jueves, 20 de agosto de 2015

De La Matanza a Navarro





“… y con la sangre seca en Lobos.”




Las PASO en la provincia de Buenos Aires arrojaron algunos comportamientos políticos que pueden ser analizados en una perspectiva más honda que los meramente electorales. 

La confección de las listas distritales y la alquimia de las tendencias electorales dentro del peronismo documentan un corrimiento cada vez  más consolidado hacia la predominancia estatal (es decir, de lo institucional realmente existente como contrario a lo simplemente político-partidario) dentro de la configuración de la acción política territorial “global”, en detrimento de los funcionamientos autónomos que las agrupaciones políticas supieron constituir como expertise territorial diferencial en la etapa de la política bonaerense anterior al kirchnerismo.

Es evidente que la prosperidad presupuestaria que trajo el tipo de cambio real alto que trajo la política de Duhalde-Lavagna reconstituyó la primacía de la política estatal, y ésta impuso las nuevas condiciones de la acción política en el territorio.

La camada de intendentes del segmento 2005-2007 son el emergente de una zona intermedia entre Estado y territorio que se indispone (por su propia capacidad política para expandir con eficacia la trama de funciones estatales) con algunas prácticas autónomas de las agrupaciones políticas que por su extensión muchas veces colisionaban con la tarea positiva de la nueva enjundia estatal.

La filosofía política del intendente blanco es la de acotar el punterismo clientelar autónomo por ineficaz y porque lo “desautoriza” políticamente, y reconvertir su posición política física (un hombre de la calle, un caminador del territorio, un rastreador político) a la de un gestor estatal (un hombre fijo, de mostrador) que se “ordena” en la línea burocrática del programa o plan gestado en una oficina del ministerio de desarrollo social de alicia por un sociólogo de flacso nacido y criado en la capital federal de la nación.

Pero el intendente blanco, formado políticamente antes de la llegada del kirchnerismo, conocedor de la dinámica “baronil” y con afinidades electivas desde lo operativo político con la Renovación Peronista (Cafiero como mito patriarcal herbívoro), todavía comprende que la acción estatal puede ser pendular y haya instancias defensivas que no puedan ser compensadas institucionalmente; por lo tanto acota pero no ahorca la permanencia de lo autónomo, intuyendo que ese dispositivo no sirve para la gestión pero es útil como auscultador político ocasional. 

El intendente blanco es la expresión político-electorable de una tensión entre la nueva fe estatal y una intuición política más atávica que todavía capta los códigos de la intermediación social por fuera del lenguaje institucional.

Desde que Cristina quedó como exclusiva expresión del proceso kirchnerista, se afianzó la conformación verticalista del proceso de selección política hacia el interior del peronismo bonaerense basado en un eje de primacía estatal por encima de otras variables políticas y territoriales. 

No hablamos ya del “problema” de la creciente disminución de la representación de los sectores periféricos en la conformación de las listas de concejales del PJ (un proceso que data de fines de los ´90 y que torna bastante relativa la fluidez  del “voto clasista” y toda lectura derivada) sino de la alteración definitiva de la educación sentimental del dirigente político, que antes se iniciaba en una interfase social (territorio-partido-Estado) y ahora arranca en la superestructura estatal (Estado-partido-territorio).

Antes, la iniciación del militante rentado empezaba en la UB; en la generación endorsada por el kirchnerismo arranca con el manejo de una UDAI, un programa regional de Desarrollo Social o un cargo en el directorio de un banco público. Este trayecto presupone la naturalidad artificiosa de un “estado con fierros” que define las percepciones políticas del dirigente, en la cual la política solo se entiende dentro del canal institucional dado, sin la posibilidad de reaccionar políticamente por fuera de él.

Si miramos las listas municipales del peronismo bonaerense oficialista, vemos que esta tendencia dirigencial de eminente extracción estatal ha ganado espacio de un modo poco oneroso en la trama político-partidaria. Estamos en una etapa donde lo autónomo-territorial es cooptado políticamente por la primacía estatal. La pregunta es si, evaporado este último rasgo “movimientista”, existe una singularidad política en este peronismo que lo haga sobrevivir competitivamente fuera del Estado en el futuro.

La tendencia de la política argentina (posmoderna al fin) define su estricto campo de productividad en el manejo del Estado por encima de otras capacidades políticas; es evidente que esto también trae un problema en el campo de la representación si solo es el funcionariado el que puede representar, con un acotamiento progresivo de la percepción política.

En la PASO provincial a gobernador quedó reflejada la magnitud de este proceso: una fórmula palaciega de baja electorabilidad (Fernández-Sabbatella) se impuso al neoherminismo territorial (Domínguez-Espinoza) y fuera de ese esquema, la representación peronista renovadora (Solá-Arroyo) se llevó un tercio de los votos panperonistas.

El encolumnamiento forzado de los intendentes blancos oficialistas (sin representación formal dentro del PJPBA y sin lista propia en la interna) detrás de su colega más defensivo para “defender” un espacio dentro de la ecuación provincial que no pudo ser garantizado, dan cuenta de los muchos problemas que el acuerdo Scioli-CFK no permitió canalizar por la vía política, y que hacen posible que tanto en la provincia como en la nación se pueda consolidar una opción "peronista" no oficialista con votos originados en una elección ejecutiva.