viernes, 27 de marzo de 2009

El Salvador: El Desafío de Gobernar


La reciente victoria del FMLN en las presidenciales salvadoreñas obliga, más que a la euforia, a considerar las intrincadas variables que se presentan para la izquierda a la hora de afrontar la conducción del país en un contexto que además de las vicisitudes internas, deberá soportar en su vida económica los efectos de una crisis externa con rumbo desconocido y duradero.

Después de veinte años de hegemonía conservadora, El Salvador afronta una situación económica terminal, que no permite otra cosa que la recuperación gradual de una población sumida en la miseria, con severos problemas de empleo que afectan al 40% de los salvadoreños, y con una economía absolutamente debilitada, donde el 20% del PBI se compone de las remesas enviadas por los tres millones de emigrados. Causas todas ellas vinculadas a los efectos devastadores provocados por la dolarización de la economía.

Ante este escenario, el FMLN no puede incurrir en polémicas intestinas que sólo promuevan el debilitamiento del poder político. Sin embargo, la integración partidaria del Frente (que en algún aspecto replica la del Frente Amplio uruguayo) requiere de fuertes consensos internos entre facciones que parecen privilegiar sus incuestionables diferencias ideológicas antes que someterse a las disciplinas para la conservación del poder.

El pasaje de una instancia opositora consuetudinaria a la conducción del Estado constituye un proceso traumático en sí,  que se potencia aun más cuando se trata de una formación política de izquierda, por los naturales anticuerpos desarrollados desde un bastión de intransigencia ideológica que por un lado mantiene en alto las banderas históricas de cohesión partidaria, pero que por otro conspira contra la posible ampliación de la base social  necesaria para construir un proyecto de mayorías, una verdadera interpelación del poder político.

El FMLN ha sorteado este déficit convocando una figura no asociada a la historia del Frente que además ostenta una popularidad ganada en el ámbito periodístico, lo que le ha permitido al FMLN sobrepasar los límites electorales que lo separaban de amplias franjas de la población, y por ende, del poder.

Sin embargo, la coyuntura parece abrir falsos dilemas, algunos de ellos promovidos por los dirigentes y sectores históricos del Frente que participaron de la etapa guerrillera, que al parecer se sienten más cómodos en la tranquilidad opositora.

Sin embargo, la situación apremiante que vive el pueblo salvadoreño no admite la discusión filosófica de los rumbos políticos predeterminados. En el tenis se diría que hay que jugar punto por punto; en el fútbol, ir partido a partido.

Antes que pregonar el ideal chavista o lulista o fidelista, el FMLN debería preocuparse de las políticas concretas que permitan, dentro de un marco de paz social que el pueblo va a valorar como condición básica de apoyo, la recuperación material de un pueblo condenado a la pauperización eterna. La reversión parcial de esta situación obliga a un inmensurable trabajo político a desarrollarse largamente bajo los amplios perímetros de un capitalismo demoliberal a ser construido, porque hoy no existe.

Y cómo sabemos, una adecuada teoría del derrame, con ambiciones desarrollistas y distribucionistas reales y no sólo declamadas, puede ser más efectiva que cualquier apetencia de “poder popular” a experimentarse bajo indicadores sociales obscenos: un pueblo con hambre y miserabilizado no quiere la revolución; quiere salir de ese infierno y acceder a un bienestar y disfrute de los bienes bajo formas pacíficas: recordemos que le pasó a la revolución sandinista cuando se sometió a la voluntad electoral en 1990.

Además, el dilema Lula o Chávez que se plantea erróneamente al presidente Mauricio Funes no tiene anclaje en la realidad política salvadoreña.

El tan mentado socialismo del siglo XXI que se adjudica al chavismo no es más que una confusa pretensión poco verificable en la realidad venezolana: en todo caso, Chavez propone una más avanzada distribución del ingreso dentro de los estrictos márgenes del capitalismo, lo que ya representa, después de diez años de gobierno, una fuerte polarización política que está “a la izquierda” de la realidad económica de los venezolanos más postergados, que sin duda mejoró, pero no todavía en los niveles que hagan posible hablar con verosimilitud de la inminencia de una “instancia socialista”.

El chavismo, con contradicciones, avances, y trabajosos conflictos, trajina el empalagoso terreno del capitalismo, buscando maximizar su capacidad distributiva, en un camino escabroso y largo, que lleva menos trecho recorrido del que falta recorrer. Lo mismo cabe para Morales, Correa  o Lula.

Más aun cabrá para Funes, que tiene a su pueblo en el subsuelo, con el sótano inundado.

 

jueves, 26 de marzo de 2009

Gelblung, Argibay, Sabbatella: Teoría y Praxis Televisiva


El programa televisivo de Chiche Gelblung en el marginal canal 26 se ha transformado en un balsámico habitáculo de sensatez, humor e imprevisibilidad que contrasta con la desarmante mediocridad de la empresa periodístico-televisiva de los elencos estables y el pactado simulacro de “debate político” que protagonizan pseudo-periodistas-empleados, y actores-políticos de la democracia audiovisual.

