Las elecciones regionales venezolanas han dejado varias aristas para un interesante análisis sobre los comportamientos populares y cómo en ellos impactan las estrategias de acción política concreta llevadas a cabo por las dirigencias políticas. La contienda democrática posibilita que periódicamente los elencos políticos vean el resultado de sus actuaciones efectivas en el terreno popular.
En términos generales, el chavismo confirmó holgadamente su hegemonía en las proporciones 60-40 que se vienen dando desde 1998. Porcentaje de apoyo popular no menor teniendo en cuenta los lógicos desgastes que producen los años de gestión. Sin embargo hubo resultados electorales que ponen de manifiesto ciertas tendencias elegidas para la construcción política que merecen una reflexión actual con miras a lo que puede ser el futuro.
El Petare es la barriada popular más grande de Venezuela. Viven allí cerca de un millón y medio de personas y es un lugar con una alta significancia para toda fuerza politica que se precie de ser popular. Chávez no perdió allí ninguna elección desde 1998. El Petare, con sus precarias y laberínticas construcciones escarpadas sobre el cerro, se parece mucho a la Casbah argelina: marginales, lúmpenes y olvidados viven allí, a las puertas de Caracas. En el referéndum constitucional de 2007, Chávez pierde en el Petare y en las regionales de ahora, vuelve a hacerlo. Para Chávez perder en el Petare es como para el peronismo perder en La Matanza. ¿Por qué ocurre esto?
Se me ocurre pensar que hay un problema que se refiere a los modos de trabajar políticamente. Los habitantes del Petare dicen que no votan contra el proyecto chavista, sino contra los “desastrosos” dirigentes que presenta el PSU.
Pésimas gestiones municipales y estaduales en Miranda, avaladas por Chávez a través de candidatos quemados frente a la mirada popular. Dirigentes aburguesados que no se meten en el Petare, dejando el camino libre para una oposición que sí se metió entre la gente para escuchar los reclamos concretos. La dirigencia chavista prefirió el consignismo ideológico y la declamación revolucionaria en vez de solucionar las urgencias concretas que el Petare venía reclamando (los graves problemas de inseguridad, las carencias de infraestructura, más allá de los beneficios logrados en asistencia sanitaria).
En definitiva, la burocracia política chavista no se embarró los pies en el fango de las necesidades concretas y urgentes de los más pobres, y no permitió que lo hagan los referentes de base, los que tienen llegada y contacto cotidiano con los problemas. El resultado electoral en el Petare muestra con elocuencia los déficits de la construcción chavista, y aunque hoy no representa un riesgo para la hegemonía de Chávez, es sin duda una luz de alarma que debe ser considerada, porque si se pierde entre los sectores populares, quiere decir que algo no va bien.
El riesgo reside en que se vaya conformando una burocracia dirigencial elitista, a la usanza soviética o cubana, una suerte de casta politica privilegiada divorciada del sentir popular y de la concreta realidad que sufren las clases populares, y que se intente reemplazar el trabajo barrial del día a día por la grandilocuencia de las consignas revolucionarias vacías de contenido, pidiendo fe ideológica al pueblo, pero sin otorgarle mejoras significativas en su calidad de vida.
La consolidación de este modelo de construcción es lo que Chávez debe evitar si no quiere ver disminuido su poder real. La situación del Petare es la muestra cabal de que no son los militantes de base que laburan en el territorio los favorecidos luego con las candidaturas; se opta por los burócratas, que son los que provocan el rechazo en el pueblo, por sus malas gestiones y por haberse enriquecido a costa de la función pública.
Esto es visualizado por el pueblo, y en las elecciones se pagan los costos. Chávez deberá tomar nota, el Petare es una señal.