jueves, 12 de agosto de 2010

Revisaba en el galpón el armario de libros viejos: una pila con los del boom, y en el fondo, noventismo puro: la bibliografía periodística del setentismo (el Santucho de Seoane, Andersen, Gillespie, Caparrós-Anguita y otros colosos) que vino a inundar un consumo para una clientela ávida que leíamos para saber de que se trató y a la vez en refracción al menemismo imperante. En el último estante de abajo, un ejemplar suelto de la revista Movimiento, y entonces, recordé…

 

Desde los noventa hasta acá, la izquierda peronista ha estabilizado bibliográficamente su relato de los ´70 con una visión retrospectiva del peronismo que sin embargo no se cierra con la etapa de la dictadura, sino que ambicionó hacer reverberar sus sentidos hasta los largos días democráticos que hoy transitamos. Esta intención no tendría otra relevancia que la histórica, si no hubiera implicado también una forma de pensar la política que se hacía y se haría en democracia. Y sí, los que se fueron al exilio y volvieron en los ochenta se horrorizaron con el peronismo que quedaba, firmaron el por qué nos vamos, renegaron de la carcaza aparatista, se retiraron, hicieron el frepaso, algunos volvieron con el kirchnerismo, otros no volvieron, todos quedaron anclados en lo que los ´70 debían seguir siendo para explicar el relato que sostenía la existencia o sólo acaso el plato del que eligieron comer. Borbotones de libros: la M, el Pepe, el Pelado, Mugica, la Gaby, el Tío, la historia del peronismo.  Es decir, el gran relato de la izquierda peronista en democracia impuso condiciones de interpretación muy fuertes de los setenta, y del propio peronismo democrático residual. La bibliografía periodística ayudó a consolidar no sólo una memoria del horror, sino (y esto es lo que me interesa resaltar en un plano de lectura política ahora) un diagnóstico mortal sobre el peronismo que volvía después del ´83 que hace que aún hoy no se pueda tolerar (entre las corrientes filoperonistas que trafican por el carril izquierdo) la denominación de partido del orden que tan bien le cabe al peronismo que gobierna en distintas direcciones desde la posdictadura, pero que lo hace desde un consenso: el peronismo es un movimiento conservador (defensivista) de los puentes que evitan ampliar los grados de separación entre lo estatal y lo popular.

Un ejemplo: JPF no puede explicar la actualidad política del país bajo las categorías derecha/izquierda peronista. No va, loco. Atrasás treinta años. Y la paradoja del kirchnerismo es precisamente que al momento de la reivindicación generacional pendiente (y que Kirchner hace) se inicia un ciclo de paulatina sepultura argumental, un desgaste progresivo de aquel gran relato que ya no sirve ni siquiera para seriar los hechos de una época. Por eso el libro del Tata Yofre se vende a morir, aunque no sea la versión justiciera (no la hay) que entierra al bonassismo. Hay un debate de los ´70 (que será para historiadores, no para los políticos, pero…) que se va a ver más adelante, y del que el nivel de venta de El Escarmiento es un emergente oblicuo y de ninguna manera el más interesante, pero nos susurra algo.

Gritos, susurros, y silencios: falta el libro de la jotapé Lealtad. Nadie ha escrito ese libro de investigación, aunque en los círculos políticos funciona la radio bemba que narra los filamentos de aquella historia. La jp lealtad es una piedra en el zapato que el feinmann-bonassismo no se banca, no tanto por la huella histórica de fractura, sino por la cosmovisión política que tuvieron del peronismo democrático de 1983: todo lo que tuviese que pasar iba a pasar dentro del partido justicialista, de una vez y para siempre. Peronismo como partido del orden, como disputa del poder, como lazo popular posible y genuino frente a un gran relato que nunca dejó de basarse en una derrota política inapelable. Por eso la idea del Perón malo que vuelve y nos miente debe morir, porque una historia del peronismo que le dedica el 70% del texto a narrar el ´73 no puede ser otra cosa que la sesión terapéutica que no fue. No podemos hacer una lectura política desde la neurosis de JPF. Pero lo más perturbador es que los cuadros más calificados de jp lealtad han cultivado el silencio. Un silencio lacerante frente a la vociferación ampulosa de los que se acomodan en el diván y tapian la discusión tirando a la triple A como comodín argumental a cada rato. Yo creo que el silencio frente a una época que asumen tipos y minas que padecieron la persecución y la pérdida es algo para comprender y aprehender. Los cuadros de jp lealtad podrían haber elegido autojustificarse, blandir inocencia, llorar frente a la cámara en Cazadores de Utopías. Pero eligieron no hacerlo, y esa es una decisión política basada en una muy fuerte lectura de época, hay que tener mucho huevo para hacerlo. Esto permite rastrear y reconocer con mucha elocuencia las numerosas y complejas fases de las que se nutre y atraviesa la izquierda peronista antes del monopolio montonero. No es casual que muchos de esos cuadros se hayan peronizado con la experiencia silvestre de la segunda resistencia a finales de los ´60. Hubo vida antes de la M.

El dilema del ´83 era: ir al barro o balconear. Gestión o solicitada. Algunos se lamentaban porque la bolsa de comida reemplazaba como instrumental político al debate de ideas; ahora había que lidiar con la negrada sin respaldo épico y como no se lo bancaron, dijeron que eso no era el peronismo. Nacía el término pejotismo como lápida, pero no pudieron saldar esa pretensión con la realidad. Algo que ni siquiera es saldable con la llegada del kirchnerismo, y que quedó muy claro en estos años (quizás porque Néstor y Cristina también fueron Lealtad y como correspondía, isabelistas en los primeros ochenta ¿se acuerdan?). Los lealtosos, en cambio, asumieron una perspectiva más organizacional que no podía corporizarse sino en lo que se ofreciera como peronismo orgánico en cada etapa que la democracia deparase, para bien o para mal. Los grandes relatores de la izquierda peronista se hicieron intelectuales, los lealtosos siguieron siendo políticos. Redención, en los libros, para los políticos. Los intelectuales ya la tuvieron.