Gelblung construye un espacio multiforme que hace posible que en una misma emisión convivan Pomelo Sabbatella (presentado como rareza étnica del conurbano), un par de neurólogos hablando de las células madre, y la vedette Mónica Farro departiendo sobre la educación de su hijo adolescente.

Pero es en la entrevista política donde Chiche vulnera los esquematismos de lo políticamente correcto. Situado más allá del bien y del mal y de la moralina política, Gelblung perturba al entrevistado, lo obliga a salirse del libreto, lo desconcierta con comentarios tan sencillos como realistas.

Sucede que Gelblung ha captado las ópticas del realismo político, y las utiliza a rajatabla a la hora de la entrevista, desarmando así las habituales lógicas del guitarreo retórico que los políticos televisivos acostumbran a desarrollar.

El cassette de Sabbatella (la nueva forma de hacer política, el techo y el piso kirchnerista, el espacio nacional popular y progresista), fomentan el creciente fastidio del espectador y del propio Chiche: “Bueno, bueno, todo eso es teórico, pero ¿qué medidas concretas tomaste contra la inseguridad en Morón?”. Sabbatella se incomoda porque lo desvían de su repertorio. Después de algunos balbuceos, se escucha algo concreto (¡decilo, Pomelo, decilo!): “puse estudiantes de derecho en las comisarías para sacar más efectivos a la calle”.

Ahora, Gelblung perturba el bastión argumental más débil del sabbatellismo: el antipejotismo. Y claro, con tres mandatos consecutivos, Martín se encamina a una eternización municipal que envidiaría más de un “barón del conurbano”: Sabbatella tiene la misma cantidad de años en el cargo que el Japonés Mario Ishii. Luis Acuña (Hurlingham), Fernando Espinoza (La Matanza) y Jorge Rossi (Lomas de Zamora) están lejos del intendente de Morón. Chiche sugiere esta equivalencia metodológica entre Martín y los impresentables, y éste se apura a aclarar que el actual es su último mandato.

Como sea, el entrevistado no cuenta con la seguridad de poder desplegar los reiterados versos que un “periodista educado” no interrumpiría con indisimulable cara de hartazgo.

Y así desfilan y padecen la decadente Pato Bullrich, el paleozoico Oscar Aguad, ignotos jóvenes de management del macrismo, y tantas otras reliquias que aceptan la ridiculización más certera y desopilante a cambio de un minuto más de pantalla.

Las persistentemente lamentables declaraciones de la doctora Argibay (de un progresismo incontaminado admirable) permiten a Gelblung hacer un editorial absolutamente sensato  y cuestionador de la relación entre pobreza e inseguridad como supuesta causa y efecto del problema. Es notorio que la prestigiosa jurista holandesa carece de la sensibilidad política de un Barba Gutierrez que detecta la gravedad del problema, y pone la cara aunque lo puteen.

Y además de todo eso, Gelblung sienta a la mesa televisiva a los habitantes del margen.

Bestializado por la tapa de Clarín, el Patón Basile es humanizado por Gelblung en esa entrevista en la que se habla de la vida cotidiana. Ver a Basile contar de qué modo vivencia su pertenencia sindical es mucho más valioso que escuchar a cualquier dirigente político. Invitar a una familia enteramente anclada en la miseria y preguntarles, literalmente, como hacen para comer, y para vivir,  y ver a Chiche sintiendo el cimbronazo momentáneo de la situación, también.

Difícilmente asuman ese “riesgo” otros intachables periodistas a los que les gusta pontificar, como el quejumbroso Nelson Castro o el comprometido Eduardo Aliverti.

Seguramente, preferirían no hacerlo.

viernes, 20 de marzo de 2009

Cantata


El amateurismo político es un síndrome incurable, que suele atacar a las “organizaciones revolucionarias” de la democracia administrativamente sudorosa, weberiana, árida. Esa democracia que no tiene reservada para sí las cualidades de ardorosas épicas de antaño.

Precisamente porque la democracia que vivimos, con todas las imperfecciones y miserias que conserva, es hija de la tragedia política más dolorosa de la historia de nuestro país (los setenta como esperanza y genocidio, violentos fotogramas vividos socialmente sin mediaciones) es que hoy todo se “reduce” a explotar políticamente toda la capacidad instalada que los canales institucionales, administrativos, burocráticos del Estado ofrecen para mejorar la vida popular. Se trata de afirmar el lento paso que se da (fijar el pie en el suelo), antes que apurar la caminata sin que quede la huella marcada en la tierra. Aquellos que se embelesan con la línea del horizonte desdeñan los obstáculos que opone el sendero a cada paso, y entonces suelen tropezar, y por fin, caer.

La responsabilidad política y social que tienen los gobernantes para con el pueblo es un imperativo incuestionable para el peronismo, y más todavía después de la debacle de 2001, y del proceso reparador que se inició  en 2002.

