En Córdoba había un bosque, al que Tosco no quería entrar porque en la llanura era libre. Él y sus animales vivían en libertad, pero querían un mundo de bienestar. Pero para concretar ese bienestar debían ingresar al bosque, cruzarlo, someterse a sus laberintos, su peligro, y debía entenderse con todos los animales del bosque, adaptarse a sus desmesuras, arrebatos, ataques y afectos, tratando de avanzar juntos, y sin rumbo oracular, a puro machetazo entre el follaje hacia el deseado objetivo. Tosco pensó, entonces, que se trataba de un camino arriesgado, incierto, en el bosque no se ve todo tan claro como en el panorama de la llanura. Decidió quedarse, al fin, en el llano, contemplando la multiplicidad del bosque desde cierta distancia, admirando alguno de sus habitantes. Y Tosco pasó sus días predicando a sus propios animales de la llanura, esos que lo comprendían y lo seguían porque en la libertad el relato de un mundo de bienestar se oía cada vez más maravilloso, contado una y otra vez. Libres, Tosco y sus animales soñaban cada noche, cómo sería ese mundo de bienestar. Ese que nunca alcanzarían, porque estaba del otro lado del bosque.
Pero del Cordobazo y de Tosco, sí: se escriben épicas y se alimentan estereotipos. Se habla, en esos relatos, de la única revuelta popular no hegemonizada por el peronismo, y cuando se habla de Tosco, se habla de su bonhomía, su calidad de cuadro, su honestidad y su no anti-peronismo, todas ellas verdades irrefutables, sin duda. También se suele hablar, más imprecisamente y al boleo, de la necesidad de tipos como Tosco “en la actual dirigencia sindical”, y de que “Tosco era un grosso” (sic).
De lo que se habla poco (nada) es del tosquismo: es decir, de la cosmovisión político-sindical de Tosco, y de los límites y carencias de una práctica sindical eminentemente basista, indispuesta con las lógicas de poder y por lo tanto divorciada con toda posibilidad de aquello verbalizado como objetivo (la liberación nacional y el socialismo a la chilena).
En ese incontaminado independientismo de Tosco (la lectura de Marx no siempre enaltece) germinan las semillas de una experiencia efímera y limitada por la falta de un encuadramiento riguroso “hacia arriba”. Tosco postula una escalera al cielo desde las bases obreras cordobesas hacia la liberación y el socialismo, minimizando concretos matices e intermediaciones (dirigencia sindical, negociación, peronismo, el problemático pasaje de lo sindical a lo político) que jugarán un papel determinante en el proceso histórico. Tosco no participa en el comité central confederal ni en otro dispositivo cegetista que no sea el estrictamente local, porque los juzga ilegítimos por no expresar “la verdadera voluntad de las bases” (algo discutible), para refugiarse en el corralito basista.
¿Por qué el modelo sindical de Tosco, si era superador del peronista, no se extendió territorialmente ni perduró en el tiempo? Atribuir el fracaso a la represividad estatal suena a excusa, porque ésta alcanzó a todos. Más genuinas parecen las palabras del legendario Lorenzo Pepe cuando atribuye el fracaso de la CGTA a las fallas y falta de un criterio de conducción sindical: “la burocracia” como enigma sin solución. Lo que había desvelado las noches del primer Cooke (1955-59) cuando verificó que aún en pleno despliegue movimientista de las bases, la burocracia sindical era una referencia insustituible como contención, representación y avance de una lucha popular integral. El modelo sindical de Tosco omite adentrarse en esta compleja dialéctica.
Distinta postura asumirían Elpidio Torres y Atilio López (los peronistas del Cordobazo, situados a la sombra del Gringo en el relato épico) que a pesar de manejarse con entera autonomía respecto de la CGT nacional (y con diferencias políticas no menores), se reconocían en la conducción vandorista. A pesar de articular un eje común de resistencia a la dictadura, López y Torres difieren de Tosco en cuanto a una concepción del poder y de la organización institucional: cuando el Lobito asume la conducción de la CGT regional unificada, el sector tosquista no participa; y el Negro fue vicegobernador de la provincia. Tosco seguía prefiriendo la libertad del llano.
