No hubo, al final, brisa. La noche envió sonidos escarchados para que sean palpados, y allí decodificar las texturas de un pulso popular. Lo que hay que acatar, sin diatribas épicas de la derrota (no perdimos contra la derecha y las corporaciones), es la decisión popular que declaró el fin de una hegemonía kirchnerista. No soy eufórico en la victoria, como no soy dramático en la derrota porque entiendo que el acontecimiento electoral es un mojón circunstancial en la compleja senda del actuar político, ese evento continuo tan fascinante como ingrato porque, como sabemos, nunca cesa.
Hay algunas cosas que suelen irritarme agudamente, y que tienen que ver con la miopía analítica que deriva de una comodidad ideológica que examina los hechos desde muy exclusivas racionalizaciones que se pretenden hacer pasar como generales y lógicas. Desde esa perspectiva se dice entonces que “el que votó a De Narváez no piensa, o piensa mal” o “vota a la derecha”: una indignación sobreactuada a cargo de los que consideran “tenerla clara”, y desde esa astenia conceptual, evitan desandar un camino reflexivo que seguramente llevará a abandonar el bagaje de las certezas inconmovibles. Quizás habría que comprender que hay muchos argentinos que no quieren a los Kirchner. Que los han votado en otras ocasiones (2003,2005, 2007) y que ahora no. Una merma que se verifica con claridad en todo el país y de manera muy elocuente en el notorio corte de boleta De Narváez - Intendente del FJPV en todo el conurbano (con brechas de entre el 5% y el 25% entre NK y (a favor) de las listas municipales del peronismo), certificando además la categoría de verso retórico bienpensante que asumen en la boca del establishment político las difamaciones del “clientelismo” y “el fraude”.
¿Es un voto de derecha el que hoy votó a De Narváez y ayer lo hizo por el kirchnerismo? No, es un voto eminentemente antikirchnerista, un voto que documenta que se cometieron errores de conducción política, y que, documenta que en el último año de gestión, se orientó “la profundización del modelo” apelando a variables teórico-políticas que remitirían a antiguos flash-backs del antagonismo nacional y que al expresarse como discusión política (duelo de relatos) y no como respuestas concretas a los requerimientos actuales de la sociedad argentina, perdió imprescindibles anclajes con la realidad.
El conflicto agrario, la confrontación con la corporación mediática y la redistribución del ingreso terminaron siendo cuestiones que el kirchnerismo prefirió instalar como exclusivo debate político de relatos en pugna dando definiciones ideológicas allí donde se necesitaban (además y fundamentalmente) acciones concretas direccionadas a responder con énfasis a demandas relacionadas con el empleo, la asistencia social, la inseguridad y el poder adquisitivo. Frente a ello, el kirchnerismo se ató exageradamente a bastiones argumentales como “clima destituyente”, “los medios mienten” y “nosotros o el caos” y se situó en un espacio de confrontación teórica muy seductor para las militancias y audiencias politizadas pro-kirchneristas (una porción significativa pero minoritaria de la población) pero que no sintoniza con la escala de prioridades y preocupaciones que albergan la amplia mayoría de los argentinos. Si Kirchner va a una barriada conurbana y habla de la ley de medios frente a gente que está cagada de hambre, o si ante la inseguridad se dice que “los medios inventan la sensación de inseguridad”, es posible que se avance en una distorsión de la apreciación de ciertas realidades sociales que termine causando sino malestar, indiferencia y apatía. Y esto no implica negar lo ya hecho por el kichnerismo. El voto pretérito así lo ha demostrado.
Kirchner pagará los costos de una conducción partidaria con numerosos errores evitables, y ello constatará algo que siempre se ha dicho por acá: que el kirchnerismo no es algo distinto del peronismo, como soñaron el albertismo y los transversales. En todo caso será una parte del peronismo que aportó una nueva masa crítica militante de la que antes se carecía, pero sujeta a las hegemonías circunstanciales de todo liderazgo peronista.
La vocación re-politizadora del kirchnerismo convive con el riesgo de que la lógica confrontativa no cuaje con una coyuntura popular que reclama socializar el acceso al consumo y a los bienes para todos los sectores asalariados mediante el uso de toda la capacidad instalada de los dispositivos institucionales vigentes. Esta es una tensión que el kirchnerismo no ha sabido graduar de acuerdo con las circunstancias, ya que no todos los conflictos deben ser manejados de la misma manera, y muchas veces se pueden lograr conquistas efectivas sin disparar un solo tiro.
Parecería que durante la campaña, Kirchner terminó pidiendo fe ideológica en base a la reiterada invocación de los logros kirchneristas del pasado, sin percibir que el pueblo ya “había pagado” por ello en las elecciones de 2003, 2005 y 2007 con mayorías incuestionables, en vez de dar certezas hacia el futuro. No dijo, por ejemplo, desde cuándo y de qué forma se va a reinstrumentar el Plan Jefes y Jefas de Hogar.
Se trataría de entender que el pueblo teje a través de complejas tramas las razones y pulsiones que conforman el voto, y no sólo bajo premisas ideológicas abstractas, sin consideración de expectativas e intereses materiales y existenciales. Cuando esto no se comprende acabadamente, se dice entonces que los que votaron a De Narváez son infradotados o, como dijo Binner, que los que votaron a Reutemann padecen el síndrome de Estocolmo, demostrando un desprecio por el pueblo que alarma, como si ellos fueran clarividentes y el resto una manga de pelotudos.
Lo cierto es que no es tanto la composición parlamentaria como la cuota-poder del kirchnerismo hacia el interior del peronismo lo que se ve dañado después de esta elección, y nadie mejor que Kirchner para comprender esta situación. Y situación que obliga a comprender, también, que este gobierno es el único que garantiza la gestión y la gobernabilidad, y el que estableció condiciones de intervención estatal y laborabilidad que no podrán ser trastocadas sin que se estimulen graves formas de conflictividad social real que nadie desea. El congreso puede ser el lugar donde los distintos bloques estén obligados a cristalizar lo que quieren para el país que viene, y canalizar allí toda la gama de conflictividades políticas inevitables y necesarias. Que la lluvia los lave a todos, y se sepa que hay detrás del discurseo barato que pulula por canales de cable.
Para el peronismo, se abren discusiones imperativas, entre ellas terminar con el festival de las colectoras y los lemas de hecho y empezar a utilizar quizás el más importante legado de la Renovación: ir a elecciones internas y dejarse de joder. En Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe la dispersión generó debilidad, y menos mal que Reutemann aguantó la salvaje embestida del socialismo (hizo una elección infernal en condiciones disvaliosas, y fue nuevamente el candidato más votado en la provincia, y eso no lo explica la gorilada de Binner); el Lole se quejó porque Cristina lo enmarcó dentro del peronismo disidente. A ver si afinamos el lápiz, Cristina.
Sprint final: verdaderamente penoso el rol de los encuestadores que llevaron las operaciones políticas a limites insospechados. Hay varios pichones de Otaegui que se metieron en la hoguera de manera kafkiana, y otros hicieron del escapismo un arte que envidiaría Houdini. Háganse cargo muchachos. ¿Lo vieron a Bacman ofrendándose para el sacrificio?