Y che, ¿Qué pasó con el acuerdo para una seguridad democrática? Ahí hay, como en el proyecto de ley de asignación universal por hijo, un consenso. Que el destierro pampurista no nos prive de construir acuerdos políticos sobre la plataforma de un interés social macerado. Una conversación sobre inseguridad es una conversación política. Sólo faltaría que el parnaso dirigencial de la víspera se entere de esto. Se trataría simplemente de comprender que existen anchas franjas de la población que quieren debatir y hablar sobre políticas de seguridad pública y democrática, aunque no lo expresen con esta intensidad académica. Pero la política no está llegando a tiempo a este debate, porque no alcanza a registrar los niveles de silvestre politización en compleja germinación societal. Que este interés popular sea leído y sobreentendido como una vocación manodurista congénita de la sociedad es tan sólo el error garrafal que cometen los que no quieren ocuparse del tema, o lo que es peor, los que quieren dejar el manejo mediático y real de las propuestas y los planes concretos bajo custodia del manodurismo que se dice repudiar: desde ya, decir que la inseguridad es un sensación contribuye a alimentar esas dos posturas.
Recuerdo que con las marchas blumberistas se había leído mal, y se dejó que el falso ingeniero pasara de la asepsia a la adopción del decálogo represivo que suele aplacar falazmente el dolor: bajar las edades de imputabilidad penal no hace que te dejes de cruzar con un bebé asesino que te pide compartir su vida, y acaso su muerte. Cuando el congreso le aprobó todas las leyes que él quería, Blumberg no pensaba que cinco años después lo iban putear y echar de cada marcha por la inseguridad a la que quisiera sumarse. A favor del nevado ex-ingeniero habrá que decir que cuando el cadáver rubio de Axel todavía estaba caliente, nadie se acercó a ayudarlo. Sólo el CELS le propuso dialogar sobre su caso y hablar de inseguridad. Carlotto y Bonafini se preocuparon por narrarle qué tan de derecha era, antes que ayudarlo. En los pasillos universitarios se dedicaron a pegar afiches de un Blumberg hitlerizado, un clásico del izquierdismo haragán y fotocopista de centro de estudiantes. Después fue tarde, Blumberg ya había comprado el discurso que mejor se ajustaba a meter bala y ya no pensó en un abordaje político de los comportamientos institucionales del sistema de seguridad. Blumberg ya era de derecha, y muchos respiraron aliviados.
¿Cómo es que vino a fondearse la frase “¿Y nuestros derechos humanos, qué?” en voces medias y humildes que tiene un caso de inseguridad sobre el lomo? El colectivero amputado, la madre con un hijo menos, el cuentapropista desvalijado: todos lo dicen, ninguno es camisa negra. ¿Y? ¿Qué se hace? ¿Les leemos las estadísticas que denotan la disminución del delito en estos años y les decimos que fumen? Porque en ese contexto de orfandad ganan puntos los tipos que lucran con dolores y desgracias como el exasperante rabino Bergman. El que va a las marchas a consolar las víctimas es Bergman. ¿Qué pasara si los que bajan a dar consuelo fueran Carlotto o el compañero Remo?.
“¿Y nuestros derechos humanos, qué?” es un sentimiento que antes que repudio, merece ser detalladamente estudiado porque es la narración que emerge de una carencia: existe un desfasaje entre la apreciación y los actos que los grupos políticos y sociales relacionados con la seguridad tienen del tema, y la índole política desde la cual la sociedad vive y razona la cuestión. La sociedad está altamente politizada, pero las representaciones discursivas de derecha y de izquierda no alcanzan a comprenderlo.
No hay barón del conurbano que no tenga a la inseguridad en el tope de la agenda, y abordan el problema con todas las limitaciones presupuestariasy logísticas que conocemos. Dulce Granados recibe a los familiares de Roxana Nuñez, en Tigre ponen las cámaras, en Lanús compran patrulleros.