martes, 28 de abril de 2009

si la oposición quiere ajuste, yo quiero kirchnerismo



Más bien, habría que preguntarse qué significa hoy “volver a los noventa”, después de la constatación fáctica del fracaso de un proceso que inició Alfonsín en 1987 con el Plan Austral, desarrolló Menem durante diez años, y tocó a su fin con la escatológica fanfarria aliancista.

Es difícil pensar en una incólume vuelta a políticas perimidas y sin sustento socio-político material que las haga pedir a gritos (pienso en la hiperinflación y la “solución final “menemista) porque en el fondo, todo se trata de gobernabilidad, y cualquier estrategia de poder realmente seria no puede dejar de procesar la imprescindibilidad de la intervención estatal bajo la tonalidad duhalde-kirchnerista (hasta Lula lo ha dicho) como clave de bóveda de un proceso político estable y de sesgo reparatorio que taponó exitosamente el canto de sirenas de la libertad de mercado.

Digo: en la biblioteca pos-neoliberal sólo hay dos autores: Duhalde y los Kirchner. Todos los demás tiene que dar examen de ingreso, y mientras los hechos no digan lo contrario, a la izquierda (real) del kirchnerismo está, efectivamente, la pared. Por lo tanto, “el muestrario alba” de la política ofrece una reducida gama de colores para elegir, y quienes tuvimos que yugarla fiero en el pasado reciente (la inmensa masa asalariada nacional) sabemos que es lo que no queremos.

La pregunta es simple: ¿alguien puede conducir este barquito nacional sin meter ajuste, sin generar conflictividad social real y sin represión?

Ya sabemos que por dilemas e incapacidad el republicanismo realmente existente (Binner, Carrió, Cobos) no puede llenar el formulario. La situación de Macri queda sujeta a la relación que entable con el peronismo, y la colocaría en un piadoso stand –by.

Los errores del kirchnerismo son menos de gestión que de conducción política, y éste no es un dato menor a la hora de posicionarse frente a él: los Kirchner no son los primeros ni serán los últimos en desnudar fallas de conducción. Perón se murió hace tiempo, y para el caso, Menem era mejor conductor que Kirchner, y así nos fue.

Con esto quiero decir que hay que tener mucho cuidado (e inteligencia) para hacer la crítica del kirchnerismo y no caer en lugares comunes que lo único que certifican es la pertinencia del modelo K en medio del desierto.

La crítica del kirchnerismo transita los meandros de la superficialidad: crispación, autoritarismo, corrupción, Moreno, doble comando, soberbia, testimoniales. Demasiado poco para erigirse en una opción de poder, y para una concreta discusión de un proyecto de país y el rol del Estado.

Y cuando finalmente se atenúa la rabia anti K y eligen aislada y fugazmente hablar de lo que harían en una hipótesis de gobierno, no es precisamente un proyecto nacional de desarrollo lo que se vislumbra en el horizonte: entre los borramientos de la memoria histórica también parece haber quedado el espectro del Plan Trienal de 1973.

De Carrió a  De Narváez se despliega una espesa bruma nocturna donde todos los gatos son pardos, y ninguno pugna por diferenciarse. El catálogo propositivo, deshilachado y fragmentado, no sale de eliminación de retenciones, reducción del IVA, renegociación de la deuda y endeudamiento externo, y la política social parece consensuarse en una única y definitiva consigna abstracta: la asignación universal ciudadana como avieso sucedáneo de un Estado Social, la limosnita que permitiría desembarazarse de los pobres como estigma cultural, y dedicarse (ahora sí) a “mejorar la calidad de la instituciones y a construir el sacrosanto consenso de los hombres libres en el ágora”. Quedaría preguntar si de la política económica se volverá a encargar algún embajador de la corporación empresaria, o algún iluminado economista masterizado en Harvard.

La cuenta del almacenero de Duhalde-Lavagna-Kirchner marcó un rumbo que quién quiera trastocar a favor del ajuste va a tener que aguantar una presión social que cuenta en el disco rígido con la debacle de 2001 y los treinta muertos del delarruismo.

La ceguera antikirchnerista hace que todas las propuestas oídas supongan un inadmisible suicidio fiscal al pretender la desfinanciación del Estado (como si se hubiera hecho una reforma tributaria que en la coyuntura pudiera aguantar la liberación de ciertos ingresos fiscales) y pocos discursos se enfocan en fortalecer al Estado para ampliar su intervención en áreas cruciales como salud y acción social.

Es precisamente lo positivo del kirchnerismo lo que la oposición cuestiona: fiscalismo y caja son las formas peyorativas de referirse al tibio intervencionismo estatal que los Kirchner ensayan: no escuché a De Narváez o Felipe pidiendo más Estado, más bien los veo reproduciendo el mismo discurso y haciendo las mismas críticas que hacen Carrió, Morales y Mariano Grondona. Si el peronismo no kirchnerista sólo puede balbucear la cantata republicana más rancia, estamos en el horno. Duhalde debería saberlo.

De la mesa de saldos que es la oferta política nacional, me llevo la novela kirchnerista.

sábado, 25 de abril de 2009

Lugo y la Hipocresía Eclesiástica

Reforma Agraria. La esperan con ansia estos jóvenes paraguayos.


Muy aliviadas y jocosas se las vio a las chicas argentinas involucradas en el “Huracán Lugo”. “Yo zafé porque lo encapuché sin que se diera cuenta; en esta etapa de mi profesión no estoy como para quedar embarazada”dijo Jésica C., la piba de Lanús, acostumbrada a tratar con presidentes. “Fer es un romántico, me recitó a Neruda, me cantó como Silvio y me habló de la reforma agraria. Me vistió de campesina antes de conducirme al dormitorio. Abonó en dólares, me regaló un ejemplar de Las Venas Abiertas y musitó: “El pueblo puede esperar, mi cuerpo no”.

