lunes, 30 de agosto de 2010

La llama prístina de la política silvestre (la que tocamos por primera vez algún día, que ya es lejano pero es fragua) sucede, para nuestra generación, en un tiempo de tranquilidad: la paz desapasionada es el estrecho pasaje hacia la construcción de algo político que (ya) no puede presentarse sin su respectiva traducción estatal. De esas aguas quietas, estancadas, casi podridas, surge, a veces, el conflicto; pero ésta es la secuencia que establece un Orden, y no la opuesta: vuelven a pulular los días de calma. El Estado es una larga marcha que no sabemos cuando empieza ni veremos concluir, y en estas largas jornadas opacas, con fulgores disminuidos y paz hacedora, en estos días estatales, provinciales, municipales que aportan los escuálidos pero imprescindibles dividendos a un plazo fijo político, hay que leer a Alejandro

miércoles, 25 de agosto de 2010

La Lapidación de Silvana Mangano


Un rato después del acto de Cristina, mientras todos ponían TN para rastrear los  daños de ese coito no consentido, yo puse 678 para ver si la pantalla ya estaba manchada de blanco.

 

 

1. Saber la verdad. ¿Qué verdad? ¿Y qué, después de la verdad? ¿Hay un nexo trascendental entre la verdad de un hecho y la verdad seminal que cuece la producción de sentidos? ¿El modo de adquisición de papel prensa define una forma del periodismo argentino, de una vez y para siempre? Estas preguntas, sin duda válidas para “gastar tiempo” en los ámbitos académicos y periodísticos, no son coagulables en el terreno político. Por lo tanto,  a la política no le sirve sino en la combustión  de lo efímero traer estos temas al centro del ring. La historia de la confrontación de Kirchner con Clarín tiene una gramática muy diferente a la que se verifica en los casos Obama-FOX y Lula-O Globo, y esto da cuenta de la mayor o menor claridad política con que los gobernantes afrontan la relación con los medios de comunicación. Lo que no alcanza a comprender el kirchnerismo es cuáles son los límites y cuales los campos fértiles para una discusión sobre y con los medios. Qué temas discutir y cómo hacerlo, que cosas no discutir y cómo no hacerlo. La selección de temas a discutir en el ámbito mediático requiere de una gran lucidez política (si de lo que se trata es de constituir o sostener una hegemonía). Lula no hace campaña para que Dilma suba hablando del monopolio mediático.

 

2. 72 minutos habló Cristina. 72 minutos duró, también, aquel mítico concierto de Prince en River. 72 minutos de ordenada cadencia narrativa que Cristina aprendió en la comarca legislativa para relatar los hechos de la adquisición que ahora investigará la justicia, pero que, si los puntos álgidos son los que Cristina afirmó como tales, haría que todo este caso del que supuestamente saldría una verdad irrefutable, se pueda transformar en las internas del clan Graiver y perder entonces toda proyección política que se le quiera dar. En realidad, la plusvalía política que se le puede extraer a una confrontación con los medios es bien chiquita si el alternativismo argumental surge del peyote ideológico del cartaabiertismo. 72 minutos de cadena nacional para hablar de este tema es una decisión política muy elocuente que habla de los fetiches y prioridades que hoy desvelan a esa asfixiante mesa chica. Lo que me queda claro es a qué tantos temas Cristina (la de Tolosa) no le dedicará nunca (pero nunca, eh) 72 minutos de cadena nacional.

 

3. Cristina dice que siempre estuvo convencida de que. Y mientras habla, la costura se deshilacha, las palabras se van por el desfiladero, ¿de que habla Cristina? Ese anudado histórico entre lo dictatorial en cualquiera de sus formas y el establishment periodístico como huella candente desde donde hacer todas las valoraciones que el tema admitiría, es una cagada. Hoy mucha gente (del palo lector, pero no tanto) que nunca compra el diario, compró Clarín y La Nación para ver qué carajo pasaba con este quilombo. Ojo, porque una discusión sobre lo mediático nunca cierra el círculo de “la verdad”, como se empeña en creer cierta izquierda cultural que sueña con el paraíso desclarinizado de la pureza informativa. Cuando Cristina se salió de la estricta narración judicial de papel prensa para pasar a un más filosófico y abarcativo “los medios nos mienten, nos dominan”, volvió a refugiarse en la madriguera autoindulgente del intelectual ladri, pero que nunca debe ser la de un político. Una cosa es el hecho papel prensa, otra muy distinta los bamboleos de la lógica mediática que desde el discurso del gobierno se intenta comisariar en base a un macarteo por izquierda bastante infecundo.

