martes, 2 de diciembre de 2008

Los Signos Políticos del Kirchnerismo


Va siendo la hora de encontrarle la estructura profunda al kirchnerismo; su razón de ser en la política argentina desde que la transita como sorprendente irrupción y permanente protagonista desde hace cinco años y medio.

Hablo del kirchnerismo como expresión del peronismo de estos tiempos y no de otra cosa. Como imprevisible restauración de la discusión de lo efectivamente político en la Argentina después de veinte años de democracia descafeinada. Como reintroductor del conflicto en tanto dinámica de lo político, postulando discursivamente y en acciones la existencia de intereses en pugna como expresión natural de la política democrática, cuando nos estábamos acostumbrando a la artificialidad de consensos absolutos, a la política como gerencia administrativa a cargo de “especialistas técnicos”.

El kirchnerismo salió a obstaculizar la definitiva despolitización en curso que desde 1976 aflige a la política, y eso lo signa. Lo erige en contradictorio pero exclusivo dueño de la iniciativa política en un escenario donde el resto de los actores políticos va a contramano, con otro libreto, blandiendo desesperados asertos donde lo que menos resuena es algún tipo de sustancialidad política, algo que merezca ser atendido como “mis ideas y mi proyecto para el país, y que sea distinto a lo existente o existido”.

Si algo le ha ofrecido el kirchnerismo a sus contendientes, es una agenda política. Le propuso discutir los temas cruciales y postergados (un modelo de Estado, un modelo productivo, modos de abordar los problemas nacionales y su resolución) y en ese reto quedaron desnudas las flagrantes distorsiones entre la idea y el acto que exhibió el hasta ayer prestigioso progresismo, y el páramo propositivo de una derecha que prefirió la queja y el denuesto moralista, aséptico y desideologizado.

El kirchnerismo expresó su proyecto político entre avances y limitaciones, pero con la autoridad de quién se sabe detentador del poder real (con todo lo que esto implica, para bien y para mal); en vez de recoger el guante y aprovechar la agenda otorgada, una vasta mayoría de las fuerzas políticas decidió eludir la discusión en términos políticos de modo descarado, optó por no alternativizar con proyectos y programáticas viables y concretas, decidieron no contestar con su propio proyecto de Nación, acaso porque no lo tienen, o acaso porque lo tienen pero no es nuevo sino que vuelve de lo peor ya vivido por el pueblo: conocemos la repetitiva gestualidad que unifica al republicanismo.

Pero que quede claro que el kirchnerismo ha ofrecido y no deja de ofrecer una nutrida agenda política para que las fuerzas políticas y sociales trabajen sobre ella, construyan política  a partir de ella (para adherir, o superarlas con proyectos alternativos). 

Que grandes temas nacionales como las AFJP, la movilidad jubilatoria, las estatizaciones de servicios públicos, la reestructuración de la deuda, la recomposición del mercado de trabajo, entre otras cuestiones promovidas desde la gestión kirchnerista sólo hayan despertado en las fuerzas políticas comentarios dignos de una mesa de café o declamaciones vacuas sin esforzarse por siquiera tomar alguna herramienta de análisis serio, es preocupante porque nos da cuenta de a lo que ha quedado reducido el sistema político y sus dirigencias. En ese contexto, el kirchnerismo se fortalece aun mostrando flaquezas y debilidades, porque no renuncia a la iniciativa y a la imprevisión de sus decisiones.

El actual escenario de crisis lo erige en único garante real de la protección de intereses: de los populares, pero de los empresariales también. Ningún sector social corporativo, ni el poder económico pueden actuar hoy con prescindencia del gobierno: pese a las presiones y las advertencias, necesitan al gobierno, en especial a este gobierno. 

En esa interdependencia, el gobierno puede imponer ciertas condiciones, asumir una autonomía política que no significa tampoco dejar de tener acuerdos y alianzas económicas, pero ahora también tiene alianzas sociales, con las centrales sindicales sentadas en la mesa. Nadie puede cortarse solo, y el kirchnerismo lo sabe.

Otra cosa que se viene esperando por muchos es la “inminente neoliberalización” del gobierno. El famoso viraje hacia políticas de ajuste después de la ilusión populachera: seguir los pasos de Frondizi o Alfonsín. Lo cierto es que el viraje no se ha dado, y esa decisión también marca al kirchnerismo

Un escenario de crisis podría haber justificado medidas fuertemente regresivas (“economía de guerra”, “hay que pasar el invierno”); Cristina podría haber ajustado el tipo de cambio y dar subsidios directos al empresariado de prósperos balances, pero no lo hizo. El menú incluye beneficios a cambio de contraprestaciones, otorga pero exige.

Hay un límite que el kirchnerismo parece haberse autoimpuesto: no hacer pagar a los sectores populares los costos que llevaron al desfonde social de 2001. 

Los Kirchner no quieren conflictividad social de la real (la que surge de la pauperización extrema de las clases populares), y menos aun quieren solucionarla con represión. 

Hay un piso de reparación social que el kirchnerismo va a garantizar; otra discusión es como se avanza para que los reparados sean más, pero esa era una discusión impensada hace siete años, y esto lo valoro, porque no hacerlo es cagarse en la gente que en estos años consiguió un laburito, la blanquearon y sindicalizaron, en el que se pudo jubilar y acceder a una cobertura social mínima pero mejorada, en el que pudo volver a abrir un taller o una empresita. Minimizar estos logros es despreciar al pueblo que se benefició con ellos.

Después del golpe político que significó el conflicto agrario para el kirchnerismo, (conflicto que más allá de porcentajes retenidos, compensaciones, problemática agropecuaria, puso en el tapete significancias politicas hasta allí contenidas, pero que explotaron sin aviso) la salida se hizo a fuerza de iniciativa, poniendo a laburar al parlamento, obligando a la oposición a desnudar sus miserias en el debate legislativo, y de allí se llega a un final de año donde lo que sigue siendo presencia política tangible, es el kirchnerismo, y entonces uno piensa si los reacomodamientos políticos y los sinceramientos que dejó al descubierto el conflicto por las retenciones, a pesar de traer una segura pérdida de votos en algunas zonas del interior, de algún modo no benefició al kirchnerismo en cuanto a lo que significa políticamente, no terminó por reafirmar sus signos políticos distintivos del resto

Algo difícil de mensurar, pero que flota en el aire casi (casi) como una certeza.