Viene una brisa desde aquellos territorios donde hace unos meses prendían fuego.
Al ritmo de la campaña electoral, volvemos a la normalidad. Néstor, como pedíamos, bajó los decibeles y la cosa se fue acomodando. Los que van a votar admiten tácitamente lo que algunos espectáculos mediáticos se empeñan en negar (la tribuna de doctrina lo hace con tanta desprolijidad y desespero): argentinos que van a votar en junio preguntan por cuánto va a ganar Kirchner. Probablemente no lo voten (o sí), pero lo preguntan con calma (hace unos meses prendían fuego en cada palabra que se refiriera a ellos, esos que gobiernan) y alguno hasta lo admite como lógico, y si los apurás, como necesario.
Lo que ya se puede decir (salga como salga la elección) es que en la tozudez de los Kirchner está gran parte de su solidez, tanto para avanzar como para defender. Ahora que escampa, el kirchnerismo sigue teniendo una oferta política concreta, la de siempre, la que incluso el votante enojado durante la tormenta, admite con gesto disconforme, pero admite. Y mientras tanto la oposición no pudo hilvanar nada: un spot televisivo de De Narváez se centra temáticamente en “evitá el fraude”. Una novela que empezó a escribirse en octubre de 2007, y que ocupó, para la oposición, una centralidad política progresiva para cubrir otros vacíos, porque, si el “modelo kirchnerista” no gusta ¿por qué los candidatos opositores eluden deliberadamente colocar alternativas en la mesa? Frente al discurso constitucional-juridicista del pan-radicalismo y la cáscara marketinera de De Narváez, el kirchnerismo es alta política. Es lo lógicamente votable.
El kirchnerismo provocó algo más que la crispación de ciertos sectores medios. En la clase media progresista colocó un diván y dividió las aguas: mucha gente comprendió que el único progresismo es el peronismo (kirchnerista) y anudó su pensamiento y ciertas sensaciones a una mirada cercana y benigna hacia lo popular.
Se trata de personas que ya no se conformarán con un voto incontaminado, autoexculpatorio e inocuo: votos que ya no irán a Pino Solanas o al resto del centroizquierda, sino que optarán por la responsabilidad de emitir un voto por las ofertas realmente existentes para gestionar y tallar en política. Personas que votarán el hacer y no el decir, que votarán mayorías parlamentarias y no monobloques. Personas que consideran que los porotos, por estos seis años de reparación social, se los debe llevar el kirchnerismo y no progresismos que se venden como una ficticia “continuidad superadora”: como dice la izquierda dura, el progresismo partidario ya gobernó hace ocho años. A la izquierda del kirchnerismo, efectivamente, no hay nada.
Este es un avance cultural importante e irreversible, debido a este peronismo “por izquierda” que encarna el kirchnerismo. Algo de lo que el progresismo partidario deberá tomar nota, y también el peronismo, por qué no. Kirchner lo hizo.
Viene una brisa.