Conquistas sociales y políticas que no son del presidente de turno, ni de un partido político, sino del pueblo que vislumbra un haz de luz en medio de la penumbra.

Nadie está dispuesto a tolerar el trasnochado aventurerismo mediático de los irresponsables que le hacen el juego a los que esperan con la guillotina.

Las declaraciones de Pérsico son un insulto a la militancia, a nosotros, a los que mejoraron su situación laboral, a quienes se sindicalizaron, a los que consiguieron un empleo o una jubilación durante estos siete años, y más aun, al pueblo que votó a este gobierno.

Tu Cantata es una pieza de museo, Pérsico, y en todo caso debería ser una vivencia nostálgica de tu mundo privado, y no parte de tu repertorio político.

La inmolación política es propia de los residuos testimonialistas, esos que vagan por los márgenes del poder, y lo miran con extrañeza. Arrebatos revolucionaristas de café.

Este es un tiempo de esfuerzos, de maximizar la racionalidad de las acciones al calor de una crisis que augura tiempos inciertos y frente a la que se necesita fortalecer al gobierno para que no sean los de siempre los que paguen. Es tiempo de una silenciosa, trabajosa labor gestionadora, y sí, Pérsico, eso no convoca a ninguna épica plebiscitaria, a ningún todo o nada. No hay que irse de ninguna plaza, Pérsico.

Hay que sostener la continuidad de un proceso político.

“Si perdemos nos vamos” es de niño trosco: una nefasta versión nac&pop del inveterado “cuanto peor, mejor”.

Es servirle el plato más sabroso al republicanismo esperpéntico que propone el retroceso, lo ya vivido, y a lo que no se quiere volver.

Educálo a Pérsico. 

miércoles, 18 de marzo de 2009

Rogativas


Caminando por la placita que está frente a mi casa, bajo un sol inmisericorde, viene hacia mi una joven madre con su diminuto niño en el cochecito, y al mismo tiempo que me sonríe, me alcanza un papel mientras me dice con una candidez arrobadora: “¿Te había dado uno, o no?” No, no me diste. Leo: Viernes, 19 hs. Rogativas contra la Inseguridad. No faltes. Es en una Iglesia cercana. La joven mamá me acota que es abierto a todos los credos, porque no se trata de un tema religioso. Le podría decir que yo no profeso ninguno, que no creo. En cambio le agradezco la invitación, plétorico ante su caudalosa ternura de madre. Es un ángel. Y no tengo porqué pensar que sus preocupaciones son insinceras.

Mi barrio es de casas bajas, algunos chalets, y los vecinos son de aquellos que no están interesados en política, ni exhiben entre sus prioridades los deseos de la movilización popular y el estado asambleario permanente. A lo sumo algún aislado reclamo municipal por luminarias, en alguna época remota. Ni aun en los peores momentos político-sociales del país se exteriorizó un ánimo participativo en mi barrio. Ni siquiera en aquel memorable Apagón aliancista, ni cuando las apetencias caceroleras eran una placentera tentación.

Y acaso los vecinos de mi barrio tengan una sabiduría taciturna e incalculable, porque, como todos sabemos, en el fondo, la participación ciudadana no es más que un mísero fetiche blandido con desgano programático por las progresías durante sucintas campañas electorales. Nadie merece vivir en estado de asamblea permanente.

Entonces pienso que, si parte del barrio ha decidido situarse en convocatoria pública en la Iglesia de acá a cuatro cuadras para tan sólo orar para que “el mal cese”, es porque  hay un problema concreto.

Querer aventarlo manifestando que la inseguridad es una construcción de sensaciones a cargo de las empresas periodísticas es tan sólo agigantar el problema que existe. Es sabido el tratamiento distorsivo que los medios hacen del tema, Zaffaroni teorizó largamente sobre las campañas de ley y orden.

Pero confundir los falaces tratamientos con la inexistencia del problema de la inseguridad equivale a una negación irresponsable, negación absolutamente propulsora de discursos eficazmente simplistas, represivos, que terminan en “la pena de muerte”.

Gran parte del avance del problema se asienta en los variados ideologismos progresistas que predisponen a la ceguera y a la inacción: esos que dicen que la inseguridad es un problema exclusivamente social, y que por tanto se solucionará el día que la pobreza quede definitivamente finiquitada por las eficaces medidas que tomaría algún gobierno revolucionario alguna vez en la historia; esos que dicen que todo reclamo por la inseguridad es ineluctablemente “de clase” y políticamente “de derecha”, y por tanto serían ilegítimos y desechables, como si desatender un reclamo social (aun ideológica y metodológicamente equivocado) fuere una sabia decisión de Estado.

Pidiendo que no vaya nadie a las marchas contra la inseguridad porque “son un nido de fachos con guita que merecen lo que les pasa” significa no ponerse por encima de las desmesuras, horrores ideológicos y miserias  de una sociedad que es parte del problema, pero frente a la cual es ocioso deshacerse en acusaciones de alienación clasista y por lo demás quedarse de brazos cruzados; el Estado no puede darse el lujo de diagnosticar las causas del drama y no tomar medidas concretas.

