jueves, 24 de septiembre de 2015

Fragmentos de un discurso electoral y la quimera duranbarbista





Entre los reflujos y las volatilidades de la zona post- PASO, florece el subsistema: se alzan las expectativas de Massa y decaen las de Macri. 

Finalmente, el efecto político “Tucumán” + las corruptelas seriadas (Niembro, Amadeo, Tagliaferro-Vidal) como problema endógeno del PRO acentuaron la modificación de algunas tendencias electorales preexistentes: Massa reacciona mejor a su 3º puesto en las PASO que Macri a su 2º, lo cual refleja un dato político más profundo que lo meramente electoral.

La campaña de Macri entró en una fase defensivista de la cual parece muy difícil que pueda salir, que se expresa tanto en el frente interno (la extrema dificultad de Macri para ejercer una conducción hospitalaria sobre la UCR, que habilita “el fuego amigo” y le obtura la fidelización) como en el externo (el desconcierto estratégico frente al catch all, al cual se renuncia).

Esta semana se confirma como Scioli hace seguidismo operativo de Massa en el plano “propositivo”; en un punto determinado de la campaña, las propuestas no son una entelequia, sino un requisito “administrativo” que el electorado examina no por entusiasmo teórico, sino para medir la solidez de los candidatos en el plano de la labor política. En ese ítem crucial para “trabajar” en la zona del catch all también parece claudicar Macri.

Esta lógica defensivista continuó con la acusación de un pacto “peronista” entre Massa y el kirchnerismo como “causa” de la impericia de Macri para usufructuar su lugar de privilegio obtenido en las PASO.

Hasta el propio Pagni advirtió la inconducencia de un argumento que solo está destinado a los “fieles”, al partido sobrepolitizado del 20%, mientras hay una porción mayoritaria del electorado no oficialista que no define sus prioridades bajo lógica “antikirchnerista” (“Massa es k”) ni antiperonista (“el pacto de iguales”).

En ese sentido, el reflejo duranbarbista de Macri retorna eternamente como mecanismo constitutivo del espíritu político del PRO, con una percepción distorsiva de la realidad del escenario electoral. Macri caza en el zoológico (pura lógica “kirchnerista”), mientras Massa captura los animales sueltos.

La tendencia ascendente de Massa parece convalidar una intuición política básica percibida con los resultados de las PASO todavía calientes: que efectivamente hubo un voto “destemplado” en PBA y conurbano(s) que Macri captó en agosto y que ahora refluye a una zona volátil en disputa que Massa parece recapturar con la “memoria del 2013” y la firmeza adquirida luego de aguantar la presión cruzada del FPV y el PRO en el terreno microclimático pero incidente de la instalación de los candidatos en los meses previos a la PASO.

En el plano “partidario”, Massa fue eficaz para involucrar a De la Sota en la nueva etapa electoral y meter presión en los válidamente emitidos del eje Córdoba-Santa Fe, dejando stand-by la “pesca” de Scioli sobre los votos “peronistas” de la región centro, y con el objetivo final de bloquear las performances relativas de Scioli y Macri en esa zona.

El otro objetivo de Massa es polarizar con Scioli en el NOA, y galvanizar su 2º lugar en la región. Es evidente que la dinámica post-PASO ya “juega” en el norte del país, donde los radicalismos territoriales son más afines a Massa que a Macri, en un fiel reflejo idiosincrático de las preferencias electorales.

Si para principios de octubre esta tendencia en las expectativas hacia Massa y Macri se confirman, los tiempos políticos exigirán una pregunta: ¿qué pasaría si el electorado vislumbra la paridad?

Massa y Macri no comparten la misma naturaleza política originaria (por lo tanto hay identidades diferentes) y esto desemboca en un hecho cierto: Massa tiene muchos más lugares hacia donde crecer que Macri.

Esa mayor productividad electoral de Massa es vista por el electorado como un signo de “autoridad”, que contrasta con una gestualidad defensiva de Macri que lo hace aparecer poco preparado tanto para afrontar competitivamente un balotaje como una primera vuelta.

Si esta percepción se acentúa, el desmembramiento del voto opositor histórico hacia una mayoría “no-oficialista” que busque votar a un candidato ganador por encima de “la virtud ideologista” puede ser el cauce que defina el rumbo final de los votos. Nada personal, solo política.

martes, 15 de septiembre de 2015

No le digan populismo





Los países emergentes abaratan su producción y cierran su horizonte distributivo. Los grandes de la región (Brasil y México) devaluaron y van a un retoque de las estructuras de sus órdenes macroeconómicos para ver cómo relanzan la combinación porcentual de consumo, inversión y exportaciones. 

