I
La noción de clima destituyente fue moldeada por el colectivo intelectual Carta Abierta al calor de la escalada efervescente que se le fue insuflando al conflicto con el campo.
Conflicto que se compuso de complejas y entrelazadas aristas concretas, ideológicas, simbólicas e históricas, nacido a partir de errores metodológicos puntuales del gobierno de Cristina, para en su desarrollo transformarse en algo más que eso. Digo con esto que no hay (para este hecho político “que tuvo en vilo a los argentinos”) una única y lineal explicación que zanje de un machetazo las discusiones.
Dijeron muy poco quiénes intentaron encapsular el análisis del conflicto como “incapacidad sin fin” del elenco gobernante y no mucho más, e incurren en un memorable relato de ciencia ficción aquellos que creyeron protagonizar una épica revolucionaria de linaje setentista llamada ahora batalla crucial por la redistribución del ingreso (porque los hubo en las plazas, vi nostálgicos y pendejos que creían asistir a la guerra revolucionaria por otros medios. El ´73 es memoria histórica y no continuidad de la historia, y para comprender esto hay que hacer una autocrítica honesta).
El cartaabiertismo elaboró el concepto de clima destituyente para describir un rumor social de clase que se comenzó a vislumbrar en la coyuntura electoral de 2007 (en este caso con un velado ingrediente peronismo/antiperonismo: una “ilegitimidad” de la candidatura peronista sin causa racional, “falta” y/o “choreo” de boletas opositoras, “fraude” declamado histéricamente por anticipado. Eso noté en mis caminatas por centros (sub) urbanos y en una recorrida escolar el día del comicio). El caceroleo que le puso música de fondo al paro “histórico” (qué tema el de la adjetivación ¿no?) abonó definitivamente la verosimilitud del concepto que sostenía la existencia de un ánimo social que no sólo manifestaba su disconformidad política, sino que además “deseaba” la salida de un gobierno democrático.
No veo equivalencias entre clima destituyente y golpismo. Pero sí parecieron verla el gobierno que habló de “golpe” (Kirchner y el desacierto de “los grupos de tareas”), los periodistas de rancia buena conciencia que se afanaron en aclarar que hablar de golpismo era un “delirio”, y el esperpéntico catálogo opositor que como parte del combo se permitió asimilar a D ´Elia con la Triple A y al gobierno con el montonerismo (¿Qué no quedó saldado de los ´70?).
Una confusión más a favor del simplismo, que sirvió para “caldear” los ánimos y hablar muchas boludeces.
Y no, golpismo no hubo, ni hay, porque para ello es necesaria una planificación institucional. Menem desactivó al partido militar hace rato, y el resto tiene el problema de la manta corta. En cambio, lo destituyente es una percepción social, una sumatoria de anécdotas de la vida cotidiana. Es un almacenero amable que te habla de fútbol y de pronto se despacha con un “estos montoneros no pueden estar en el gobierno”, es ir a cobrar el plus jubilatorio de 200 pesos con tu abuela y que la cajera del Banco Piano te diga sin que vos le preguntes que “a esta mina y al marido les falla la cabeza, tenemos que hacer un cacerolazo y sacarlos a la mierda”, es la vecina cándida que opina que “ella es muy soberbia y tiene que renunciar”.
Eso es. ¿Es grave? No, para nada. ¿Es masivo? No, es de expresión cierta pero acotada en términos cualitativos. ¿Tiene sustento institucional viable? No, es una cotidianeidad que se capta en ciertos sectores sociales, por ahora. Son opiniones, deseos, crispaciones domésticas, comentario de mesa en almuerzo dominical en determinadas zonas de nuestra geografía. ¿Es una invocación abstracta inventada en el laboratorio intelectual? No, a menos que la calle nos sea un lugar extraño.
Pero lo de clima destituyente ha sido zarandeado hasta desvirtuar lo que se pretendía señalar. Un uso abusivo. De Kirchner, a quién parece que le gustó tanto el término, que lo incluyó en documentos oficiales del PJ y lo vocifera a modo de condena de todo movimiento opositor, y en realidad termina siendo la excusa que legitima no revisar aquellos errores y desaciertos que sólo al propio kirchnerismo le caben.
Pero también abuso del cartaabiertismo que lo creó, en tanto afirma que se trata de un clima destituyente “con categoría de golpismo” pero no tanto (¿?), hablan de una escalada de ese clima, un avance progresivo a la manera de un sigiloso King Kong entrando a la metrópoli. Una amenaza en ciernes, ahora con visos institucionales que le darían categoría golpista. Acá sí entramos en un terreno alucinatorio que convendría no transitar, a riesgo de que la lógica conspirativa termine devaluando cada uno de los análisis políticos que pretendan hacerse.
El ánimo destituyente tiene su singularidad en ser eminentemente social, acotado a ciertas esquinas urbanas, en ser una inmaterialidad tangible que flota en los humores sociales no menesterosos, y que remite en parte a la herencia del ejercicio destituyente de 2001, aquel clímax de ciertos sectores medios que consideraron el episodio delarruista como fruto de su única y propia actuación espasmódico-cacerolera, y no como el acto final del agotamiento de un dilatado proceso socio-económico.
