Cristina Fernández. Cuadro político y Presidenta de la Nación, en ella encarna hoy el mejor peronismo de los últimos 25 años.
A mediados de 2007, el establishment económico argentino dijo basta, hasta acá llegamos.
Después de las crisis terminal de 2001 que había sido el fruto maduro de una matriz de acumulación sustentada exclusivamente en la renta financiera, se pasó a un modelo diversificado agroindustrial con perfil productivista. Este cambio no significó que los grupos de la concentración económica dejaran de percibir altas rentabilidades, que incluso son equivalentes a las obtenidas durante el reinado de la valorización financiera.
Sin embargo, la nueva matriz productivista profundizada por Kirchner a partir de 2003 impactó positivamente en la vida popular al reactivarse un incipiente eje producción-empleo que permitió la disminución del desempleo, el aumento de trabajadores sindicalizados y la reinstalación de las paritarias y las firmas de nuevos convenios colectivos de trabajo por rama de actividad.
La recuperación progresiva del poder adquisitivo de los sectores medios y populares redundó en un aumento del consumo interno, y por ende de la producción.
El Estado recuperó cierta dinámica autónoma (insuficiente, pero no menor) traducido en la fijación de un rumbo macroeconómico del país, aunque sin una planificación detallada para cada área productiva a los fines de maximizar su desarrollo.
Pero no obstante las falencias y contradicciones exhibidas por el gobierno peronista, el escenario al que se ha arribado es tangiblemente superior al de 2001, aun cuando no se hayan atacado los núcleos duros de pobreza estructural.
Cuando la recuperación salarial llegó a los niveles anteriores a 2001, promediando el año 2007, el capital concentrado decidió que ese mejoramiento del ingreso popular era suficiente: hasta allí llegaban las concesiones que el empresariado podía otorgar al Estado y fundamentalmente a las mayorías populares asalariadas. Reacción nada novedosa si espiamos brevemente la historia nacional: el poder económico vernáculo siempre se caracterizó por su impronta expoliadora y por su desdén a integrar cualquier proyecto de desarrollo nacional.
No es sino a estas apetencias rapiñeras de los grupos empresarios que se debe atribuir el progresivo aumento de la inflación evidenciado desde fines de 2007 a la fecha: existe una deliberada intervención formadora de precios por parte de quienes dominan la cadena productiva. El cortoplacismo no es patrimonio exclusivo de la clase política.
Efectivamente la inflación no puede ser atribuida al “aumento” del costo salarial: un vistazo de los balances de las empresas (agrícolas, industriales y de servicios) del 2003 para acá nos muestran una sideral multiplicación de las utilidades que tornan irrisorio cualquier “costo laboral”.
Y en una ínfima proporción el brote inflacionario corresponde a los cuellos de botella en la capacidad instalada (sector energético).
Ante la presión ejercida vía inflación por un empresariado ya reacomodado después de las turbulencias de 2001, hay que decir que los controles de precios adoptados por el gobierno fueron ineficaces y fallidos.
No obstante ello, conviene tener en claro desde donde provienen los bombazos, a fin de no hacer lecturas políticas distorsionadas, (por Ej., pensar que la inflación se origina en “la exclusiva culpa” del Estado) y precisamente asignar a este gobierno peronista todos los males, como si no hubieran otros actores tallando fuerte. En este contexto no es un dato menor el rol pasivo que juegan las mayorías populares.
Naturalmente, es como producto de esta manifiesta intencionalidad política de las grandes empresas que hay que entender parte de la compleja índole del reclamo agrario de marzo-julio de 2008: como me decía Rosa, una humilde vecina del barrio Las Casuarinas, “no me parece mal que los del campo hagan sus reclamos, pero gracias a estos muchachos el kilo de carne aumentó cinco pesos en una semana.”
Indudablemente los sectores dominantes de la economía buscan descontar los casilleros avanzados por la masa asalariada desde 2003, ante un gobierno que se muestra peligrosamente dubitativo.
La cosa se pone espesa, y la recesión internacional aparece como la excusa perfecta para que el voraz empresariado argentino se largue a un injustificado recorte de los benditos “costos laborales” (en varios casos ordenados por las casas matrices); para quienes no lo saben, les comento que ya se están ejecutando despidos, no masivos pero constantes y en bajas dosis para no sacudir el avispero.
El mayor problema está en las pymes donde los despidos son razonablemente justificados por el parate productivo, pero las grandes empresas están aprovechando la volada para avanzar contra las magras pero concretas conquistas de las clases asalariadas, y me preocupa que el gobierno de Cristina Fernández no tome medidas de fondo para evitar ese avance.
Deberá tomarlas, si no quiere que se active una conflictividad indeseada para nadie (salvo para la oposición política, que no tiene responsabilidades gubernamentales, por suerte) y deberá hacerlo antes de que la CGT se vea obligada a convocar a paro nacional y movilización; si el frente peronista kirchnerismo-CGT sufre fisuras perdemos todos y ganan las minorías de siempre.
Es en este contexto donde se dicta inoportunamente el fallo sobre desregulación sindical, que no puede ser dejado de leer en términos políticos más que cuestionables: muchos de nosotros esta película ya la vimos.
La coyuntura pone a prueba la capacidad política del kirchnerismo, ahora en un escenario estrecho y complejo, que requiere sintonía fina.
A pesar de todas las críticas y errores, es el peronismo kirchnerista el único sector político que está en condiciones de tomar decisiones que resguarden a los sectores populares. No se si las va a tomar, pero es seguro que no habrá otros que las tomen.
Más aún cuando vemos la palmaria y cada vez más patética orfandad política de toda la oposición, y a un peronismo disidente cuasi-residual tanto en términos conceptuales como facticos; que el destino nos libre de que tengan que asumir alguna vez la responsabilidad política de gobernar.
Muchos tendrán que entender que si le va mal al kirchnerismo, no se joden sólo Néstor y Cristina. Nos jodemos todos.