–Me imagino que está siguiendo el desarrollo del conflicto de las cámaras agropecuarias con el Gobierno.
–Lo sigo como la mayoría de la sociedad, con expectativas de que esto tenga una solución lo más rápido posible. Advierto que no es fácil, pero hay que hacer el esfuerzo. Y todos tienen que hacerlo, no sólo el Gobierno sino también los hombres del campo. No se puede vivir presionando constantemente. No a muchas actividades se les han dado las mejoras que el Gobierno le dio al campo. A lo mejor no alcanza, pero a nadie le alcanza. A los jubilados tampoco les alcanza el dinero y tienen que aceptar el aumento que se les ha dado, que por otra parte es importante. A este sector lo afectó la caída de los precios internacionales, la sequía, y entiendo que se le den algunas respuestas, pero es imposible que se le den todas las respuestas. A todos los sectores nos falta algo. No pueden pensar que en esta crisis ellos van a estar bien y el resto seguir como está.
Toda reivindicación sectorial, social, toda medida de reclamo y/o de acción directa que busque satisfacer las pretensiones de un grupo económico o social, convive ineluctablemente con la racionalidad del acuerdo mínimo indispensable que es necesario alcanzar para darle certidumbre y verosimilitud a los logros efectivos que se añoran conseguir.
La instancia conflictiva se vale del látigo y la mano de seda: a la presión sigue la vocación negociadora, porque el grupo reclamante (si quiere obtener resultados) necesita arribar a un piso de acuerdo que permita avanzar en la negociación sobre terreno firme, y no sobre pirotecnia verbal inconducente. Y porque, básicamente, esto último poco interesa a los representados y bases que integran el reclamo.
Que la instancia aglutinadora de las cámaras empresariales agrarias hay sido al final de cuentas y sin eufemismos la eliminación de las retenciones, y con particular énfasis las que obstaculizan el negocio sojero, es un problema. Para el propio empresariado agrario que no puede (ni quiere) escalonar la intensidad de la protesta y va sin mediaciones por la discusión de premio mayor, el imposible (desfinanciar al Estado en un 12% del PBI en un contexto de crisis mundial, para que haya déficit fiscal), y para el propio Gobierno que se desgasta políticamente en un conflicto que se transformó en una bola de nieve.
Que la Mesa de Enlace no mantuviera como principal objetivo la solución del diferendo (aún con tácticas de asedio altamente cuestionables que los sectores populares toleraron) y se dejara llevar por los insondables meandros de la mezquina especulación política, desdeñando la responsabilidad negociadora para en su lugar hablar de un reclamo que “en realidad postulaba un nuevo proyecto de país”, no hizo más que aventar aun más la voluntad conciliadora.
Pero la pretensión de construir un proyecto político de más largo alcance en torno a la persistencia del conflicto no es la intención del pequeño chacarero que labura la tierra, votó a Cristina en 2007, y participó del reclamo. Los desacoplados integrantes de las dirigencias rurales y la MDE deberían saberlo. Si lo supieran, habrían tenido una genuina vocación negociadora a lo largo de todo el año, y más aun después de la firma del acta–acuerdo que elimina retenciones a los lácteos y a la carne, temas claves según la mediática dirigencia agrarista. Como me dice un amigo al cual la política le interesa muy poco, y el tema del campo menos: “Me parece que éstos tipos se cebaron y ahora no quieren arreglar.”
Y allí radica otra de las cuestiones. En un contexto que anuncia problemas relacionados con el desempleo y atisbos recesivos que impactarán en una porción no menor de la masa asalariada, la persistencia de un conflicto menor como el del campo puede ser visto con considerable malestar por el resto de la sociedad.
Cuando perdés el trabajo, te interesa poco cualquier litigio en el que se hable de “rentabilidad” y “el precio de la soja en la Bolsa de Chicago”. Cuidado, agrarios.
Se necesita responsabilidad para afrontar la hora de la crisis. Todos los sectores deben saberlo, y obrar en consecuencia.
Es tiempo de inteligencia, prudencia, y no de pasiones “autoconvocadas”.
Es hipócrita pedirle responsabilidad al Gobierno, y no cultivarla en las propias acciones.