“Lo insufrible es escuchar a nuestras clases medias y a sectores populares identificarse con el sufrimiento de los ricos y famosos”
Me lo imagino a Ricky escribiendo “insufrible”, haciendo patria detrás del teclado, lejos de la cotidianeidad conurbana, y por lo tanto subestimando la temperatura que marca el termómetro en las calles sin nombre.
Los pibes están jugadísimos porque todavía no les llegaron los ecos de la movilidad social ascendente, y sólo esperan saber cual es el primero de la pandilla en morir. El pendejo que te chorea y te caga de un tiro en la cabeza a través del parabrisas sigue siendo un pibe después de ese evento, no se transforma en un adulto porque mató.
La escena sería mas o menos así: al tipo que laburó doce horas y se toma El Halcón en Constitución para volver a Solano, cuando baja del bondi en el barrio, lo afanan. Digo, lo están afanando seguido, ponéle dos veces en un mes. Los pibes salen a comprar de caño como sucedáneo del empleo estable, porque algún sentido a una vida disuelta hay que darle: ponéle el pibe que le dio a Capristo en Valentín Alsina, o el que le dio a Renata Toscano en Wilde, no se la estaban dando a estereotipados garcas residentes en lujosos countries e ideológicamente fascistas confesos y fervientes (que aparentemente merecerían pagar con la vida por los injustos beneficios que obtienen del sistema capitalista ¿lo qué?) como reza el decálogo progresista (hipócrita hasta la médula) que se suele recitar ante la inseguridad.
Resulta que el tipo que baja de El Halcón en Solano se está hinchando las pelotas de que lo afanen: no es de clase media ni facho, pero está pidiendo por mayor seguridad. ¿Va a venir papá Forster a decirle que está equivocado en su reclamo, que está alienado y entonces papá Forster (que votó a Carrió en 2003) lo va a dotar de la conciencia política necesaria para que no se queje al pedo, para que no le haga el juego a la derecha?
Me parece penoso que Forster entienda que los sectores populares que piden por seguridad lo hacen por descerebrado seguidismo de lo que dicen Tinelli o Legrand: hay en esta lectura clasista una subestimación y un menosprecio por el pueblo y un desdén por los padecimientos concretos de mucha gente que puede acreditar que la inseguridad no es una “sensación de”.
El progresismo cultural se hace mucho la pajota con la “conspiración mediática” para negar ciertas realidades, asume que lo de la inseguridad es más una sensación que otra cosa, y entonces le da poca bola a una cuestión jodida, y le deja el camino libre al manodurismo. A Patti no lo vota la derecha, lo votan los pobres.
En las movilizaciones ante la comisaría de Wilde hubo de todo: algunos pedían paredón, otros meter bala, otros acusaban a la policía, naturalmente hubo infiltración y oportunismo político (como en toda democracia real), pero lo que hay que leer cualitativamente es que se trató de un reclamo genuino por mayor seguridad que el Estado no puede minimizar ni desatender.
El gobernante tiene que encontrar la sintonía fina del conflicto, no puede exigirle a la sociedad una coherencia política que legitime la protesta, para recién ahí aceptar encontrar soluciones.
¿Se puede decir seriamente que Renata Toscano era el escorzo del clasemediero facho que se caga en los negros? ¿Todos los fiambres del robo violento seguido de muerte merecen la indiferencia del pueblo político por ser parte de una aristocracia privilegiada que disfruta de sus riquezas a costa del pueblo oprimido? Porque aunque no lo expresen con esta crudeza, es eso lo que se piensa por izquierda y progresistamente cuando se habla de inseguridad. Lo peor es que de ese modo piensan sólo Forster y aquellos inefables seres que leen páginadoce como si fuera la fuente de toda razón y verdad. Al velorio del Malevo Ferreyra no fue la derecha, fueron los pobres.
Políticamente, el tema de la inseguridad no conviene abordarlo con prisma clasista, porque se caldean los ánimos allí donde se requieren aguas serenas. Mi impresión es que “el esclarecido progre” coloca clasismo redentorio “en representación” de un bajo pueblo que no lo está reclamando; más palpable es que parte de la clase media invoca un clasismo anti-negro y recalcitrante en estas circunstancias.
Pero el hombre político, el que gobierna, tiene que ponerse por encima de su verdad política íntima y tomar las decisiones que mitiguen el reclamo y a la vez no perder poder político. Porque predicar verdades sin poder… bueno, ya sabemos.