La patria gatera guaraní expresó su apoyo incondicional al presidente: “Es un ejemplo para todos los gateros del mundo, tiene que seguir volteando muñecos: ser presidente de izquierda y gatero no es fácil en un contexto de crisis mundial, pero él tiene la suerte de contar con el Erario público para solventar sus actividades.”

El proceso de desindustrialización del Paraguay  afectó primordialmente a la estructura productiva del condón. Los tira-tiros como Lugo son los principales afectados por esta situación económica” precisó el economista de FLACSO Freddy Ayala, y agregó que “sin embargo no podemos dejar de decir que Lugo prefirió mantener el status social de obispo (y el poder que subyace a él) y cagarse en las madres e hijos que engendró. Sólo cuando fue apretado por la justicia admitió sus múltiples paternidades. El machismo no tiene ideología.”

Quién se solidarizó con Lugo fue el ex – obispo de Santiago del Estero Juan Carlos Maccarone, otrora puntal del progresismo episcopal, caído en desgracia por amores prohibidos: “Fernando es víctima de una operación política de la derecha, como yo lo fui del juarismo. Aunque a decir verdad, a mí las excusas políticas para meter una cortinita de humo no me sirvieron de mucho, ni tampoco el apoyo del MOCASE y los sectores progresistas. Yo creí que mi buena conciencia me ayudaría a tapar mi doble moral, pero no pudo ser. Sí, es cierto, en el púlpito pontificaba condenando la homosexualidad, pero en la intimidad me comía chongos a morir. Espero que Lugo pueda superar este trance en el que lo puso su proverbial calentura, y la falta de recaudos.”

Mientras tanto, el presidente Lugo espera la lluvia de pedidos de paternidad, y trabaja para no volver a tropezar con la misma piedra: según fuentes confidenciales, Lugo estaría por celebrar un convenio bilateral con una afamada marca extranjera de preservativos que lo abastezca en forma vitalicia. 

miércoles, 22 de abril de 2009

El Sendero de Rosas que se Bifurca


Dejar de percibir que la política es obtención y preservación del poder y tan sólo después de ello el campo fructífero para que nazcan las ideas silvestres que hacen posible un programa o un plan, significa, por lo menos, perder la visión de la enorme extensión del campo de batalla.

Ahora bien, ¿cuál es la ingeniería para la preservación? Lo difícil no es llegar, sino mantenerse, y es por esa razón que ninguna victoria es definitiva. La política es por definición ingrata, y hasta puede ser injusta para quiénes tengan una visión idealista (entonces dogmática) o moral (excluyente del Poder como variable dominante) de los acontecimientos.

Una derrota electoral siempre remite al “cuarto propio”, y no tanto a los factores externos que impidieron la victoria; tampoco es pertinente formular análisis autoexculpatorios del tipo “la sociedad no comprendió” o “tenemos un pueblo de mierda”: dejemos esos llantos para los gorilajes de diverso pelaje, o para la quejosa retórica de Aliverti.

La estrategia nunca es lineal, ni la misma: las coyunturas bastonean el tiempo político, y fijan la dirección a seguir; por eso el político es contradictorio, y “no resiste un archivo”. Está bien que así sea.

Después de la derrota política de la 125 (ya no importan los factores que iniciaron y perfilaron el conflicto), se imponía un tiempo de no-confrontación, sobre todo discursiva.

La histórica estrategia kirchnerista debía morigerarse, sin que ello significara una atemperación de las decisiones políticas y gubernamentales. La forma vale tanto como el fondo, y captar un humor social para adaptarse a él no puede leerse como una capitulación, sino como un acto de inteligencia. Sobre todo cuando está en juego la preservación del poder.

Hay que saber cuando ser conflictivo y cuando consensual. Ambos factores no son excluyentes del otro, y no se es menos “revolucionario” por adoptar tácticas apaciguantes cuando la coyuntura lo requiere.

Ya había dicho que me parecía equivocada la sobreactuación plebiscitaria que inducía Kirchner a la campaña, cargando de dramatismo una situación electoral que para la población no representa ningún “matar o morir”. El 29 de junio hay que levantarse para ir a laburar, la vida sigue. Y así lo entienden muchos intendentes que apoyan “el modelo”, pero no la “testimonialidad”.

La decisión “testimonial” demuestra cierta desesperación. Aunque no sea la realidad, eso es lo que se demuestra. Kirchner instala un clima de “confrontación final” que no se huele en la calle: la batalla (necesaria) con Clarín no encabeza el ranking de preocupaciones del pueblo, pero el compañero Néstor se obstina en presentarla como primordial. Ahí hay un pequeño descalce que habría que revisar.

En realidad, lo que acá se juega es la cuota-poder del kirchnerismo dentro de la interna peronista de cara a 2011. Y eso no debería notarse tanto (y se nota) frente al electorado. La población vota por los hechos concretos y el impacto de ellos en sus propios intereses, no vota una estrategia de poder: esto último es lo que Kirchner debe ocultar tras los bastidores. En escena debe verse lo que le interesa al pueblo.

Las movidas de Kirchner no parecen ir en ese sentido. Y la estrategia confrontativa-plebiscitaria que se está desplegando se podrá ajustar al sentir de una militancia kirchnerista y a una porción de la sociedad que no es mayoritaria, pero no representa nada significativo para la enorme mayoría que va votar en junio.

Hay que apaciguarse, loco, porque nadie se va tirar con vos por el precipicio. A lo sumo te acompañarán hasta el borde, y te mirarán (acaso con pena), caer. Y entender que más allá del futuro del kirchnerismo (que para mí “no huele a calas”), existe la necesidad imperiosa de que después del 2011 siga gobernando el peronismo.

Pero para eso es imperativo que la gestión durante estos dos años durísimos que vienen sea lo mejor y más eficaz posible: hay que proteger al gobierno peronista de Cristina para que consolide los logros obtenidos. Porque acá hay una verdad irrefutable, digan lo que digan: los Kirchner son los únicos que pueden gobernar el país, los únicos que tienen credenciales de manejo (el otro es Duhalde). El peronismo no kirchnerista lo sabe.