La inseguridad es la llaga inapelable que nos recuerda a todos, y todos los días, el flagrante y artero retiro del Estado social desde la dictadura. Radicales, milicos y peronistas, dirigencias políticas hermanadas por propugnar o conceder la fuga estatal, por hacer zozobrar las mínimas instancias que hacen posible hablar de un contrato social. La inseguridad pone en riesgo parámetros básicos, por eso tiende a movilizar.

No comprender esto, e insistir en ideologismos berretas que sólo contentan la buena conciencia pero que omiten referirse a políticas concretas que las áreas vinculadas a la seguridad necesitan implementar es contribuir a la gestación de la bola de nieve.

Un dato: la inseguridad no es patrimonio exclusivo de las capas medias y altas. Ya no es un exclusivo fenómeno de blumberización en countrys de zona norte. 

Los sectores populares padecen la situación, en la villa, el monoblock o la barriada hay afano, asesinato y miedo. Empezar a derribar mitos es la mejor forma de sincerar la problemática.

Que la eminente doctora Argibay deje de hacerse la boluda, se dé un baño de vida real y finalmente vuelva a la Argentina, también ayudaría.

¿Nadie se pregunta por qué De Narváez sacó un 18% de los votos en la PBA con boleta propia y sin enganches traccionadores en 2007?

Cuando existe un problema hay que abordarlo y tratar de solucionarlo, porque sino  te hacés cargo, viene otro y lo hace (a su manera) por vos, la política funciona de este ingrato modo.

El tabú progre lo agarró De Narváez, y lo tornó persistente caballito de batalla: al Colorado muchos lo califican como un chorro y un chanta, pero al mismo tiempo dicen que “el tipo por lo menos quiere hacer algo contra la inseguridad”.

Lo estoy escuchando de muchas personas, y no precisamente todos blanquitos de clase media. Me dicen “quiere hacer algo”, sea malo o bueno. El reflejo es que el Colo parece querer hacer algo, el resto ni siquiera querría. Algunas de estas personas me manifiestan que votarán a De Narváez, aun cuando son perfectamente conscientes que el tipo es “un chanta”, y que probablemente “no cumpla con lo que promete”. Pero “algo hay que hacer” me dicen, porque la gente “se va a cansar”.

Cuando las urnas anuncien que De Narváez hizo una elección envidiablemente superior a la de un amoroso Sabbatella de peluche, y que su caudal de votos sea lo suficientemente significativo como para no poder decir que sólo lo votaron las clases medias filonazis del primer cordón norteño del GBA, habrá que empezar a pensar cual es la real y concreta magnitud del problema de la inseguridad, y que pide el pueblo cuando vota.

martes, 17 de marzo de 2009

La Sombra después de la Muerte


Nos hemos detenido en un barrio donde hay casas “brujas” (muy pobres). El General desciende del camión. Todos bajamos. Cientos de personas lo reciben. Torrijos pone su cabeza bajo la salida de agua para refrescarse. Hace dos horas que estamos andando sobre un sol implacable. Una mujer morena, alta, le seca la cabeza con un pañuelo. Una anciana saca una peinilla, algo muy típico en Panamá, y lo peina. Hay una relación directa, hay amor, pero no sumisión en los gestos. Miro los rostros bellos que nos rodean, y también la pobreza.

"—Este es un país con muchas caras. Hay que mirarlas todas para entenderlo. Es chiquitito (Hace un gesto con la mano), así… pero hay que aprender a verlo, a escucharlo, en su gente. Es un país para entenderlo mucho. Es difícil, me imagino, difícil para los que vienen de grandes ciudades. Los que vienen de Europa, por ejemplo, ¿cómo van a entender ciertas cosas, la salsa, las borracheras, las ñamerías (locuras), la irresponsabilidad tropical que a veces tenemos, la dignidad de este pueblo, sus desafíos? Y eso me gusta. Me gusta eso mismo. La ñamería, como decimos aquí."

"Yo creo, por ejemplo, que el poder existe, que es real, pero debe estar construido sobre el cariño y el entendimiento con el pueblo. Ese es el poder que perdura… la sombra después de la muerte."

"Hay algo que muchos olvidan: un militar puede aprender a reprimir —aunque no es esa la función de un militar—, puede conocer mucho sus tácticas, pero hay un momento en que los ríos crecen. Si uno está en el monte, siente el ruido del agua cuando crece. Es un gran ruido, y aunque se utilicen todos los medios posibles, los más modernos, el agua crece, no se para, es algo natural. Es natural que llegue ese momento si no se dan respuestas a los pueblos, a sus necesidades, al hambre, a la desesperación. ¿Tú has visto alguna vez la cara de los desesperados? Eso no se para con nada, yo te lo digo.."