 

4. Y la avenida de vuelta en la relación entre política y medios también la mencionó Cristina en el tramo final de su atrilazo, y quizás sea lo más positivo de todo lo que dijo: del otro lado, persiste el síndrome chachista del “más valen quince minutos en Hora Clave que subsidiar militancia territorial molesta” que campea en toda la oposición política. Pero lo común a ambas posturas, el “nos mienten” del gobierno y el “todotelevisismo” opositor, es la bajada de precio que le hacen a la sociedad y que es el signo de una fractura, de una lejanía. Creer que la efervescencia audiovisual y gráfica que asuela nuestros días define de manera tajante los comportamientos políticos de la gente es un síntoma de ignorancia política del que tenemos que hacernos cargo.

 

5. Sale Fibertel, ¿quién entra? ¿el microemprendimiento autogestionado de fibra óptica de las Madres de plaza de mayo? Cuando hace unos meses dije que detrás de la ley de medios no había otra cosa que un voluntarismo resistente que no pensaba los medios con el criterio capitalista que es necesario para producir y competir a un nivel decente, me salieron a pegar sin asco en la cita de Artemio (Yo jodía con lo de Tití y Benedetto, y al final…). Todo bien, pero ¿cómo está la cosa ahora? Más allá de la pelea personal entre NK y Magnetto, ¿cuál es la diferencia de sustancialidad periodística entre el grupito Szpolski y el gvirtzismo y el resto de los medios? Hay una cosa que no se quiere ver: que lo que nace no es estructuralmente  distinto de lo que se dice aborrecer, y que en muchos casos la posición dominante que tienen ciertos medios en el mercado hacen posible la supervivencia de otras empresas periodísticas menores que sin ese derrame (o sin subsidio estatal) no podrían existir. Tabú progre. Nosotros, nosotros quedamos afuera.

jueves, 12 de agosto de 2010

Revisaba en el galpón el armario de libros viejos: una pila con los del boom, y en el fondo, noventismo puro: la bibliografía periodística del setentismo (el Santucho de Seoane, Andersen, Gillespie, Caparrós-Anguita y otros colosos) que vino a inundar un consumo para una clientela ávida que leíamos para saber de que se trató y a la vez en refracción al menemismo imperante. En el último estante de abajo, un ejemplar suelto de la revista Movimiento, y entonces, recordé…

 

Desde los noventa hasta acá, la izquierda peronista ha estabilizado bibliográficamente su relato de los ´70 con una visión retrospectiva del peronismo que sin embargo no se cierra con la etapa de la dictadura, sino que ambicionó hacer reverberar sus sentidos hasta los largos días democráticos que hoy transitamos. Esta intención no tendría otra relevancia que la histórica, si no hubiera implicado también una forma de pensar la política que se hacía y se haría en democracia. Y sí, los que se fueron al exilio y volvieron en los ochenta se horrorizaron con el peronismo que quedaba, firmaron el por qué nos vamos, renegaron de la carcaza aparatista, se retiraron, hicieron el frepaso, algunos volvieron con el kirchnerismo, otros no volvieron, todos quedaron anclados en lo que los ´70 debían seguir siendo para explicar el relato que sostenía la existencia o sólo acaso el plato del que eligieron comer. Borbotones de libros: la M, el Pepe, el Pelado, Mugica, la Gaby, el Tío, la historia del peronismo.  Es decir, el gran relato de la izquierda peronista en democracia impuso condiciones de interpretación muy fuertes de los setenta, y del propio peronismo democrático residual. La bibliografía periodística ayudó a consolidar no sólo una memoria del horror, sino (y esto es lo que me interesa resaltar en un plano de lectura política ahora) un diagnóstico mortal sobre el peronismo que volvía después del ´83 que hace que aún hoy no se pueda tolerar (entre las corrientes filoperonistas que trafican por el carril izquierdo) la denominación de partido del orden que tan bien le cabe al peronismo que gobierna en distintas direcciones desde la posdictadura, pero que lo hace desde un consenso: el peronismo es un movimiento conservador (defensivista) de los puentes que evitan ampliar los grados de separación entre lo estatal y lo popular.

