La reciente aprobación del ajuste de movilidad jubilatoria, me remitió rápidamente a las razones invocadas por vastos sectores opositores (algunos de ellos, autoproclamados históricos luchadores populares) a la hora de cuestionar el proyecto oficial: la clave de bóveda del engaño oficialista radicaba en el enmarañado sistema de cálculo a utilizar para otorgar el aumento salarial.
Se hicieron invocaciones abstractas al mítico 82% como alternativa a la real discusión del problema, que era la aplicación concreta de un determinado ajuste de la movilidad que se tradujera en guita al bolsillo del jubilado, y no en una consigna de un reclamo histórico y justo pero insusceptible de ser tornado práctica tal y como era planteado por las oposiciones partidarias.
La objeción de hecho invocada a la hora de rechazar la aprobación del proyecto (ni siquiera de aprobarlo en general y discutirlo en particular) fue la no inclusión de un único índice de cálculo, aquel que mide el aumento salarial del trabajador en blanco (RIPTE).
Se dijo que el índice salarial del Indec promediado con el índice de crecimiento recaudatorio del ANSeS arrojaría un porcentaje de movilidad inferior al propuesto por los clarividentes opositores, históricos luchadores por el derecho del jubilado al 82%.
Dijeron que el porcentaje no superaría el 7,5 % con el índice “oficialista manipulado”. Dijeron muchas cosas, todas ellas “verdades reveladas”que seguramente llevarán a la práctica cuando “los dejen gobernar”.
El gobierno aceptó incluir el índice reclamado por la oposición parlamentaria de izquierda, y aplicar el que fuera más favorable al trabajador al momento del cálculo. Inteligentes negociadores, los opositores votaron en contra del proyecto, y como siempre, se ampararon para ello en la defensa de los trabajadores y necesitados que ellos dicen tan bien representar.
Finalmente, el cálculo se hizo con la fórmula más favorable al trabajador: el índice oficialista (INDEC + ANSeS) arrojó un aumento del 11,7%, contra un 9,51% del RIPTE.
De haberse seguido el capricho opositor, este mes los viejos hubiesen cobrado menos dinero.
Sin embargo, la muchachada progre no tiene ninguna responsabilidad política frente al pueblo, y entonces poco le importan los resultados concretos de las decisiones políticas.
No se trata de ninguna novedad: la oposición no hace más que exponer su patética irresponsabilidad, el desdén por la ocupación cierta de la gestión y sus consecuencias. Es grave, porque la democracia necesita opciones políticas con real vocación de poder y no declamatismos de ocasión para la subsistencia de la quintita.
Esta conducta política marca, subterráneamente, un desprecio por lo popular, desprecio que se refleja en la postulación de esplendorosas ficciones redentorias como si se trataran de viables realidades. En medio de ello, se pone en juego la situación concreta de la vida popular. No parece ser esa la preocupación primordial de cierta clase política.