viernes, 27 de marzo de 2009

El Salvador: El Desafío de Gobernar


La reciente victoria del FMLN en las presidenciales salvadoreñas obliga, más que a la euforia, a considerar las intrincadas variables que se presentan para la izquierda a la hora de afrontar la conducción del país en un contexto que además de las vicisitudes internas, deberá soportar en su vida económica los efectos de una crisis externa con rumbo desconocido y duradero.

Después de veinte años de hegemonía conservadora, El Salvador afronta una situación económica terminal, que no permite otra cosa que la recuperación gradual de una población sumida en la miseria, con severos problemas de empleo que afectan al 40% de los salvadoreños, y con una economía absolutamente debilitada, donde el 20% del PBI se compone de las remesas enviadas por los tres millones de emigrados. Causas todas ellas vinculadas a los efectos devastadores provocados por la dolarización de la economía.

Ante este escenario, el FMLN no puede incurrir en polémicas intestinas que sólo promuevan el debilitamiento del poder político. Sin embargo, la integración partidaria del Frente (que en algún aspecto replica la del Frente Amplio uruguayo) requiere de fuertes consensos internos entre facciones que parecen privilegiar sus incuestionables diferencias ideológicas antes que someterse a las disciplinas para la conservación del poder.

El pasaje de una instancia opositora consuetudinaria a la conducción del Estado constituye un proceso traumático en sí,  que se potencia aun más cuando se trata de una formación política de izquierda, por los naturales anticuerpos desarrollados desde un bastión de intransigencia ideológica que por un lado mantiene en alto las banderas históricas de cohesión partidaria, pero que por otro conspira contra la posible ampliación de la base social  necesaria para construir un proyecto de mayorías, una verdadera interpelación del poder político.

El FMLN ha sorteado este déficit convocando una figura no asociada a la historia del Frente que además ostenta una popularidad ganada en el ámbito periodístico, lo que le ha permitido al FMLN sobrepasar los límites electorales que lo separaban de amplias franjas de la población, y por ende, del poder.

Sin embargo, la coyuntura parece abrir falsos dilemas, algunos de ellos promovidos por los dirigentes y sectores históricos del Frente que participaron de la etapa guerrillera, que al parecer se sienten más cómodos en la tranquilidad opositora.

Sin embargo, la situación apremiante que vive el pueblo salvadoreño no admite la discusión filosófica de los rumbos políticos predeterminados. En el tenis se diría que hay que jugar punto por punto; en el fútbol, ir partido a partido.

Antes que pregonar el ideal chavista o lulista o fidelista, el FMLN debería preocuparse de las políticas concretas que permitan, dentro de un marco de paz social que el pueblo va a valorar como condición básica de apoyo, la recuperación material de un pueblo condenado a la pauperización eterna. La reversión parcial de esta situación obliga a un inmensurable trabajo político a desarrollarse largamente bajo los amplios perímetros de un capitalismo demoliberal a ser construido, porque hoy no existe.

Y cómo sabemos, una adecuada teoría del derrame, con ambiciones desarrollistas y distribucionistas reales y no sólo declamadas, puede ser más efectiva que cualquier apetencia de “poder popular” a experimentarse bajo indicadores sociales obscenos: un pueblo con hambre y miserabilizado no quiere la revolución; quiere salir de ese infierno y acceder a un bienestar y disfrute de los bienes bajo formas pacíficas: recordemos que le pasó a la revolución sandinista cuando se sometió a la voluntad electoral en 1990.

Además, el dilema Lula o Chávez que se plantea erróneamente al presidente Mauricio Funes no tiene anclaje en la realidad política salvadoreña.

El tan mentado socialismo del siglo XXI que se adjudica al chavismo no es más que una confusa pretensión poco verificable en la realidad venezolana: en todo caso, Chavez propone una más avanzada distribución del ingreso dentro de los estrictos márgenes del capitalismo, lo que ya representa, después de diez años de gobierno, una fuerte polarización política que está “a la izquierda” de la realidad económica de los venezolanos más postergados, que sin duda mejoró, pero no todavía en los niveles que hagan posible hablar con verosimilitud de la inminencia de una “instancia socialista”.

El chavismo, con contradicciones, avances, y trabajosos conflictos, trajina el empalagoso terreno del capitalismo, buscando maximizar su capacidad distributiva, en un camino escabroso y largo, que lleva menos trecho recorrido del que falta recorrer. Lo mismo cabe para Morales, Correa  o Lula.

Más aun cabrá para Funes, que tiene a su pueblo en el subsuelo, con el sótano inundado.