miércoles, 5 de noviembre de 2008

Clientelismo y Liberación



Niños argentinos, "esclavos y cautivos del diabólico clientelismo"


Los tiempos preelectorales del crepuscular 2007 trajeron consigo viejos fantasmas que parecían soterrados del lenguaje político post-dictatorial; fue allí cuando la sorprendente falta de ideas de la oposición política se tradujo en la restauración de axiomas de fuerte linaje gorila, desempolvados (ahora sí sin hipocresías) para la ocasión: oposición que instaba a aglutinar a las clases medias con las altas para a partir de esa unión solidaria, “liberar” a los más humildes, esclavos y cautivos del perverso clientelismo al que lo somete y degrada el peronismo. 

Palabras más o menos, a esta cruzada de liberación invitaron ciertas fuerzas políticas de oposición, y alrededor de cuatro millones aceptaron el convite depositándoles su voto.

Ciudadanos libres y excluidos esclavos a la usanza grecorromana es el dualismo falaz que propone esa mirada de fuertes reminiscencias anti-democráticas y anti-populares.

Entre los lugares comunes del discurso político (desde derechas a izquierdas) aparece un tópico reiterado: la crítica del clientelismo.

El clientelismo visto como una práctica viciada y nociva que debe ser extirpada a favor de formas de asistencia que “dignifiquen al pobre” y “ lo liberen del escarnio punteril”; un “drama” narrado desde la lejanía conceptual y fáctica, desde la monografía escrita en un despacho con aire acondicionado y /o tan sólo desde la ingenuidad de la buena conciencia: en cualquier caso, una abstracta crítica del clientelismo como concepto, y no de lo que éste es real y efectivamente en su concreta práctica. Por lo tanto, crítica distorsionada y errónea.

Lo que secamente algunos definen como clientelismo encierra una multiplicidad de relaciones sociales que se desenvuelven en la vida cotidiana de los sectores populares, con códigos y maneras que quiénes no protagonizan, desconocen o no comprenden.

La reducción de un complejo fenómeno social-político-cultural-barrial a un simple estado de “esclavitud” es una perversión conceptual que conviene refutar:

 1-.  El clientelismo no establece una relación de sujeción del pobre. En realidad se establece un vínculo de intercambio, oneroso para ambas partes. Hay una interdependencia que iguala: uno necesita lo que provee el otro y viceversa.

2- .  El clientelismo no degrada, sino que fija un piso de dignidad para los sectores más desposeídos. Esa asistencia que otorga, obra como límite ante el abismo. El clientelismo es un freno a la caída libre de aquel ser humano que está en la miseria.

3-     El clientelismo implica un dispositivo que brinda ayudas y asistencias concretas en un estado de supervivencia al que el pobre es llevado por las consecuencias de las políticas económicas instauradas y avaladas por esos mismos sectores políticos que discursivamente se horrorizan ante la existencia del clientelismo como “mal peronista a extirpar”, haciendo gala de las más oprobiosa hipocresía.

4-     El clientelismo es la forma de defensa social encontrada por un pueblo castigado impiadosamente por décadas hasta ser literalmente excluido del mapa, gracias a las sucesivas políticas de entrega del capitalismo más salvaje. Un pueblo tirado por la borda del sistema que debió encontrar en soledad las formas para la subsistencia, ante la desidia de absolutamente todos, una vez quebrados los endebles lazos de fraternidad comunitaria.

5-     El clientelismo y sus ayudas sociales, sus punteros, sus manzaneras (con vicios y virtudes), constituye la presencia política concreta y única que se hace cargo de las urgencias y necesidades más extremas de los más pobres y olvidados. Son esos vilipendiados punteros y manzaneras los que (más allá de ideologías y moralismos)  están en esos lugares donde los demás no, se topan ante el problema y tienen que resolverlo, poniendo el cuerpo cuando los bienpensantes critican desde lejos, como para no mancharse.

Para quién no vivió este tipo de experiencias, es muy fácil hablar del “cáncer clientelista”.

Lo cierto es que en estos tiempos desoladores, el clientelismo opera como la resistencia popular última ante los embates del neoliberalismo (o como quieran llamarle).

En torno del “clientelismo” se disemina una variopinta serie de conductas y situaciones que debemos mencionar, a riesgo de caer en lamentables demonizaciones:

 1-    El denominado puntero y/o manzanera asume una responsabilidad política para con los vecinos del barrio, villa o asentamiento. Si no cumple con las demandas y necesidades de la gente, o la perjudican, se “queman” políticamente. El puntero está controlado por el barrio.

2-     El puntero y/o manzanera vive en el barrio, es vecino e igual de aquel a quién brinda asistencia. Comparten códigos y vivencias. No es un extraño que viene de afuera, hace su trabajo y se va. Existe una relación permanente entre el puntero y el barrio, que hace posible que la presencia y las tareas de asistencia sean cotidianas y no sólo en tiempos electorales, como erróneamente se dice.

3-    En ese escenario, quién garantiza con mayor eficacia la satisfacción de las demandas populares es el peronismo. La militancia peronista está acostumbrada a manejarse en ese terreno sin temores, porque es algo que no le resulta “extraño”: hay allí una identidad política y cultural que aún maltrecha, sobrevive.

4-    Quiénes designan al clientelismo como un pernicioso fenómeno inherente al peronismo, faltan a la verdad. Todos los gobiernos municipales no peronistas ( radicales, socialistas, progresistas, sabbatellistas, ibarristas, etc.) que en el discurso repudian al clientelismo, en la practica concreta y diaria de sus gestiones lo aplican sin dilaciones ni rubores, montando un dispositivo “punteril” propio y/o acordando con los referentes barriales del Partido Justicialista para que continúen realizando el trabajo “por ellos”. De ahí que quiénes demonizan al clientelismo no son más que hipócritas a los que poco les interesa mejorar la vida de los más pobres.

La militancia me permitió conocer punteros, y sobre todo, manzaneras: mujeres gauchas, laburadoras, referentes del barrio a las que se acudía buscando ayuda: medicamentos, la madre de un pibe que cayó preso, una mujer golpeada. Minas de fierro en las que el barrio confía y se identifica. Porque son ellos los únicos que están cuando se los necesita. 

Los que critican, los que postulan quiméricas “redes de asistencia social universal” (hasta ahora sólo posibles en sus elaborados “papers”) en reemplazo del precario pero real y efectivo clientelismo, lo hacen desde lejos, desde cómodos teoricismos alejados (una vez más), de la descarnada realidad. No quieren liberar, sino someter.