De allí en adelante, los sectores medios aludidos (“los que rajaron a De La Rúa”) se creyeron exclusivos artífices de cualquier posible revocación de mandato de hecho, boys scouts del eventual raje si es que “hay algo que no me gusta”, con prescindencia de contextos y voluntades mayoritarias. Gestualidad destituyente inoculada como variante devaluada de aquel simpático Grito de Munch anarquista que fue el “Que se vayan Todos” nacido de los soviets capitalinos. De ese espasmo hablaba Natalio Botana.
Lo cierto es que el cartaabiertismo se excede, exagera los alcances reales de la pretensión destitutiva y de este modo la banaliza, la torna caballito de batalla para cualquier ocasión: “El clima destituyente se profundizó con otros mecanismos”. Si esa profundización tiene que ver con alguna declaración de algún dirigente agrario que admitió acciones esmerilantes, digamos que también la cosa no agrega mucho a lo sucedido expresamente, porque los agrarios participan del drama de la manta corta, y el tiempo vino a certificarlo. Por lo pronto, lo destituyente no aumenta o disminuye según la ocasión: está ahí, como latencia de ciertas vidas cotidianas.
No considero una buena estrategia política la invocación todo-terreno que se hace del “ánimo destituyente” para explicar cada uno de los movimientos que se dan en el tablero político, y menos aún en un año electoral, jugando el oficialismo un falso papel de víctima que poco le interesa a la mayoría popular.
Jorge Asís, a parte de ser un gran escritor (o por lo menos alguien que escribe literatura que me interesa leer), tiene una virtud de la cual el cartaabiertismo carece: mira la política sin los lastres de la solemnidad y la gravedad, se la toma un poquito en joda, sin que esto signifique desmerecerla. Y a veces esa mirada es necesaria porque aleja de las falsas épicas y acerca a los problemas concretos. Me refiero a la forma, y no al contenido de lo que Asís opina políticamente. Y Asís no evita hablar del clima destituyente ni del cartaabiertismo. Lo hace en términos jocosamente esperables, pero no deja de insinuar el subterráneo dilema progresista que habita en ese colectivo: la demonización del pejotismo, la lejanía del espacio popular diario, la incomodidad de pensar la política como construcción de poder. Asís dirá que el clima destituyente es un invento liso y llano que forma parte de “la seducción implícita en el armado de los significantes” que el cartaabiertismo postula. Y si bien Asís se equivoca en la negación absoluta del evento ( y lo sabe), en el exceso cartaabiertista la idea de mero significante se legitima parcialmente, porque ni la cosa no existe, ni tiene los alcances amenazantes que se creen ver. Ni Carta Abierta, ni El Turco Asís.
Obedece todo esto a perspectivas disímiles: mientras Asís lee la política como el sendero hacia la construcción y el sostenimiento del poder, y no más que eso, el cartaabiertismo la analiza como construcción ideológica y de mundos simbólicos, y no más que eso.
Asís opera y falta a la verdad cuando dice que en oposición al gobierno se manifestaron “los sectores presentablemente mayoritarios de la sociedad.” Porción significativa, pero nunca mayoritaria. Y el cartaabiertismo yerra el vizcachazo cuando postula un creciente aumento del clima destituyente, insinuando formas golpistas concretas.
En otro sentido, Asís castiga sobre el talón de Aquiles del colectivo intelectual: “Suelen deslizarse entre la zona liberada de la Biblioteca Nacional. O en el foco, inofensivamente insurreccional, del café de la Librería Gandhi.” El inveterado doble rasero que padece el progresismo, y al cual el cartaabiertismo no escapa, más allá de sus buenas intenciones. Porque más allá de un reducido grupo que genuinamente piensa desde una mirada nacional, las segundas y terceras líneas del colectivo de reflexión no son más que la encarnación de un progresismo académico-popular antipejotista, armador de comisiones, ostentador de títulos profesionales, concienzudos y eternos elaboradores de papers sin destino concreto, cultores de la interminable paja intelectual que conozco y ya no tolero por servir sólo a los egos universitarios, y poco más que eso.
Asís se centra en la política-poder, y si bien desmerece lo que las ideas pueden aportar, lo cierto es que lo ideológico desprendido de la praxis no conduce a ningún lugar. Cuando Asís dice que en las rutas estaban los votantes del kirchnerismo, dice algo dolorosamente cierto. Por eso hablar del bloque del campo como una neo-derecha homogénea es relativo, o por lo menos no explica todo. O evita referirse a lo que sin duda fueron errores originarios del gobierno, y esto no tiene que ver tanto con la aplicación técnica de la resolución 125, sino con no haber previsto el problema político que se avecinaba a pesar de las muy previas advertencias de la propia militancia del interior y de los intendentes. Los votos kirchneristas que se van a perder en las elecciones de este año, y que podrían haberse evitado perder. ¿Esos votos eran de neo-derecha? ¿Esos votos que alojaron a Flopy Randazzo en la silla del Ministerio del Interior? No me parece que la cosa sea tan simple.
Por eso, ni Carta Abierta, ni el Turco Asís. Que las ideas no prescindan de la realidad, y viceversa.