martes, 4 de agosto de 2009

Telepolítica: Sutiles Formas del Estigma

Anabela Ascar, firmísima junto al Pueblo posta-posta y mentora intelectual de Desierto de Ideas

Lo político que se estatuye vía imagen televisiva tiene poco que ver con lo que se dice y trasunta en quiénes hablan del género político. En ese sentido los programas políticos sólo importan en la medida en que el entrevistado (por lo general, un político) pueda producir algún axioma digno de perdurar. En lo que respecta a los periodistas especializados, los invade el mismo síndrome que a los periodistas deportivos con el fútbol: no saben de política. Esa única razón explica que alguien como Lanata haya “hecho escuela”.

Cuando se habla de las intenciones políticas de los medios de comunicación, se suele evadir la sinuosidad y ambivalencia con que los medios funcionan, y la disparidad con que la sociedad recibe el borbotón informativo, más allá de difusas pretensiones originarias. Son los sectores con vocación lectora los que suelen quedar atrapados en la borrasca, tanto por izquierda como por derecha. Y suelen ser estos sectores los que visualizan como contundente y uniforme el efecto mediático, pasando a derivar de ello las “laceraciones políticas” que provoca en el cuerpo social.

La problemática de los medios masivos no la explica ninguna linealidad argumental, es parte de lo que hoy debe contemplar la política, que no puede prescindir de las formas tecnológicas, ni confrontarlas mediante anacronismos que las sociedades no van a sentir como movilizadores. Creo que esa encrucijada enfrentan algunos gobiernos latinoamericanos cuando le dan centralidad política a una estrategia de confrontación con los medios masivos de comunicación. No porque las empresas periodísticas no tengan intencionalidad política, sino porque el terreno de disputa es fuertemente disvalioso aún contando con mayorías populares organizadas políticamente (como parece tener Chávez), que más temprano que tarde pueden convertirse en creciente pérdida. Yo no veo a Lula gobernar “contra” los medios, y no por ello la política social del gobierno brasileño es menos exitosa (hasta los propios opositores admiten esto). Lo creativo de la política es que permite elegir los caminos y los adversarios para la producción de poder… y también para dilapidarlo.

En la televisión argentina persisten sutiles formas de estigmatización que hacen blanco en lo negro: el programa Policías en acción se mira en barrios residenciales, y como una telenovela en tiempo real de todas las miserias de los pobres que da lugar luego a los dedos acusatorios. La barbarie está apelotonada en la pantalla de modo homogéneo, y nadie atisba a preguntarse si la misma escena de violencia familiar, violación o etilismo se produce en otras escenografías menos marginales.

Diferente es la intencionalidad de los especiales de Justicia por Mano Propia de Crónica TV, porque no hay edición y tiene un tono más neorrealista: el problema de la inseguridad lo sufre el pobrerío y no es una “lucha de clases” a la usanza progresista. Los dos son medios de comunicación televisiva, pero muestran de distinta perspectiva, no son una compacta “derecha”.

En CQC se sigue expresando quizás el gorilismo más ambicioso de la televisión; el programa no se da tregua a la hora de predicar la moralina política por todas y cada una de las Intendencias del Conurbano y del país: el Estado como exclusivo foco de corrupciones, malversaciones y violencias. CQC es ese símbolo cultural de la resistencia antimenemista, y que, cuando alguien se cansa y les da unos cachetazos por sobredosis de soberbia ética (el manual Página/12-Frepaso), se amparan en ADEPA para buscar solidaridad ante el incendio que ellos mismos provocan.