martes, 18 de agosto de 2015

Notas al pie de la democracia





En política solo se tiene razón al día siguiente.
 Carlos Pellegrini, político argentino entre 1872 y 1906.



Pero más que a la perogrullada de la “política de resultados”, a lo que se refería era a la circularidad de la práctica política y a la transitoriedad de los hechos previos: la política nunca cesa, la política no se baña dos veces en el mismo río.

Para los protagonistas es entonces la PASO ya un hecho previo: no hubo polarización a la que Scioli y Macri puedan tributar sus discursos previos, por la propia naturaleza de los candidatos y su circunstancia (Scioli y el FPV en una interdependencia defensiva, Macri y una construcción intransigente de baja expansividad) y porque el sistema político argentino, subsistemizado en 2001 hacia una dominancia electoral panperonista, no acepta ya esquemas de polarización occidentales y bipartidistas (es decir, arriba del 80% de los válidamente emitidos), sino un 40-20-20 que sincronizaba con el balotaje sui generis que armaron conscientemente Menem y Alfonsín algunos años antes.

Sin embargo, la inercia de esa dominancia electoral “peronista” ya no es política, por lo tanto lo electoral se descapitaliza políticamente. Scioli ingresaba al escenario con ese problema: a diferencia de Menem y Kirchner (y también de Duhalde ´99 que a pesar de la derrota se diferenció con su pretensión “productivista”), Scioli no buscó fundar su propia hegemonía para ir al barro electoral. En esto también coincide con Luder, el otro candidato peronista de la democracia.

En ese sentido, la elección de Scioli en las PASO refleja la situación “partidista” realmente existente del efepeveísmo: no hay una hegemonía disponible (misión del candidato-conductor) que ofrecer a mayores franjas del electorado que no sean las que el propio partidismo pueda contener inercialmente, sin el concurso de la acción política concreta del candidato-presidente-conductor. Esto se refleja en el discurso oficial que remite a una especie de fukuyamización kirchnerista donde “todo está bien”, donde las cosas no parecen poder ser hechas mejor, donde casi todo parece haber sido hecho, donde no hay políticas que se hayan hecho mal. Es decir, un “fin de la historia” donde la política parece haber cesado para dejar paso al consignismo y la historización.

Macri reafirmó en las PASO que su esquema de intransigencia partidaria no le permitió ser expansivo electoralmente: en Santa Fe no sacó más votos que Del Sel; en Mendoza sacó bastante menos que la coalición provincial que ganó la gobernación (aún sumando el aporte radical a Cambiemos) lo que documenta que hay un 10% que se va a Massa y Stolbizer; en Córdoba no llegó al 40% de los votos y quedó atrás de UNA; y en CABA se clavó en 48% cuando todos coincidían en asignarle una expansividad claramente superior al 50%.

El promedio de 35% en la Región Centro no le alcanza a Macri para ser competitivo en octubre, más aun cuando no tiene mucho para recolectar en el norte del país y la Patagonia, y teniendo en cuenta que va a perder votos radicales en la PBA.  

Massa estuvo atravesado por una paradoja: hizo una muy buena elección en el interior nacional, donde se decía que no tenía anclaje por la “falta de un partido nacional” que el PRO supuestamente tenía aunque sea nominalmente (doce años de existencia del PRO contra dos del FR) y no hizo una elección buena en la provincia de Buenos Aires, donde debía (y debe) quebrar la “tendencia nacional” que lo separó 9 puntos de Macri.

Mi percepción de la elección presidencial en PBA es que hubo un voto bronca de la clase media consolidada de las zonas céntricas del conurbano que se fue en forma bastante homogénea e indiscriminada a Macri pero que en esa movida expone su carácter volátil: son votos que una vez pasada la calentura de las PASO pueden ser recuperados por Massa, más aún si se comprende que la competitividad “opositora” de Macri no era finalmente la que vendía la cantata de la polarización.

Lo cierto es que, sin abusar de la chantada del  “voto clasista”, si Massa corrige ese drenaje de votos en las zonas céntricas, la perspectiva es positiva porque en las escuelas y mesas pertenecientes a zonas más intermedias de los distritos del conurbano (clase media baja, cuentapropismo informal, asalariados jóvenes) la fidelidad al voto “histórico” de Massa fue alta.

Si Massa consolida su segundo lugar en el NOA, la gran elección en Santa Fe, y visita un poco más la Patagonia para galvanizar porcentajes que sin su presencia fueron aceptables (Neuquén, Río Negro), lo que le queda por hacer es salir a comerle votos a Macri en la PBA para instalar la paridad de cara al balotaje.

El escenario post-PASO se abre hacia el campo de las elasticidades, donde la destreza política de los candidatos toma más importancia para detectar y reconducir volatilidades disponibles de cara a una instancia intermedia de catch all que la propia dinámica PASO-General impone como necesaria tanto para fidelizar la PASO de partidos (en este rubro, la pactación abrupta Scioli-CFK para la candidatura única reconoce la peligrosidad de las PASO, que se omiten en defensa propia y condicionan al resto de las fuerzas) como para sobrevivir en octubre y más allá, a la hora de reordenar los bloques de poder dentro del sistema político.

En ese marco, la naturaleza “peronista” de Scioli y Massa los coloca en una posición relativa de ventaja frente a Macri, más dispuestos y con más gimnasia política para explorar las flexibilidades de la oferta. La ausencia de hegemonía en Scioli, más que un obstáculo electoral (que lo es) es un obstáculo político, y por lo tanto, sobreviviente a la escena electoral.

Macri no puede permitir que un 1,5% de Sanz se vaya por la canaleta de los que no están tan urgidos por comprar el business de la polarización y además salir a cazar por afuera del zoológico del antikichnerismo hormonal, ese que construyó los cimientos de la política de la intransigencia: la ambigüedad barrosa del catch all (es decir, de la política) es para él un desafío sobre algo más silvestre como la efectiva relación de Macri con el poder, y su estatura política va a estar definida por el éxito de esta tarea (es decir, ganar.)

Massa, por sus dificultades objetivas en la instalación y por ser el tercero de la PASO, ya viene obligado hace rato al muñequeo: ahora esa gimnasia tiene que trabajar sobre las debilidades geopolíticas de Macri, teniendo en cuenta además que en esta coyuntura, cada voto que pierda la coalición Cambiemos en la PBA es un voto que va directamente a Massa.

Porque aunque los candidatos no lo digan, la sucesión al kirchnerismo además de definir a un presidente, define otras cosas: la modificación cualitativa de los ejes que ordenan la relación oficialismo-oposición, que van a estar habitados por una idiosincrasia y una dinámica política totalmente distinta a la que rigió durante el kirchnerismo atendido por sus propios dueños.