Para los que sigan creyendo que el kirchnerismo es algo distinto del peronismo (a pesar de la contundencia de los hechos), y entonces les dé exactamente lo mismo que desde 2011 haya un gobierno peronista o no (y votarán a Binner, o a Sabbatella, o volverán a pedir Frepaso sin errores, ay), espero que la realidad no los ponga nuevamente de cara al error. Basta con leer la historia reciente del país. Creo que el kirchnerismo hizo un aporte sustancial para que esto no ocurra, pero nunca se sabe…

De Reutemann ya escribí algo, y me parece que tan equivocado no estaba. Scioli es un buen rostro para el peronismo posible. De todos modos, lo crucial no pasa sólo por arriba.

viernes, 17 de abril de 2009

República y Corrupción


Es cierto, el peronismo no debería dejar abandonado al uso impune que hace de él la partidocracia, el discurso sobre “lo republicano”.

No deberíamos admitir como verdadero que los republicanos sean los otros.

Algo que ya había interpretado el Perón del ´73 de la unidad nacional. Más aun cuando los balances históricos certifican que los fiscales de la república tienen manchadas las manos con sangre.

Pero a partir de los ´80 se empezó a gestar la maquinita cultural nacida del "villancico" de Parque Norte, y se comenzó a pensar que la honestidad moral era la condición de posibilidad de la política. La densidad problemática, conflictiva y material del accionar político dejó paso al cuento de hadas de una política vaciada de contenidos fácticos, deshistorizada.

Los significados políticos se tornan inocuos, se licuan a favor del nuevo paradigma: ser o no corrupto, that is the question. Sólo una vez aceptada esta perspectiva se puede entender que López Murphy sea esencialmente ungido como un “tipo honesto”, aun cuando sus ideas económicas se propongan hacer cagar de hambre a la mayoría de la población. Hasta los ´70, en este país se discutió política, y la corrupción no hegemonizaba ninguna agenda.

¿Cuándo cambió la cosa? Alfonsín colocó la semilla, y entonces se estableció una "relación genética" entre el peronismo y corrupción, que luego iría en crescendo hasta la frase “nos van a gobernar los nietos de Moyano”. 

O quizás empezó cuando Chacho dijo que “la corrupción estructural era el problema más grave del país”, o cuando se hizo la best-selleriana glorificación de un libro como Robo para la Corona, o cuando Página/12 empezó a hacer “justicia popular” con un caso de corrupción por día: importaban más las espectaculares y detectivescas ornamentaciones del Yomagate que la política de endeudamiento externo o el desempleo. Importaba más la pintoresca crónica del “retorno” de Matilde Menéndez que la gestión del PAMI.

En definitiva, una gran novela policial que las clases medias devoraban con esmero. De política, nada: la eliminación de la corrupción haría renacer la política en el nuevo país de los honestos. Y una falacia germinó: que los únicos corruptos eran  los peronistas, y entonces, eliminando la corrupción….

La "encuesta" de Perfil es el retrato acabado de la antipolítica, la misma que permitió la canonización de Alfonsín como “hombre honesto”.

Digo: es equivocado analizar procesos y hechos políticos con la vara de “la corrupción”, porque llevando esta lógica hasta las últimas consecuencias, caemos en la negación absoluta de la política, porque todos son corruptos. Y todos, es todos.

RA y el festival del Hipotecario, CSM y las privatizaciones, DLR y la Banelco (¿se acuerdan de la corruptela y los “contratos” en Desarrollo Social bajo la gestión Graciela? yo sí), K y el capitalismo de amigos, los diputados progreSIstas y CíviCos que hacen “travesuras” con las pensiones graciables.

Con esta lógica de hierro, no quedaría nada en pie, la moralina barrería con la política, y terminaría importando más la veneración abstracta de “las instituciones” que el plato de comida que le falta a un pibe desnutrido. La densidad que reside en lo político sería soslayada, y en esa pasteurización, pierden las mayorías populares.

Lejos quedaron las épocas donde la gestión pública era un baluarte ético: el país cambió, erosionado culturalmente.

Los infernales infladores anímicos que dictaba Evita en la Escuela Superior Peronista a los funcionarios y empleados de la burocracia estatal (“cumplen una función trascendental”, “el que roba o se corrompe traiciona al pueblo”) forman parte de una realidad que ya no existe.

La función pública está desjerarquizada. Y a esta situación contribuye la estigmatización de lo político-público a cargo de “los morales”.

Y la vacuidad del discurso domina a tal punto el repertorio opositor, que un peronista como Felipe habla de “boleta única” y “fraude electoral” con una pasión digna del no-peronismo.

El kirchnerismo transita a contrapelo, repolitizando, con contradicciones, desvíos y tumultos, la trama conflictiva que tiene todo acontecimiento político. De manera incipiente, volvemos a hablar de política.

jueves, 16 de abril de 2009

Éxodo (Going to the Conurbano)

Muchacha Peronista de los Setenta: Te cuidamos y defendemos. Marchando con la boletita del PJ...


Revelador este desembarco masivo de “estrellas” hacia la modesta escenografía del canal 26.

Grossos del periodismo político: Grondona, Lanata, Leuco, Clara Mariño se apiñan para dar la batalla electoral en el decisivo conurbano, ese universo cincelado con complejas gamas de subjetividades, intereses, con sus intersticiales Cordones. ¿Sabrán ádonde se meten?

Son los Adelantados que buscan hacer pie, evangelizar el territorio de la barbarie, fronterizo, ese persistente Matadero echeverriano.

Lanata podrá actuar como el educador de masas que siempre creyó ser.

