El tenor dramático que se le insuflan a determinados acontecimientos políticos en los años kirchneristas, hay que encontrarlos en la progresiva y malsana sobreactuación que las dirigencias políticas han encontrado como precario y hostil sucedáneo de la construcción política lenta, trabajosa y duradera. La lógica mass-mediática aplicada a las representaciones de lo político hizo un aporte nodal a la erosión del pensamiento, con tiempos y claves notoriamente diferentes. El binarismo idiota confiscó las numerosas aristas que radican en la apreciación de la Realidad.
Hubo un tiempo en el que empezó a naturalizarse que la política era lo que sucedía en un estudio de TV. Muchas tele-audiencias votantes (con enternecedora ingenuidad de raigambre tilinga) se iban a dormir creyendo tener “la posta”, y lo peor, muchos políticos apostaron a creer que se podía “construir” a través de la imagen, se transformaron en “elencos estables” y le dieron licencia al dispositivo militante, convocado tan sólo para los inevitables días electorales.
Eran los años dorados en los que el castillo de naipes parecía de hormigón armado: un inveterado espejismo donde la política manifestaba por cámara “haber invitado a todos a la fiesta”, pero clandestinamente (en la calle) hacía regir un férreo derecho de admisión y permanencia.
La debacle de 2001 constató dos cuestiones:
1. Que la tele-política fue una ilusión amarga a cuyo entierro sólo concurrió su viuda, la clase media lectora. Esa que compraba Página/12 por la sección política, y La Nación por el suplemento cultural, la que se solidarizaba con Cuba a prudenciales kilómetros de distancia, o la que repetía el divino rosario argumental de los “periodistas independientes” de moda, la biblia noventista anticorrupción: la buena conciencia progre es más graciosamente patética que la del conserva. El pecado original de ambos fue prescindir de la suerte del pobre, naturalizarlo como miserable estructural por omisión: el pánico a caer en el abismo de la indigencia es la pesadilla que ciega toda pertenencia comunitaria. De los pobres se ocuparon otros.
2. Que sólo los que apuestan a la política territorial permanente, organizada y de gestión “a-partidaria” (movimientista) sobreviven al dedazo “superestructural” y construyen poder político genuino. Que haya sido el rosismo bonaerense quién se haya hecho cargo del gobierno frente al desfonde social más estrepitoso de los últimos sesenta años, certifica el triunfo político-cultural de un modo de construcción política, indisociado de la gestión diaria frente a las urgencias concretas de la población, tornando perimida toda forma política dedicada tan sólo a la predicación de etéreos programas políticos y “cartas a los argentinos”. Fácticamente, el discurso antipejotista caducó, aunque el Nuevo Frepaso lo mente por televisión.
El reconocimiento oficial de tal estado de situación llega con Kirchner y los candidatos “testimoniales”(que de eso no tienen nada): el peronismo bonaerense es la izquierda de masas realmente existente.
Alguna vez se le reconocerá a Duhalde la autoría intelectual (allá por los noventa) de la “conurbanomanía” que hoy hace furor. Un “descubrimiento” que simboliza la estrepitosa derrota ideológica de los republicanismos de derecha e izquierda, que nunca se interesaron en abordar lo popular. Prefirieron quedarse con sus “informados y leídos” votantes, cautivos de la clientela televisiva.
Pero el peronismo bonaerense no es de Kirchner, Scioli, Duhalde o Menem.
La práctica autónoma y autosuficiente es la clave de bóveda de su supervivencia y crecimiento, que se sitúa en el contacto directo diario con el más vasto universo territorial de los sectores populares del país: la decisión política está mediada e “interferida” por las bases del dispositivo militante, y fluye de abajo hacia arriba, no hay inmolaciones personales porque eso debilitaría el dispositivo: lo que quiere la derecha.
En tiempos grises, la única épica verosímil es el Monumento a la Manzanera.
Por eso, me preocupa cierto dramatismo, cierta sobreactuación “plebiscitaria”que se le otorga a estas elecciones. Cierto clima de “referéndum revocatorio”, de “gano o me voy”. Plantear la defensa del “modelo”, perfecto: toda elección es tácitamente plebiscitaria de una gestión, sin que deba haber renuncias. La mesura es virtud tanto en la victoria como en la derrota.
Pero alentar “antikirchnerismo” cuando no se hizo el laburo político-ideológico que respalde a la confrontación, es peligroso: hay vida después de 28J.
“Esta propuesta puede ser útil para algunos municipios nuevos, donde gobiernan chicos que tuvieron su primer mandato hace poco. No es lo mismo en nuestro caso. Yo tengo cinco mandatos como intendente y el compañero o la compañera que vaya encabezar nuestra lista va a tener el acompañamiento de la sociedad”