Black Night. Sabido es por todos que salimos de la dictadura de 1976 peor de lo que entramos. Diciembre nos encuentra cumpliendo 25 años de democracia ininterrumpida. Muchos han ponderado los rasgos positivos que dejaron estos años, por eso no voy a ser redundante. Sí reflexionaría sobre otros aspectos más complejos y subterráneos que tienen que ver con las profundas marcas político-culturales que se fueron sedimentando en el enlace de los tiempos dictatoriales con los democráticos. Algo que está en la realidad de los comportamientos sociales y populares, pero que no explican la televisión o los diarios, y menos aún la clase política que se reproduce y se afirma en la negación de aquellas marcas.
En 1983 no comienza nada, sino que se sigue terminando algo. Se sigue terminando el ´73 con sus esperanzas y frustraciones. La nueva etapa democrática surge de un consenso tácito (entre Estado, partidos políticos y sociedad): erradicar el sentido político del proceso de luchas populares del cual el ´73 es la desembocadura exponencial. Una carga de memoria histórica colocada en el desván del olvido a cambio de una Republica democrática en grado cero, pura y aséptica, sin anclajes con el pasado nacional.
De la democracia para la Justicia Social por la que se vino luchando hasta el ´73, a la democracia para la formalidad institucional plasmada en los ´80, acatada por todos (inclusive por un peronismo amnésico), menos por el pueblo que se queda (realmente) fuera de la foto. Que con la democracia se come y se educa va a ser sólo una remanida declamación sin ningún tipo de interés en ser materializada. Por nadie.
1983: inauguración de discursos que ocultan las significaciones políticas reales del antagonismo nacional –histórico (1955-1973) bajo difusas e inocuas valorizaciones (horror, muerte, violencia, terror) que simplifican todo como parte de un supuesto “equivoco histórico” a no repetirse. En realidad, este discurso invoca la necesidad de que la lucha y el conflicto popular no se reinstale como natural desenvolvimiento de la política (como sí lo fue durante gran parte de la historia política nacional del siglo pasado) para en su lugar fomentar la dócil artificialidad del consenso democrático firmado por las elites políticas con prescindencia de las voces del pueblo. Un premeditado transito cultural de la política a la antipolitica.
Este y no otro es el certificado con el que nace la democracia de 1983, haciendo realidad los deseos albergados por la dictadura militar que ve cómo su obra comienza a rendir frutos. La escena final de los ´70 ofreciendo violencia política y exterminio a borbotones aparece como la justa excusa para hacer un borramiento del mundo de ideas y acciones políticas que portó esa época y las décadas anteriores. Como si la crudeza horrorosa del final nos hiciera olvidar lo que decía el resto de la película.
Into the fire. Los tiempos democráticos van a caracterizarse por la incursión de relatos fuertemente reduccionistas, economicistas y en exceso simplificadores de una realidad siempre compleja y nunca unívoca. Simplificaciones que documentan la catástrofe cultural sufrida por la política, que ahora pasa a explicarse por la economía. Lo político subordinado a lo económico, como nunca hubiera permitido Juan Domingo Perón. La política explicada por economistas en estudios de televisión. La instalación de relatos juzgados como verdaderos por amplios actores sociales y políticos de todo cúneo.
Un ejemplo claro de este reduccionismo conceptual reside en la frase: “La dictadura de 1976 tuvo como objetivo la imposición de un programa económico neoliberal”. Concepto escuchado hasta el cansancio como latiguillo explicativo, y que podía ser dicho por el militante de izquierda, el sociólogo de FLACSO, el aplicado cuadrito de la Juventud Radical, Chacho Alvarez, Lozano, el dirigente piquetero, Bonasso, Verbitsky, el politólogo del CONICET, el militante de los organismos de DDHH, Víctor De Gennaro, Lanata, Pagina/12, Santiago Kovadloff o el cuadro universitario de la FUBA.
Un concepto mentiroso, que sustrae la honda densidad política que los objetivos de la dictadura militar tuvieron: la desaparición literal de una masa política de profunda autoconciencia nacional-popular (y no la desaparición de personas per sé) y la desarticulación de practicas y formas de organización político-culturales nacidas al calor del peronismo en el 45 y que se extienden dinámicamente hasta 1976.
Objetivos dictatoriales que buscaron y lograron promover estructurales modificaciones históricas y culturales que pusieron en fuga la comprensión política real de las luchas populares que habitaron y signaron la escena nacional en gran parte del siglo pasado. Introducir una brumosa lejanía en la memoria del cuerpo social que le impide hoy reconocerse en la historia, como si ciertas cosas no hubiesen sucedido.
