Dejar de percibir que la política es obtención y preservación del poder y tan sólo después de ello el campo fructífero para que nazcan las ideas silvestres que hacen posible un programa o un plan, significa, por lo menos, perder la visión de la enorme extensión del campo de batalla.
Ahora bien, ¿cuál es la ingeniería para la preservación? Lo difícil no es llegar, sino mantenerse, y es por esa razón que ninguna victoria es definitiva. La política es por definición ingrata, y hasta puede ser injusta para quiénes tengan una visión idealista (entonces dogmática) o moral (excluyente del Poder como variable dominante) de los acontecimientos.
Una derrota electoral siempre remite al “cuarto propio”, y no tanto a los factores externos que impidieron la victoria; tampoco es pertinente formular análisis autoexculpatorios del tipo “la sociedad no comprendió” o “tenemos un pueblo de mierda”: dejemos esos llantos para los gorilajes de diverso pelaje, o para la quejosa retórica de Aliverti.
La estrategia nunca es lineal, ni la misma: las coyunturas bastonean el tiempo político, y fijan la dirección a seguir; por eso el político es contradictorio, y “no resiste un archivo”. Está bien que así sea.
Después de la derrota política de la 125 (ya no importan los factores que iniciaron y perfilaron el conflicto), se imponía un tiempo de no-confrontación, sobre todo discursiva.
La histórica estrategia kirchnerista debía morigerarse, sin que ello significara una atemperación de las decisiones políticas y gubernamentales. La forma vale tanto como el fondo, y captar un humor social para adaptarse a él no puede leerse como una capitulación, sino como un acto de inteligencia. Sobre todo cuando está en juego la preservación del poder.
Hay que saber cuando ser conflictivo y cuando consensual. Ambos factores no son excluyentes del otro, y no se es menos “revolucionario” por adoptar tácticas apaciguantes cuando la coyuntura lo requiere.
Ya había dicho que me parecía equivocada la sobreactuación plebiscitaria que inducía Kirchner a la campaña, cargando de dramatismo una situación electoral que para la población no representa ningún “matar o morir”. El 29 de junio hay que levantarse para ir a laburar, la vida sigue. Y así lo entienden muchos intendentes que apoyan “el modelo”, pero no la “testimonialidad”.
La decisión “testimonial” demuestra cierta desesperación. Aunque no sea la realidad, eso es lo que se demuestra. Kirchner instala un clima de “confrontación final” que no se huele en la calle: la batalla (necesaria) con Clarín no encabeza el ranking de preocupaciones del pueblo, pero el compañero Néstor se obstina en presentarla como primordial. Ahí hay un pequeño descalce que habría que revisar.
En realidad, lo que acá se juega es la cuota-poder del kirchnerismo dentro de la interna peronista de cara a 2011. Y eso no debería notarse tanto (y se nota) frente al electorado. La población vota por los hechos concretos y el impacto de ellos en sus propios intereses, no vota una estrategia de poder: esto último es lo que Kirchner debe ocultar tras los bastidores. En escena debe verse lo que le interesa al pueblo.
Las movidas de Kirchner no parecen ir en ese sentido. Y la estrategia confrontativa-plebiscitaria que se está desplegando se podrá ajustar al sentir de una militancia kirchnerista y a una porción de la sociedad que no es mayoritaria, pero no representa nada significativo para la enorme mayoría que va votar en junio.
Hay que apaciguarse, loco, porque nadie se va tirar con vos por el precipicio. A lo sumo te acompañarán hasta el borde, y te mirarán (acaso con pena), caer. Y entender que más allá del futuro del kirchnerismo (que para mí “no huele a calas”), existe la necesidad imperiosa de que después del 2011 siga gobernando el peronismo.
Pero para eso es imperativo que la gestión durante estos dos años durísimos que vienen sea lo mejor y más eficaz posible: hay que proteger al gobierno peronista de Cristina para que consolide los logros obtenidos. Porque acá hay una verdad irrefutable, digan lo que digan: los Kirchner son los únicos que pueden gobernar el país, los únicos que tienen credenciales de manejo (el otro es Duhalde). El peronismo no kirchnerista lo sabe.
Para los que sigan creyendo que el kirchnerismo es algo distinto del peronismo (a pesar de la contundencia de los hechos), y entonces les dé exactamente lo mismo que desde 2011 haya un gobierno peronista o no (y votarán a Binner, o a Sabbatella, o volverán a pedir Frepaso sin errores, ay), espero que la realidad no los ponga nuevamente de cara al error. Basta con leer la historia reciente del país. Creo que el kirchnerismo hizo un aporte sustancial para que esto no ocurra, pero nunca se sabe…
De Reutemann ya escribí algo, y me parece que tan equivocado no estaba. Scioli es un buen rostro para el peronismo posible. De todos modos, lo crucial no pasa sólo por arriba.