El otro día lo veía entrevistando a Aníbal Fernández, y pensaba: cuánto debe añorar Lanata que vuelva el menemismo, esos buenos viejos tiempos donde para él las cosas estaban tan claras. Esa época donde no era necesario hablar de política, porque todo era narrado como un “gigantesco y perenne caso de corrupción” (tarea para el hogar: repensar el menemismo para no malversar al kirchnerismo).

Aníbal es un todo-terreno, un entrañable colocador del cuerpo que se ganó un lugar en el panteón kirchnerista: como el Chivo Rossi, como Alberto, como El Mono, como Pichetto. Tipos generosamente consustanciados con una ética de la responsabilidad no exenta de convicciones: los tipos que hacen que un gobierno funcione, y que hacen más palpable el ridículo que habita en los caprichosos dilemas de un Bonasso o una Vicky Donda. ¿Por qué no darle, entonces, a Aníbal, la todavía acéfala Jefatura de Gabinete?

Con Lanata pasa que se le nota la capitis diminutio política a la legua: su campo visual e interpretativo sólo le permite ver la política como instrumento para el delito de enriquecimiento ilícito.

Lanata fue, y es, uno de los mentores de la antipolítica, esa antipolítica que el kirchnerismo vino a cuestionar y poner en crisis con una agenda política restaurada: empleo, sindicalización, jubilaciones y derechos humanos para socavar la “épica del funcionario corrupto” fogoneada por el lanatismo moral.

Esa fibra íntima tocó el kirchnerismo, y nació el vómito antikirchnerista a cargo de periodistas independientes que no toleraron “el choreo” de las banderas históricas del progresismo, tan declamadas como incumplidas: ahí descubrieron con horror, que el peronismo también encarnaba al único progresismo posible, y como todo se volvió intolerable, hablaron de “soberbia” y “crispación”. El verso amargo que nace de la garganta del desesperado.

Ahora, “bajan” a canal 26 para educar al soberano a base de Margaritas Stolbizers, Federicos Pinedos, Gerardos Morales, Ricarditos, Colos, y Coboses. Faltan Magdalena y Nelson Castro “bajando” a Crónica TV, y estamos todos.

A mí también los antikirchneristas me tienen re-podrido.

martes, 14 de abril de 2009

Nunca te Prometí un Sendero de Rosas


El tenor dramático que se le insuflan a determinados acontecimientos políticos en los años kirchneristas, hay que encontrarlos en la progresiva y malsana sobreactuación que las dirigencias políticas han encontrado como precario y hostil sucedáneo de la construcción política lenta, trabajosa y duradera. La lógica mass-mediática aplicada a las representaciones de lo político hizo un aporte nodal a la erosión del pensamiento, con tiempos y claves notoriamente diferentes. El binarismo idiota confiscó las numerosas aristas que radican en la apreciación de la Realidad.

Hubo un tiempo en el que empezó a naturalizarse que la política era lo que sucedía en un estudio de TV. Muchas tele-audiencias votantes (con enternecedora ingenuidad de raigambre tilinga) se iban a dormir creyendo tener “la posta”, y lo peor, muchos políticos apostaron a creer que se podía “construir” a través de la imagen, se transformaron en “elencos estables” y le dieron licencia al dispositivo militante, convocado tan sólo para los inevitables días electorales.

Eran los años dorados en los que el castillo de naipes parecía de hormigón armado: un inveterado espejismo donde la política manifestaba por cámara “haber invitado a todos a la fiesta”, pero clandestinamente (en la calle) hacía regir un férreo derecho de admisión y permanencia.

La debacle de 2001 constató dos cuestiones:

1. Que la tele-política fue una ilusión amarga a cuyo entierro sólo concurrió su viuda, la clase media lectora. Esa que compraba Página/12 por la sección política, y La Nación por el suplemento cultural, la que se solidarizaba con Cuba a prudenciales kilómetros de distancia, o la que repetía el divino rosario argumental de los “periodistas independientes” de moda, la biblia noventista anticorrupción: la buena conciencia progre es más graciosamente patética que la del conserva. El pecado original de ambos fue prescindir de la suerte del pobre, naturalizarlo como miserable estructural por omisión: el pánico a caer en el abismo de la indigencia es la pesadilla que ciega toda pertenencia comunitaria. De los pobres se ocuparon otros.

2. Que sólo los que apuestan a la política territorial permanente, organizada y de gestión “a-partidaria” (movimientista) sobreviven al dedazo “superestructural” y construyen poder político genuino. Que haya sido el rosismo bonaerense quién se haya hecho cargo del gobierno frente al desfonde social más estrepitoso de los últimos sesenta años, certifica el triunfo político-cultural de un modo de construcción política, indisociado de la gestión diaria frente a las urgencias concretas de la población, tornando perimida toda forma política dedicada tan sólo a la predicación de etéreos programas políticos y “cartas a los argentinos”. Fácticamente, el discurso antipejotista caducó, aunque el Nuevo Frepaso lo mente por televisión.

 

El reconocimiento oficial de tal estado de situación llega con Kirchner y los candidatos “testimoniales”(que de eso no tienen nada): el peronismo bonaerense es la izquierda de masas realmente existente.

Alguna vez se le reconocerá a Duhalde la autoría intelectual (allá por los noventa) de la “conurbanomanía” que hoy hace furor. Un “descubrimiento” que simboliza la estrepitosa derrota ideológica de los republicanismos de derecha e izquierda, que nunca se interesaron en abordar lo popular. Prefirieron quedarse con sus “informados y leídos” votantes, cautivos de la clientela televisiva.

Pero el peronismo bonaerense no es de Kirchner, Scioli, Duhalde o Menem.

La práctica autónoma y autosuficiente es la clave de bóveda de su supervivencia y crecimiento, que se sitúa en el contacto directo diario con el más vasto universo territorial de los sectores populares del país: la decisión política está mediada e “interferida” por las bases del dispositivo militante, y fluye de abajo hacia arriba, no hay inmolaciones personales porque eso debilitaría el dispositivo: lo que quiere la derecha.

