Era una legisladora del partido socialista popular a la que a sus espaldas llamábamos Rebeca, menos por ser una mujer inolvidable que por parecer el clon bonaerense de Rebecca De Mornay. Básicamente, la legisladora era una rubia otoñal que no reparaba demasiado en las erecciones involuntarias que provocaba su paso por las cuevas administrativas del Estado, porque a ella sólo le interesaba su labor parlamentaria, la historia del partido socialista y hasta donde no le incomodara mucho, la política. ¿Por qué le decís Rebeca? me preguntaba el mestizaje escalafonario que sostenía aquel dispositivo oficinista que a su vez sostenía el estrellato legislativo de
Rebeca tenía un guardaespaldas igualito a Lemmy Kilmister, que la cuidaba en el recinto los días de sesión. Algunos cánticos procaces que escupía el populacho desde las barras le habían inoculado el miedo a la legisladora. El miedo a ser abofeteada, cagada a palo, ultrajada sexualmente o matada, vaya uno a saber que pasaba por la cabeza de Rebeca cuando la muchachada que llevaban otros legisladores para meter un poquito de presión sobre determinados temas del orden del día empezaba a gritar, a lanzar algún vasito de plástico (acaso con restos de meo, es verdad, pero no era para tanto) sobre el mar de bancas, a ensayar una picaresca de puteadas, nada más. Rebeca elegía sufrir en vez de disfrutar la situación, que nunca iba dirigida contra ella, porque pertenecía a un bloque minoritario que no incidía en ninguna votación, y entonces ¿de qué tenía miedo?, pero Rebeca no pensaba así, mirá Luciano lo que es esto, así no se puede trabajar, una pide la palabra y nadie presta atención al discurso, a la importancia de este proyecto que otorga subsidios a la nueva biblioteca popular de Carhué, lo que pasa es que en este país a nadie le interesa la cultura, toda esta gente que ustedes (aunque vos sos distinto, Luciano, pero) traen para patotear es una vergüenza, esta pobre gente es así por la falta de educación, un día voy a salir lastimada del recinto, acordáte, esto no puede ser… Con la custodia de Lemmy y media pastilla de alplax, Rebeca aguantaba toda la sesión, pero quedaba destruida y al otro día no iba a la oficina, pobre Rebeca, se hace mucha mala sangre decían las chicas de la cocina mientras ponían Gilda como música de fondo que salía suavecito de la mayordomía.
Una vez Rebeca me invitó a participar de una reunión de la juventud socialista, yo le dije pero eso es un oximoron y nos reímos. Es para que veas como discuten política nuestros chicos y vos que sos culto, les enseñes a los tuyos, me dice Rebeca en una inusual faceta provocadora que yo hubiera podido frizar contestando que a mí la política me había enseñado que no había que enseñar nada, que todo se limitaba a comprender. Pero no dije nada y fuimos a esa reunión de los jóvenes socialistas, un local chiquito que olía a
Cuando la reunión moría y las chicas socialistas ya pensaban que hubiera sido mejor quedarse en casa y hacerse una lenta y prolongada paja, el gordo se salió del libreto y me indagó con alguna pregunta política menor, ¿cómo ves la gestión socialista de la intendencia de Rosario?, el gordo quiso salir del iglú parlamentario, y mi inconsciente lo único que tenía para traducir en palabras (y fue lo único que dije en toda la reunión) fue que todo bien, pero mientras Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo se sentaban en
