Buenos Aires, noviembre de 1972
Todo es más difícil porque no podemos dejarnos seducir por ningún autor de moda, ni tenemos monolitos ideológicos a los que ir a rezar y de paso hundir en ellos el mediomundo y sacar un blindado decálogo retórico que nos dé la explicación definitiva de nuestra realidad política. No.
Por estos lares, la cosa no funciona así, pero nadie puede evitar que algunos crean que ese es el camino, y que calcar los flacos paradigmas posmodernos importados sea la clave de bóveda que nos provea las respuestas que no tenemos.
La historia política presente (la de los últimos veinticinco años) es para el movimiento nacional justicialista la de la desesperada búsqueda de nuevas significaciones políticas galvanizadoras, que a la vez se nutran en el reservorio histórico y recolecten las experiencias de una nueva sociedad posmoderna en la era de la hipertrofia tecnológica de un tardocapitalismo triunfante, con los particulares impactos verificados en la singularidad latinoamericana y nacional.
Después de los politraumatismos y laceraciones que el movimiento peronista sufre en la noche aciaga del Proceso, lo que va a constatarse como pérdida es la fuerza del mito como activador de los designios populares que supo interpretar y canalizar el peronismo.
Mito que el peronismo instituyó y actuó con el fin de realizar la comunidad con TODOS sus integrantes, frente a la abstracta pacificidad consensual del texto republicano.
Luego, el peronismo demostró en los años democráticos que podía seguir ganando elecciones y que era el único que podía gobernar la nación sosteniendo pisos de supervivencia a quienes habían sido los incluidos y privilegiados en 1945-55.
Sin el peronismo, las cosas hubieran sido mucho peor para las clases populares desde 1983 hasta acá.
Pero el escenario había cambiado: el peronismo ahora es el ámbito de resguardo popular, una luz en la larga penumbra del despojo. Esos diques de contención son el mal llamado clientelismo y el sindicato, no por nada demonizados a coro por la derecha gorila y la izquierda cultural y política, y cada vez con mayor enjundia.
El peronismo cuenta hoy con sus organizaciones, su capacidad de gestión territorial, pero no ha podido recuperar aquel mito que permitiría un avance en la democratización real (inclusión) de las masas.
Desde hace 34 años está pendiente un profundo debate de ideas que se refieran a la sustancialidad política del movimiento hoy, frente a coyunturas novedosas, complejas y diferentes.
Llamémosle, si corresponde, una actualización doctrinaria acorde a una experiencia de masas atravesada por la exclusión lisa y llana.
¿Qué proyecto político peronista para comprender en él no ya a la figura emblemática del obrero industrial liviano, sino al desocupado crónico, al que vive de changas, a jóvenes no escolarizados, al cuentapropismo precario, al trabajador eternamente en negro y des- sindicalizado y al cartonero?
Un multifacético y heterogéneo sujeto popular enigmático con heridas profundas que todavía no han cicatrizado, y que el peronismo todavía no ha interpelado POLITICAMENTE: un pueblo que no ha sido convocado a la manifestación de sus designios en el marco de un proyecto político nacional pensado por la militancia peronista a la luz de los hechos de, por lo menos, los últimos quince años.
Ideas políticas elaboradas a partir del contacto directo con la experiencia popular vivida durante esos años que dejaron huellas materiales y culturales no restañadas, ideas sólo posibles de formular por el peronismo a través de sus militancias movimientistas (no sólo las políticas, sino y fundamentalmente, las sociales).
Se trataría, finalmente, de que el peronismo teorice nuevamente sobre la base de la experiencia histórica reciente, y de cara a un futuro donde juegan a favor del movimiento nacional justicialista (de su ideología y su doctrina), la caída de los paradigmas políticos dominantes (un tardocapitalismo que con cada crisis redobla sus niveles de concentración y que carece de plafond ideológico legitimante).
Formulaciones teóricas que históricamente estuvieron a cargo del conductor, y que ahora, obliga a un tremendo esfuerzo analítico de los cuadros militantes, de peronistas históricos “retirados” y de jóvenes peronistas de toda tendencia y extracción que a partir de sus propias e intransferibles practicas hagan los aportes teóricos necesarios.
Esta tarea presupone una imprescindible lectura de los textos de Perón y Evita como condición necesaria, como el bagaje básico a partir del cual se puede iniciar la comprensión profunda de cualquier época, y en particular, de la actual. Y hago esta mención que acaso pueda parecer obvia, porque en los ´70 hubo una muy disvaliosa elusión de los textos peronistas por parte de amplios sectores de la juventud peronista y de las organizaciones armadas, que incluso se vanagloriaban de ese desconocimiento.
La historia se ha encargado (a costa de la tragedia) dar las adecuadas lecciones.
