Por Moira Carabelli, para Desierto de Ideas
Cuando la presidenta anunció el jueves por la mañana el decreto de la asignación universal por hijo, sentí alivio, un poco de paz, y hasta cierto punto, alegría. Nunca pensé que una medida tomada por un gobierno me podría causar una sensación de tan silenciosa placidez, como de respeto. Porque la asignación universal por niño nos acerca a un lugar más cercano a esa lejanía que es la justicia social. De las pinturas de Daniel Santoro, las que más me gustan son las que representan
Claro que no se me pasó por la cabeza, cuando Cristina anunciaba la decisión más importante en seis años de kirchnerismo, la banalidad del festejo o la agitación revanchista del cuerpo en catarsis partidaria. No se me ocurriría cerrar el puño y estallar en un “vamos, carajo”, o en un “tomen, putos”, porque en todo caso, no es dinero lo que me falta para afrontar una terapia donde desnudar mis fantasmas, miserias y frustraciones.
Me cuesta entender la razón por la cual, los mentores intelectuales y militantes históricos de esta conquista social que hoy se hace derecho, ponen su ahínco existencial en enojarse con la decisión del gobierno. Porque la asignación es universal. Punto. Es tan universal como puede ser algo cuando lo previo es nada, o muy poco. ¿Por qué se enojan tanto Elisa Carca y Claudio Lozano? El enojo cede cuando llega un poco de paz.
La asignación universal les puede cambiar la vida a muchas madres solteras o solas a las que no se les podía hablar sino con un rubor en el rostro de la movilidad social ascendente. No seguir penando tanto con los críos a cuestas es estar más cerca de la justicia social. Sufrir menos es un momento de paz. ¿Por qué enojarse, si los que van a recibir el beneficio no lo están?
La asignación es un brillo en la noche sin norte. Es encontrar cobijo para descansar un rato. A mí también me deja un sabor amargo que una madre o padre que cobra 1600 mangos en negro y tiene tres niños y su cónyuge desempleado, no pueda acceder a este respiro, porque hay mucha gente así. Pero la asignación es universal, y este gobierno tuvo la sensibilidad de aceptar que era necesario hacerlo, y apartarse de la convicción focalizadora que era genuina base del pensamiento kirchnerista. En este gesto hay grandeza, y me da lástima que no se lo pueda reconocer. ¿Qué tanta distancia habrá entre el progresismo de Lozano y Carca y el de Sabbatella y Yasky, para que unos se enojen tanto y otros saluden con candor una misma decisión, una asignación universal por hijo para trabajadores en negro y desocupados?
Y es claro, también, que cuando la presidenta anunciaba el beneficio, no se me ocurrió pensar como un Padre Político: “ya verán cuánto agradecerá, y deberá agradecer el Pueblo este regalo de Cristina y Néstor Kirchner”. Yo creo que la alegría que se puede tener por este derecho a percibir una asignación ciudadana no puede superar la que puedan tener las personas que van a recibir este beneficio. Y creo que no va a haber gritos exultantes de felicidad en la cola de inscripción al beneficio en Anses, y en las parroquias de barrio; tampoco cantarán la marchita, para desilusión de muchos peronistas. Habrá silencio, alivio, espera, calma, Paz.
Cristina dijo en su discurso la palabra: reparación. A este gran país le espera un largo camino de reparaciones, diminutos pedidos de perdón cotidianos al pueblo. Esta medida es eso. El kirchnerismo tiene mucho que ver en ello. El Pueblo no tiene que agradecer nada.
Cuando yo votaba por primera vez en mi vida, hace dos años, los seres más allegados me sugerían optar por un progresismo más verdadero, más limpio de ideas, como el que ellos supieron cultivar por décadas (y yo también, aunque siempre quise ver un progresismo real, y no uno charlado en reposeras estivales junto al mar).
Voté a Cristina, sabiendo que votaba al peronismo que venía haciendo el progresismo real, uno de hechos, uno que se podía luego, contar a alguien, y decirle: el progresismo es esto, te deja la ropa sucia, es contradictorio, es excesivo, es impresentable, es corrupto, es político, es conflictivo, es hegemónico, es improvisador, es hacedor.
El kirchnerismo es reparatorio. No hay vuelta atrás.