe instaurar un Orden Democrático del que es responsable. Tosco se refugia en su independencia y en su único sometimiento a la decisión de las bases, desvalorizando la Autoridad que debe emanar de su propia figura de líder gremial, es decir, se incapacita políticamente por el riesgo de tener que ascender a “burócrata sindical”. Dejados atrás los ´70, y tomando conciencia de que las aguas bajaron turbias, la relectura de aquel debate arroja conclusiones perturbadoras: la historia determinó que el que ganó por goleada, en realidad, fue Rucci. Hoy rogaríamos por un Pacto Social como el de 1973.  

“Estos planteos que se hacen a nivel de la CGT tienen otro trasfondo. Yo he sostenido y sostengo que el dirigente gremial que se limita a plantear reivindicaciones sociales es un mentiroso. Y sostengo que las reivindicaciones sociales son la resultante de la justicia social. Y únicamente para lograr la justicia social hay que asumir el poder. El dirigente gremial tiene que estar perfectamente esclarecido. El planteo que se formula en este momento es asumir el poder. Integrados todos aquellos que se dispongan a defender los intereses de la Nación, sean peronistas o no.” Rucci formula la inminencia de un nuevo escenario que es incompatible con el accionar del clasismo basista: se necesita encauzar la protesta porque hay un gobierno popular que va a hacer la justicia social.

“Es muy difícil poder aceptar para quien no es peronista la estrategia que tiene el peronismo dentro de los problemas políticos que se debaten en el país. Porque el peronismo no es un partido político, es un movimiento que, como lo dijo el compañero Tosco, tiene un líder, tiene mentalidad revolucionaria y si se encaja como partido político es para enfrentar la batalla dentro de un proceso y asumir el poder. Lo que implica que cuando se entra en este juego, se hace lo que conviene por la sencilla razón de que una actitud emotiva, o una actitud justificada, puede ser el factor o elemento que perturbe esa estrategia y no se logre el objetivo”. Rucci desgrana practicidad, aleja a Tosco del terreno ideológico en el que quiere permanecer, y lo sitúa en una posición incómoda: se trata de lograr los objetivos en base a una estrategia de poder, de la que el sindicalismo participa y que hay que forzar mas allá de la movilización popular. Tosco espera que las bases confluyan autónoma y armónicamente en una gesta insurrecional y autogestionadora de índole colectivista, donde el peronismo ocupe un lugar subsidiario, desdeñando la lógica peronismo- antiperonismo que atraviesa al antagonismo nacional de esa época y que subsiste como marca subterránea de los problemas políticos nacionales.

El Tabú: la contención de la protesta sindical a raíz del Gobierno Peronista del ´73. ¿Cómo asimilar que gran cantidad de los sindicatos combativos que participaron del Cordobazo apoyaron el Navarrazo del ´74?

La puja Atilio López-Perón giraba en torno al modo de expresar la reivindicación popular en una coyuntura nueva: era necesario darle cauce institucional al conflicto para evitar males mayores a futuro; males que terminaron ocurriendo como tragedia peronista en 1973-1976 y nacional del ´76 en adelante. Algo sobre lo que Perón venía advirtiendo desde 1944.

Tosco, el amigo de Illia y Alende, el marxista independiente, casi un librepensador, un peregrino del llano que no pudo superar, con sus buenas intenciones, aquel dispositivo sindical peronista que subsiste a los embates del establishment político. Lo que los estereotipos no dicen.