En la Argentina se agrega un ítem endógeno: la desdolarización de las finanzas públicas, que confirma nuestra “pendularidad” de un Estado muy prociclico cuando la economía privada galopa a tasas chinas y un Estado con poco resto en el ciclo recesivo.

La crisis política de Brasil es la expresión de una tensión clásica de su orden (macro) económico. No hay un problema de restricción externa (la rebaja de la nota de S&P se centra en la cuestión fiscal y no en la cuenta corriente), sino de inversión, que no colmó las expectativas para relanzar el crecimiento. 

Hoy, cuando en la campaña argentina hay presidenciables que hacen un auto de fe de la inversión como la solución de todos los problemas de la economía real, conviene resaltar la coyuntura brasileña.

La relación que instauró el Brasil moderno entre la democracia y el mercado es diferente a la que desarrolló Argentina desde 1983. A la par de un orden político, Brasil fundó un orden económico, con un consenso muy interdependiente dentro del sistema político.

Esta fundacionalidad brasileña tiene un nombre y apellido habitualmente muy subvaluado por el análisis: Itamar Franco.

Franco asume sobre una grieta conjunta de la política y la economía. Brasil tenía una Constitución pero no podía frenar la hiperinflación. Los viejos partidos políticos que cohabitaron con la larga hegemonía del partido militar, “blanqueados” en 1980, perdieron capacidad de representación. 

Itamar Franco es un presidente “sin partido” que conduce a todos los partidos, aprovechando la crisis de legitimidad de los viejos (PMDB) y la excesiva juventud de los nuevos (PT y PSDB).

En un terreno donde nadie pisa firme, Franco juega a tres bandas: convoca a un plebiscito para fijar la forma de gobierno federal (el pueblo opta por confirmar el presidencialismo), promueve el Plan Real de estabilización y “estataliza-coopta” la agenda social de los sindicatos y organizaciones populares que habían jugado a favor del impeachment de Collor de Melo.

Sobre este trípode político, económico y social se funda el orden democrático que rige al Brasil de nuestros días. En el plano político, Itamar Franco fogonea el duelo PT-PSDB como ideal de la modernización bipartidista, y en ese bienio (93-94) comienza la transfiguración del PT desde el laborismo combativo al partido institucional de “izquierda”. Lula deja la calle y se sienta en la mesa elitista de la partidocracia.

En el plano económico, el plan Real inaugura un diseño del manejo político de la economía con pautas que, una vez vista la caída de la inflación, se mantienen en el tiempo como “política de Estado”: metas de inflación, de gasto y flotación cambiaria administrada que no varían estructuralmente de un gobierno a otro, y que a su vez, funcionan como legitimante dentro del sistema político. En el orden económico cardosista descansa, hasta hoy, el sistema de partidos.

En el plano social, la presidencia de Franco incorpora reclamos populares originados en la resistencia al gobierno militar a fines de los ´70. Subsidios al desempleo, a la escolaridad, renta alimentaria. 

Ante el vacío representativo de los partidos, Itamar Franco suma al gobierno a organizaciones sociales y financia parte de la campaña contra el hambre de Betinho. Este plan permitió censar la población pobre que luego sería beneficiaria de la asistencia focalizada de Cardoso (bolsa escuela, subsidio al gas y subsidio de desempleo) y la renta unificada de Lula (bolsa familia).

Durante la hegemonía del PT, Lula se ata a la moncloa cardosista con metas leoninas de inflación y gasto en su primera presidencia que no le impiden abrir el grifo distributivo (arranca Bolsa familia). En los siguientes ocho de Lula-Rousseff se amplían las metas, se airea el consumo, pero se mantiene una política monetaria dura.

De ahí que la efervescencia política que hoy parece jaquear a Dilma tenga poco que ver con políticas de fondo (Levy está haciendo el ajuste para “proteger” un consenso macroeconómico del cual el propio PT participa como partido de poder) y sí con un desgaste político: la pregunta es si los mismos gobiernos que distribuyeron el derrame tienen la capacidad política de adaptarse electoralmente a una etapa donde los incentivos sociales hay que producirlos.

Lo que vemos en Brasil es que se están moviendo las fichas políticas de una manera muy interesante: el pedido de impeachment a Dilma me parece exagerado, pero está dentro del juego institucional de la elitista y profesionalizada política brasileña, y se trata de un juego previsto que el propio PT conoce muy bien desde que Lula resolvió con perspicacia el tsunami del mensalao.

Más importante que la cuestión institucional será lo que pase en la reorganización del tablero político: Cardoso reconoció que en estos años el PSDB se derechizó demasiado, forzado por la posición dominante del PT, y salió a pedir una alianza formal del partido con Marina Silva para recuperar el eje “socialdemócrata” y desbancar al PT con una estrategia más “populista”. 

