Llegó el otoño, ya podemos hablar de la asignación universal por hijo. Allá le dicen de otra forma, se la nombra esquivamente, los 180. Ahora que el debate sobre los medios se ha desbarrancado hacia envilecidas pujas de miseria intelectual, ahora que la banalización de ese ficticio debate exhibe la desnudez tras los bastidores argumentales de la progresía filokirchnerista, ahora que ese debate precario (demodé) nos pone cada vez más lejos de él, ahora podemos decir algo de los 180 pesos argentinos que cada pendejo nacional cobra para subsistir.
Ahora podemos, quizás, interesarnos en captar de qué modo se representan esos 180 en la subjetividad de sus beneficiarios. Podemos, quizás, si queremos, adentrarnos en una valoración más compleja que exceda la que precariamente hacen el gobierno nacional y sus simpatizantes más duros cuando dicen que los 180 son una masa de guita que impacta positivamente en el consumo y en la economía nacional. Una mirada macro, lejana y autocomplaciente: la asignación por pendejo nacional vista como la solución del 80% del problema de la pobreza nacional y popular. Lo que piensa íntimamente el gobierno. Lo que subyace a los discursos de Cristina que dicen que lo que se hizo es más de lo que falta hacer (Cristina lo dice cuando le habla a Clarín desde distintos actos del Conurbano, y hay que agradecer que a la negrada concurrente ya no le interese escuchar lo que nuestra presidenta dice, porque la cosa sería todavía más problemática: ¿vos me vas a decir cómo me va a mí?). Lo mismo que irradia esa pandemia cultural que es el seisieteochismo cuando interpreta por el otro el grado de eficacia social de los 180.
Prefiero pensar la asignación como un simple escalón dentro de la compleja trama de y hacia una ciudadanía social. Trama que no se teje con la sola dación en pago de una guita estatal sin intermediaciones: la gestualidad anti-clientelista de la que son devotos los Kirchner (Néstor, Cristina y Alicia) se consume realistamente en una antipolítica territorial bastante repudiable por el voto popular.
La asignación no puede ser mensurada como abstracta variación y disminución de índices y coeficientes. La asignación es un sentimiento. Una política social se mide en rostros y no en encuestas, y entonces vemos ahí que el otoño trae un viento frío.
De la asignación universal por hijo hablamos y producimos bibliografía quienes no la cobramos, y decimos que es una solución a la pobreza e indigencia. Decimos que ahora falta poco. Decimos todo esto porque no estamos mirando los rostros.
Vamos con una historia de vida, de esas que en 678 brillan por su ausencia. Chuy era un pendejo nacional que andaba descarriado porque salía de caño y no iba a la escuela. Cuando llegó la asignación universal por hijo, la empezó a cobrar, y después volvió a la escuela. ¿Dejó de ser pobre o indigente por tener 180 mangos para comprarse la mochilita de Casi Ángeles y adquirir 25 productos alimenticios en Día %? Lo cierto es que Chuy es ahora un Belle de Jour lumpenproletario, un JekyllHyde conurbanero: de día va a la escuela, estudia, aprueba materias y cobra la asignación por hijo en el banco con una tarjetita magnética que es un primor; de noche (a la tardecita nomás cuando sale del ámbito escolar) sale de caño, afana, inclusive mata si es necesario. Labura de pibe chorro: roba motos, viviendas; ahora tiene un LCD con high definition para ver el Mundial, porque con los 180 no lo iba a poder comprar. Y si en el entrevero la cosa se pone jodida, Chuy cuenta con la suficiente sangre fría como para enterrarte un balazo a quemarropa. En Lengua progresó mucho, Matemática le cuesta. La maestra nos dice que es un buen alumno. ¿Pobreza? ¿Indigencia? La cosa parece bastante más dura, salvo, claro está, para los baluartes del filokirchnerismo progresista que ven en la asignación universal por pendejo el paraíso terrenal de las políticas sociales, una medida revolucionaria a la que le faltarían un par de boludeces más para borrar la pobreza del mapa nacional. En su fuero íntimo piensan así, como comisarios políticos, por eso piden agradecimiento eterno de la negrada a Néstor y Cristina. Yo pienso en el ejército de Chuys que hay en todo el país y sonrío por no llorar.
La masa amorfa de bienpensantes que creció al calor del kirchnerismo ideológico 2009-2010 (¿2011? ufff…) fracasa sistemáticamente cuando tiene que salir a analizar hechos que no se relacionen con la ley de medios, hacen gala de un frepasismo inusitado (a nivel conceptual, claro está) que asusta; cuando Kirchner sale a decir que el enemigo número uno es Clarín y el señor Magnetto, parece hundirse cada vez más en el laberinto que creó, y respecto del cual la mayoría de la sociedad está cada vez más lejos; cuando Kirchner dice que hay que profundizar el modelo e infiere que eso significaría cumplirle toda la programática al progresismo y recrear el veranito consumista de la clase media (2004-2007), lo hace para evitar meterse con temas clave como la estabilización prolongada del poder adquisitivo, el blanqueo laboral, el acceso real al crédito, la incorporación real del pobrerío a la bancarización ( y no tan sólo como dato estadístico), la discusión de la renta laboral, no abordar a la inseguridad como política central de Estado, no abordar a la política social real (en su contexto territorial, con sus actores políticos y sociales naturales y con alcances cualitativos) como política de Estado, no abordar una reforma educativa (es decir pedagógica, lo que implicaría tocarle el culo a los docentes en beneficio de la calidad del aprendizaje) que sobrepase la cuestión del financiamiento, no abordar una estrategia desde el Estado para generar una ampliación de las condiciones de producción nacional para expandir el mercado laboral (hoy amesetado y sin matices) no abordar un plan democratizador hipotecario para un acceso real a la vivienda urbana (a viviendas de verdad, porque nadie elegiría vivir en las casas de los planes sociales de vivienda). Profundizar el modelo es modificarlo en todo aquello que sabemos que no va más (en el terreno económico se está imitando operativamente al Menem 95-99, y Kirchner lo sabe, aunque se haga el anti-neoliberal) en resolver problemas que la sociedad vive y enuncia como concretos, y que no tienen ninguna relación con “la guerra de las galaxias contra las corporaciones mediáticas”.
Por eso, yo defendería con mesura a la asignación universal por pendejo, sin ardores revolucionarios o transformadores, tan sólo porque la medida no tiene esos rasgos ni esos efectos concretos, al menos por ahora. Pediría una humilde ley que reemplace al triste decretito que Cristina presentó casi con desdén, con doctoral frío, con la ajenidad del que no cree. De estos detalles, la gente se da cuenta, por eso los Kirchner no tienen ninguna posibilidad de explotar políticamente la asignación universal por hijo, aunque Cristina vaya tres mil veces al Conurbano a inaugurar cuatro cuadras de pavimento que en condiciones normales ni el propio intendente iría a inaugurar. La política social del gobierno es fría, se hace con frío, con omisiones deliberadas que hacen que toda mención abstracta a la profundización del modelo suene como una cómica necrológica. A los 180 hay que darles movilidad, pero por favor, seisieteochismo, no salgás a hacer una marcha para festejarlo, porque la sociedad tiene frío. Las tenues reparaciones se hacen en silencio.