"Nosotros tratamos de hacer una revolución pacífica. Yo sé que muchos no me entienden. Pero tampoco entienden la realidad. No han estado en las cantinas, en los montes. No han caminado triste como los borrachos. Esos, esos que ve uno a veces. Con toda la tristeza andan, y la tristeza es algo más que la borrachera. Eso es verdad. Eso es lo que hay. Con todo, eso que tenemos y con el atraso de más de cincuenta años que se puede ver en todas partes del país, con eso tenemos que hacer algo. No podemos hacer todo. Pero tenemos la obligación de hacer algo.(...) Yo creo que hay que estar siempre cerca del pueblo y aprender a ser humildes."

La nota completa, acá

viernes, 13 de marzo de 2009

Interna General en Junio


Aunque es difícil hacer pronósticos tajantes, se puede decir que la decisión presidencial de adelantar la elección nacional a junio parece tener origen en una situación dispar: por un lado da cuenta la percepción que tiene Kirchner del desgaste político que se avecina aún mayor para el oficialismo, y el impacto electoral de esta situación.

Pero por otro lado se aprovecha de la dispersión opositora, y sólo los que estén mejor preparados son los que pueden sentirse beneficiados por la decisión del adelantamiento.

Es verdad que de aquí a junio pueden pasar muchas cosas, pero es mucho menos que lo que puede pasar hasta octubre: acá juegan tanto el conflicto con el campo, la depresión económica y la posible conflictividad social, y no el riesgo de problemas fiscales en las cuentas públicas.

Parece una decisión que apunta a mermar el desgaste político, y esto muestra que la decisión es eminentemente política (costos-beneficios estrictamente vinculados a una ecuación político-partidaria).

La ecuación kirchnerista suele tener mucho de sorpresivo, y esta no es la excepción: Kirchner apuesta a lo que conoce. En este caso, el resultado es una incógnita.

Por lo pronto, y como le comentaba en un post al Ingeniero, se me ocurre decir que la decisión beneficia a quienes ya están instalados territorialmente, o tienen mayor eficacia para desplegarse: el peronismo oficialista y el disidente salen ganando.

Veamos las reacciones iniciales: los gobernadores del oficialismo, Chiche Duhalde y De Narváez manifestaron su apoyo a la medida, al igual que la CGT.

La UCR + CC pusieron el grito en el cielo, apelando al simpático cliché de la “locura kirchnerista”. Se ven venir que la cosa deja mejor parados a los peronistas de toda estirpe. Veo complicado a Binner en Santa Fe.

El kirchnerismo se la juega. La jugada es arriesgada, porque no es hija de la prosperidad política, sino de la necesidad.

Pero en la imprevisión los Kirchner han cultivado gran parte de sus éxitos políticos, sin por ello poner en riesgo la gobernabilidad. Veremos que pasa en esta coyuntura, más estrecha que anteriores.

Lo cierto es que habrá Interna General en junio.

Es lo que puedo reflexionar sin tener tiempo para hacerlo. Se necesitará otro post para rectificaciones y/o novedades.

Por eso, el 28 de junio, la boleta (¿única?) del PJ, COMPLETA.

Agrarios, aprendan del Hugo


–Me imagino que está siguiendo el desarrollo del conflicto de las cámaras agropecuarias con el Gobierno.

–Lo sigo como la mayoría de la sociedad, con expectativas de que esto tenga una solución lo más rápido posible. Advierto que no es fácil, pero hay que hacer el esfuerzo. Y todos tienen que hacerlo, no sólo el Gobierno sino también los hombres del campo. No se puede vivir presionando constantemente. No a muchas actividades se les han dado las mejoras que el Gobierno le dio al campo. A lo mejor no alcanza, pero a nadie le alcanza. A los jubilados tampoco les alcanza el dinero y tienen que aceptar el aumento que se les ha dado, que por otra parte es importante. A este sector lo afectó la caída de los precios internacionales, la sequía, y entiendo que se le den algunas respuestas, pero es imposible que se le den todas las respuestas. A todos los sectores nos falta algo. No pueden pensar que en esta crisis ellos van a estar bien y el resto seguir como está.

 

Toda reivindicación sectorial, social, toda medida de reclamo y/o de acción directa que busque satisfacer las pretensiones de un grupo económico o social, convive ineluctablemente con la racionalidad del acuerdo mínimo indispensable que es necesario alcanzar para darle certidumbre y verosimilitud a los logros efectivos que se añoran conseguir.

La instancia conflictiva se vale del látigo y la mano de seda: a la presión sigue la vocación negociadora, porque el grupo reclamante (si quiere obtener resultados) necesita arribar a un piso de acuerdo que permita avanzar en la negociación sobre terreno firme, y no sobre pirotecnia verbal inconducente. Y porque, básicamente, esto último poco interesa a los representados y bases que integran el reclamo.

Que la instancia aglutinadora de las cámaras empresariales agrarias hay sido al final de cuentas y sin eufemismos la eliminación de las retenciones, y con particular énfasis las que obstaculizan el negocio sojero, es un problema. Para el propio empresariado agrario que no puede (ni quiere) escalonar la intensidad de la protesta y va sin mediaciones por la discusión de premio mayor, el imposible (desfinanciar al Estado en un 12% del PBI en un contexto de crisis mundial, para que haya déficit fiscal), y para el propio Gobierno que se desgasta políticamente en un conflicto que se transformó en una bola de nieve.