Al mismo tiempo, el PT busca que Cardoso y Silva se sienten a la mesa para evitar el impeachment a Roussef, en defensa del viejo consenso itamarfranquista de 1993-94. 

Las cartas recién se están repartiendo. El orden económico parece estar a salvo, hasta que la calle diga lo contrario.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Pasaporte a octubre





No está para cualquiera esto de conducir políticamente el país con la caja pública del Estado en franca desdolarización. Ausencia de hegemonías, ausencia de mayorías. Del “viento de cola” al viento de frente. El panorama “trabado” en las tendencias que dejó a la intemperie la PASO parece lejos de empezar a ser metabolizado por Macri y Scioli.

Es posible que ese estado de situación y el “dinamismo” poselectoral de Massa hayan obligado a Scioli a escenificar con Bein (dado que el rubro “economía del partido del orden” luce bastante huérfano para Daniel) algún tenor propositivo que le permita pescar “por afuera” del instrumental electoral “duhaldista” del FPV.


Además de eso, Scioli convocó a “profundizar el espíritu frentista” (sic) del dispositivo oficialista, gestualizando al menos el problema de representación de su candidatura, aun cuando no haya decisiones políticas disponibles para mitigarlo. 

La omisión decisoria es lógica: Scioli no construyó una política autónoma de autolegitimación que le permita “patrimonializar” su momento electoral, y necesita la inercia postrera del kirchnerismo para “llegar”.

Ahí está la trampa de toda “deconstrucción” de Scioli (no lo “condena” su pasado, sino su futuro): su condición de “posibilidad” era la automática denegación a los Urtubey, los Insaurralde, los Randazzo, y no tanto a ese hombre de paja llamado “progresismo kirchnerista” que a esta altura de la velada ya no expresa ni potencia transversal, ni la representación adicional que le supo otorgar a Kirchner.

Aunque no sea reconocido, esta mecánica (guiada por la provindencialidad excluyente de Scioli) se riñe bastante con la trazabilidad partidaria “histórica” que gran parte de la teoría peronista ha elegido para autonarrarse. Son daños colaterales de la electorabilidad.

Macri parece anclado en la telaraña política de su 30% nacional. Saca lo mismo que el Frepaso en 1995, pero con menos atenuantes que Bordón-Alvarez. Macri tuvo “a su favor” dos candidaturas “peronistas” enfrente y a la UCR adentro, pero no pudo quebrar, por ahora, la correlación de fuerzas que el sistema político anuncia desde 2001.

Y la desilusión que se va haciendo carne en diversos sectores narrativos y materiales del establishment coloca el eje en un tema central: la poca permeabilidad de Macri hacia el votante no oficialista-panperonista, que siembra de dudas tanto el tránsito hacia octubre como la performance en un hipotético balotaje.

En ese marco aparece el Niembro-affair para aflojar la baldosa del voto opositor tradicional que Macri aglutinó en agosto y lo coloca en una inesperada situación defensiva frente a la fidelización de los votos de la coalición Cambiemos.

El problema, mirada la cuestión más integralmente, es otro: Macri convenció a su “vanguardia electoral” de que con una estrategia presidencial y partidaria restrictiva podía ganar la elección.

Ahora, con los resultados PASO puestos, se tiene que hacer cargo de esa responsabilidad política y no hacer crisis en un punto álgido: ese en que tu electorado te pide que dialogues con el poder.

Massa hace la de Menem 88-89: patear, patear y patear, para compensar déficits de partido y de caja. Juega a regionalizar el voto nacional para obtener “ventajas comparativas” contra Macri y juntar los puntitos que lo acerquen a la paridad.

Hay un activo político de Massa frente al “tropiezo” de Macri en lo del realpolitiker Fantino: el tigrense no teme hablar de la economía, en una etapa donde el electorado es más proclive a "parar la oreja".

Pero hay un elemento “sociológico” que explica la “permanencia” de Massa: el FR mantuvo un voto troncal de clase media baja urbana de 2013 a 2015; se trata de sectores sociales heterogéneos que hoy están en un punto ciego de la agenda política. 

Están tan lejos del blanqueo laboral como de los planes sociales. Están lejos de las prioridades de Macri, y el kirchnerismo hace rato que no tiene nada para ofrecerles. El desafío para Massa es cómo crecer sin contradicciones con ese núcleo duro, sin “minimizarlo” temáticamente frente a las exigencias del catch all.

Lo que vamos a terminar comprobando en octubre y en un eventual ballotage ( y más allá, como ya parece temer el propio Pagni) es hasta qué punto se mantiene la subsistematización del sistema político que "evita" el bipartidismo.

