La militancia de superficie de JP (JUP, JTP), a pesar de acatar las directivas de la conducción montonera, no deja de dudar acerca de los peligros del vanguardismo iluminado de una élite guerrillera cada vez más alejada de la voz popular y sus querencias. Esta preocupación existía de hecho en los ámbitos militantes, y ponía de manifiesto la lucidez e inteligencia de los cuadros que integraban los frentes, y que parecía faltarle a los más encumbrados dirigentes-combatientes.
La organización de los frentes se consolida y estructura más orgánicamente hacia 1973, en vispera electoral. Hasta marzo de ese año, la lucha armada aparece legitimada popularmente por la existencia del gobierno dictatorial. Pero ante el radical cambio de escenario, las perspectivas estratégicas de Montoneros no se modifican.
La continua militarización ( no sólo se actúa, sino que se piensa en términos militares) es incompatible con el trabajo militante de los frentes.
Las acciones armadas fomentan la represividad y la irritabilidad del partido militar saliente, pero todavía crucial factor de poder en esa coyuntura, que Perón intentó aquietar con el Pacto Social, pero que debía complementarse con una supresión total de las acciones armadas.
Son precisamente los militantes de los frentes los que sufren la represión a causa de las acciones armadas del ala guerrillera.
Pasado el verano de 1974, los desacuerdos entre Perón y Montoneros hacen que se profundice la vía militarista: este proceso implica la progresiva incorporación de cuadros de superficie que laburaban en los frentes a la guerrilla.
Esta decisión de la conducción montonera debilita la tarea de los frentes de masas de manera irreversible, hasta hacerlos desaparecer: el único vínculo efectivo de la izquierda peronista con los sectores populares es dilapidado para fortalecer la opción militarista.
Montoneros se leniniza, sentenciando su propia derrota: se elige la confrontación militar para "apurar" la toma de poder, para en realidad caer en una espiral de violencia y represión que desmantela el proceso de inserción social logrado ( otra discusión es en qué medida) por los frentes de masas.
Los militantes de superficie, eternos olvidados de la historia setentera, los "perejiles" que fueron arrasados cuando Montoneros decreta el pase a la clandestinidad después de la muerte de Perón, expresaron aspectos verdaderamente genuinos de ese sector del movimiento peronista que pensó en el camino de la liberación haciendo política en los frentes, afrontando las dudas e interrogantes que los pobres iban a plantear a las unidades básicas revolucionarias: no tanto la revolución, sino la necesidad de agua potable, la falta en el barrio de una salita de primeros auxilios, o "pero el gordo de la unidad básica de la otra cuadra dice que ustedes no son peronistas ¿ cómo es la cosa?", o " che, pero Rucci también es peronista".
¿La conducción montonera tenía respuestas para estos imprevistos que efectivamente ocurrían con el propio pueblo peronista que interpelaba a los militantes? La bajada de línea revolucionaria no servía mucho para aclarar la cosa.
Los "perejiles" son la marca indeleble de la tragedia propia de la Tendencia: son las voces inaudibles que quedaron sepultadas por la ceguera vanguardista de las irresponsables conducciones guerrilleras.
Conducción montonera que nunca se hizo cargo de esas muertes que le correspondieron: alguna vez aquellas conducciones debieron asumir la crítica despiadada de sus propias decisiones, esas muertes pesan en su conciencia.
Tornarlos visibles como parte de aquella historia, sacarlos del frío anonimato, atestiguar su existencia vital como parte de la Tendencia y el Peronismo, es algo que nos debemos quiénes pensamos que todo aquel tiempo no puede quedar reducido a armas y violencia.
Fin ( por ahora).
La organización de los frentes se consolida y estructura más orgánicamente hacia 1973, en vispera electoral. Hasta marzo de ese año, la lucha armada aparece legitimada popularmente por la existencia del gobierno dictatorial. Pero ante el radical cambio de escenario, las perspectivas estratégicas de Montoneros no se modifican.
La continua militarización ( no sólo se actúa, sino que se piensa en términos militares) es incompatible con el trabajo militante de los frentes.
Las acciones armadas fomentan la represividad y la irritabilidad del partido militar saliente, pero todavía crucial factor de poder en esa coyuntura, que Perón intentó aquietar con el Pacto Social, pero que debía complementarse con una supresión total de las acciones armadas.
Son precisamente los militantes de los frentes los que sufren la represión a causa de las acciones armadas del ala guerrillera.
Pasado el verano de 1974, los desacuerdos entre Perón y Montoneros hacen que se profundice la vía militarista: este proceso implica la progresiva incorporación de cuadros de superficie que laburaban en los frentes a la guerrilla.
Esta decisión de la conducción montonera debilita la tarea de los frentes de masas de manera irreversible, hasta hacerlos desaparecer: el único vínculo efectivo de la izquierda peronista con los sectores populares es dilapidado para fortalecer la opción militarista.
Montoneros se leniniza, sentenciando su propia derrota: se elige la confrontación militar para "apurar" la toma de poder, para en realidad caer en una espiral de violencia y represión que desmantela el proceso de inserción social logrado ( otra discusión es en qué medida) por los frentes de masas.
Los militantes de superficie, eternos olvidados de la historia setentera, los "perejiles" que fueron arrasados cuando Montoneros decreta el pase a la clandestinidad después de la muerte de Perón, expresaron aspectos verdaderamente genuinos de ese sector del movimiento peronista que pensó en el camino de la liberación haciendo política en los frentes, afrontando las dudas e interrogantes que los pobres iban a plantear a las unidades básicas revolucionarias: no tanto la revolución, sino la necesidad de agua potable, la falta en el barrio de una salita de primeros auxilios, o "pero el gordo de la unidad básica de la otra cuadra dice que ustedes no son peronistas ¿ cómo es la cosa?", o " che, pero Rucci también es peronista".
¿La conducción montonera tenía respuestas para estos imprevistos que efectivamente ocurrían con el propio pueblo peronista que interpelaba a los militantes? La bajada de línea revolucionaria no servía mucho para aclarar la cosa.
Los "perejiles" son la marca indeleble de la tragedia propia de la Tendencia: son las voces inaudibles que quedaron sepultadas por la ceguera vanguardista de las irresponsables conducciones guerrilleras.
Conducción montonera que nunca se hizo cargo de esas muertes que le correspondieron: alguna vez aquellas conducciones debieron asumir la crítica despiadada de sus propias decisiones, esas muertes pesan en su conciencia.
Tornarlos visibles como parte de aquella historia, sacarlos del frío anonimato, atestiguar su existencia vital como parte de la Tendencia y el Peronismo, es algo que nos debemos quiénes pensamos que todo aquel tiempo no puede quedar reducido a armas y violencia.
Fin ( por ahora).