En tiempos grises, la única épica verosímil es el Monumento a la Manzanera.

Por eso, me preocupa cierto dramatismo, cierta sobreactuación “plebiscitaria”que se le otorga a estas elecciones. Cierto clima de “referéndum revocatorio”, de “gano o me voy”. Plantear la defensa del “modelo”, perfecto: toda elección es tácitamente plebiscitaria de una gestión, sin que deba haber renuncias. La mesura es virtud tanto en la victoria como en la derrota.

Pero alentar “antikirchnerismo” cuando no se hizo el laburo político-ideológico que respalde a la confrontación, es peligroso: hay vida después de 28J.

“Esta propuesta puede ser útil para algunos municipios nuevos, donde gobiernan chicos que tuvieron su primer mandato hace poco. No es lo mismo en nuestro caso. Yo tengo cinco mandatos como intendente y el compañero o la compañera que vaya encabezar nuestra lista va a tener el acompañamiento de la sociedad”

Los intendentes lo saben.

martes, 7 de abril de 2009

La Salada: ¿Por qué no van a joder a otro lado?


Mire qué precios, señora, señor...

El debate y la polémica que giran en torno a “la ilegalidad”del complejo La Salada me tiene podrido.

El desembarco de Montoya en la feria pidiendo facturas y boletas como si fuera lo más natural del mundo, me remitió nuevamente a la habitual escena de la hipocresía que pulula. Ir a joder a La Salada es intentar cortar el hilo por lo más delgado, y no afrontar que el problema de la evasión tiene actores más poderosos y mecanismos más complejos,  que no declaran mucha más guita que la que se pretende obtener regularizando La Salada. En un país que todavía padece la evasión de los grandes capitales, ir a pontificar sobre cultura tributaria a la feria es inadmisible.

La Salada da laburo a mucha gente. Los que venden ahí son pymes familiares. Y muchos pibes consiguen como changadores y carreros, eso evita que salgan a chorear.

Sin embargo La Salada participa de la estigmatización social al ser etiquetada como “la feria ilegal más grande de América Latina”. De ahí a “la cueva de chorros”, un paso.

Complejos comerciales de estas características aparecen y se consolidan a partir de un Estado y una sociedad que no ofrece alternativas “legales” a la masa excluida, que debe arreglárselas sin ayuda para subsistir.

La autoridad fiscal debería contemplar planes de facilidades para la especificidad de la actividad que se desarrolla en La Salada, y no ahogar a los puesteros con exigencias irreales.  Montoya debería ir a tocar a los importadores de la materia prima, pero prefiere cuestionar éticamente a los puesteros que no piden la boleta y compran en negro. Pero ese rastreo es más jodido, y Montoya quiere recaudar ya, esa es la realidad.

El que vio el filón discursivo de campaña fue Prat Gay, pero sus intenciones electoralistas no hacen menos ciertas sus palabras. El tipo tiene razón.

La CAME, de terror: "El comercio y la industria organizados consideran que a los grupos sociales excluidos -utilizados por fuertes intereses clandestinos- se les deben ofrecer opciones productivas para integrarse".Me encanta la buena conciencia de quiénes no sufren dificultades estructurales, que señalan la “utilización” del pobrerío como causa del mal ¿No les suena conocido?

Habría que preguntarse por qué La Salada crece. ¿Será por la sencilla razón de que venden barato, mientras que el circuito legal vende a precios siderales? Con la crisis y el cuidado del manguito, cada vez serán menos los que se inmolen por “las primeras marcas”.

Hasta cierto tilingaje que hace un tiempo lapidaba ese “antro ribereño de negros”, ahora me pregunta con simpatía y velado temor: “Che, vos que sabés, ¿cómo llego a La Salada?”

Autor de la foto, aquí


sábado, 4 de abril de 2009

El Canto del Cisne



 “… el moderno Alfonsín. La penúltima posibilidad de la clase media.”

Jorge Asís, Canguros, 1983.


La fallida ley Mucci fue el pecado original del candor alfonsinista. Un ensayo domesticador anclado en la convicción desaforada de que el 52% de los votos era el pasaje automático al tercer movimiento histórico.

Es curioso como desde ciertas plateas se valoran los trece paros nacionales y la resistencia sindical como mero obstruccionismo a la obra del demócrata, y no como las concretas limitaciones de ese gobierno radical para abordar la cuestión popular.

Pese a sus portentosas dotes políticas y a una mirada de lo popular más ensanchada que otros políticos no peronistas, Alfonsín llena el mismo formulario que Frondizi e Illia: comparten estos dichosos absueltos por la Historia de la República Perdida, el temor reverencial a las masas.

La muerte y canonización de RA en cadena nacional vista por estos días, más los impostados o genuinos dolores personales que ponderaban la honestidad y el no enriquecimiento del difunto (hola, Coti) como rasgo crucial “a recuperar” (yo también quería tomar agua de la canilla libre del Hipotecario), obligan a analizar este fenómeno de desmesurada glorificación post-mortem.

La convocatoria popular que tuvo el velorio de RA me recuerda la dicotomía argumentada para calificar los cierres de campaña del radicalismo y el peronismo en 1983: por un lado “familias enteras, abuelos y niños”, y por el otro “negros chorritos púberes traídos desde una villa en micro, guarda que te afanan”.

No es sólo el fogoneo mediático el que opera el desplazamiento de los significados para transformar a RA en santo republicano.

Son también amplios sectores sociales que suplican con bronca tener una representación política responsable y sensata, porque no fueron, no son, ni serán peronistas.

Son mujeres y hombres genuinamente aquejados por la orfandad ideológica, angustiados por no encontrar una figura  o un partido político que cohesione y canalice sus gustos políticos

Para este sector social (preferiblemente de clase media), Alfonsín se erige en una emblemática luz al final del túnel, promueve un reclamo larvado lanzado al cielo para que alguien escuche.

Si RA debe ser entronizado como mártir de la republica para que se recomponga el equilibrio bipartidista, que así sea.