Un ejemplo: JPF no puede explicar la actualidad política del país bajo las categorías derecha/izquierda peronista. No va, loco. Atrasás treinta años. Y la paradoja del kirchnerismo es precisamente que al momento de la reivindicación generacional pendiente (y que Kirchner hace) se inicia un ciclo de paulatina sepultura argumental, un desgaste progresivo de aquel gran relato que ya no sirve ni siquiera para seriar los hechos de una época. Por eso el libro del Tata Yofre se vende a morir, aunque no sea la versión justiciera (no la hay) que entierra al bonassismo. Hay un debate de los ´70 (que será para historiadores, no para los políticos, pero…) que se va a ver más adelante, y del que el nivel de venta de El Escarmiento es un emergente oblicuo y de ninguna manera el más interesante, pero nos susurra algo.

Gritos, susurros, y silencios: falta el libro de la jotapé Lealtad. Nadie ha escrito ese libro de investigación, aunque en los círculos políticos funciona la radio bemba que narra los filamentos de aquella historia. La jp lealtad es una piedra en el zapato que el feinmann-bonassismo no se banca, no tanto por la huella histórica de fractura, sino por la cosmovisión política que tuvieron del peronismo democrático de 1983: todo lo que tuviese que pasar iba a pasar dentro del partido justicialista, de una vez y para siempre. Peronismo como partido del orden, como disputa del poder, como lazo popular posible y genuino frente a un gran relato que nunca dejó de basarse en una derrota política inapelable. Por eso la idea del Perón malo que vuelve y nos miente debe morir, porque una historia del peronismo que le dedica el 70% del texto a narrar el ´73 no puede ser otra cosa que la sesión terapéutica que no fue. No podemos hacer una lectura política desde la neurosis de JPF. Pero lo más perturbador es que los cuadros más calificados de jp lealtad han cultivado el silencio. Un silencio lacerante frente a la vociferación ampulosa de los que se acomodan en el diván y tapian la discusión tirando a la triple A como comodín argumental a cada rato. Yo creo que el silencio frente a una época que asumen tipos y minas que padecieron la persecución y la pérdida es algo para comprender y aprehender. Los cuadros de jp lealtad podrían haber elegido autojustificarse, blandir inocencia, llorar frente a la cámara en Cazadores de Utopías. Pero eligieron no hacerlo, y esa es una decisión política basada en una muy fuerte lectura de época, hay que tener mucho huevo para hacerlo. Esto permite rastrear y reconocer con mucha elocuencia las numerosas y complejas fases de las que se nutre y atraviesa la izquierda peronista antes del monopolio montonero. No es casual que muchos de esos cuadros se hayan peronizado con la experiencia silvestre de la segunda resistencia a finales de los ´60. Hubo vida antes de la M.

El dilema del ´83 era: ir al barro o balconear. Gestión o solicitada. Algunos se lamentaban porque la bolsa de comida reemplazaba como instrumental político al debate de ideas; ahora había que lidiar con la negrada sin respaldo épico y como no se lo bancaron, dijeron que eso no era el peronismo. Nacía el término pejotismo como lápida, pero no pudieron saldar esa pretensión con la realidad. Algo que ni siquiera es saldable con la llegada del kirchnerismo, y que quedó muy claro en estos años (quizás porque Néstor y Cristina también fueron Lealtad y como correspondía, isabelistas en los primeros ochenta ¿se acuerdan?). Los lealtosos, en cambio, asumieron una perspectiva más organizacional que no podía corporizarse sino en lo que se ofreciera como peronismo orgánico en cada etapa que la democracia deparase, para bien o para mal. Los grandes relatores de la izquierda peronista se hicieron intelectuales, los lealtosos siguieron siendo políticos. Redención, en los libros, para los políticos. Los intelectuales ya la tuvieron.