Que la Mesa de Enlace no mantuviera como principal objetivo la solución del diferendo (aún con tácticas de asedio altamente cuestionables que los sectores populares toleraron) y se dejara llevar por los insondables meandros de la mezquina especulación política, desdeñando la responsabilidad negociadora para en su lugar hablar de un reclamo que “en realidad postulaba un nuevo proyecto de país”, no hizo más que aventar aun más la voluntad conciliadora.

Pero la pretensión de construir un proyecto político de más largo alcance en torno a la persistencia del conflicto no es la intención del pequeño chacarero que labura la tierra, votó a Cristina en 2007, y participó del reclamo. Los desacoplados integrantes de las dirigencias rurales y la MDE deberían saberlo. Si lo supieran, habrían tenido una genuina vocación negociadora a lo largo de todo el año, y más aun después de la firma del acta–acuerdo que elimina retenciones a los lácteos y a la carne, temas claves según la mediática dirigencia agrarista. Como me dice un amigo al cual la política le interesa muy poco, y el tema del campo menos: “Me parece que éstos tipos se cebaron y ahora no quieren arreglar.”

Y allí radica otra de las cuestiones. En un contexto que anuncia problemas relacionados con el desempleo y atisbos recesivos que impactarán en una porción no menor de la masa asalariada, la persistencia de un conflicto menor como el del campo puede ser visto con considerable malestar por el resto de la sociedad.

Cuando perdés el trabajo, te interesa poco cualquier litigio en el que se hable de “rentabilidad” y “el precio de la soja en la Bolsa de Chicago”. Cuidado, agrarios.

Se necesita responsabilidad para afrontar la hora de la crisis. Todos los sectores deben saberlo, y obrar en consecuencia.

Es tiempo de inteligencia, prudencia, y no de pasiones “autoconvocadas”.

Es hipócrita pedirle responsabilidad al Gobierno, y no cultivarla en las propias acciones.

lunes, 9 de marzo de 2009

Catamarca y la caducidad de Neverland


El resultado electoral catamarqueño admite algunas lecturas que hagan eje en los modos de construcción política desarrollados erráticamente por el kirchnerismo desde 2003.

La transversalidad y la Concertación Plural constituyeron intentos que más que ampliar una base hegemonizada por el justicialismo, terminaron suturando la posibilidad de revitalizar y fortalecer la estructura justicialista, que fue desdeñada a favor de armados “económicos” (radicales K y movimientos sociales) que no demostraron ninguna capacidad de aportar masa crítica adicional a la propia del peronismo.

Y si bien es ocioso insistir en la irremediablemente desacertada política de alianzas del kirchnerismo, sí vale la pena destacar que Catamarca es un boceto inacabado, parcial, de cuales pueden ser los resultados de un tipo de conducción política que no termina de otorgarle a la estructura justicialista un rol primordial en el despliegue de la estrategia política de acumulación de poder. Aunque sea esa misma estructura la que ejerza de hecho el poder territorial y aporte los votos.

La ecuación kirchnerista privilegió abonar cash con los de afuera y frizar a los propios, generando malestar y deteriorando la confianza política: el puntero o la manzanera que le pide al compañero Néstor “que no se mande cagadas”.

Los ejercicios de comisariado político de ciertos funcionarios K para con la estructura justicialista no hicieron más que indisponer los ánimos.

Las quejas de Barrionuevo y Saadi no hay que leerlas como las de ellos mismos, sino como la que podría hacer cualquier militante peronista. Esa es la lectura más positiva para Kirchner.

Cuando Barrionuevo dice que él bancó el peronismo en Catamarca durante todos estos años, mientras Kirchner arreglaba acuerdos superestructurales electorales con el FCS y desdeñaba a su propio partido, debilitando la base política justicialista en la provincia, el gastronómico hace un planteo sensato, que habría que evaluar más allá de una valoración personal de la persona que lo hace. Porque es verdad que después de una estrategia de debilitación del PJ local (apostando a la CP que es pan para hoy y hambre para mañana), Kirchner apela a último momento a un PJ al que nunca apoyó ni se encargó de revitalizar. Y los milagros en política no suelen ocurrir.

No obstante ello, la decisión de formular la unidad del PJ de cara a esta elección es positiva más allá del resultado obtenido. Lo que desacertado fue nacionalizar la elección (que no era relevante por cargos y padrón nacional), dándole al irrisorio Cobos alguna página más en los diarios. Los votos son de Brizuela del Moral.

No es para dramatizar, pero sí para reflexionar sobre qué espacios se ponderan a la hora de construir, cuando nuevamente comprobamos que pese a los “ilusionados intentos”, no es posible hablar del kirchnerismo como algo distinto (o fuera) del peronismo. Mientras tanto y a pesar de la realidad, Alberto F. fantasea con Neverland, como si el tiempo no hubiera pasado.