Cuando Stornelli dice que en la concentración de Wilde hubo infiltrados que fogonearon el clima y pretenden desestabilizar a Scioli, la caga. Porque aunque tenga razón, coloca política allí donde los manifestantes piden la no politización del reclamo, y no se da una respuesta concreta, encrespando más la situación (yo digo que los políticos argentinos van a tener que acostumbrarse a hacer política después del menemismo. Pero para eso hay que entender al menemismo. Es mucho, pero mucho más difícil hacer política ahora que en los ´70.); Stornelli debió analizar la “costura política” del episodio Wilde en una reunión cerrada con Scioli y Ferraresi y luego salir a declara con más astucia, porque a la mayoría de la gente que asistió a la convocatoria le chupa un huevo que le digan que hay agitadores del Pro; es más, van a pensar que se les está deslegitimando la protesta.
Para comprender aun más las complejas aristas del reclamo por inseguridad y el caso Wilde hay que alejarse de los preconceptos y evitar las provocaciones del clasismo racista de algunos, porque en la contienda ideológica, gana el manodurismo.
No es casual que los manifestantes de Wilde hayan puteado y echado a Blumberg, un tipo que al no poder reconducir políticamente su dolor personal, terminó adoptando las teorías manoduristas más rancias, que demostraron su total ineficacia para combatir el delito.
El raje de Blumberg documenta que la gente de Wilde no es una homogénea jauría de fachos manipulados por el lamentable rabino Bergman y a repudiar de antemano (como haría el inexperto Forster), y que se puede maniobrar políticamente sin tensar el conflicto.
A esto se suma que los familirares de Renata Toscano pidieron justicia y no pena de muerte, y que nadie hiciera un uso político del asesinato: no pidieron la renuncia de Cristina, ni la creación de unas SS vernáculas, o tirar la bomba atómica en la villa Azul.
Yo sé que muchos progres buscan la excelencia moral, y entonces querrían que todos los familiares de los muertos por inseguridad reaccionasen como los padres de Mariano Wittis: que se apiaden más del chorro víctima del sistema que de llorar al hijo muerto, que todos cantemos Heal the World y salgamos a pedir el cambio de estructuras sociales y la redistribución del ingreso tocando intereses corporativos para que no haya más inseguridad ni pobreza. Un sueño progre que sería excelente material para una novela de Aira, pero que tiene poco que ver con las pasiones de la condición humana, que suelen ser saludablemente más sórdidas.
Pensar que la mujer separada que se puso un almacén en el barrio para subsistir y mantener a la hija ante el raje del marido y que fue asaltada seis veces en tres meses, está pidiendo seguridad porque “se identifica” con lo que dijo Tinelli es desconocer gravemente por donde pasan varias de las preocupaciones de los sectores populares. Esta creencia errada tiene su correlato en la respuesta política que ensaya D´Elía para contestarle a Tinelli, sin comprender que juega de visitante y que esa disputa no es central, ni conmueve a la sociedad. Acá también hay una subestimación de la opinión popular: en realidad, lo que dice Tinelli no es lo mismo que siente la gente de Wilde. Pero D´Elía, intoxicado de progresismo, piensa que sí, y la caga.
Porque Tinelli tampoco comprende ni le interesa la diaria de la gente, está muy lejos de todo, es el típico forro con guita que está cagado porque tiene miedo que se la den, miedo a que un pibito que labura de chorro lo sodomice: porque decir “no se puede vivir”, “nos van a matar a todos” o “esto ya es Colombia” es desconocer olímpicamente la justa dimensión del problema de la inseguridad en el área metropolitana.
Argentina tiene un problema de inseguridad que debe atender sin demora, pero estamos lejos de ser Colombia, Brasil o México. Andáte unas semanitas a esos países y volvés corriendo a
El problema de la inseguridad no es grave, pero es significativo porque pone en crisis un principio básico de la comunidad que nos queda: el de un Orden estatal que es reclamado transversalmente por capas medias y bajas. Un reclamo “nudo” diría el tano Agamben, hecho desde lo corporal. Si la inseguridad empeora, puede tener sobre los cuerpos asalariados y cuentapropistas el mismo efecto que tuvo la hiperinflación. Yo creo que estaría bueno empezar a discutir la sindicalización de la yuta.