El otro día hojeaba aquel ejemplar de la revista Así de febrero de 1973, y releyendo el debate Tosco-Rucci, pensaba en la profunda resignificación que hoy tienen esas gramáticas tan opuestas. El sindicalismo político de Tosco, el lenguaje estatutario y ríspido de Rucci. En aquel tiempo de agradable temperatura revolucionaria, se decía que Tosco “lo había noqueado” a Rucci, “el Gringo lo mató”, porque el clima epocal impugnaba cualquier encuadramiento disciplinador de la movilización obrera. La “libertad tosquista” sintonizaba con la irresponsabilidad que deriva de no ser a la vez interpelador del capital y garante de las conquistas conseguidas: en el discurso de Tosco se dice paro, movilización, bases, democratización, expropiación de los medios de producción. Rucci habla de poder, de lograr el objetivo, de respetar los canales orgánicos, de evitar la anarquía que en el futuro impida gobernar.
Rucci piensa desde la perspectiva de quién sabe que va a gobernar y entonces debe instaurar un Orden Democrático del que es responsable. Tosco se refugia en su independencia y en su único sometimiento a la decisión de las bases, desvalorizando la Autoridad que debe emanar de su propia figura de líder gremial, es decir, se incapacita políticamente por el riesgo de tener que ascender a “burócrata sindical”. Dejados atrás los ´70, y tomando conciencia de que las aguas bajaron turbias, la relectura de aquel debate arroja conclusiones perturbadoras: la historia determinó que el que ganó por goleada, en realidad, fue Rucci. Hoy rogaríamos por un Pacto Social como el de 1973.
“Estos planteos que se hacen a nivel de la CGT tienen otro trasfondo. Yo he sostenido y sostengo que el dirigente gremial que se limita a plantear reivindicaciones sociales es un mentiroso. Y sostengo que las reivindicaciones sociales son la resultante de la justicia social. Y únicamente para lograr la justicia social hay que asumir el poder. El dirigente gremial tiene que estar perfectamente esclarecido. El planteo que se formula en este momento es asumir el poder. Integrados todos aquellos que se dispongan a defender los intereses de la Nación, sean peronistas o no.” Rucci formula la inminencia de un nuevo escenario que es incompatible con el accionar del clasismo basista: se necesita encauzar la protesta porque hay un gobierno popular que va a hacer la justicia social.
“Es muy difícil poder aceptar para quien no es peronista la estrategia que tiene el peronismo dentro de los problemas políticos que se debaten en el país. Porque el peronismo no es un partido político, es un movimiento que, como lo dijo el compañero Tosco, tiene un líder, tiene mentalidad revolucionaria y si se encaja como partido político es para enfrentar la batalla dentro de un proceso y asumir el poder. Lo que implica que cuando se entra en este juego, se hace lo que conviene por la sencilla razón de que una actitud emotiva, o una actitud justificada, puede ser el factor o elemento que perturbe esa estrategia y no se logre el objetivo”. Rucci desgrana practicidad, aleja a Tosco del terreno ideológico en el que quiere permanecer, y lo sitúa en una posición incómoda: se trata de lograr los objetivos en base a una estrategia de poder, de la que el sindicalismo participa y que hay que forzar mas allá de la movilización popular. Tosco espera que las bases confluyan autónoma y armónicamente en una gesta insurrecional y autogestionadora de índole colectivista, donde el peronismo ocupe un lugar subsidiario, desdeñando la lógica peronismo- antiperonismo que atraviesa al antagonismo nacional de esa época y que subsiste como marca subterránea de los problemas políticos nacionales.
El Tabú: la contención de la protesta sindical a raíz del Gobierno Peronista del ´73. ¿Cómo asimilar que gran cantidad de los sindicatos combativos que participaron del Cordobazo apoyaron el Navarrazo del ´74?
La puja Atilio López-Perón giraba en torno al modo de expresar la reivindicación popular en una coyuntura nueva: era necesario darle cauce institucional al conflicto para evitar males mayores a futuro; males que terminaron ocurriendo como tragedia peronista en 1973-1976 y nacional del ´76 en adelante. Algo sobre lo que Perón venía advirtiendo desde 1944.
Tosco, el amigo de Illia y Alende, el marxista independiente, casi un librepensador, un peregrino del llano que no pudo superar, con sus buenas intenciones, aquel dispositivo sindical peronista que subsiste a los embates del establishment político. Lo que los estereotipos no dicen.