lunes, 29 de marzo de 2010

White Trash

“En los últimos años, a contramano del mundo, hemos tenido inflación. Y se exacerbó en los últimos tiempos. No hay ninguna medida para subsanarla. Por el contrario, cuando uno le dice al Gobierno que hay que mirar el presupuesto porque hay gastos innecesarios, el kirchnerismo plantea el falso discurso de que para incluir algún cambio habría que recortar los pagos a los jubilados y de las asignaciones familiares.

– ¿Usted qué propone?

Nosotros no queremos que el Gobierno ajuste. Queremos que quite decididamente los subsidios a las empresas amigas. Ésos son los subsidios que les traen a ellos las posibilidades de la corrupción. La corrupción generalizada que se les ha colado por todos lados, particularmente en lo que tiene mucho que ver con el gasto público.

– ¿Por ejemplo?

–Todo lo que se da en materia vial. Es escandaloso que, además de cobrarnos a los usuarios, las empresas reciben los subsidios del Estado. Es ahí donde hay que ajustar.”

 

Prescindamos, por un momento, del complejo haz de cálculos personales y de posicionamiento que atraviesa y deforma todo aserto del star system político que nos asuela y teñirá nuestros días mediáticos (de uno y otro lado) hasta principios o fines de 2011, según la fecha determinada para celebrar el comicio, esto último sometido también a una de las tantas estratagemas de cálculo costo-beneficio que se irán verificando desde los cuatro costados del cuadrilátero ante el espanto de lo corta que están las mantas de acceso al poder. Porque la adicción al cálculo, a la obsesión rosquera te deja inerme ante ciertas percepciones simples, o hace que se desdeñen por conspirativas.

En ciertas cofradías del buen gusto político existen pulsiones insanas que a la larga, enferman. Una de ellas se agrupa tras la denominación tipo formemos-un-grupo-en-facebook-llamado-“luchemos-contra-las-corporaciones-ouuu-aaahh-hay-que-acabo-iujuuuu” y  que consagra todos los esfuerzos y transpiraciones retóricas a librar en ese mortal kombat virtual, un seek and destroy mecánico y pasional hasta que las corporaciones caigan. Todo el amor puesto en terminar con las corporaciones, con la aparente radicalidad de un cambio de escena política estructural que surge como expectativa de la caída tan ansiada. Seek and Destroy, y que de la construcción se encarguen otros, porque ellos ya van a estar embarcados en otra épica de la destrucción más seductora. Son buenos tipos, podemos ir a morfar un asado o a Esperanto, pero uno nunca los llamaría para dirigir un estamento estatal.

Caen las corporaciones, y después ¿qué? ¿La sociedad de los justos? ¿Prometeo presidente? ¿Tinelli a Siberia? Yo más bien diría a Clarín muerto, Mediaset rules.

Las cosas no son así, y lo más doloroso de aceptar en terapia es que la épica no fue tan trascendente como pensamos, y si no que lo diga “el gobierno de derecha” de Mujica; por ahí se necesita un viejo que sabe que probablemente muera antes de cerrar su mandato por la devastación de un cuerpo hecho mierda por la vejez y la tortura para pensar más desprendidamente los cauces estatales por los que debe acomodarse una política para un país y no para los deseos personales.

Yo sé que los pedidos de grandeza a los políticos son antinaturales, porque si así fuera Menem y Duhalde estarían jugando al dominó y comiendo compota mientras escriben sus memorias. Ambos tienen nietos.

El desfonde anal a Clarín no toca ni un poquito de cerca la vida cotidiana de los que tienen tristezas y alegrías esporádicas. Ver caer a Clarín tiene un morbo comprensible que se enlaza en la imagen de wall paper nac&pop de un Magnetto agonizante en una litera de oro-símbolo-de-la-opulencia-a-destruir. Nada más. Nadie está pensando como suplir la capacidad instalada que Clarín retira del mercado junto con su deceso. La clave del problema no está en los contenidos (de por sí discutibles) sino en la tecnología y la producción. Meterse en las cavernas del sistema de comunicación audiovisual es estudiar y ejecutar un capitalismo digital de alta definición y costura, hay que estar formateado como un CEO, y lo más importante, insertar lo fashion.

