… transcurren los días de un sopor político reconfortante. Un prudente tiempo kirchnerista de jornada laboral política bajo el tinglado gubernamental para la reconstrucción de nichos de confianza que fueron horadados por un exceso de morfina revisionista de tono enciclopédico que acumuló microclima como una olla a presión, y descalibró la mira certera por primera vez en cinco años. No es grave, pero como forma y fondo van de la mano (ese es un rasgo del tiempo democrático, y hacer política incluye lo antipolítico como una bolilla más del programa), apostar mucho al relato y poco a las coyunturitas que van naciendo todos los días en la vida cotidiana (un amigo “apolítico” no kirchnerista me decía “a mí me gustaba Kirchner, venía haciendo las cosas bien, pero después, no sé lo que le pasó”: ese “pero después” es el 2007). Hubo un momento en el que se pensó (en ciertos ámbitos militantes que debían mantener la sintonía fina, y esto lo digo para oponerlo con los intereses efectivos de las amplias franjas de la sociedad que no deben cesar de ser interpelados sin soberbia ilustrada) que más que a cerrar los capítulos pendientes de la cuestión Derechos Humanos (el perdón estatal de Kirchner en la ESMA, la judicialización completa de los delitos de la represión ilegal), el kirchnerismo también venía a representar la reintroducción aggiornada de “un pensar la realidad” desde los ´70 interrumpidos trágicamente, una restitución de formas interpretativas que la izquierda peronista había elaborado para una coyuntura que ya no existe, y con la cual muchos fantasearon peligrosamente, hasta condensarse en una muy desafortunada comparación que Nicolás Casullo tiró en medio del conflicto campestre: el kirchnerismo es lo que el peronismo del ´73 debió haber sido. Bajo este paraguas teórico distorsionado se consolidó una lógica de binarismos que no despeinó ninguna conciencia popular, como terminó de documentar el resultado electoral, y con ello se certificó también el pase a retiro del cartaabiertismo como think tank kirchnerista. (Digresión: “la teoría del cerco” mediático se parece mucho a una repetición farsesca que juega de manera autoexculpatoria, ahora, y ayer. Muchachos, por lo menos usen otro lenguaje.) Hubo un día en el que Kirchner hizo poner “clima destituyente” en un documento del Partido Justicialista.
En todo caso, el kirchnerismo fue lo que el peronismo debió ser después de su etapa menemista y del desfonde final del 2001, y esto hace que se pueda decir sin estridencias, que fue el mejor gobierno de la reapertura democrática. El kirchnerismo no es una izquierda peronista de la víspera, así como el peronismo no kirchnerista no representa una derecha peronista: la pretensión de recrear clivajes fosilizados implica desconocer bajo que marcas se identizó la sociedad democrática y minimizar las densidades políticas del alfonsinismo, y fundamentalmente del menemismo en este proceso, aún con sus tramas fuertemente antipolíticas. Con ese “material” político-social se trabaja hoy de derecha a izquierda, y toda pretensión de proyecto nacional debe convivir con claves que no tienen nada que ver con las biografías políticas que le dieron origen al “peronismo de izquierda” (1955-1973 es un museo y no origen para la producción de actuales representaciones políticas, y Néstor y Cristina entendieron esto y entonces hubo un apogeo kirchnerista, pero muchas militancias, las que debieron darle solidez política a eso que venía “por arriba”, persistieron en el binarismo).
Hacia lo intrínsecamente peronista, el kirchnerismo saldó un silencio histórico a ser testimoniado: la tajante inclusión oficial en el inventario peronista de su generación setentista y de su muertos negados por las sucesivas dirigencias peronistas postdictatoriales, para situarla como parte de una fase histórica peronista concluida, y punto. Cerrar el círculo, y nada más. Dejar constancia en actas de una pertenencia política y hacerlo sin caer en valoraciones ético –morales con espíritu excluyente. A eso apuntaba el texto inaugural de este blog, dando cuenta de que el cierre simbólico propiciado por el kirchnerismo nunca supuso un desempolvamiento teórico-operativo de los libros de Pepe Rosa para interpretar las claves de la realidad nacional que nos atraviesa desde 1983. Cierta incontinencia reflexiva homologó las saludables formas confrontativas del kirchnerismo a una nueva alborada del antagonismo nacional, difunto como sustancialidad política de la víspera y con un valor político absolutamente secundario aunque existente (no hay más que escuchar a Biolcatti para comprobarlo), y el conflicto agrario fue leído como un homogéneo choque entre un bloque oligárquico y uno popular, descartando de manera irresponsable los mil y un matices que habitaron la disputa, como si lo que no se quisiera asumir desde ciertos sectores intelectuales y políticos (los que clientelizan un discurso que excede con creces la importancia política de los acontecimientos que le dieron origen) es que toda política pasa por las formas de realización concreta del mejor capitalismo posible, y que ello obliga a barrer con prejuicios, premisas e himnos del corazón que se indispongan con esta construcción. Es en este sentido que el nacional-populismo que creció al calor kirchnerista debe resolver su situación interpretativa frente al contexto y las reformas impuestas por el menemismo. Kirchner lo tuvo resuelto siempre, aun cuando putea contra los noventa, porque es una década que conoce bien. Pero sus lealtades militantes “por izquierda” también deben registrar el final de un paradigma antagonista para medir el aceite de la política argentina, so pena de irse por la banquina, Esto es algo distinto de la lógica conflictiva que restituyó Kirchner, pero para discutir los problemas que hoy debe discutir el país: la distribución de la renta, la definitiva autonomía política del Estado (que comenzó Menem), la naturalización del Consejo del Salario como instrumento de una laboralidad, que como dice Recalde, no puede volver a instalar escenarios de retroceso.
Todo esto se discute adentro del Estado, por eso es importante que lo nacional-popular (acaso un significante tan vacío como el progresismo, ay) defina definitivamente y de cara al futuro del peronismo (un futuro no kirchnerista) su relación con lo que el peronismo es, con la realidad justicialista que comprendió cómo hacer política y cómo supervivir porque estaba más cerca de lo que el pueblo fue votando desde 1989 hasta acá. No puede ser que “el peronismo de izquierda” o “lo nacional-popular” se viva yendo de la realidad peronista de cada etapa (Herminismo, Menemismo, Duhaldismo, ¿Kirchnerismo?, post-kirchnerismo, y TODO lo que venga). Basta de solicitadas del tipo “Por qué nos vamos”, y menos después del kirchnerismo. Por eso me gustó lo que escribieron María Esperanza Casullo y Mendieta, porque es un dato de la existencia kirchnerista hacia lo que viene.
El peronismo hace política desde el Estado, y desde afuera siempre hubo sólo un cómodo asiento en la platea del inconformismo psiquiátrico. Hasta Kirchner sabe que hay un post-kirchnerismo y que el kirchnerismo está dentro de eso: el verbo que más se repite en un libro de Perón es crear.