No deja de ser paradójico que la implosión del radicalismo (el ground zero político-cultural de la clase media) se haya cincelado bajo la conducción política del hombre que hoy ungen los propios huérfanos.

La muerte de RA está rodeada de los más bienaventurados versos: que “quiso y no lo dejaron”, que “él inició un camino que falta completar (¿?)”. La política nunca cesa.

Se menta el explosivo discurso de RA en la SRA en agosto de 1988. Para ese entonces el living de la democracia comenzaba a inundarse de pobres y miserables estructurales que tenían más severas preocupaciones antes que conmoverse por el histórico discurso: el anecdotario es exclusivo patrimonio de las huestes ilustradas y progresistas.

Santiago Kovadloff, el rabino Bergman y Nelson Castro ejercen la improvisada predicación pastoral que por lógica le corresponde a la partidocracia republicana. Todos pugnan por cubrir el agujero ideológico dejado por el no-peronismo en su fuga hacia la nada. Esa fuga que produce la crispación social bajo la forma de antikirchnerismo.

Kovadloff supo ser un ensayista literario que desmenuzaba febrilmente la poética de Fernando Pessoa y el sesgo de sus heterónimos: un hombre de izquierda, amigo del delicioso Eduardo Galeano. Pero que no apeló al seudónimo a la hora de establecerse como desembozado intelectual orgánico del neoalfonsinismo-republicanista-antikirchnerista. Lo bien que hace el insigne Kovadloff…

“Llorar es un sentimiento, Mentir es un pecado” dijo el gran Saúl Ubaldini, en medio de de la euforia alfonsinista ochentista.

El velatorio de RA entregó postales sublimes de la catarsis: emocionantes “Volveremos, volveremos” y “¡Al-fon-sín!” a cargo de los ya entrados en carnes, en años y con severas carencias capilares jóvenes franjistas y de la JR (confieso que no los soporto) que traducían en cánticos el dolor de ya no ser. Numerosos trajeados y señoras austeramente acicaladas conforman la caravana fúnebre. Ninguna desmesura, ningún grito extemporáneo, ningún desorden, ningún mal gusto, ningún colectivo. Ninguna imagen de la barbarie.

El gobierno de RA no incidió de manera positiva en la vida de los humildes: la realidad exhibe los certificados.

Por eso, no “hay que volver” a ningún pasado.

En lo bueno y en lo malo, Alfonsín y su tiempo son historia.

 

viernes, 3 de abril de 2009

Evita castiga al Niño Montonero (Blow Up)


Proyecto para moviliario (imagen izquierda) - Eva disciplinadora somete al Che Guevara (imagen derecha)

Tinta sobre papel

1998-2006

Daniel Santoro


Quizás sea (por fuera de las instancias dirigentes y militantes) el mejor rastreador de huellas en el humus peronista, el más intuitivo baqueano en el terreno boscoso que los demás desconocen, y que solos no podrían transitar sin que los corroa la desesperación de sentirse perdidos, vagando por la maraña de la incomprensión.

Que sea una obra artística muda, aprehensible en imágenes, la que subvierta los íconos y torne audible la circulación cotidiana y “secreta”de ciertas verdades del justicialismo, habla también de la inasibilidad conceptual que signa al peronismo, y que tanto molesta a la academia de las ciencias sociales.

En una porción significativa del imaginario social (el de la clase media), Eva Perón y el Che Guevara aparecen simbólicamente ensamblados como parte de una hermandad iconográfica indiscutible. Uno pasa por un kiosco de revistas en la avenida Corrientes y ve ambos posters a la venta en idílica coexistencia. Y sin duda, en términos laxos, no habría motivos para objetar tal contigüidad.

Sin embargo, nada confirma que este parentesco sea algo más que un cierto blindaje ideológico. Respetable, pero no el único ni el verdadero. Si es que frente a estos temas existen verdades; por lo pronto la historia corrobora las realidades.

En la absoluta mudez de la pintura o el dibujo se pueden plasmar ideas que en el sonido de la palabra podrían lucir irritantes o directamente inadmisibles para quién las lea o escuche.

Nadie podrá acusar al artista, a priori, de participar de “viejos odios”. Sólo efectúa una modificación de la perspectiva, propone un “blow up” que nos hace ver las cosas de otro modo. Modo profundamente peronista.

El peronismo mediante el ejercicio del poder, formula un Orden que es aquel que garantiza la protección y el bienestar que todo el pueblo merece disfrutar. Ese Orden, una vez constituido debe ser defendido para que la dignidad popular alcanzada no sea coartada. En ese contexto, alentar la conflictividad social por puro capricho es directamente funcional a la obstrucción de la poderosa función estatal que sostiene y mejora la efectiva vida popular, lo logrado a defender.

Esa defensa se efectúa a través de la organización popular masiva de acuerdo a claras pautas institucionales y democráticas (el sindicato). Este dispositivo estatal-sindical fue un logro político que el pueblo reconoció como propio.

El Orden peronista nacido en 1945 es el hogar que protege de la intemperie. Lo defendido a ultranza ante el peligro.

Pero este Orden puede ser atacado, tanto por derecha como por izquierda. Ya sea con ropajes bienintencionados o no, el abanico no peronista pone en riesgo el Orden y sus beneficios, tanto si  busca “superarlo”como si pretende destruirlo.

De ahí que en lo profundo de la trama, no haya hermandad entre Eva Perón y el Che Guevara. Peronistamente, no hay idilio posible. Y esto no significa, como infieren muchos, que el peronismo sea de derecha: más bien todo lo contrario.

Eva castiga al Che Guevara, al niño gorila y al niño marxista-leninista con el fin de salvaguardar ese Orden que demostró crear y sostener el bienestar material y espiritual del pueblo.

Mensajera e intérprete del sentir popular, Eva visualiza que estos tres exponentes del no peronismo son portadores de ideas e intereses que en su ajenidad amenazan con echar por tierra los beneficios populares efectivamente conquistados.