No veo nada más allá del horizonte que no sea blandir teorías de los medios con un olor a era mesozoica que mata. Hasta me parece verlos desorientados cuando Clarín no exista más. Habituados a la cultura milenaria de la resistencia, digamos que estudiar y prepararse para la creación organizada nunca fue el fuerte de las representaciones que manifestaron elevarse como traductoras de lo popular.

El terror a manejarse en un contexto empresarial te liquida antes de empezar, y hoy el manejo operativo de un medio de comunicación es rabiosamente empresarial: fuera del Estado, esto excede las posibilidades de radios comunitarias, universidades y ongs. El cartón pintado y el ficus al costado como escenografía no va, las fallas de producción de la televisión pública frente a las cadenas privadas es inocultable y esto se empieza a notar en la transmisión del fútbol para todos (si no se te ocurren ideas de producción, contratá una agencia de publicidad que te las dé): ¿por qué canal siete se ve casi blanco y negro? ¿por qué no hay móviles dentro del campo de juego que entrevisten a los jugadores después del partido? Uno no pide a Tití y Benedetto, pero…

Si Ciega a Citas y 678 son lo más visto del canal, es porque a nivel producción se acercan más al standard de los canales privados y porque los realizan productoras independientes (Gvirtz y Pauls) que se iniciaron abasteciendo antes a Telefé, América y El Trece. Mariotto hizo dos muy buenos documentales de Mugica y Walsh, pero no le conozco más palmarés que ese, y Tristán Bauer hizo el documental de Cortázar y una película bastante mala; no sé si están pensando en lo que es el timming televisivo y cómo llenar 24 horas de programación multiplicado por cien.

Tumbar a Clarín, y si en el camino hay que producir una alambicada gama de eufemismos para no mencionar la palabra inflación, se hará. Porque, como dio a entender Orlando Barone, los que leen Clarín son unos hijos de puta. Ooh yeaaah.

 

La inflación se puede explicar de diversas maneras: ninguna explicación la baja o hace que deje de acelerarse. Puja distributiva, mercado oligopólico, expectativas, consumo superior a capacidad instalada de oferta, política monetaria de emisión controlada, el globito que infla Néstor, son todas causas que forman el combo y que nos podemos cansar de escuchar. Pero para intervenir sobre la inflación sólo conozco dos medidas, las dos ortodoxas, las dos antipáticas: bajar el dólar y racionalizar la expansión del gasto. Que el gobierno asocie control del gasto con reducción de jubilaciones, salarios y asistencia social es como mínimo, temerario, y un poquitín (perdón, eh) extorsivo. Pero que el presupuesto nacional está desfasado del gasto real es una realidad que obliga a ver por donde va a entrar el filo de las tijeras.

Si el ajuste empresario que propone Camaño vía reducción de subsidios no es posible en virtud de los compromisos asumidos oportunamente (algo normal, ya que todo gobierno asume en tregua con algún sector de la producción económica), habrá que ver qué otros lastres se pueden cortar. El modelo kirchnerista es estructuralmente inflacionario, y esto se sabía desde el 25 de mayo de 2003, por eso llama la atención la demora en la intervención estatal para aplacar este acelere inadmisible de los precios que se produce desde diciembre de 2009.

 

En ésta me lleno de espinas, pero me meto igual. ¿Hasta donde se puede hacer política presente sobre las matrices del pasado? Digo: ¿hasta qué punto el discurso de Estela Carlotto del 24 de marzo (para mí inesperado, mucho más esperable de Hebe) es algo más que un relato con el que una minoría política intenta interpelar forzadamente a mayorías que miran a la distancia la verdad de esos argumentos? Porque, decir que los de ayer son los de hoy está muy cerca de insinuar que aquella sociedad que apoyó es la misma de hoy; la que hoy no apoyaría al gobierno. Me preocupa mucho este flanco interpretativo que trata de ponerle pasado al presente de una coyuntura política, y no tanto a una reflexión sobre la memoria que debe estar menos condicionada al ocasional episodio kirchnerista. Desde ahora, la densidad política de los derechos humanos debe procesar un trasvasamiento hacia el presente de esos derechos humanos (los de ahora, los avasallados hoy, los sufridos por la sociedad hoy, lo que implica estudiar e intervenir sobre las construcciones sociales del presente) en la medida en que los delitos del pasado sean juzgados y castigados hasta las últimas consecuencias.