jueves, 5 de agosto de 2010

Operativo Dorrego

1. Las relaciones carnales que sostiene Carrió con las formas antipolíticas de pensamiento es lo que explicaría, quizás parcialmente,  por que la oposición carece de la idoneidad para rumbear discusiones medulares como la de las retenciones y el 82% móvil para los jubilados. Y el problema es que estos planteos parten de un erróneo deber ser basal (y pantanoso hasta las lágrimas) que por ahora no vamos a encontrar en ningún catálogo de gestión. La cosa es algo más que cambiar retenciones por impuesto extraordinario a las ganancias; la cosa es algo más que garpar el 82% con los luminosos fondos de un sistema previsional sueco que no existe. Inclusive la propuesta comprensible del progresismo realpolitiker que solicita la elevación de los aportes patronales a los valores de las edad pre-cavallista para financiar el 82% desconoce una cuestión central: hasta que punto la performance administrativa diaria del Estado Nacional está signada por el serpenteo subterráneo y latente de una estatalidad menem-kirchnerista que podrá ser denostada en el discurso, pero que todavía hace mover al Estado. Que hace que el Estado se levante a la mañana, labure, y se acueste a la noche, y así todos los días. Acá radica un tabú que por el momento el discurso progresista más estacionado no puede abordar con la adultez de no nombrar más al neoliberalismo, y lo más probable será ver  al peronismo nuevamente tomar el dilema por las astas; el sistema tributario y el previsional están tabulados por aquellas reformas estructurales que afrontó el peronismo menemista (algún día, algún día…) y que ahora sólo admiten una resolución compleja: no hay que tirar ninguna estantería al suelo. En un rincón del ring, Adrián Pérez te dice que el 82 se banca con los fondos que la Anses no debiera tener en inversiones y fideicomisos, y por otro lado Lo Vuolo pide la revolución previsional (¿por qué Lo Vuolo no es peronista? ¿por qué el tipo hace la elección eterna de los márgenes del instituto de estudios de políticas programáticas sociales públicas….? Veníte al barro, Lo Vuolo.) para que finalmente el 82% no se pague. Debate mal calibrado, que no centra la discusión sobre la realidad y la elasticidad de maniobra imputable al gobierno aquí y ahora. Lo discutible debe discutirse aceptando las potestades que el gobierno puede hacer valer como propias; se discute sobre la política de subsidios, sobre lo evadido, sobre lo cortoplacistamente no gravado: el 82% se puede pagar hoy raspando la olla de una regresividad sobre la que hay que estar perfectamente esclarecido. Y una vez que ya se esté pagando, entonces ensayamos los divinos pasos de la progresividad. El otro día Carrió dijo que el clivaje era decencia-corrupción (ya ni siquiera izquierda-derecha) y noqueó una vez más la verosimilitud de cualquier acercamiento valedero a estos temas. Y si bien este comportamiento no autoriza al gobierno a gestualizar mezquindades (“no se puede porque ustedes bajaron el 13%” y otros mensajes grabados en el random select), tampoco lo obliga a meterse en el debate. Y está bien que no se meta.

 