Eva castiga, disciplina las irracionalidades de este infantilismo descarriado que no está a la altura de la madurez del pueblo.

La aventura ilustrada, elitista e iluminada colisiona con los verdaderos designios populares, aún cuando prometa una “superación redentoria” a los humildes.

A puro mamporro y latigazo, Evita defiende el Orden del pueblo, defiende el hogar amenazado.

No sorprende que el pensador antiperonista J. P. Feinmann, en sus fascículos de antiperonismo, diga: “Santoro tiene rasgos de crueldad en esas imágenes de Evita comiéndose las tripas del Che. No lo entiendo. En verdad, entiendo poco.”

En realidad, lo que no comprende Feinmann es algo más que la imagen. No comprende cómo el pueblo puede descarta el ideario revolucionario setentista en favor del peronismo.

El elitismo intelectual suele ser víctima de estos ilusionismos teóricos que invocan “falsas conciencias” y menosprecian la sabiduría popular, tan sólo porque quienes no comprenden son ellos, mediatizados por la hipertrofia bibliotecaria.

Cuando Eva castiga, castiga el pueblo. Esta es la verdad peronista que arroja la imagen, para perturbar y remover esa pléyade de discursos fosilizados que pretenden decir lo contrario, tanto por derecha como por izquierda.

Evita Montonera fue una máquina cultural fabulosa, fue re-mitificar el mito y dotarlo de reverberaciones simbólicas fulgurantes, emplazar la figura conjetural y enigmática de lo abruptamente interrumpido y construir una certeza. Una apropiación del sentido: si ella viviera, sería como nosotros.

La historia oficial legada por la intelligentzia peronista revolucionaria: legado que transmite envenenados binarismos que recónditamente dejan escapar tenues hedores antiperonistas: si Evita es la revolución, Perón sólo puede ser la reacción, el facho irreparable, el traidor furtivo.

Legado simbólico que persiste inmaculado, como si no debiera ser revisado y desmontado.

Legado que no pudo admitir (como sí admitió Walsh en sus escritos póstumos) que Perón tenía razón.

Legado que no puede admitir que los problemas comenzaron mucho antes de López Rega y la Triple A, y en el “cuarto propio”.

La verdad del peronismo profundo está en esa imagen de la obra artística: antes que montonera, Eva es disciplinadora de esos caprichosos niños revoltosos que en nombre de la revolución ponen en riesgo el Orden peronista que el pueblo ha elegido.

En su arrebato iluminista, el montonerismo amenaza con talar el bosque justicialista y dejar a sus habitantes a la intemperie.

Esa desprotección es lo que no permiten las ramas históricas del movimiento.

¿O no eran los trabajadores peronistas los que calificaban de “zurdos de mierda” a los jóvenes peronistas de la JP en esa plaza de mayo que abandonaron sin que se vaciase?

Si no estamos dispuestos a leer 73-76 bajo esta óptica, serán muchas cosas las que no se entienden.

¿Era razonable que los sectores sindicales y políticos del peronismo permanecieran pasivos cuando el peronismo revolucionario monopolizaba un largo ejercicio de la acción armada que centraba su operatoria en sindicalistas, poniendo en riesgo de este modo la estructura del movimiento y al líder?

Es necesario considerar el comportamiento de la retaguardia movimientista sindical para acercarnos al termómetro popular: era el movimiento obrero el que pedía a Isabel que diera “leña” a lo que para ese entonces había devenido en patrulla perdida.

Fue el movimiento obrero el que luego sacó a López Rega y Rodrigo con la huelga del ´75, y el que resistió con mayor eficacia a la dictadura (Walsh dixit).

Esta verdad es la que se insinúa en esa Evita castigadora, perturbadora.

Allí donde Eva hace recordar a la Isabel que le daba leña a la guerrilla, y no tanto a la de la rosa y el fusil que se va pa´l monte.

El derecho a una muerte gloriosa no es lo que los pueblos esperan de aquellos dirigentes que dicen (y verdaderamente quieren) interpretarlo.

jueves, 2 de abril de 2009

Yuanes, Reales y FMI: ¿Qué harás, Cristina?


¿Todavía no le avisaron que leer a Laclau, Feinmann y Pigna es perjudicial para la salud?


El furor deglutivo que signa a todo clima electoral no debería ser la causa para dejar de agendar el problema económico argentino que se avecina ante la progresiva tangibilidad de una crisis internacional cuya punta del ovillo parece lejos de ser detectada (Obama muestra una preocupante combinación de yerros, pasividad y buenas intenciones), y que además obliga a revisar estrategias económicas que fueron positivas durante cinco años, pero que nunca estuvieron cerca de ser puntales para un ensayo de desarrollo nacional.

El kirchnerismo no pudo, no supo o no quiso aprovechar con mayor eficacia económica, política y social los beneficios del crecimiento “más importante de los últimos cien años”, como gusta decir a Cristina, pero es ocioso cualquier lamento cuando la coyuntura escabrosa obliga a mirar hacia delante.

El problema económico argentino se hace sentir a partir de las afectaciones del balance comercial y la consiguiente merma de divisas: a través de las ventajas comparativas del commodity, el gobierno pudo hacer las transferencias que permitieron un primaveral renacer industrial: Paradójicamente, la política de desendeudamiento post 2001 bajo pautas heterodoxas y de halo independiente han clausurado el acceso de Argentina al crédito internacional.

La pregunta es cómo se hará para mantener el superavit fiscal y el nivel de reservas del BCRA ante un escenario de contracción de divisas que se irá profundizando. La positiva política de “vivir con lo nuestro” aplicada por el almacenero de Santa Cruz requiere en buena medida de los fabulosos términos de intercambio que hoy se ven trastocados por la depresión del comercio exterior.

