miércoles, 17 de junio de 2009

El País de Binner

–Parece que en el conurbano bonaerense tienen éxito los estilos confrontativos y mediáticos de hacer política. Es un perfil que no es el suyo. ¿Cómo se imagina peleando en un futuro en ese terreno?

–Manejarse en las contradicciones es una forma muy cruda pero eficaz de hacer política. Personalmente, no la comparto. Creo que hay que salir de un sistema prebendario para entrar en un sistema de derechos.

Lo preocupante de Binner es su imposibilidad de dar respuesta a una pregunta medular a la que, y sin que se lo pidieran Reutemann ya se refirió.

Estado cuerpo a cuerpo con(tra) los sectores populares. La piedra angular de toda subsistencia presidencial desde hace ocho años. Una cuestión frente a la cual un tipo que tiene veinte años en la función pública como Binner podría aproximarse sin incurrir en flagrantes ambigüedades y lugares comunes.

Porque si Binnner no define que compromiso asume con el complejo dispositivo que tramita diariamente con el pobrerío estructural de la nación, no puede ser presidente. Más bien parecería que la cosa se limita a reproducir el cancionero constitucionalista (“imperio de la ley” “sujetos de derechos”) al que es tan afecto Hermes, nacido y criado bajo custodia comiteril y capaz de ampararse en la sacralización de la legalidad democrático-institucional para justificar la no atención real de los postergados por “fallas en la ecuación fiscal y responder con el uso desmedido de todas las facultades represivas estatales tan sólo por no haber tendido puentes de negociación e inclusión política en una instancia previa. Y no pienso ya en los hechos del 19 y 20 de 2001, sino en el Freddy Storani mandando a reprimir en Corrientes.

Lo inquietante de Binner es que no despeje dudas y entonces las incremente: ¿cuántas personas de las que votaron al honesto De la Rúa pensaron que iba a hacer un uso indiscriminado de las facultades constitucionales de represividad estatal durante todo su mandato?

Los “imperios de la ley” suelen jugarles malas pasadas a los republicanos, y los lesionados de siempre son los que dejan de percibir el plato de comida. Yo no quiero que nos gobierne Binner.

Si el dilema de algunos compañeros radica en promover un corte de boleta Binner-Rossi es porque entonces no se termina de comprender que el adversario es Binner y no Reutemann. Guste o no, Lole es peronista y sabe de las contenciones que le esperan. Cuando Moyano mensajea a Reutemann, no lo hace desde “inconciliables antinomias ideológicas”, tan sólo le dice qué línea no hay que cruzar: no podrá hacer neomenemismo. Moyano pauta las condiciones de una eventual convivencia: el Hugo no le da señales a quién no es capaz de recibirlas.

El voto útil anti-Lole y pro-Binner es un error magno: Binner es el único exponente opositor que llena el formulario: tiene gestión, es honesto, es progresista y ama a los niños. La gran esperanza blanca que puede juntar a derecha e izquierda sin esfuerzo, aglutinar al no peronismo y forzar una polarización fuerte de cara a un ballotage, para buscar así la tan ansiada domesticación final de la “impresentabilidad peronista”. Cuando Pagni le cante loas a “Hermes presidente” no se angustien, porque va a ser demasiado tarde para lamentos.

Yo no quiero que nos gobierne Binner.

Homologar a Lole y Binner como “lo mismo” es pertinente para el cálculo político del Chivo Rossi, pero obstaculiza cualquier análisis político que busque sobrepasar la coyuntura. Al cabo, tanto Hermes como Carlos tiene credenciales de gestión, y habrá que ver si el Chivo (un gran armador legislativo y muy buen cuadro) decide alguna vez desvirgarse y dejar de postularse a cargos legislativos: cuatro años de ejecutivo templan cualquier discurso barricadista y refuerzan la autoridad política. El Relato de “buenos y malos” tiene carretel corto.

El pedido de coherencia de Binner es otra de las baratijas argumentales del niño progresista que oculta su delarruismo pretérito.

Tampoco podemos sumarnos festivamente a la demonización noventista de Reutemann, porque no somos puristas y llegado el caso, Kirchner “está implicado”; Lole y Lupo son fervientes cultores del primer mandamiento menemista: superávit fiscal a morir.

Lole y Lupo privatizaron sus bancos provinciales (Duhalde no) y Lole y Lupo, también, y hasta ahora, ganaron todas las elecciones a las que se presentaron. Y alguien me debería explicar (sin baratijas argumentales, por favor) cómo es que en 2003 Reutemann fue el candidato más votado después de la catástrofe de las inundaciones con el apoyo mayoritario de los sectores populares más perjudicados por el episodio, traccionando los votos necesarios a Obeid para la gobernación.

El civismo binnerista es el trapo en la boca de la Justicia Social.