domingo, 14 de marzo de 2010

Franz Ferdinand en Argentina: Fuego en la Pista de Baile


Noche instituyente: faltan minutos para que FF inaugure su gira latinoamericana en Argentina. Clima templado y confesional en los alrededores, y adentro la calma espera de una asténica constelación de sub 25´s de diáfana raigambre universitaria (como los Ferdinand) que quieren saciar las ansias del cuerpo con música. Un público hospitalariamente libre de morochos: somos de la UBA y queremos bailar. Me siento contenido por esa pendejada, que, en definitiva y felizmente, son gente como uno. Circunspectas niñas con lentes de carey oriundas de Letras, proyectos comedidos de freaks, un anciano cool con remera de Oasis junto a bella hija de escasos quince, chetitas fuertemente bronceadas recién regresadas del estío pinamarense: paisaje que me cobija, y el austero escenario de cercanía intimista con los músicos nos advierte que no estamos para otra cosa que no sea apreciar el poderoso y refinado vivo de una de las más interesantes bandas que nos arrojó el rock (junto con los White Stripes) en los últimos diez años.

Largan con Bite Hard para que la marea suba, pero pegaditos llegan la gran The Dark of the Matinée con ese riff monumental que haría bailar hasta a Stephen Hawking, y Do You Want To, y ya nadie en el Luna Park dejó de saltar cada vez más alto y corear estribillos y punteos hasta la disfonía. Un arranque devastador que relegó algunos problemitas de sonido, como el volumen bajo que perduró hasta el cuarto o quinto tema.

Esquivo a las etiquetas, FF hace un dance rock de alta costura sin pretensiones, o, más claro: hace música para que las chicas bailen (Kapranos dixit), y provocan así a los vanguardismos musicales más cerrados. FF no es brit-pop, aunque rescate de allí influencias: más bien parece querer refundar un “género menor” como el rock bailable. Guitarras agresivas sobre bases de impronta disco es un cóctel difícil de preparar, pero si sale bien, sos Franz Ferdinand.

Con Michael ya están ajustados, el calor es tremendo pero nadie deja de moverse. Una vez que arrancan, los escoceses no paran, van a estar al re-palo durante una hora y treinta minutos.

Alex Kapranos juega con su voz: puede parecer un crooner decadente o cultivar el tono cristalino del típico cantante pop-rock británico. Además es un gran guitarrista, dueño de punteos pegadizos que vamos a tararear durante el sueño. Nick Mc Carthy (guitarra y teclados) asume la actitud latina de interactuar con la gente.

Por ahí llegarán Take Me Out y Walk Away, dos manufacturas hiteras de fabricación artesanal. Un setlist frenético que no deja hendija para el descanso (la beatle Eleanor Put Your Boots On no la tocan) y el Luna no para de saltar.

Los avatares de discoteca, las pasiones y obsesiones efímeras, las serias frivolidades de la vida vespertina de la gente común que tiene tristezas: tópicos de la lírica franzferdinandiana envueltos en melodías festivas y bailables que rajan la tierra. En ese contraste estético quedan fraguados los pergaminos artísticos de FF, y en general, de una perspectiva muy sutil cuando se produce música, literatura o cine. Kapranos citó alguna vez: I´m Down de Los Beatles.

FF rockea. 40´  es un pico de excelencia en la noche con las violas yendo bien adelante: FF bebe grandes tragos de arena pospunk. Luego viene Outsiders con final de solo de percusión a cargo de los cuatro dándole a los tambores en formato rítmico bien disco, en remisión directa a esas bases del bailable de los ochenta que marcaron a fuego a varias generaciones que entendieron que el disco (el mejor) fue lumpen.

Fin del acto,  y con los bises aparece Kapranos solo con la guitarra para desgranar una ralentada primera parte de Jacqueline que vira a No You Girls ya con toda la banda en escena; me pongo brevemente de mal humor: Jacqueline es el tema de FF que esperaba desde que saqué la entrada. This Fire es el último mazazo que  nos asestan, y el cierre con Lucid Dreams  termina con un extendido jugueteo de McCarthy y Kapranos con los sintetizadores: pienso que Giorgio Moroder debe estar contento. Ya no sabíamos si estábamos en una rave o en un recital de rock. Con Franz Ferdinand, en realidad, estamos en los dos lados, al mismo tiempo.