A ello se suma el “costo” que significa  aguantar el tipo de cambio vía inyecciones del BCRA: situación que además no evita el gradual goteo devaluatorio, presionando en la puja distributiva de manera disvaliosa.

Evidentemente, el margen de maniobra dista de ser el ideal, y los tiempos que se avecinan obligan a cambiar cualquier discurso de pretéritos logros económicos por otro que sin sumarse a las plegarias catastrofistas del oposicionismo de baja intensidad, señale las dificultades y tire sobre la mesa alternativas viables.

En este sentido, y ante la previsible fuga de capitales que existe en los países subdesarrollados, completando el opaco panorama, el resguardo de los dólares se erige en un imperativo. Tanto los convenios bilaterales celebrados con Brasil que pautan el uso de las monedas nacionales, como el acuerdo de forex swap con China, más allá de los resultados a largo plazo, buscan evitar la erogación de dólares y marcarle la cancha a EEUU de cara a un improductivo G 20.

Así las cosas, se torna ineludible la cuestión del FMI frente a una necesidad que asume el rostro de la herejía. En ese marco se promueve a gritos una embrionaria discusión sobre “la reformulación de los organismos multilaterales de crédito” que haría las delicias (o el hara-kiri) de un Scalabrini Ortiz.

Lo cierto es que volver al FMI está lejos de ser una quimera: lo que va a discutirse son las condiciones y modos bajo los cuáles esas entidades prestan financiamiento. Muy lejos de esta pretensión están las renegociaciones anuales de deuda que la señora Carrió postula como eje de su programa económico (en crisis o no-crisis).

Seguramente la vuelta al FMI (no sólo de Argentina) suponga una decepción más para los puristas que se embarcan en cruzadas por le 10% del electorado. Pero esos mismos son los que olvidan que son los tiempos y las circunstancias los que templan la acción política, como decía el florentino.

Y acaso Néstor y Cristina deban pagar un injusto costo político por los justificados denuestos al Fondo de ayer, en su objetivo de defender los logros de un modelo de acumulación hoy. Sucede que lo ingrato y devorar sapos son la diaria en la política.

Yo supongo que lo que hará Cristina será aguantar hasta donde se puede con las divisas acumuladas, que no son pocas, y retroalimentar el consumo interno, y así demorar al máximo la instancia FMI; mientras tanto, serán los países centrales los más urgidos a decidir como abordar la cuestión del financiamiento internacional. Pero sólo es una conjetura debilitada por el reino de la incertidumbre. 

La única certeza es que toda medida que se tome debe cuidarse de provocar una desfinanciación del Estado: deberían saberlo quienes proponen eliminación de retenciones a la exportación o reducción del IVA sin contraponer verosímiles sustituciones de recaudación para cubrir el agujero. A menos que la pretensión de gobernar no está dentro de sus prioridades.

Me interesa saber que hará Cristina. Por lo menos en este rubro, la oposición todavía está muy lejos de exhibir sensatez.

miércoles, 1 de abril de 2009

Dentro de la Democracia, Todo…


Quienes hayan leído este blog con asiduidad, sabrán que el gobierno de Alfonsín siempre fue por mí duramente criticado. Se trató, y se trata, de la crítica de hechos, y no de personas.

Quizás se trataron en algún caso de cuestionamientos impiadosos. Muchos podrán juzgar esas críticas como injustas. Puede ser.

Alfonsín generó una expectativa popular extraordinaria. Emocionaba ver esas plazas del 83 llenas, rebozantes. Ese apoyo popular fue un patrimonio político incalculable, que fue rápidamente dilapidado. Hubo demasiada decepción para tanta esperanza.

Para mí, la figura de Alfonsín está originariamente ligada a mi infancia, a la figura física del “presidente”. Esa figura que nunca podría haber asociado a los militares de la dictadura, que es mi primera memoria sobre la política. Una visión atravesada por la estela sombría de reiteradas cadenas nacionales mañaneras con comunicados y marchitas que narraban quién era el nuevo militar a cargo.

Recién con Alfonsín adquiere para mí normalidad la idea de “el presidente”, en su indumentaria de civil. Y sin tener ninguna apetencia personal por Alfonsín, ni por el radicalismo, ni por la política, fue quizás en esos años de la infancia adulta cuando así como otros niños decían que cuando fueran grandes serían bomberos, médicos o policías, yo decía que quería ser presidente.

Y a pesar de todos los desacuerdos que pueda tener con ese gobierno alfonsinista (que fue uno de los mejores de estos 25 años de democracia), con esa exacerbada postulación discursiva y fáctica de un republicanismo sacrosanto como aparente verdad absoluta del nuevo tiempo democrático que terminó gestando un relato nocivo para la propia democracia que hoy vivimos, debo decir que es también en los errores y fallas donde se pudo construir una democracia dificultosa pero irrenunciable.

Había que tener la garantía de que no se volvería para atrás, había que clausurar la etapa del derramamiento de sangre como naturalidad de la disputa política, porque los costos fueron peores que los beneficios prometidos. Y ese no era un camino fácil, las concesiones se pueden entender en ese contexto, aunque no comparta muchas de ellas.

Ahora saldrán las voces que más que rescatar la figura de Alfonsín, intentarán sacralizarlo como el paladín de la democracia, el ejemplo a imitar, el promotor de un modelo político al que “la Argentina debe volver”, ese del consenso ficticio y la celestial calidad institucional.

No comparto estas analogías, y le hacen un flaco favor al recuerdo de Alfonsín quienes intenten estas manipulaciones.

Prefiero ver a Alfonsín como ese ser falible que obró de paridor de la democracia trabajosa, formal, necesaria, irrenunciable, imperfecta. Con aciertos y flaquezas, con méritos y desaciertos. Como la democracia que tenemos, para bien.

Y después de todas las evaluaciones, polémicas y desacuerdos, la figura de Alfonsín trasciende y se sella en una frase que lo (nos) sintetiza: Dentro de la democracia todo, fuera de la democracia, nada.