Hasta el momento las performances relativas de Macri y Massa parecen decir una cosa: que hay subsistema, y una parte mayoritaria del electorado lo juzga como la vía más fértil y eficaz para resolver las confrontaciones políticas.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Los tiempos políticos





Para ellos, el cantar era como la vista para los ojos.

John Ford, 1941.



El pulso muerto de la campaña: una vez ida la zona nítida de la polarización, Scioli y Macri se resisten a ir a la política. Quizás en ese “¿qué hacer?” de ambos candidatos se puedan encontrar otros mensajes además de los electorales, que reflejen sus limitaciones para acercar lo electoral a lo político.

Lo que Scioli siempre presentó como un activo de su electorabilidad – su “previsibilidad”- quizás le esté jugando en contra en el terreno estricto de la política, que en una etapa de catch all como la que transcurre requiere de manejos de “representación” un poco más sofisticados que los que puede asignar el esquema partidista (como oposición operativa al frentismo) elegido por el oficialismo para afrontar la etapa sucesoria.

Hay otro factor que limita a Scioli: su candidatura surge de un acuerdo artificial con Balcarce 50 que oblitera todas las tramitaciones políticas que el peronismo oficialista necesitaba folclorizar con mayor naturalidad operativa para reinaugurarse hegemónicamente de cara a la sucesión presidencial.

La manifestación de ese coito interrumpido no es solo (ni siquiera) el malestar de un peronista blanco como Randazzo, sino aquello que afecta la propia sustentabilidad política que otorga los elementos iniciales para que quien ejerce como partido del orden pueda sintonizar con la coyuntura que le toca administrar.

Hasta el momento, no se vio a Scioli “sudar la camiseta” para corregir este problema, que hoy es meramente electoral, pero que si es político podría dar cuenta de un problema más estructural que explicaría por qué Scioli no es dinámico aun cuando representa a un partido que debe gran parte de su subsistencia a esa elasticidad.

El otro que aparece “descampañizado” es Macri. Eligió una estrategia restrictiva que en las PASO fue eficaz para salir segundo: aglutinó al voto opositor “histórico” (es decir aquel que existía antes de que Massa irrumpiera al escenario nacional) pero se quedó sin herramientas políticas para atravesar la larga y difusa marcha del catch all.

Es decir: en la medida en que los votos de las PASO cantaron la despolarización, Macri se despolarizó, y todo el consignismo opositorista histórico en el cual basó su idea de “cambio” y su acumulación partidaria empezaron a lucir insuficientes para afrontar la travesía hacia el triunfo.

Creo que el problema de Macri fue apostar a una opción tan unívoca como dudosa: pensó en una dinámica demasiado lineal de las PASO contra la general en la cual el 2º polarizaría rápido con el 1º  a base de una licuación (también rápida) del 3º. Pero esto debería haberse insinuado en los votos de las PASO y luego acentuarse rumbo a octubre, y ninguna de las dos cosas parece haber sucedido. Es decir, imaginó en todo el electorado un “espíritu polarizador” que facilitaría su tránsito político, pero en el camino apareció la política.

Massa aprovechó estas limitaciones ajenas para subirse al ring y consolidar un primer objetivo que ya parece tener al alcance de la mano: fidelizar al máximo los votos de UNA. La foto en Tucumán le permitió seguir “despolarizando” a Macri y a la vez afianzar su posición estratégica en el NOA, donde puede crecer tanto a expensas de Macri como de Scioli. La PBA todavía queda como la zona de trabajos intensivos para Massa, porque es allí donde debe crecer sobre los válidamente emitidos de Macri para colocarse en una correlación de fuerzas que le permita instalar la disputa de balotaje ante el electorado.

El escenario inicial post-PASO muestra que la posición privilegiada de Scioli y Macri no les reporta un traslado de votos, en principio generando bajas expectativas en el electorado que no los votó. 

Massa, pese a su posición “costosa” como 3º en discordia, parece no ser afectado por la corrosión del voto útil, fideliza con facilidad y evita reflujos hacia Scioli y Macri, todo ello con bastante rapidez. Quizás la “imagen positiva” que cosechó luego de las PASO exprese cierta tendencia en las expectativas que aunque todavía no se pueda analizar en votos, es bastante llamativa para un 3º en PASO.

O quizás se trate (también) de algo más simple: que la dinámica de la PASO de candidatos efectivamente se esté expresando, y que las condiciones políticas de la electorabilidad de Scioli y Macri, de acuerdo a su dominancia originaria, no se reflejen como autosuficientes a los ojos de amplias franjas del electorado en esta etapa de catch all y política profunda.