martes, 25 de agosto de 2015

La larga marcha de la hegemonía y los “retardatarios”





Entre 2011 y 2013, y al ritmo del desgaste de la agenda local de los gobernadores, en algunas provincias “peronistas” el radicalismo territorial inició una acumulación pluripartidista con vistas a la disputa del poder, reconociendo la importancia central de incorporar representación peronista que permitiera no ya unificar la oferta “opositora” para lograr una “polarización débil”, sino dar un salto cualitativo hacia el poder político provincial. Esa experiencia mostró un primer nivel de éxito en la polarización débil de 2013 en Tucumán, La Rioja, Santa Cruz, Formosa.

Ese éxito doble (en la amplitud de las coaliciones y en los resultados electorales) encontraba su causa en el comportamiento político de los referentes provinciales del radicalismo territorial, que optaron por “desengancharse” de la agenda mediática nacional de la UCRRA (que lucía bastante abstracta para el quehacer diario del ciudadano tucumano o formoseño) y concentrarse en temas locales más grises y pedestres, pero más influyentes electoralmente.

La provincialización de la agenda política y la dilución de la identidad partidaria fueron el santo y seña del radicalismo territorial para acercarse a la siempre compleja instancia de poder en provincias donde la incidencia histórica de las oligarquías políticas no se puede desconocer si se quiere incidir políticamente para ganar. 

Lo que comprendían claramente los radicales territoriales era una enseñanza histórica bastante simple: que la disolución nacional del radicalismo como partido de poder tuvo su origen en la tensión irresuelta entre partido y gobierno durante el gobierno de Alfonsín.

Hoy, esa vieja tensión se actualiza en la incompatibilidad de objetivos entre el Comité Nacional (Sanz) y los candidatos provinciales que construyeron su propia competitividad (Cano, Aída Ayala, Morales, Naidenoff, Costa, Martínez, Cornejo) lejos de los programas políticos del Amba, de agendas exógenas y cerca del silencio de su paisajes locales. 

Es evidente que las urgencias nacionales del cierre Sanz-Macri (engrose legislativo, “frenar el populismo”, una participación residual al estilo frepaso dentro del “gabinete macrista”, etc) poco tienen que ver con la sintonía fina de ciertas ambigüedades políticas que hay que atravesar para ganar una elección ejecutiva en una provincia idiosincráticamente feudalizada.

En este sentido, la Convención de Gualeguaychú tuvo algo pírrico: la propuesta ideológica de Sanz fue pan para hoy (galvanizar un poco la ecuación nacional muy subordinada a la coyunturalidad de Macri), y un retroceso para el radicalismo territorial, que de pronto vio como se le venía encima el yeite de la “polarización nacional”, alterando la lógica menos binaria de las coaliciones territoriales y produciendo un impacto en las elecciones.

Los datos son concretos: las coaliciones pluripartidistas más consolidadas perdieron claramente en los enclaves peronistas (La Rioja, Chaco y Tucumán) con gobernadores bastante desgastados, donde la “polarización” importada del Comité Nacional ahuyentó al elemento “peronista” que es necesario capitalizar para ganar la elección. 

Es decir: el radicalismo territorial consolidó y mantuvo los votos de la “polarización débil” de 2013, pero le faltó mucho para ganar las gobernaciones que aportan el poder político crucial que la UCR necesita para volver a ser un partido de poder que reconstituya la instancia bipartidista.

Es evidente que la alianza oficial de la UCR con Macri (un candidato demasiado centrado en la cuestión del “antiperonismo”) desperfiló el potencial del radicalismo territorial en las provincias “peronistas” del norte, y puso en stand-by el futuro de las acumulaciones provinciales logradas: de un escenario donde el radicalismo esperaba alzarse con cuatro o cinco gobernadores, solo se va a llevar uno.

La elección de Tucumán reflejó estos problemas: Macri sacó en las PASO la mitad de los votos que sacó Cano ayer, lo que demuestra que Macri no tiene ascendiente sobre los votos tucumanos opositores (los divide por mitades con Massa), por lo cual traerlo como parte de la polarización importada a la contienda local no aporta votos cualitativos sobre la zona de disputa con el efepeveísmo tucumano, y es contradictorio con la sangría de dirigentes efepeveistas que Cano había logrado (¿alguien vio alguna foto de Macri con Amaya y Alfaro?) como parte de su correcta ingeniería provincial.

Pese a la notoria exogeneidad de Macri en la campaña tucumana, lo cierto es que Cano había logrado incorporar una sólida representación peronista con Amaya-Alfaro que lo ponía en un rango de disputa muy abierta con Manzur, ¿entonces, por qué no ganó?

En principio, y como la política no es aritmética, habría que decir que Amaya-Alfaro son expansivos allí donde el propio Cano es “pro-cíclico” y que entonces todos los males se concentraron fuera de ese territorio a los fines de captar votos cualitativos sobre Manzur.

La otra razón es una intuición personal: que pese al desgaste de gestión (una pérdida del 15% de los votos contra 2011), hay todavía un voto inercial al oficialismo provincial que en un punto está definido por las condiciones bajo las cuales Alperovich llegó al gobierno en 2003 y al manejo formal del PJ en 2007. 

Un empresario de origen radical que desde “fuera de la política” llega al gobierno de la provincia con el respaldo de facto pero sin la “cantata” del peronismo a cuestas y que en ese mismo tono ordena y hegemoniza al PJ con una idea de renovación bastante practica y aceptable para los tucumanos frente al “herminismo conceptual” de Miranda-Juri.

La dinámica Alperovich-Juri durante 2003-2007 es la misma que la de Kirchner-Duhalde entre 2003-2005, al uso propio de la idiosincrasia política tucumana. 

Por lo tanto, José Jorge logra una impronta más expansiva para la representación peronista, con una dosis de votos “no peronistas” incorporados de modo bastante permanente al dispositivo PJ. Pienso que parte de esa inercia electoral, aunque amortizada, sigue vigente, y que la candidatura de Cano (su figura “personal”) no ocupó esa zona “predatoria” del catch all, perjudicado además por las urgencias externas de Sanz-Macri.

El radicalismo territorial se encuentra en una encrucijada: o toma el control nacional del partido, desplazando la óptica “ideologista” de Sanz para paradójicamente pasteurizar al partido y “liberarlo” a las estrategias provinciales “de gobierno”, o permanece tercerizado-frepasizado eternamente, atrapado en la intransigencia restrictiva de un Macri.

Solo se trata de entender que para llegar a la tierra prometida del bipartidismo, primero van a tener que cruzar el desierto detrás de un “peronista” que pueda reordenar la correlación de fuerzas dentro del sistema político argentino.