 

sábado, 7 de marzo de 2009

Sobre la Lealtad


Yo no voy a decir que quién no tuvo una militancia política no puede hablar de ella, porque sería injusto con quiénes a pesar de no haber militado, tienen una sagaz comprensión de sus intersticios, paradojas o realidades.

Pero sí hay valores supremos del ejercicio cotidiano de la política en sus distintas capas (segundas líneas, referentes barriales, militantes lisos y llanos) que no pueden entenderse en su completa magnitud si no se vivencia, ya sea de manera directa u oblicua, la experiencia militante territorial.

Y hago la aclaración “territorial”, porque algunos creen que la militancia universitaria es política: en todo caso es un simulacro de militancia para niños bien que gustan hacer de la rebeldía y la combatividad una impostada experiencia de juventud para contar a sus nietos. O para curtirse en la mera repartija de cargos burocráticos en extensiones universitarias. Recordemos que ningún pobre llega ya a la universidad.

En un reciente post, Abel sostiene en un breve párrafo, hablando del peronismo: “…. es también una fuerza política que, en competencia con otras, lucha por alcanzar o retener el poder, defiende - al menos en principio - los intereses de los sectores sociales que se expresan a través suyo y - casi siempre (lean a Weber) - los de sus dirigentes y militantes.”

Defender los intereses de sus dirigentes y militantes, esa es la cuestión. El dato crucial que hace posible la supervivencia de una estructura política más allá de los obstáculos o barquinazos que vayan deparando las circunstancias.

Se trata de la lealtad de la militancia, del lazo indestructible en el que se auto-reconocen dirigentes y militantes como parte de un colectivo político. El quebrantamiento de la lealtad intramilitante supone una debilitación de la estructura y la acción política, y por lo tanto debilita el poder.

En la militancia me ha tocado ver como accionan distintos partidos políticos. Y pude reconocer gestualidades típicas que son las que establecen las diferencias. He conocido radicales, peronistas, socialistas, progresistas y comunistas de toda estirpe y extracción.

He asistido a numerosas agachadas y “colgadas del pincel” entre dirigentes y militantes. Pero ha sido en las dirigencias y militancias peronistas donde hace muchos años detecté un respeto genuino por los códigos de la lealtad. Obviamente, hay excepciones.

Sin embargo, en comparación con el resto de las fuerzas políticas, las diferencias son cualitativas. En el peronismo, la lealtad es un valor imperativo, y hasta algún dirigente medio tránsfuga está obligado a cumplir con la militancia, a costa de “quemarse” si no lo hace.

No sucede lo mismo con el no peronismo. En ese campo, el forreo de los militantes, el maltrato, el abandono después de “los servicios prestados” sin la contraprestación prometida, es moneda corriente. Todavía oigo las quejas de valiosos militantes que dieron servicios al radicalismo y al frepasismo.

En estos espacios, se privilegia la salvación personal del dirigente que cuida su quintita, su rosca o su padrinazgo, y que en la incorporación de nuevos militantes ve una competencia y una amenaza a la “posición ganada”. Esa es la razón de sus carencias militantes y organizativas. No hay un espíritu de lealtad que cohesione, no hay un sentido de pertenencia común: la militancia es una molestia, un lastre, una contingencia.

En el peronismo se comprende que el laburo militante es fundamental, y hay que recompensarlo. Y quiénes mejor lo entienden son los habitualmente denostados como impresentables. Quién mejor lo entiende es el puntero, la manzanera, el concejal que vive en el barrio (muchos se mudan cuando son electos).

Y las dirigencias más encumbradas, en última instancia, también lo entienden. Salir a pintar paredes, “mover” para una interna, cubrir la cantidad de fiscales para una elección, tener presencia territorial y una burocracia administrativa para hacer funcionar una Intendencia constituyen necesidades que hacen de la militancia un dispositivo insustituible. El peronismo siempre comprendió esto. El radicalismo lo comprendió hasta cierto tiempo en el que decidió prescindir “del lastre”.

El concejal radical se dedica exclusivamente a la actividad legislativa; el concejal peronista hace del cargo una base para expandir su poder político territorial, ejerce su representación para desactivar conflictos y solucionar problemas en el barrio, usa la “chapa” para gestionar en yunta con el Ejecutivo (conseguir medicamentos, planes, obras de infraestructura para el barrio, etc). Hace política.

Para eso hay que tener militancia que labure. Y el laburo se paga. Algunos puristas comenzarán a fruncir el ceño. La lealtad no es devoción ideológica gratuita. El militante no labura a cambio de nada. Esas son fantasías de los inocuos que prometen la revolución.

La lealtad se consolida a partir de valores, identidades y contraprestaciones justas que hacen posible que el entramado funcione. Si vos laburaste y te pagaron, vas a respetar al dirigente y construir una confianza. Si el dirigente reconoce el laburo hecho y lo recompensa, se garantizará una fidelidad crucial en momentos difíciles.