2. Lo dramático no sería tanto que los muchachos del peronismo disidente paseen por la Rural, sino que Duhalde piense que el rabino Bergman es un tipo valioso para abordar el tema de la inseguridad, y lo quiera convertir en un referente temático de ese espacio. Y vienen a mí las palabras que en estos días susurra Roxana Latorre a sus compañeros: “Miren, muchachos, que nosotros, como peronistas…” y éste es todo un tema, que muchos dirigentes no parecen visualizar claramente todavía: el peronismo disidente tiene que admitir (no ya en palabras, pero si en la prudencia de los hechos) todos los quilombos que el peronismo kirchnerista desactivó en estos siete años. Si ellos no admiten esto y obran en consecuencia, no van a poder gobernar el país que la sociedad va a pedir a partir de 2011, como tampoco lo podrá gobernar (por otras razones más estructurales) el espacio no peronista que podría imponerse en un eventual ballottage contra uno de los dos candidatos peronistas. Lo deberán admitir por la sociedad, y por las militancias que en unos meses van a tener que afrontar el doloroso trance de pujar entre sí en un territorio y en una vida diaria que comparten, con sentimientos e identidades anudadas. Puja de compañeros, acá abajo. En la divertida jornada tigrense del martes, Artemio López lo explicó con claridad: 2011 nos va a encontrar en una disputa política (que es también una disputa de poder) entre peronismos, y el cuerpo a cuerpo va a suceder abajo. Y (yo digo) ahí no podemos ir con la cantata ideológica de “los medios hegemónicos”, “la ampliación de derechos individuales”, “el crecimiento del PBI”, “el complejo agro-mediático” “la restauración conservadora” “la ley de entidades financieras” y otras reliquias retóricas que no conmueven la índole esquiva y desagradecida del voto. La elección que viene no la va a definir una pulseada en la construcción de sentido en el ámbito de la clase media. No jodamos más con la clase media como instancia decisoria electoral clave; y si lo es, no lo es más que la clase baja. Hay un dato incontrastable: el peronismo (más allá de los resultados electorales) viene perdiendo masa de votos en el conurbano (y también en la especificidad del segundo cordón) desde hace muchos años, décadas. Y para 2011, el peronismo orgánico ya sumó lo que tenía que sumar progresistamente  y por izquierda. Ahora hay que morder por otro lado, si querés ganar. Abajo (municipalmente), con matices, se sigue votando radicalismo(s) o peronismo(s).

 

3. Todo esto nos lleva a evaluar la situación del peronismo en la PBA. Vamos a los bifes: ¿cuánto necesita sacar el peronismo oficial en la provincia para sostener las posibilidades de la candidatura nacional? Yo no quiero tirar porcentajes, pero la respuesta a esta pregunta se tiene que sincerar. El laissez faire que promueve Kirchner dentro del peronismo bonaerense contribuye a una descompresión necesaria. Con Moyano a la presidencia del PJ se abre un juego interesante de tensiones hacia el interior del partido originado en el cruce lógico de “aparatos” (el sindical y el pejotista). Si hay más aparatismo, hay más cumpas cubriendo el territorio, y eso nunca puede ser negativo.

Pero 2010 es un sinuoso camino regido por la gestión: allí estará depositada la vara que mida los humores políticos y sociales, y no en las auto-postulaciones y la opereta de encuestas que ya cansan, pero que no le interesan a nadie. Y uno lo dice con mucho dolor, pero lo cierto es que después de tres años de gestión, lo de Scioli en la gobernación es malo. Con una ecuación económico-financiera mucho menos apremiante que la que tuvo que afrontar Solá entre 2002 y 2007, la gobernación de Felipe sigue siendo en términos relativos muy superior a la gestión de Scioli. Decía el otro día Cafiero en el cónclave tigrense que cuando es una vocación, la política te persigue, y que la vocación política para el peronista se traduce en una vocación de gestión. Bueno, lo que queda claro en el caso de Scioli es que vocación política no tiene, y su relación con la gestión es voluntarista pero no vocacional. Scioli quiere gestionar, pero no sabe cómo. No piensa la gestión en perspectiva política, entre otras cosas porque carece de autoridad política, porque concibe la gestión desde la asepsia gerencial allí donde lo que deben tomarse son decisiones políticas. Combatir la inseguridad es una decisión política, y no sólo un devenir determinista del accionar policial. Antes de gestionar, y para gestionar bien, hay que saber de política, pero Scioli, al igual que Macri, la política no la comprende, y esto a larga termina siendo nocivo para la cultura política del peronismo. Si Scioli lo único que tiene para exhibir como capital político es “una lealtad inquebrantable”, entonces tiene muy poco si quiere seguir gobernando la provincia, porque el post 2011 va a requerir una sintonía cada vez más fina (más política) para lograr una gestión exitosa. En política, el guillotinazo (en el cuarto oscuro, en las mesas políticas, y en los territorios) te llega en la antesala sacra de la revelación: cuando la gestión te molesta.