Pero esa lectura justicialista no debe dar lugar a un doctrinarismo retórico, a la repetición inconexa de “lo que decía Perón”, como ya se vivió con las declamaciones vacuas que cierta dirigencia peronista hizo durante los ´80 y ´90.
Las lecturas deberían más bien otorgar los instrumentos conceptuales para abordar una interpretación peronista de los hechos actuales. La cosmovisión que nos permitiría una creativa comprensión de lo que requiere la actual hora del país y el peronismo.
En estos meses, bajo la presidencia de Kirchner, el PJ se ha reorganizado. Por su parte, el PJPBA eligió sus autoridades provinciales y distritales conforme a un democrático proceso de elecciones internas.
Algo que no puede ostentar la partidocracia republicana, acostumbrada al dedazo y a feudales personalismos promotores del autoritarismo interno. Una nueva “pesadilla” para ellos.
Pero me gustaría saber qué peronismo se quiere, políticamente hablando. Y de esto, es poco lo que dicen Kirchner y las dirigencias nacionales.
Es notorio que luego del conflicto con el campo, Kirchner se topó con una descarnada realidad que acaso venía vislumbrando: lo improbable y equivocado que era pensar al peronismo como “partido de centroizquierda” en el marco de un escenario político moderno a la europea. Se lo escuchó a Kirchner hablar del Partido Peronista que querría: mentó al PSOE como modelo a imitar. Queda saber si se refería a estrictas formas organizativas o a algún tipo de metamorfoseo ideológico.
En todo caso, la columna vertebral del movimiento dio por tierra con aquellos designios: la organización real del peronismo (CGT + Intendencias) no es la de un fantaseado “espacio de centroizquierda” que culturalmente siempre alimento emociones antipejotistas.
En todo caso, el peronismo podría sumar a su propia centralidad política fuerzas “de centroizquierda”, pero nunca podría diluirse como algo más dentro de un “partido de centroizquierda”, como pretende el sabbatelismo, ciertos kirchneristas puros, el cartaabiertismo y los ya fugados Libres del Sur, a los que los une el espanto por el peronismo realmente existente.
Es precisamente la “justicialización” del Partido Peronista lo que permite albergar esperanzas en cuanto a la posibilidad de al menos comenzar esa creación y debate de ideas peronistas para la coyuntura, y que se puedan plantear a lo largo del movimiento nacional, y creo que esa tarea esta en manos de los militantes peronistas de toda índole, más allá de las dirigencias, que por el momento parecen tener otras preocupaciones.
Por estos lares, la cosa no funciona así, pero nadie puede evitar que algunos crean que ese es el camino, y que calcar los flacos paradigmas posmodernos importados sea la clave de bóveda que nos provea las respuestas que no tenemos.
La historia política presente (la de los últimos veinticinco años) es para el movimiento nacional justicialista la de la desesperada búsqueda de nuevas significaciones políticas galvanizadoras, que a la vez se nutran en el reservorio histórico y recolecten las experiencias de una nueva sociedad posmoderna en la era de la hipertrofia tecnológica de un tardocapitalismo triunfante, con los particulares impactos verificados en la singularidad latinoamericana y nacional.
Después de los politraumatismos y laceraciones que el movimiento peronista sufre en la noche aciaga del Proceso, lo que va a constatarse como pérdida es la fuerza del mito como activador de los designios populares que supo interpretar y canalizar el peronismo.
Mito que el peronismo instituyó y actuó con el fin de realizar la comunidad con TODOS sus integrantes, frente a la abstracta pacificidad consensual del texto republicano.
Luego, el peronismo demostró en los años democráticos que podía seguir ganando elecciones y que era el único que podía gobernar la nación sosteniendo pisos de supervivencia a quienes habían sido los incluidos y privilegiados en 1945-55.
Sin el peronismo, las cosas hubieran sido mucho peor para las clases populares desde 1983 hasta acá.
Pero el escenario había cambiado: el peronismo ahora es el ámbito de resguardo popular, una luz en la larga penumbra del despojo. Esos diques de contención son el mal llamado clientelismo y el sindicato, no por nada demonizados a coro por la derecha gorila y la izquierda cultural y política, y cada vez con mayor enjundia.
El peronismo cuenta hoy con sus organizaciones, su capacidad de gestión territorial, pero no ha podido recuperar aquel mito que permitiría un avance en la democratización real (inclusión) de las masas.
Desde hace 34 años está pendiente un profundo debate de ideas que se refieran a la sustancialidad política del movimiento hoy, frente a coyunturas novedosas, complejas y diferentes.
Llamémosle, si corresponde, una actualización doctrinaria acorde a una experiencia de masas atravesada por la exclusión lisa y llana.