En cierta ocasión, a Rebeca el mestizaje la embaucó y le dijo que era mi cumpleaños, los negros eran tremendos cuando querían joder, y Rebeca viene a mi oficina y dice ay Luciano, yo sé que vos no sos socialista ni lo vas a ser, pero esto te va a gustar, es un regalo. Era una foto de Salvador Allende. Allende estaba con el brazo extendido y la banda presidencial puesta, podía estar tanto saludando a la multitud como parando un taxi, según como nos imagináramos el contracampo. Miré la foto, levanté la cabeza y miré a Rebeca. Se le escapaba una lágrima, era un idealista, dijo, un gran hombre, dijo, no mancilló sus convicciones, dijo, dio la vida por su patria, dijo. Y yo no dije nada, conmovido por Rebeca y no por Allende, le agradecí la foto y por la puerta del costado vi a dos cumpas que me hacían caritas, se cagaban de risa a espaldas de Rebeca y de frente a mí. Yo a los 16 fui fan de los montoneros, me emocioné con la inmolación de Allende, el fusil de Fidel, las alamedas y el hombre nuevo. Pero había pasado el tiempo y cuando ya tuve un poco más de pelo en el pubis, me dediqué a analizar el gobierno de Allende. Lula es mejor político que Allende. Recordé, mirando la foto de Rebeca, que Allende no quiso cerrar con Tomic, el médico cajetilla se había subido al caballo y no creía en las alianzas de gobernabilidad. Y recordé aquella escena de 1972, cuando Allende le habla a los obreros mineros de Chuqui para que levanten la huelga y les explica las bondades de la expropiación sin pago de indemnización, los obreros lo miran con cara de gano un sueldo de hambre, capo y Allende les dice que son los elegidos de nuestro mundo proleta, y que si los sueldos son bajos, eso no es culpa del gobierno sino del imperialismo yanqui. Recordé también, con la foto en la mano, la conversa de Perón con
Con Rebeca teníamos en común la variada sintomatología de la sensación de pánico y en su oficina ocurrían charlas médicas que eran deploradas con la burla por mis compañeros y compañeras que no tenían esos problemas, andá al loquero, Luciano y llevate a
El día que Rebeca trajo a una colega española del PSOE para que diserte ante la militancia socialista argenta, se congregaron varios pavos reales que querían una foto con la flaca, socialistas de cabotaje que así se sentían parte del poderoso socialismo español ejecutivo y hegemónico. Rebeca trajo a la diputada a su oficina, le mostró su templo laboral, la presentó con orgullo y salió el tema de la fenomenal producción cultural durante la transición y el destape, se emocionaban con las películas de Pilar Miró, de Garci. ¿tu las has visto?, me pregunta la gallega y sí, las vi en Función Privada con Morelli y Berruti durante el alfonsinismo, pero yo prefiero las películas de Jess Franco porque había que tener huevo para filmar eso durante el franquismo, en la transición filmaba cualquiera. ¿Vos viste las de Franco? y la diputada se pone colorada, quiere cambiar de tema, Soledad Miranda y Lina Romay la rompían frente a la cámara le digo, Rebeca no entiende nada, la diputada no le explica, mucho destape pero se turban por unas vampiresas trolas en celuloide.
El drama mayor de Rebeca era que cada tanto, digamos dos veces por año, le visitara la oficina alguna familia carenciada en busca de ayuda social. Extrañamente, esa información (que ella era legisladora) llegaba a las capas más bajas de la sociedad bonaerense, y algunos atrevidos se creían con el derecho de ir a pedirle beneficios. Rebeca podía sacárselos de encima con unos billetes, pero su ética y el miedo de que volvieran la paralizaban, y se desesperaba, no sabía como resolver, y se veía obligada a pedirnos ayuda. Rebeca no conocía el funcionamiento de las áreas ejecutivas del Estado ni tenía contactos en esos paisajes lejanos llamados direcciones, secretarías, ministerios. Entonces sucedía que algún mestizo de la planta se llevaba a los pobres que iban a pedir la cuota diaria de subsistencia (como en la tómbola, ese día le había tocado a Rebeca) a una dependencia estatal más conducente.
Rebeca ama a Binner, me habla del proyecto para niños de Tonucci que Hermes implementó, del presupuesto participativo (del que participa la clase media), y yo le digo que sí, que tiene razón. Y no digo más nada, porque a veces es conveniente fraternizar con el silencio.