La llama prístina de la política silvestre (la que tocamos por primera vez algún día, que ya es lejano pero es fragua) sucede, para nuestra generación, en un tiempo de tranquilidad: la paz desapasionada es el estrecho pasaje hacia la construcción de algo político que (ya) no puede presentarse sin su respectiva traducción estatal. De esas aguas quietas, estancadas, casi podridas, surge, a veces, el conflicto; pero ésta es la secuencia que establece un Orden, y no la opuesta: vuelven a pulular los días de calma. El Estado es una larga marcha que no sabemos cuando empieza ni veremos concluir, y en estas largas jornadas opacas, con fulgores disminuidos y paz hacedora, en estos días estatales, provinciales, municipales que aportan los escuálidos pero imprescindibles dividendos a un plazo fijo político, hay que leer a Alejandro.