En estas horas, he estado pensando mucho en Cristina. Pienso humana y políticamente en Cristina, en lo que queda del día. Pienso en todas las especulaciones, las roscas, las encuestas y las ingenierías retóricas que caducaron ayer, porque cambió todo. Pero, antes de todo esto, pienso en Cristina, en el añoso sendero que nos toca recorrer, en las generosidades que harán falta para recorrerlo. Pienso en la adultez política que se requerirá a las dirigencias, ¿estarán a la altura?
Porque la política es ingrata. Nunca cesa, y entonces pienso en Cristina. Yo confío en que los instintos de pertenencia estén a flor de piel, porque es necesario que todos comprendamos la magnitud del esfuerzo. Y desempolvo una vieja frase, que no es original, pero que hace mucho que no usaba y que en este momento tiene una significación quirúrgica: si le va mal al gobierno, nos va a ir mal a todos. Inclusive a los asalariados y cuentapropistas que hoy están festejando.
Pienso en toda una generación (un poco más jóvenes que yo) que vieron en Kirchner a un líder, a un tipo que justificaba interesarse y meterse en política, que los hizo militar, que los hizo enfangarse en las complejidades infinitas del peronismo, en asumir una identidad política. En algún pasaje democrático debía haber una figura que devolviera el vínculo perdido entre política y juventud. Fue Kirchner, y por eso hoy banco más que nunca a miles de pibes que hoy están hechos mierda, tristes, que han llorado ante la noticia, y les digo: pendejos, cualquier proceso popular que el país encarne, en la figura que sea, los necesita. Esta muerte no necesita ni del martirologio ni del festejo. Necesita de esfuerzos, porque la política no se sustancia en la contemplación de un fotograma sepia.
Pienso, también en la figura de Néstor Kirchner, en el tipo que supo leer mejor que ninguno lo que la mayoría de la sociedad pedía después de 2001, un tipo que fue mejor presidente que acompañante político: no es fácil instituir una hegemonía en la democracia argentina moderna, y el tipo lo logró, porque dormía con los ojos abiertos.
Y ahora, vuelvo a pensar en Cristina, en una larga marcha, en caminar con paciencia, en asegurar cada paso que se da. A Cristina la tienen que pasar a rodear los mejores (los mejores son los mejores ¿se entiende?, y ya no hablamos de un tema ideológico), y que los oportunistas pasen a retiro. Néstor ocupaba un espacio de poder demasiado amplio como para negar la medularidad de esta cuestión, y espero que todos estemos a la altura.
Últimamente no me he estado acostando temprano, pero hace unas horas que sólo puedo pensar en Cristina.