¿Qué proyecto político peronista para comprender en él no ya a la figura emblemática del obrero industrial liviano, sino al desocupado crónico, al que vive de changas, a jóvenes no escolarizados, al cuentapropismo precario, al trabajador eternamente en negro y des- sindicalizado y al cartonero?
Un multifacético y heterogéneo sujeto popular enigmático con heridas profundas que todavía no han cicatrizado, y que el peronismo todavía no ha interpelado POLITICAMENTE: un pueblo que no ha sido convocado a la manifestación de sus designios en el marco de un proyecto político nacional pensado por la militancia peronista a la luz de los hechos de, por lo menos, los últimos quince años.
Ideas políticas elaboradas a partir del contacto directo con la experiencia popular vivida durante esos años que dejaron huellas materiales y culturales no restañadas, ideas sólo posibles de formular por el peronismo a través de sus militancias movimientistas (no sólo las políticas, sino y fundamentalmente, las sociales).
Se trataría, finalmente, de que el peronismo teorice nuevamente sobre la base de la experiencia histórica reciente, y de cara a un futuro donde juegan a favor del movimiento nacional justicialista (de su ideología y su doctrina), la caída de los paradigmas políticos dominantes (un tardocapitalismo que con cada crisis redobla sus niveles de concentración y que carece de plafond ideológico legitimante).
Formulaciones teóricas que históricamente estuvieron a cargo del conductor, y que ahora, obliga a un tremendo esfuerzo analítico de los cuadros militantes, de peronistas históricos “retirados” y de jóvenes peronistas de toda tendencia y extracción que a partir de sus propias e intransferibles practicas hagan los aportes teóricos necesarios.
Esta tarea presupone una imprescindible lectura de los textos de Perón y Evita como condición necesaria, como el bagaje básico a partir del cual se puede iniciar la comprensión profunda de cualquier época, y en particular, de la actual. Y hago esta mención que acaso pueda parecer obvia, porque en los ´70 hubo una muy disvaliosa elusión de los textos peronistas por parte de amplios sectores de la juventud peronista y de las organizaciones armadas, que incluso se vanagloriaban de ese desconocimiento.
La historia se ha encargado (a costa de la tragedia) dar las adecuadas lecciones.
Pero esa lectura justicialista no debe dar lugar a un doctrinarismo retórico, a la repetición inconexa de “lo que decía Perón”, como ya se vivió con las declamaciones vacuas que cierta dirigencia peronista hizo durante los ´80 y ´90.
Las lecturas deberían más bien otorgar los instrumentos conceptuales para abordar una interpretación peronista de los hechos actuales. La cosmovisión que nos permitiría una creativa comprensión de lo que requiere la actual hora del país y el peronismo.
En estos meses, bajo la presidencia de Kirchner, el PJ se ha reorganizado. Por su parte, el PJPBA eligió sus autoridades provinciales y distritales conforme a un democrático proceso de elecciones internas.
Algo que no puede ostentar la partidocracia republicana, acostumbrada al dedazo y a feudales personalismos promotores del autoritarismo interno. Una nueva “pesadilla” para ellos.
Pero me gustaría saber qué peronismo se quiere, políticamente hablando. Y de esto, es poco lo que dicen Kirchner y las dirigencias nacionales.
Es notorio que luego del conflicto con el campo, Kirchner se topó con una descarnada realidad que acaso venía vislumbrando: lo improbable y equivocado que era pensar al peronismo como “partido de centroizquierda” en el marco de un escenario político moderno a la europea. Se lo escuchó a Kirchner hablar del Partido Peronista que querría: mentó al PSOE como modelo a imitar. Queda saber si se refería a estrictas formas organizativas o a algún tipo de metamorfoseo ideológico.
En todo caso, la columna vertebral del movimiento dio por tierra con aquellos designios: la organización real del peronismo (CGT + Intendencias) no es la de un fantaseado “espacio de centroizquierda” que culturalmente siempre alimento emociones antipejotistas.
En todo caso, el peronismo podría sumar a su propia centralidad política fuerzas “de centroizquierda”, pero nunca podría diluirse como algo más dentro de un “partido de centroizquierda”, como pretende el sabbatelismo, ciertos kirchneristas puros, el cartaabiertismo y los ya fugados Libres del Sur, a los que los une el espanto por el peronismo realmente existente.
Es precisamente la “justicialización” del Partido Peronista lo que permite albergar esperanzas en cuanto a la posibilidad de al menos comenzar esa creación y debate de ideas peronistas para la coyuntura, y que se puedan plantear a lo largo del movimiento nacional, y creo que esa tarea esta en manos de los militantes peronistas de toda índole, más allá de las dirigencias, que por el momento parecen tener otras preocupaciones.