Es esta para mí la estructura profunda que explica sustancialmente a la dictadura genocida del ´76, y no algo completamente contingente como la instauración de un plan económico. Un avieso acto de deshonestidad intelectual sería reducir todo a la necesidad de introducir políticas neoliberales, porque ese argumento poco dice de la excepcionalidad de la dictadura como respuesta a la excepcionalidad del ´73 como época de mayor visibilidad del antagonismo nacional entre movimiento popular de liberación conducido por su líder, y elite cívico-militar oligárquica y liberal dominante.
Antagonismo que existió concreta y realmente en el proceso político, más allá de militarismos y vanguardismos, reaccionarismos, grupos parapoliciales, y más allá de la lúcida conducción estratégica de Perón.
El argumento “dictadura genocida para imponer modelo neoliberal” pone al descubierto una lectura ¿política? que admite originarse en una sociedad desfondada y lesionada política, social y culturalmente que asume servilmente reducir todo acontecimiento complejo a una mirada economicista cultivada en la siembra del nuevo tiempo democrático, despojada ya de toda pertenencia a una memoria política de las luchas populares pretéritas. Síntoma de la mercantilización del pensamiento y los discursos explicatorios de la política. El desierto de ideas que impera en la escuálida democracia política que nos toca vivir. Democracia sólo registrable popularmente cada dos años en el cuarto oscuro.
Higway Star. Caminando por los senderos de grava de la democracia, encontramos pocos transeúntes y muchos tirados al costado del camino, como volviendo a una pesadilla anterior a 1945. Un renovado “subsuelo” en la era de los teléfonos celulares y los plasmas de alta resolución. Los píxeles y el plato de comida en “pacifica coexistencia” dentro de la comunidad tecnológica. La irrupción kirchnerista empieza a litigar contra algunos relatos y realidades que estructuralmente están lejos de revertirse.
Mistreated. ¿Cuáles son los discursos que explican la realidad en la actual democracia? La política despolitizante se estructura en torno a la elusión del imperativo político “justicia social”. La democracia dejó para un mejor momento el tratamiento real del hambre y la miseria. Ocuparse centralmente del tema implicaba el retorno de viejas antinomias populares que no conviene agitar. La “realidad política” la pasan a explicar discursos “objetivos”, simplistas, desideologizados: los lenguajes mediático, economicista, moralista y estadístico se hacen cargo de la política.
La pobreza y la indigencia pasan a hablarse como datos estadísticos ubicados en encuestas, porcentajes, gráficos, números, curvas, y parábolas. La encuesta suplanta a la compleja explicación política del fenómeno. La encuesta es el dato inapelable, irrefutable, que sutura toda “subjetividad”, inclusive la del análisis político-ensayístico.
La realidad pasada a gráfico de barras, los pobres transformados en fría cifra. Líneas de pobreza e indigencia: la índole de la existencia humana calificada por ecuaciones econométricas de precisión. Una línea determina si sos o no pobre, con absoluta prescindencia de todas las demás variables subjetivas que sí existen en la vida cotidiana del sujeto popular.
El imperio de las consultoras como eternos diagnosticadotes del mapa social. ¿Y? ¿Qué más? Nada, sólo datos: 5, 10 o 15 millones de pobres según “mi última medición”. Como dijo alguien con extrema lucidez, “lo que cuesta explicar, se encuesta y a la mierda”. Así también se reduce y trivializa la noción justicia social, dislocando sus lazos con la política y el proceso histórico nacional.
La desangelada estadística permite que una persona sea o no pobre por 100 pesos de más o menos en su salario: por debajo o encima de “la línea”. ¿Dice algo esto acerca de la subjetividad real que vive el sujeto pobre? No, porque la estadística está tan lejos de él como lo está quién lo desprecia premeditadamente por razones culturales.
En estos meses se comenzó a plantear nuevamente la cuestión del aumento de la pobreza, y la discusión se volvió a establecer sobre el eje estadístico: la batalla de las cifras entre la progresía y el gobierno, y de los pobres de carne y hueso que se ocupe otro (y alguien se ocupa, pero los bienpensantes lo llaman “clientelismo”).
En medio del fragor numérico, Cristina Fernández (a quién le cabe una enorme responsabilidad política en el tema) dijo una verdad que pasó desapercibida: dijo que la pobreza no se podía medir sólo por estadísticas, sino que había que contemplar la existencia vital del ser humano, sus expectativas y la situación de la que venía, etc. Nociones relativas a lo humano, que van a contrapelo del clima de época.
Smoke on the water. Veinticinco años de democracia, con claroscuros, y una erosión cultural irreversible. Habrá que avanzar sin manual de instrucciones, reconociendo el estado del terreno, en busca de la Justicia Social que hoy descansa en la Isla de los Muertos.