Hace una semana un familiar me preguntó por la elección citadina, que cómo veía las encuestas. Yo dije que no sabía, que las encuestas estaban todas operadas, que ya era joda. Para mí gana Macri por afano, le dije. Este familiar le tenía mucha fe a Solanas, no puede ser que se caiga tanto, Luciano, me dice. Sí puede ser, le digo, porque el electorado se colocó en situación de voto a intendente y la mitad del voto de Solanas pasó todo a Macri.Y la cortamos ahí, porque yo quería ver Río Bravo. Howard Hawks es un director que me gusta mucho.
De este lado del riachuelo, la ciudad es vista como un distrito menor. No creemos en la centralidad política nacional de lo que pase políticamente en la ciudad. No nos gusta que de una elección a intendente se haga un melodrama o un grito de alcorta. De este lado del riachuelo creemos que hay 364 días de pedaleo para ganarse el manguito, entre la lona y la oxigenación, y un día se vota. El día que se vota, solemos preferir al partido de gobierno, o aquel que garantice un orden para lidiar con algunas garantías en este bazar urbano hecho de instituciones deshilachadas y mercado. Nos gustaría que ese partido al que votamos se ocupe de saldar en algo el problema de la justicia social, pero casi nunca pasa, aunque estamos perfectamente esclarecidos de que si agarran la manija otros, seguro que nos va peor. No nos gusta mucho la palabra “modelo” o “proyecto”, nos suelen atraer más las medidas concretas. No sabemos cuantos libros escribió Torcuato di Tella, ni tenemos que acudir al coeficiente Gini para termometrar lo que le pasa a la gente. No nos parece que Scioli o Massa sean de derecha, y tampoco Cristina nos parece progresista.
Indignarse es un acto de escapismo, un houdini consignista que la política y la militancia no toleran. Acá hubo kirchneristas de lujo que se indignaron porque la negrada del 2º cordón votó al colorado De Narváez en 2009 para ganarle a NK, y hablaron de un término atrasado: la derecha. Hoy veo kirchneristas con paladar de ébano que predican un populismo de salón, muy mal entendido, para verduguear a una mayoría popular que votó a Macri.
Ganó Macri porque Filmus asumió como propia la gramática psicobolche que terminó de fracturar la tentativa de alumbrar alguna delgada línea entre el peronismo porteño y la conducción presupuestaria del Estado. Macri concretó la medida progresista que reclamaban los asalariados capitalinos: tener una policía distrital. Lo que diez años de centroizquierda gubernamental había evadido con todo tipo de mashupeos discursivos originados en el culpabilismo ideológico. Diez años que sedimentaron el erial administrativo hacia los 200 cuerpos “matados por la corrupción” y al defaulteo punteril en la toma del Indoamericano. En ese sentido el filmusismo siempre fue un ibarrismo y avivó continuidades allí donde se necesitaban las rupturas para cualquier hegemonía que quisiera desbancar a Macri. Quizá sin proponérselo, Filmus se fue declarando heredero forzoso de aquella década “anterior a la derecha”, sin comprender que ahí no había un clivaje que recomponer, sino barajar y dar de nuevo. El peronismo porteño kirchnerista pensó que había que llenarle el tanque a un consolidado progresista que sería la base de acumulación política hacia el manantial nacional y popular. Después de los resultados mellizos de las elecciones ejecutivas de 2007 y 2011, esa concepción saltó por los aires. Algunos reflexivos ya empiezan a decir, con remarcable lucidez, que el progresismo ya fue, hace mucho. Ahora le tienen que avisar a los dirigentes. La década progresista terminó por inmunizar a Macri como el hombre de Estado posible y razonable para la ciudad de la robustez impositiva por otros diez años propios. Es duro, pero es la realidad sobre la que se debe evaluar una construcción política que quiera gobernar la ciudad, y no sólo pajearse con “la batalla cultural”. Macri, votado en masa por el neoconurbano sur, para ridiculizar aquel cantito mesozoico que lo bestializaba bajo la rima facilonga entre “basura” y “dictadura”, ese cantito vacacional que corean los niños de clase media que tienen tristeza y sobrepolitización, ese cantito que lava y autorregula las culpas heredadas de un nostalgismo mercantil, pero que no reverbera en el cemento que trajinan los que buscan el pan en el tumulto diario de la democracia de mercado.
Cositas de la elección: la estrategia electoral de Durán Barba fue impecable, la del filmusismo, inexistente. El killer ecuatoriano planificó la masacre leyendo con mucha claridad la magnitud del voto cruzado Cristina-Macri, mientras Filmus iba a los programas a contestar sobre Schocklender. Macri inauguró el metrobús y Filmus hablaba del “rol del Estado”, parecía que el diccionario flacsista se le había venido encima y lo hundía en el pantano del saraseo. El voto Cristina-Macri perjudica a candidatos ideológicos y sin el perfil atrapatodo clásico peronista como Filmus o Rossi (que deberá armar una estrategia para sortear el voto cruzado Cristina-Binner y evitar fugas a la candidatura de perfil peronista de Miguel Del Sel), pero el dedazo que ungió a Filmus nos acerca al tema tabú del año (que ya he charlado con algunos blogueros peronistas off the record): el cristinismo eligió, por lo menos de acá a las presidenciales, establecer un criterio de acumulación política superestructural en el que los convalecientes o minusválidos electorales son tirados por la borda para aliviar la carga de la lancha que lleva a Cristina hasta octubre. Esta acumulación tiene un patrón estético que no es definible ideológicamente todavía, pero que está claramente legitimada por el consenso electoral del que parece gozar Cristina, y que busca reordenar los espacios de poder hacia el interior del peronismo realmente existente, pero (y esta es la novedad) poniendo en riesgo la sustentabilidad que una hegemonía requiere para generar un nuevo consenso político (que Cristina deberá construir para su gobierno). Esta paradoja es la que genera el malestar en el Partido Justicialista, y las imprevisibles consecuencias que ese criterio de acumulación generaría paulatinamente en los complejos dispositivos de gobernabilidad en una temporada de angostamiento distributivo. Recordemos que esa acumulación “por arriba” eligieron el macrismo y el kirchnerismo porteño, y no hubo interfase que amortiguara lo del Indoamericano. Tras bastidores, el llano: a los ojos del electorado citadino, estatalmente Filmus no garantizó más que Macri. Filmus no logra transmitir más gobernanza que un tipo tagueado como antipolítico. De la nación, ya reciben lo que quieren: tarifas de servicios públicos hipersubsidiadas para la clase media y media alta.