… para cuidar la piel. El holograma justicialista que moldeó la fuerza de las oleadas que cincelaban el clima durante el velatorio es el signo de todo aquello que quedó cristalizado súbitamente con el drama. En principio, un núcleo indiviso kirchnerismo-peronismo que se incorpora en las alforjas históricas del movimiento como el dato irrefutable de siete años de liderazgo. Algunos discutirán cuánto de la dosis kirchnerista quedará inoculada en el peronismo, o si el kirchnerismo nace o muere. Ninguna de estas elucubraciones, por válidas que sean, me interesa. La negrada habló y dijo: lo logrado es un envase no retornable. No te lo devuelvo, me lo quedo. A mí, con eso me alcanza para hacer la comprensión política que corresponde. A mí, que no leo a nadie, que no tengo libros en mi casa, que no quiero comprar ninguna teoría política que no estaría capacitado para leer, me alcanzan algunos comportamientos mudos para comprender que parte de estos siete años de hegemonía traducida en realidad popular ya no se discute más. Sólo los eyaculadores verbales, los que gozan de correrse en las palabras, pueden hoy marcializar la voz para proferir la candidatura, cuando Cristina aún no está vestida con la encorsetada extrañeza de la viudez. Eh, pero ¿el pueblo que dice?, y, el pueblo es esquivo, y el que lo percibió y lo trató con crudeza analítica fue Perón, por eso fue el más grande político y conductor de la historia nacional, el tipo que conjuró las “puñaladas traperas” de las bajamares sociales y domó cada desborde eufórico de la masa con el mismo rostro labrado de campechanía. El pueblo habla por etapas, y sin un libro de historia en la mano. Su historicidad el pueblo no te la cuenta, tan sólo te obliga a que vos (vos, cuadrazo militante) la veas. Un laberinto lleno de escombros: he ahí la búsqueda. ¿Vos sabés lo que es estar un año en ese laberinto? Es política.
Serían más o menos dos o tres meses para galvanizar la gobernabilidad, hacer los recambios ministeriales básicos que cubran el vacío de tareas que se ausentan. En política, tener el don de la correcta elección de los hombres que la ejecutan, te soluciona el 50% del problema, y más urgente es lograrlo cuando el que comandaba era una bestia política y cuando lo que mortecinamente se quiere instalar es una sensación de isabelización que no tiene ninguna base fáctica. En ese lapso, el peronismo debiera decretar el toque de queda para la puja interna. Pero la quietud partidaria dependerá en mucho de lo que vaya definiendo Cristina gubernamentalmente y en la jefatura del PJ que le debiera ser concedida como reflejo defensivo adecuado. Que no quepa duda, el año de gestión que viene se procesará en la cuna de hierro bamboleante del peronismo realmente existente, como en todas las etapas históricas desde 1983.
Néstor dejó consignas que reverberan bajo el sol: profundizar el modelo fue un norte ambiguado por abstracciones. Cristina deberá ponerle realidad a ese deseo, porque ¿qué es profundizar el modelo? Para mí, que no leo a nadie, sería lograr operativamente que
Sería crear una política de crédito hipotecario para gente de carne y hueso, con salarios de carne y hueso. Porque el envase no es retornable, pero eso no quiere decir que los muchachos no quieran tomarse otra botella. Y hoy todos estos temas populares están arrumbados en el cuarto de servicio, el de la mucamita. Parece que a las visitas hay que mostrarles postales de Estocolmo, modales londinenses, temas taquilleros, pasiones de compromiso ideológico, las mil y una luchas contra las corporaciones. Para mí, que perdí todos mis libros en la única y primera mudanza ideológica hace 16 años, que no leí a Gramsci, que de Weber sólo sé que llamaba ética de la responsabilidad a lo que para mí siempre fue desprendimiento en la acción estatal de todo egoísmo político, y que no leo a nadie, hay líneas temáticas y argumentales que caducaron hoy. Porque la escala cromática de los agolpados contra el féretro, de los que viajaron y fueron, los que fueron a despedir (y no sólo ni tanto a agradecer una jubilación o una pensión no contributiva, la cosa no funciona tan así) a un presidente de la nación no lo hicieron con una mezquindad material sobre el lomo que los obligaba (los sectores medios tenemos que hacer un esfuerzo mayor para comprender a la negrada, y entonces hablar del “Proyecto” sólo en reuniones políticas). Estuvieron cuando había que estar, y eso desautoriza todas y cada una de las líneas argumentales que el gobierno desplegó en los últimos tiempos. Es lo que contó Felipe Solá (y lo podría haber dicho cualquier otro político) cuando entró al velatorio y notó que en toda esa gente que despedía, ahí, ahí estaba el peronismo. Y agrego: como hace casi 70 años. Esos pequeños descansos en los que el peronismo deja de ser el partido del orden por un rato, esos descansos donde fulgura más esa llamita que se niega a morir.