Una ex concejal, hoy diputada nacional tiene la estima más alta en los militantes que trabajaron con ella: gente muy humilde, muy laburadora, muy dispuesta a ayudar, la mayoría mujeres, expertas solucionadoras de problemas. La concejal les gestionó la planta permanente porque no tenían trabajo, y a muchas de ellas les facilitó el acceso a la vivienda propia, que no tenían.

Es un ejemplo entre miles que puedo dar. Dar mejores condiciones de vida a la militancia (que no es lo mismo que “el círculo íntimo”) es parte de esa defensa de intereses. El militante que vive mejor labura mejor, y así se construye la confianza, y la lealtad. No sólo de coincidencias ideológicas viven el hombre y la mujer.

martes, 3 de marzo de 2009

La Oposición Confirma su Naturaleza Esperpéntica

La reciente aprobación del ajuste de movilidad jubilatoria, me remitió rápidamente a las razones invocadas por vastos sectores opositores (algunos de ellos, autoproclamados históricos luchadores populares) a la hora de cuestionar el proyecto oficial: la clave de bóveda del engaño oficialista radicaba en el enmarañado sistema de cálculo a utilizar para otorgar el aumento salarial.

Se hicieron invocaciones abstractas al mítico 82% como alternativa a la real discusión del problema, que era la aplicación concreta de un determinado ajuste de la movilidad que se tradujera en guita al bolsillo del jubilado, y no en una consigna de un reclamo histórico y justo pero insusceptible de ser tornado práctica tal y como era planteado por las oposiciones partidarias.

La objeción de hecho invocada a la hora de rechazar la aprobación del proyecto (ni siquiera de aprobarlo en general y discutirlo en particular) fue la no inclusión de un único índice de cálculo, aquel que mide el aumento salarial del trabajador en blanco (RIPTE).

Se dijo que el índice salarial del Indec promediado con el índice de crecimiento recaudatorio del ANSeS arrojaría un porcentaje de movilidad inferior al propuesto por los clarividentes opositores, históricos luchadores por el derecho del jubilado al 82%.

Dijeron que el porcentaje no superaría el 7,5 % con el índice “oficialista manipulado”. Dijeron muchas cosas, todas ellas “verdades reveladas”que seguramente llevarán a la práctica cuando “los dejen gobernar”.

El gobierno aceptó incluir el índice reclamado por la oposición parlamentaria de izquierda, y aplicar el que fuera más favorable al trabajador al momento del cálculo. Inteligentes negociadores, los opositores votaron en contra del proyecto, y como siempre, se ampararon para ello en la defensa de los trabajadores y necesitados que ellos dicen tan bien representar.

Finalmente, el cálculo se hizo con la fórmula más favorable al trabajador: el índice oficialista (INDEC + ANSeS) arrojó un aumento del 11,7%, contra un 9,51% del RIPTE.

De haberse seguido el capricho opositor, este mes los viejos hubiesen cobrado menos dinero.

Sin embargo, la muchachada progre no tiene ninguna responsabilidad política frente al pueblo, y entonces poco le importan los resultados concretos de las decisiones políticas.

No se trata de ninguna novedad: la oposición no hace más que exponer su patética irresponsabilidad, el desdén por la ocupación cierta de la gestión y sus consecuencias. Es grave, porque la democracia necesita opciones políticas con real vocación de poder y no declamatismos de ocasión para la subsistencia de la quintita.

Esta conducta política marca, subterráneamente, un desprecio por lo popular, desprecio que se refleja en la postulación de esplendorosas ficciones redentorias como si se trataran de viables realidades. En medio de ello, se pone en juego la situación concreta de la vida popular. No parece ser esa la preocupación primordial de cierta clase política.

Jugar en Primera


El Dani Bazán Vera. Un verdadero Cacique del Conurbano, promotor de la movilidad y el ascenso social en el primer y segundo cordón del Gran Buenos Aires. Candidato a legislador provincial por el FPV, promete huevo y goles en una temporada que se avizora durísima para los equipos del ascenso metropolitano.

 

Cada vez más personas creen que el ascenso social es “el campeonato de fútbol donde juegan Yupanqui y Sacachispas”

 La posibilidad de acceder al ascenso social es vista como “una utopía” por el 68% de los argentinos “porque todos los torneos de AFA son igualmente duros”, según reveló una encuesta realizada por la Universidad de Palermo Hollywood.

“La idea de ascenso social está tan poco arraigada entre la población, que lo primero en lo que piensan los consultados es en el Ruso Ramenzoni, en el Indio Bazán Vera o en el reality-show Atlas, la otra pasión, que emite Fox Sports”, arriesga uno de los encuestadores.

Además, el estudio determinó que el 82% de los argentinos “pueden nombrar al menos treinta equipos de fútbol de los torneos de ascenso, mientras que sólo recuerda a dos ministros de Economía de la Nación”.

Fuente, aquí.