Algo sobre el proyecto de ley de radiodifusión que el gobierno mandó al parlamento: lo primero, la necesidad de una nueva normativa que regule la materia. En este sentido, ya el proyecto es un avance que merecería una discusión parlamentaria acorde. Después, viene el caleidoscópico mundo de las expectativas que los sectores políticos y sociales depositan en esa ley. Acá la paleta de colores va desde el rojo intenso hasta el negro fúnebre. Desde el golpe final a la oligarquía mediática a la chavista supresión de la libertad de expresión. Con esas grandilocuencias deberá convivir la aprobación de un necesario y positivo proyecto de ley de medios, cuyo subsuelo fáctico es la relación Kirchner-Clarín, de la cual conviene recordar que hubo tiempos idílicos que supieron coincidir con los mejores años kirchneristas, cuyos avances y retrocesos políticos no eran medidos de acuerdo a la incidencia del multimedios.
Pero lo que deberíamos contemplar es que ninguna discusión se manifiesta bajo pautas ideales, y que también el kirchnerismo pasará, pero la ley quedará.
El ralentado redoble kirchnerista post-electoral, proporcional a los tironeos opositores, daría cuenta de alguna verdad popular: que la elección de junio representó un rechazo matizado de la gestión kirchnerista de los últimos tiempos, pero no un veto a lo medular del “modelo”. Por lo tanto, la oposición se equivoca cuando manifiesta que el 70% los votó a ellos (un tótum abstracto, fragmentado) y a favor de un cambio de raíz que en realidad estaría negando la legimitidad que tiene el gobierno para “aplicar los kilos”, y ejercer el poder que tiene en su haber. Si la ley de medios se aprueba, nadie va a salir a movilizarse en furibundo caceroleo. En la calle, de este tema mucho no se habla.
Inteligentemente, Cristina y Néstor con esta movida aprovechan para juntar cabezas “por izquierda” hacia el interior del dispositivo político que comandan, cuando se sabe que en términos fácticos la decisión política nunca se alejó de sustentar la gobernabilidad sobre la base de los “feos, sucios y malos” de siempre. Para sacar adelante “los fierros calientes” de la gestión (facultades delegadas, conflicto agrario) se confía en las compañeras Graciela Camaño, Roxana Latorre o María del Carmen Alarcón: gobernabilidad, porque el que herede también va a ser peronista.